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Estos son los relatos del PSOE y el PP para el año electoral
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Ramón González Férriz

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Estos son los relatos del PSOE y el PP para el año electoral

Desde hace cinco años, PSOE y PP han ido estableciendo y renovando sendos relatos mucho más serios y trabajados. Los ciudadanos, sean de la ideología que sean, deberían prestarles atención

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha la intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha la intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
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Este mayo hay elecciones locales y autonómicas. Meses después, se celebrarán las elecciones generales. Todos los partidos están probando los mensajes con los que se presentarán a ellas. Seguro que en este tiempo darán con propuestas políticas llamativas y eslóganes eficaces. Pero más allá del ruido electoral, desde hace cinco años PSOE y PP, aún los dos grandes partidos después de muchos vaivenes, han ido estableciendo y renovando sendos relatos mucho más serios y trabajados. Los ciudadanos, sean de la ideología que sean, deberían prestarles atención. Porque son dos interpretaciones políticas de nuestra democracia que tienen lógica interna y visiones de futuro, que los líderes solo defienden en público de manera fragmentaria, ocasional y torpe, pero que los tecnócratas, economistas e intelectuales que rodean a las cúpulas de estas formaciones defienden con argumentos sólidos. He intentado reconstruirlos de la manera más imparcial que he podido.

De acuerdo con estos dos relatos, la Transición no debe revisarse: se hizo lo que se pudo y se hizo razonablemente bien. Las diferencias entre los dos son cuestión de énfasis. Para el PP, la democracia empezó con Adolfo Suárez, de cuyo legado se siente depositario. Para el PSOE, sin embargo, la democracia plena solo empezó en 1982, cuando Felipe González consiguió la mayoría absoluta que le llevó a la presidencia, y que definió las claves de las cuatro décadas posteriores. Aunque hoy la derecha habla bien de González, durante sus 14 años en el poder se opuso a gran parte de sus reformas modernizadoras y exageró su izquierdismo hasta la parodia. Sí, el PSOE se equivocó enormemente con la corrupción o la lucha ilegal contra el terrorismo, reconoce ahora, pero fueron errores propios de una democracia joven. El PSOE, desde González, debería llamarse el Partido Modernizador de España. Ese es su trabajo y por eso la derecha se le opone con tanta crudeza.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

El PP actual reconoce el valor de la presidencia de González, pero si el PSOE se ve a sí mismo como el gran modernizador, el PP se considera el gran solucionador: su desagradecido trabajo desde que en 1996 llegó al poder por primera vez, siente, ha sido arreglar los desastres que los socialistas dejan tras de sí cada vez que abandonan el poder. Los gobiernos del PSOE, según los populares, gastan demasiado, prefieren garantizar subsidios a solucionar problemas y siempre están dominados por un clientelismo inconsciente. Por eso, aunque alardeen de modernizar, en realidad, desde González, no reforman nada: por miedo a los sindicatos, por miedo a los sectores económicos, por miedo al cambio. Ese trabajo sucio siempre tienen que hacerlo ellos, el PP. Como sucedió, por ejemplo, durante los años de reformas que llevaron a España a entrar en el euro, uno de los grandes logros del país.

Pero el PSOE piensa que España está en la Unión Europea porque González se obsesionó con el proceso de convergencia con el continente, que era clave para la modernización el país (Sánchez piensa lo mismo). Ahora este es una nación democrática, con libertades plenas, con derechos comparables a los de otros países más avanzados. Pero esa normalización no ha llegado a la derecha, creen los socialistas: el PP —y sus extensiones en la judicatura, la prensa y la gran empresa— es un partido de instintos reaccionarios, no una derecha moderna, es desleal en la oposición y autoritario en el poder. Por eso, cuando el PSOE gobierna, debe ser tan osado, y debe apoyar a sus líderes, aunque a veces parezca que van más allá de lo que la sociedad, o incluso sus votantes, les demanda. Esta es la única manera de hacer avances democráticos que luego, siempre, el PP intentará desmantelar, cree el PSOE. Si no lo hace es porque, al final, la población reconoce que la osadía de los socialistas estaba justificada y acaba haciendo suyas esas medidas. Pasó con el matrimonio homosexual y la ley del aborto, pasará con las leyes del solo el sí es sí o la revisión instrumental de la malversación y la sedición.

Foto: El líder del PP, Núñez Feijóo, a su llegada al Senado. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Para el PP, lo que el PSOE suele llamar “avances” suponen, en realidad, ahondar en problemas que los socialistas tienen la arrogancia de creer que pueden solucionar, pero que, claramente, no pueden. El caso más evidente, por supuesto, es Cataluña. Zapatero pensó que podría solventar un problema de más de un siglo de vida con un nuevo estatuto. No solo puso en marcha su redactado, sino que llegó a asegurar que aceptaría el texto que le llegara del Parlament: fue una promesa imposible de cumplir y una temeridad que acabó activando el procés. Lo que está haciendo Sánchez es aún peor, para el PP: cree que puede solucionar el problema del independentismo reduciendo retrospectivamente las penas de dos docenas de cargos de ERC y alguno de Junts, pero en realidad está poniendo las bases para que vuelva el procés y lo haga, si cabe, con más fuerza.

Al PSOE no le gustan Podemos ni el independentismo, pero sabe que los necesita para gobernar. Y, como es un partido básicamente pragmático, construye argumentos más o menos verosímiles para explicarse a sí mismo ese incómodo cortejo. La aparición de un partido a su izquierda fue un bendito recordatorio de que el PSOE siempre corre el riesgo de convertirse en una formación centrista y acomodaticia, como demostraron los recortes de Zapatero. Por eso, la existencia de un espacio a su izquierda le obliga a mantener su esencia, a seguir siendo un partido progresista y radicalmente modernizador. Del mismo modo, el independentismo le sirve para recordar que no debe ser conformista con el reparto del poder en el país: es un poder que sigue de una manera desproporcionada en manos de viejas élites inmovilistas y que es saludable descentralizar para así impulsar el pluralismo.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión

Para el PP, en cambio, la aparición de un partido centrista, Ciudadanos, y de otro a su derecha, Vox, fue, simplemente, un error histórico. Él debe ser el único partido que abarque desde el centro lindante con el PSOE hasta el conservadurismo nacionalista y autoritario. La historia democrática española demuestra que solo así la derecha puede llegar a gobernar, y a hacerlo con las manos libres y de acuerdo con el sentir ciudadano, sin delirios. Los populares consideran una bendición la práctica desaparición de Cs, pero no les quedará más remedio que gobernar con Vox, porque su papel histórico no es solo arreglar los problemas que crea el PSOE: es echarle del poder siempre que pueda. Esa es su ideología principal.

Para el PSOE, el sistema judicial debe reflejar de algún modo el sentir que los ciudadanos manifiestan con sus votos cuando el PSOE gana, por lo que la trifulca alrededor del Consejo General del Poder Judicial es fruto de una visión reaccionaria de la justicia. Para el PP, el sistema judicial debe tener un sesgo conservador, propio de los poderes contramayoritarios en sistemas en los que en ocasiones se gobierna con el apoyo de los adversarios de la Constitución, por lo que la trifulca alrededor del CGPJ es la gran causa nacional.

Para el PSOE, un gobierno suyo es el único que garantiza la continuación del difícil trabajo de modernizar España. Para el PP, solo uno popular podrá seguir la ingrata tarea de frenar el declive de España.

Este mayo hay elecciones locales y autonómicas. Meses después, se celebrarán las elecciones generales. Todos los partidos están probando los mensajes con los que se presentarán a ellas. Seguro que en este tiempo darán con propuestas políticas llamativas y eslóganes eficaces. Pero más allá del ruido electoral, desde hace cinco años PSOE y PP, aún los dos grandes partidos después de muchos vaivenes, han ido estableciendo y renovando sendos relatos mucho más serios y trabajados. Los ciudadanos, sean de la ideología que sean, deberían prestarles atención. Porque son dos interpretaciones políticas de nuestra democracia que tienen lógica interna y visiones de futuro, que los líderes solo defienden en público de manera fragmentaria, ocasional y torpe, pero que los tecnócratas, economistas e intelectuales que rodean a las cúpulas de estas formaciones defienden con argumentos sólidos. He intentado reconstruirlos de la manera más imparcial que he podido.

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