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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Nostalgia de Convergència

CiU, la coalición de centro derecha que gobernó ininterrumpidamente en Cataluña durante un cuarto de siglo, fue un elemento vertebrador de la sociedad catalana y supo garantizar a la vez la estabilidad política

Foto: El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (EFE/Quique García)
El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (EFE/Quique García)
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Cuando revienta un partido político que ha ocupado una posición hegemónica y central en el sistema político, se abre una especie de socavón o zona cero que provoca toda clase de convulsiones durante mucho tiempo, hasta que se recupera el equilibrio.

Sucedió en España con la voladura de UCD, que abrió una década de partido dominante (el PSOE) y dejó la derecha española huérfana de una representación política competitiva hasta que Aznar se puso manos a la obra y construyó el actual PP. Estuvo a punto de suceder dos veces con el PNV: en 1984, con la escisión que provocaron Garaicoechea y Arzallus (el lendakari contra el partido y viceversa), y en 2004, cuando Ibarretxe perdió el oremus, se echó en brazos de la izquierda abertzale y se lanzó a un proceso rupturista que, afortunadamente, embarrancó antes de producir males mayores. La tercera, cuando Bildu arrebate al PNV la hegemonía del nacionalismo vasco con la ayuda impagable de Sánchez, podría ser irreversible. A partir de ese momento, el País Vasco estará tan descoyuntado y fuera de control como lo ha estado Cataluña en la última década.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Con todas las observaciones críticas que se quieran añadir, es un hecho objetivo que Convergència i Unió, la coalición de centro derecha que gobernó ininterrumpidamente en Cataluña durante un cuarto de siglo, fue un elemento vertebrador de la sociedad catalana y supo garantizar a la vez la estabilidad política, un grado justo de reivindicación nacionalista compatible con el respeto al marco constitucional y una presencia influyente —con frecuencia, ventajista— en la política española. Convergència fue el instrumento político predilecto de la llamada “burguesía catalana” (una criatura cuyo carácter mitológico provenía del hecho de que Cataluña fue el primer lugar de España donde existió algo parecido a una burguesía social y culturalmente dominante). Al margen de lo que luego se ha sabido, el pujolismo fue un gran invento político y Jordi Pujol, un maestro del populismo institucional.

Foto: El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (Europa Press/David Zorrakino).

El invento lo empezó a romper Artur Mas en 2012 cuando, en un ataque de pánico, se subió atropelladamente al carro del independentismo. La responsabilidad histórica en la que incurrió aquel tipo, tan atildado como insensato, es de las que justifican encerrarte en casa de por vida y no volver a aparecer en público jamás. De poco le sirvió, porque, además de perder votos a raudales, los radicales lo vetaron y buscaron para sustituirlo a un orate que oficiaba de alcalde de Girona.

Lo demás es historia sabida. El orate se puso a la cabeza de una sublevación institucional que, en realidad, nunca controló, y la cosa terminó con él convertido en un fugitivo de la Justicia, su Gobierno disuelto, la sociedad catalana convertida en una especie de Ulster sin terrorismo, el partido de Pujol destruido y su eterno rival, ERC, encaramado al poder y mandando en Madrid como nunca mandó Pujol.

Foto: Jordi Pujol saluda a Xavier Trias en el acto de presentación del candidato. (EFE/Marta Pérez)

La encuesta que hoy publica El Confidencial muestra algo que ya sabíamos: que la batalla por el Ayuntamiento de Barcelona es la más abierta y competida de todas las que se librarán en España el 28 de mayo. Con cuatro candidaturas en un margen de ocho puntos, cualquier resultado es posible. Además, sugiere otras dos realidades que no eran tan obvias —al menos, visto desde fuera de Cataluña—: que la sociedad barcelonesa experimenta una fortísima pulsión por sacar a Ada Colau de la alcaldía y, junto a ella, un ataque agudo de nostalgia por algo que se parezca a la extinta Convergència.

En ese contexto, se producen simultáneamente el fortalecimiento del PSC tras la sustitución de Iceta por Illa y la reaparición —para muchos, providencial— de Xavier Trias, último espécimen del pujolismo clásico del que Josep Martí Blanch ofrece hoy un retrato espléndido. Él fue el último alcalde de Barcelona antes de Colau y en él depositan muchos barceloneses la esperanza de una resurrección de la ciudad tras el vandálico periodo de la ignara agitadora que ha estado a punto de cargarse una de las ciudades más hermosas y civilizadas de Europa.

Ciertamente, hay cuatro partidos en liza (el quinto, el PP, bastante tiene con obtener un digno 7% tras haber estado al borde de la extinción en Cataluña), pero, en realidad, esta carrera tiene aspecto de resolverse en una ajustadísima foto finish entre una marca rehabilitada, el PSC, y una persona reaparecida, Xavier Trias.

Foto: El expresidente catalán Jordi Pujol. (EFE/Alejandro García) Opinión

Lo formulo en estos términos (una marca contra una persona) porque esa es la imagen que ofrece la encuesta: el PSC recupera fortaleza corporativa, pero presenta al candidato más débil de los contendientes principales (que, por cierto, se expresa contra Colau como si no hubiera sido su primer teniente de alcaldía hasta hace pocas semanas). Por el contrario, toda la potencia sobrevenida de la candidatura de Trias deriva de su prestigio personal y de su férrea voluntad de borrar de su entorno cualquier vestigio de puigdemontismo. Trias per Barcelona es el nombre de su candidatura, el que aparecerá en las papeletas de voto. Toda evocación del engendro partidario que fundó el fugitivo de Waterloo ha sido desterrada de esta campaña. Esa fue la condición de Trias para encabezar la candidatura y se la aceptaron en defensa propia.

Les contaré un pequeño secreto interno de las encuestas. La respuesta a la pregunta de intención de voto es espontánea, no se sugiere ningún nombre o sigla. En esta ocasión, IMOP tuvo el buen criterio de ordenar a los entrevistadores que apuntaran separadamente las respuestas que mencionaban a Junts o Junts per Cataluña y las que mencionaban directamente a Trias, aunque luego se tabularan conjuntamente.

Pues bien, quienes recuerdan haber votado a JxCAT en 2019 responden que apoyarían de nuevo al partido. Pero prácticamente todos los votos que provienen de otras formaciones afirman espontáneamente que darán su voto a Trias. Algo se cuece aquí.

Lo que se cuece es que en 2019, con los energúmenos Forn y Artadi a la cabeza, el partido de Puigdemont quedó en quinta posición con un escuálido 10% del voto. Según la estimación de IMOP, Trias podría llegar a alcanzar un 24% y convertirse en el próximo alcalde de Barcelona. Con una participación similar, ello supondría una ganancia potencial de más de 100.000 votos respecto a la elección anterior, todos ellos atribuibles al candidato.

Lo notable de esa masiva afluencia de votantes a Trias es su procedencia, drásticamente heterogénea. Rompiendo todas las barreras establecidas, el candidato convergente atrae a votantes procedentes de ERC, del PSC, de Ciudadanos-Valls y del PP: independentistas y españolistas, izquierda y derecha. De todos, menos de los comunes.

Y es que, como explica Josep Martí Blanch, la oferta política de Trias es irresistiblemente tentadora: se resume en librar a Barcelona de Colau. Si lo consigue, eso ganarán los barceloneses y perderemos los españoles, porque, probablemente, lo siguiente será verla en el Congreso de los Diputados, a la vera de Yolanda Díaz o ¿quién sabe? de ministra de Sánchez. Qué planazo, tú.

Cuando revienta un partido político que ha ocupado una posición hegemónica y central en el sistema político, se abre una especie de socavón o zona cero que provoca toda clase de convulsiones durante mucho tiempo, hasta que se recupera el equilibrio.

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