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La destrucción de la credibilidad del sistema político
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Ramón González Férriz

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La destrucción de la credibilidad del sistema político

Cuando los partidos prefieren destruir la credibilidad del sistema a reconocer sus potenciales culpas, la democracia y la calidad del Gobierno se deterioran

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de control al Gobierno. (EFE/Chema Moya)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de control al Gobierno. (EFE/Chema Moya)
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Todavía no sabemos en qué acabarán el caso Koldo y sus ramificaciones. Todavía es pronto para saber si la pareja de Isabel Díaz Ayuso cometió fraude fiscal o se lucró de manera ilegal o poco ética. Pero ya parece claro hacia dónde nos encaminamos.

La política española lleva seis años sumida en una polarización desmesurada, pero la corrupción era una parte secundaria del enfrentamiento. Ahora, sin embargo, ocupa el centro. Los dos grandes partidos han decidido defenderse acusando al rival de ser aún más corrupto. En público y en privado, el Gobierno ha afirmado ser víctima del odio de los medios de derechas. El PP madrileño ha declarado que está siendo acosado por “los poderes del Estado”. Eso es exactamente lo que hacen los partidos políticos antes de sumir a sus países en terribles crisis de legitimidad democrática: dedicar más tiempo a cuestionar el sistema que a defender su inocencia. Sobre todo, en un contexto de elecciones constantes y enormes incertidumbres legislativas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente) Opinión
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Durante unos días, pareció que el PSOE iba a hacer lo correcto: afirmó que depuraría las responsabilidades de los corruptos de su partido y que expulsaría a los culpables. Pero le duró poco. Fue grotesco ver ayer al presidente del Gobierno resucitar a Marcial Dorado para convertir la sesión de control parlamentario en un espectáculo inútil. Después de que el PP lleve años diciendo que su prioridad es fortalecer la credibilidad de las instituciones y el Estado de derecho, Ayuso defendió la inocencia de su pareja identificando una conjura y denunciando una persecución.

El PSOE y Pedro Sánchez son los primeros responsables de esta situación. Utilizan desde hace tiempo la polarización para consolidar la fidelidad de sus votantes, aludiendo a la supuesta superioridad moral de su programa para eximirse de responsabilidades. Y más que lo harán ante las próximas elecciones catalanas. Pero ayer, Ayuso, que se enfrenta a un caso que parece bastante menos relevante, hizo algo peligroso: pensar que sus votantes son tan fieles que eso le exime de sus potenciales responsabilidades porque el Gobierno central es peor.

El camino de Italia o de Argentina

Otros países han sido testigos de cómo, cuando los partidos prefieren destruir la credibilidad del sistema a reconocer sus potenciales culpas, la democracia y la calidad del Gobierno se deterioran. Fue el camino que, en los años noventa, sumió a Italia en una crisis democrática ruinosa. Es, en parte, la vía que los peronistas argentinos han escogido durante décadas para intentar gobernar sin controles. En ambos casos, unos líderes carismáticos, procedentes del ámbito privado y los medios de comunicación, como Silvio Berlusconi y Javier Milei, hicieron creíble el lema “que se vayan todos” y se presentaron como una salvación que, al menos en el primer caso, nunca llegó; parece poco probable que el segundo lo consiga. Donald Trump y el mexicano Andrés Manuel López Obrador han culpado de todos sus errores a los jueces, los árbitros electorales, la prensa o la oposición. Sus partidarios han decidido seguirles y poner antes en duda los mecanismos democráticos que la probidad de sus líderes.

El bipartidismo en España es tan poderoso que es difícil que surjan líderes oportunistas como Berlusconi, Milei, Trump o López Obrador

El bipartidismo en España es tan poderoso que es difícil que surjan líderes oportunistas como Berlusconi, Milei, Trump o AMLO. De hecho, Podemos y Vox intentaron capitalizar otros momentos de descrédito político para ascender hasta el poder, pero debido a su propia ineptitud, y al arraigo del PSOE y el PP, no han pasado de ser partidos relativamente pequeños. Pero no tardarán en darse las condiciones para que algún líder antipolítico, que acuse a los dos grandes partidos de representar la misma cultura de la trampa, que les denuncie como una casta, que exija la llegada al poder de alguien ajeno a los poderes tradicionales, lo intente de nuevo. Su triunfo es improbable, pero la prioridad de estos dos partidos debería ser evitar siquiera que se den las circunstancias propicias. Visto lo de ayer, sin embargo, y el perpetuo ciclo electoral en el que vivimos, parece un destino inevitable.

La democracia por encima de los partidos

A algunos, que gobierne uno u otro partido sistémico nos parece importante, pero algo secundario con respecto a la verdadera prioridad de la democracia: que el sistema sea fuerte y creíble. Es probable que el Gobierno haya tenido algo que ver con la filtración de la inspección de la pareja de Ayuso, y Sánchez va a utilizar eso para intentar diluir los casos de corrupción de su Gobierno. Pero, aun así, el PP no debería imitar los modos y las tácticas que tanto, y con tanta razón, ha denunciado en quienes creen que la separación de poderes es una ficción o, peor aún, una molestia. Aunque el PP no sea el mayor responsable de la situación en la que nos encontramos, debe entender que también él es el guardián de la calidad del sistema.

Con sesiones parlamentarias como la de ayer, con acusaciones cruzadas de corrupción y peticiones a bulto de dimisión, con la tendencia a culpar al sistema antes que a tomar medidas efectivas, con un estado de campaña permanente, está en riesgo la credibilidad de la estructura política española. Esta siempre es frágil y su declive es una pendiente resbaladiza: la pérdida de confianza es cada vez más rápida y mayor. No sabemos quién podría beneficiarse de esta situación: quién sabe cuánto tardará en aparecer un oportunista que nos diga que tiene la clave para acabar con esta mala obra de teatro. Pero en todo caso, sí sabemos quién sale perjudicado.

Todavía no sabemos en qué acabarán el caso Koldo y sus ramificaciones. Todavía es pronto para saber si la pareja de Isabel Díaz Ayuso cometió fraude fiscal o se lucró de manera ilegal o poco ética. Pero ya parece claro hacia dónde nos encaminamos.

Política Caso Koldo García
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