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Una Cierta Mirada
Por
Gobernar contra el Parlamento: hasta Sumar estorba
Atendiendo a la retórica de unos y otros, el PSOE y Sumar mantienen posiciones enfrentadas en todo lo que marcará la agenda de la segunda mitad de la legislatura
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La mal llamada “mayoría progresista” nunca fue real, al menos en lo que se refiere a esta legislatura. No lo es en ninguno de sus términos. No hubo tal mayoría política en las elecciones ni la hay en el Congreso de los Diputados (qué decir del Senado); y de ninguna manera puede considerarse progresista una amalgama informe en la que el populismo cleptocrático y retroizquierdista del partido de Sánchez, Ábalos y Santos Cerdán se mezcla y confunde con varios especímenes del nacionalismo reaccionario y xenófobo de raíz carlista, con los restos arqueológicos del Partido Comunista y con los albaceas testamentarios de ETA.
Lo que existió fue una colusión momentánea de signo negativo, sostenida no sobre una coincidencia ideológica y mucho menos sobre un programa de gobierno negociado y compartido, sino sobre el propósito de cerrar el paso al poder al partido de centro derecha que ganó las elecciones -obligado a su vez a contar con el apoyo de la extrema derecha cavernaria-. Sánchez no es presidente del Gobierno porque cuente con la confianza mayoritaria del electorado ni la del Parlamento; lo es única y exclusivamente para que no lo sea Feijóo. Su función no es la de un motor de la gobernación del país, sino la de un cerrojo que impide cualquier clase de gobernación efectiva.
El mecanismo de la moción de censura constructiva, que en Alemania tiene un efecto estabilizador y aquí bloqueador, hace el resto del trabajo. Si descoronar a Sánchez no comportara coronar en el mismo acto a Feijóo y si no existiese la certeza de que la derecha gobernaría tras unas elecciones anticipadas, el amo del PSOE habría sido desalojado de la Moncloa hace tiempo. Es un hecho constatado que quienes hicieron posible su investidura recelan de él tanto como él desconfía de todos ellos, en ambos casos con razón. Ello incluye el amasijo de grupúsculos, irónicamente llamado Sumar, al que arrendó una vicepresidencia y cinco asientos en el Consejo de Ministros con la única condición de no estorbar.
La descomposición del frágil tinglado sobre el que se montó este Gobierno se acelera mientras el suelo tiembla bajo nuestros pies, preludiando un terremoto histórico. Las cosas se han puesto verdaderamente serias en el mundo: no hay un solo analista que no evoque la atmósfera prebélica de las conflagraciones del siglo pasado. El club del que formamos parte y nos ampara, la Unión Europea, teme fundadamente por su supervivencia, constata su indefensión ante los colosos que pretenden repartirse un planeta fatalmente contaminado por la acción humana y procede a rearmarse apresuradamente para evitar que le pierdan el poco respeto que le queda y le pasen por encima. (Sí, presidente, esto se llama rearme y gasto militar, no “inversión en tecnología”, como lo de 2008 se llamaba crisis y recesión y no la grotesca “desaceleración” zapateril).
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El festival de derrotas que sufre la sección socialista del Gobierno a manos de sus presuntos socios cada vez que se abre en el Congreso la máquina de votar demuestra hasta qué punto la consigna sanchista de “gobernar sin el poder legislativo” evoluciona hacia algo aún más peligroso: gobernar contra el Parlamento. En la presente coyuntura, el partido de Sánchez sólo puede afrontar con garantías una votación parlamentaria si cuenta con el auxilio del Partido Popular, al que ataca con más saña cuanto más depende de él. Desprovisto de ese recurso de emergencia, cualquier votación en la que se embarque es una aventura con gran probabilidad de naufragio. Cuando no es Junts quien lo abandona es Podemos, o el PNV, o ERC (¿de verdad creyó lo de “amigos para siempre”?), o su mismísima vicepresidenta con la banda de siglas aldeanas que la secundan mientras maquinan cómo librarse de ella.
No es que no presente un proyecto de presupuestos en el Congreso por el riesgo de que lo tumben. Es que, si se atiene a lo que la Unión Europea le exige y aumenta realmente (no cosméticamente) el gasto militar, con la simple aparición del proyecto reventaría cualquier apariencia de mayoría y el propio Gobierno de coalición (más bien de colusión) y Sánchez se quedaría con los 120 diputados de su rebaño. Si, por el contrario, presentara un presupuesto engañabobos haciendo pasar como esfuerzo de defensa lo que no son sino movimientos contables de trilero, serían la Comisión Europea y sus colegas del Consejo quienes lo enviarían a hacer puñetas, que no está el patio para bromas. Cuando España tenga que dar la cara en Bruselas, no le admitirán que incluya en la cuenta las policías municipales, los guardias forestales o los contratos de Prosegur.
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Sería menos deprimente hacer a Yolanda Díaz el favor de tomarla en serio. Sería menos irrisorio suponer que una hipotética presidenta Díaz, con el poder ejecutivo en su mano, mañana mismo retiraría a España de la OTAN, presentaría un presupuesto congelando o reduciendo el gasto en defensa y vetaría en el Consejo Europeo todas las iniciativas destinadas a fortalecer la capacidad armamentística de Europa. Que, en consonancia con lo que está detrás de su discurso falsario, respaldaría abiertamente a Putin y condenaría a Ucrania a la condición de Estado satélite de Rusia. Esa es la posición de los pocos comunistas que quedan en el mundo, así que no resultaría tan extraño en ella. Por desgracia, ni siquiera se le puede conceder ese atisbo de seriedad y coherencia. Simplemente, se defiende de Iglesias, se hace valer ante la izquierda gourmet habituada a confundir el pacifismo con el apaciguamiento de los tiranos agresores y finge ser algo más que una sucursal domesticada del sanchismo.
Si Sumar creyera en lo que proclama y se respetara a sí misma, en la situación actual no podría permanecer ni un segundo en el Gobierno. Y si Sánchez creyera en algo que no fuera Su Persona, le sería imposible compartir el poder ejecutivo con una formación política que, además de discrepar en los asuntos esenciales en los que nos jugamos el pellejo, se permite también el lujo de votar contra él en el Parlamento. Hoy, hasta Sumar estorba.
Atendiendo a la retórica de unos y otros, el PSOE y Sumar mantienen posiciones enfrentadas en todo lo que marcará la agenda de la segunda mitad de la legislatura. Militan en bandos opuestos en la guerra de Ucrania y en el alineamiento geoestratégico del mundo; mantienen prioridades contrapuestas sobre la política de defensa, los compromisos europeos de España y el papel de la OTAN y de la Unión Europea; discrepan en la política fiscal, en la inmigratoria y en la territorial. Me pregunto si hay algo en lo que estén de acuerdo, salvo en aferrarse como lapas al poder. No hay en el mundo una coalición de gobierno que soportara tal volumen de contradicciones. Pero este es el drama al que se enfrenta la imaginaria “mayoría progresista”: no siendo ni una cosa ni la otra, diseñaron un gobierno para resistir cuatro años más en el poder sin gobernar, y llegó el momento en que se les exige gobernar y, además, hacerlo en el sentido opuesto a lo que predicaron durante décadas.
Por lo demás, resulta asombrosa la condescendencia impasible con la que yolandistas y podemitas asisten al espectáculo de la corrupción en la galaxia sanchista. Lo lamento por quienes creyeron de buena fe que lo de limpiar la política iba en serio.
La mal llamada “mayoría progresista” nunca fue real, al menos en lo que se refiere a esta legislatura. No lo es en ninguno de sus términos. No hubo tal mayoría política en las elecciones ni la hay en el Congreso de los Diputados (qué decir del Senado); y de ninguna manera puede considerarse progresista una amalgama informe en la que el populismo cleptocrático y retroizquierdista del partido de Sánchez, Ábalos y Santos Cerdán se mezcla y confunde con varios especímenes del nacionalismo reaccionario y xenófobo de raíz carlista, con los restos arqueológicos del Partido Comunista y con los albaceas testamentarios de ETA.