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El partido que necesitamos para el país que queremos
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El partido que necesitamos para el país que queremos

Creo que hay espacio para algo nuevo, que logre superar el enfrentamiento de trincheras, que derrumbe esos muros dogmáticos para que no gobierne nunca la derecha o para que no lo haga nunca la izquierda

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)

Cuando los políticos quieren mentir o, como dicen ahora, cambiar de opinión, suelen añadir, con bastante jactancia, que los votantes no tenemos memoria. Lo que en el fondo piensan es que somos tontos y manipulables. De lo que no se dan cuenta es de que son ellos los que viven en una burbuja, creyéndose el centro del universo, como si no tuviéramos otra cosa mejor que hacer que leer sus ocurrencias en cualquier red social.

Pero ahí tenemos la hemeroteca y algunos periodistas no afines al régimen que no se olvidan de las cosas.

¿Recuerdan el ambiente antes de las elecciones del 23-J? Feijóo iba a arrasar con mayoría absoluta o, en su defecto, iba a gobernar. El tema de conversación era si lo iba a hacer en solitario o con Vox.

Solo unos pocos manifestábamos nuestras dudas, porque los pactos apresurados con Vox nos hacían sospechar que los socialistas moderados, aun aborreciendo a Pedro Sánchez y a sus socios, saldrían a votar con una pinza en la nariz. ¿Por qué? Por el miedo a Vox. Miedo legítimo en asuntos tan relevantes como los derechos de las personas LGTBI, la política migratoria, la violencia de género, el derecho al aborto y a la eutanasia, la transición ecológica, Europa... Temas que nos afectan directamente si somos o tenemos amigos o familiares LGTBI, o cuando un inmigrante irregular cuida de un familiar, o si hemos sufrido o conocemos a alguien que ha sufrido maltrato a manos de su pareja, o si sabemos de un enfermo terminal que quiere poder decidir, con dignidad, sobre el fin de sus días... Vox, además, cómodo en este papel, radicalizó hasta la parodia su discurso de la mano de Jorge Buxadé y Javier Ortega-Smith, incrementando este temor.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión

El resultado ha sido el que todos conocemos y ahora muchos andan lamentando. Los que no consiguieron que Feijóo gobernara se duelen ahora de la inutilidad de su voto. Los que votaron a Sánchez con una pinza en la nariz se han dado de bruces con la aberración de la amnistía, el referéndum de autodeterminación que se adivina, el relato de los golpistas aceptado por el Gobierno de España, el lawfare, la cesión de la gestión de las Rodalies, el perdón de la deuda de Cataluña, el mediador experto en conflictos bélicos, la oferta de entorpecer la investigación criminal mediante la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Civil o del delito de terrorismo —y no sabemos si del de traición a España— del Código Penal, etcétera. Desigualdad y privilegios, justo lo contrario de lo que significa ser progresista.

Los que además defendieron el voto útil y la unidad de la derecha pactando con Vox alentaron que el votante de izquierdas moderado no se abstuviera, y han terminado dando argumentos a quienes desde la izquierda han jugado a la demagogia y al miedo.

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Del otro lado tenemos la falta de ética, de escrúpulos, de ideas, de progreso. El partido que en la Transición derribaba muros ahora los levanta y, para que no gobierne la derecha, prefiere dar la razón a los golpistas que iba a traer a España para ser enjuiciados, humillándose y humillándonos ante ellos. Unos separatistas supremacistas, racistas, que representan la derecha más vieja y rancia, la nacionalista, todo con tal de no pactar con el PP, a pesar de que entre ambos partidos, PP y PSOE, representan al 70% de la sociedad, frente al 1% que, por ejemplo, representa Junts.

El espacio que va desde la derecha del PSOE hasta la izquierda del PP está vacío porque quien lo ocupaba no se presentó al partido que había que jugar. No se atrevió a salir al campo por pura cobardía e intereses personales, dejando huérfanos a muchos votantes moderados, certificando con ello su defunción. Renunció, en una palabra y de manera definitiva, con una incomprensible estrategia de esconder la cabeza bajo el ala, a comparecer ante el electorado, su propio electorado, con un proyecto de país solvente y necesario.

En esta última campaña se ha dicho que no hay espacio para un partido centrado. La sociedad está demasiado polarizada, se dice. O eres rojo o facha, y se discute desde cada uno de los bandos, sin posibilidad de entendimiento ni acercamiento. Apenas se distingue en los discursos si eres de esa derecha o de su extremo en la ultraderecha, y lo mismo si de izquierda o de ultraizquierda, abusando por mero cálculo electoral del antagonismo, la grandilocuencia y la exageración. Eso sí, los separatistas, tradicionalmente divididos, tan felices por la falta de consenso y acuerdo en los partidos nacionales. A España le va mal y ellos encantados, porque ahora el conflicto ya no es entre catalanes, sino entre todos los españoles.

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Después de todo esto, en el momento en el que nos encontramos, creo firmemente que hay espacio para algo realmente nuevo, que logre superar el enfrentamiento de trincheras, algo que derrumbe esos muros dogmáticos para que no gobierne nunca la derecha o para que no lo haga nunca la izquierda; algo que lleve tanto a esa derecha como a esa izquierda a aceptar acuerdos de Estado, sensatos, para facilitar un Gobierno de todos y para todos. Una opción que no milite en uno de los dos bandos, sino que quiera acabar con los bandos, como una fuerza de interposición en busca del armisticio.

Creo que la situación demuestra, precisamente, lo equivocados que estaban todos aquellos que decían que no existe ese espacio en esta sociedad tan polarizada donde los partidos políticos solo alientan el extremismo político y la calificación de los buenos y los malos. Hoy, echamos de menos esa opción más que nunca.

Muchos han sido los errores que he visto, que he vivido, y en los que yo mismo he participado en estos breves años en los que desde 2019 hasta hace unos meses me he dedicado a la política. Me sirven para aprender de ellos, para asumir aciertos y errores, y no volver a repetir estos últimos.

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Necesito —necesitamos— un partido que responda a los principios originarios que hicieron que entrara en política un 17 de marzo de 2019, tan lejano ya. Un partido con perfil propio. Con ideas propias. Sin subordinaciones ni al partido de la corrupción de la derecha, ni al partido inmoral de la izquierda. Que sea capaz de pactar a un lado y al otro con criterios y valores que surgen de la ciudadanía misma y que se convierten en política por pura lógica y coherencia. Que obligue a pactar, aunque sea a regañadientes, por ser aritméticamente indispensable, y que fuerce a abandonar la trinchera. Que reviva el consenso de la Transición. Que represente de verdad la palabra progreso. Que consiga pactos que representen a la inmensa mayoría de los españoles. Que defienda un Gobierno para todos, donde no gobiernen unos pocos que quieren separarnos a base de obtener el reconocimiento de sus privilegios. Que no ampare supremacismos políticos de nadie sobre nadie. Necesito un país que reconozca al otro. Que no viva del insulto. Que trate al que piensa diferente con respeto. Que pueda discutir serenamente. Que admita a todo el mundo. Que defienda a quienes se enorgullecen de cumplir su palabra y sus obligaciones. Un partido para todos aquellos que respetan la ley y para los que la Justicia es realmente un valor.

Estoy harto de derechas y de izquierdas, harto de que me llamen comunista y facha. Y no es tan difícil superar esto: basta con pensar primero en lo común. Quiero que este partido sea necesario. Quiero que el voto sea útil de verdad para que mi país sea mejor. Ni izquierdas ni derechas: soluciones. Primero España, que es el conjunto de todos sus ciudadanos, después el partido.

Necesito, más que nunca, un país así.

*Edmundo Bal, político y abogado del Estado.

Cuando los políticos quieren mentir o, como dicen ahora, cambiar de opinión, suelen añadir, con bastante jactancia, que los votantes no tenemos memoria. Lo que en el fondo piensan es que somos tontos y manipulables. De lo que no se dan cuenta es de que son ellos los que viven en una burbuja, creyéndose el centro del universo, como si no tuviéramos otra cosa mejor que hacer que leer sus ocurrencias en cualquier red social.

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