Tribuna Internacional
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Rusia será un vasallo de China y así empezará la guerra fría
Llevamos muchos años preguntándonos cómo funcionaría el mundo en el futuro inmediato. La invasión de Ucrania ha despejado el horizonte. No da pie al optimismo, pero es claro
Entre la niebla de la guerra, las incipientes consecuencias de las sanciones internacionales contra Rusia y con la seguridad de que la invasión de Ucrania tendrá enormes repercusiones en la economía global, se va aclarando algo que llevamos media década preguntándonos: ¿cómo será la nueva guerra fría?
En realidad, ni siquiera sabíamos si llamarla así. Los vínculos económicos entre China y Estados Unidos son tan intensos que es difícil describir su relación en los mismos términos que la relación que existió en el pasado entre el segundo y la Unión Soviética. Tampoco estaba claro cuáles iban a ser los bloques: ¿habría tres grandes potencias desiguales, Estados Unidos, China y la Unión Europea? ¿Se mantendría neutral la UE? ¿O más bien se echaría en brazos de Estados Unidos, como en la segunda mitad del siglo XX? ¿Tendría Rusia algún papel en todo esto?
Ahora la situación parece un poco más clara. La coalición entre Europa y Estados Unidos sigue existiendo, aunque por supuesto Donald Trump puede ganar las elecciones en 2024 y desbaratar de nuevo esa alianza. La UE parece al fin dispuesta a hacerse cargo de su defensa en mayor medida y a tener una autonomía estratégica parcial. Pero en cualquier caso, los intereses de lo que venimos llamando Occidente siguen convergiendo razonablemente, como ha demostrado la coordinación militar y de las sanciones económicas. Por otro lado, como contaba hace poco en este periódico Ángel Villarino, al Gobierno de Xi Jinping no le ha gustado en absoluto la invasión o, en todo caso, la manera ostensible con que se ha recurrido a una violencia extrema, pero ha visto en las sanciones una oportunidad única para arrastrar a Rusia hacia sí.
Rusia quedará desconectada de los mercados financieros occidentales y China le abrirá las puertas de los suyos. Las economías rusa y china son muy compatibles: la primera básicamente exporta materias primas e importa casi todos los productos manufacturados que consume, mientras que China básicamente importa materias primas (es muy probable que se quede con buena parte de las reservas de gas y petróleo que Occidente deje de comprar a Rusia) y exporta productos manufacturados. Esto redundaría en el intento de China de crear una zona financiera que no utilice el dólar, sino el renminbi. Decía recientemente Rana Foroohar, la especialista en mercados del 'Financial Times', que “todo esto respalda el objetivo a largo plazo de China de construir un mundo posdólar, en el que Rusia sería uno de los varios Estados vasallos, que establecería todas las transacciones en renminbi (...) Las finanzas son un pilar clave en la nueva competición de las grandes potencias con Estados Unidos”.
Esto, por supuesto, supondría una ironía histórica. Una parte notable de la élite rusa lleva siglos queriendo desconectarse en lo posible de Occidente. Que ahora por fin lo haga, pero para convertirse en un súbdito de China, será a largo plazo un golpe enorme para su orgullo. Durante buena parte del siglo XX, Rusia y China fueron países enemigos, en muchas ocasiones al borde del enfrentamiento bélico. La convivencia de estos dos nacionalismos promete ser cualquier cosa menos estable, por desigual que sea la relación.
Los valores también importan
Pero este nuevo alineamiento en dos bloques no solo se basa en los incentivos económicos y financieros, aunque estos sean muy fuertes. Supone además la confirmación explícita de que en la nueva guerra fría los dos bloques tendrán visiones esencialmente distintas de la forma de gobierno ideal: por un lado, las democracias liberales occidentales y, por el otro, dos enormes países con una fuerte tradición autoritaria y líderes con poderes casi ilimitados.
En los últimos días, Rusia ha cerrado dos emisoras de radio independientes, ayer amenazó con hacer lo mismo con Facebook —que, pese a las críticas que recibe en Occidente, es un medio de información veraz para muchos rusos— y previsiblemente aumentará las penas para los delitos de traición, que incluirán la desinformación sobre la invasión. En muchos sentidos, su sistema convergerá con el chino y traspasará esa delgada línea que existe entre el autoritarismo y la vocación totalitaria.
El enfrentamiento entre el modelo liberal y el autoritario-totalitario generará en Occidente las mismas dudas que suscitó la vieja Guerra Fría. Pese a su carácter no democrático, ¿acaso no son los regímenes jerárquicos y centralizados más efectivos a la hora de enfrentarse a problemas como la guerra o la inflación? ¿Serán capaces de tomar decisiones contundentes las democracias fragmentadas, con gobiernos precarios y una opinión pública muy influyente? Aunque ahora solo recordemos la última década de la Guerra Fría, cuando ya era evidente que Occidente iba a ganar, durante los 30 años anteriores las democracias tuvieron dudas reales sobre su superioridad.
La superioridad de la democracia
Siempre existió, sin embargo, una conciencia moral de que la democracia era superior y la esperanza de que a medio plazo esa moralidad redundara en una mayor eficiencia. Sí, aquí discutimos todo el rato, estamos divididos y resuenan voces discordantes y estridentes y, en última instancia, compiten muchos intereses que no se corresponden con los de la nación —esas son las razones por las que China y Rusia desprecian nuestro sistema—, pero podemos sostener la idea de que todo eso nos hace más fuertes, no más débiles. Es una creencia que ahora volverá a ponerse a prueba y haríamos bien en argumentarla convincentemente.
Una guerra fría definida, con dos bloques multinacionales con desigualdades internas que luchan por la hegemonía financiera y política, pero con pocas ganas de guerra y cierta dependencia económica mutua. A eso vamos. No podemos decir que sea un panorama alentador, pero al menos empieza a estar claro.
Entre la niebla de la guerra, las incipientes consecuencias de las sanciones internacionales contra Rusia y con la seguridad de que la invasión de Ucrania tendrá enormes repercusiones en la economía global, se va aclarando algo que llevamos media década preguntándonos: ¿cómo será la nueva guerra fría?