Tribuna Internacional
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La izquierda estadounidense se hace la autocrítica. La nuestra no tardará
En 2016, los progresistas no supieron explicarse el triunfo de Trump. Hoy, en cambio, se han sumido en la autocrítica y están abandonando algunas posiciones que consideran nocivas. Esa tendencia acabará llegando aquí
A mediados del mes pasado, se produjo un pequeño revuelo entre los medios conservadores de Estados Unidos. Alexandria Ocasio-Cortez, la joven congresista que encarna el progresismo millennial y ha defendido algunas de sus posturas más osadas, había modificado su perfil de X. Hasta entonces, aparecía en él su preferencia porque se refirieran a ella con los pronombres “she” y “her”, lo cual era una muestra de su apoyo a la autodeterminación de género. Pero eso había desaparecido. Se trataba de un hecho poco relevante, pero ¿era una señal de que, tras la victoria de Trump, la izquierda estaba revisando las posiciones que más rechazo provocaban entre los electores?
La explicación de entonces
Cuando Donald Trump ganó las elecciones de 2016, la izquierda estadounidense entró en estado de shock. ¿Qué podía haber pasado? Más allá de algunas críticas superficiales a la idoneidad de Hillary Clinton como candidata, decidió que la culpa no podía ser suya.
Esa victoria se debió a una interferencia electoral rusa, pensaron muchos. Las redes sociales habían distorsionado el debate público, señalaron. Los medios tradicionales atribuyeron el hecho a su propio declive. Muchos europeos, estupefactos por fenómenos como la aprobación del Brexit y el auge de la derecha radical, repetían cosas parecidas. Alguien tenía que estar engañando a la población para que votara a los malos.
Lo cierto es que la interferencia rusa de las elecciones, la basura generada por los algoritmos de las redes sociales y las fake news intencionadas son fenómenos reales. Pero, ante la segunda victoria de Donald Trump, una parte de la izquierda estadounidense ha adoptado una actitud mucho más madura: está haciendo una profunda crítica a las creencias que ha defendido durante los diez últimos años. Eso no significa que renuncie a sus principios. De hecho, ni siquiera toda la izquierda comparte esas críticas. Pero para volver a ganar, sienten muchos, hay que entender qué se ha hecho mal y revertirlo.
Esa victoria se debió a una interferencia electoral rusa, pensaron muchos. Las redes sociales habían distorsionado el debate público
Es interesante verlo desde este lado del Atlántico porque aquí siempre acabamos copiando las grandes tendencias políticas estadounidenses.
Los errores
Uno de los principales asesores de Joe Biden afirmó que la política neoliberal “dejó abandonados a muchos trabajadores estadounidenses y sus comunidades”. Es cierto. Pero los demócratas interpretaron que su regreso al poder en 2020 les otorgaba el mandato de rectificar ese neoliberalismo por medio de gigantescas inversiones públicas, una política industrial con motivaciones políticas y una fuerte retórica acerca del papel del Gobierno en la economía. Sobreinterpretaron ese mandato: en realidad, mucha gente piensa que ese cambio de rumbo ha favorecido a una élite y no a la ciudadanía en general, y que además ha generado una inflación sin precedentes.
¿Por qué los demócratas ya no cuentan con el apoyo de la clase trabajadora, ni siquiera cuando hacen políticas que parecen destinadas a ella?
Ayer mismo, en The New York Times, uno de sus periodistas jóvenes más célebres, Ezra Klein, se hacía preguntas muy relevantes para la izquierda que sonaban casi como una acusación: ¿por qué los demócratas ya no cuentan con el apoyo de la clase trabajadora, ni siquiera cuando hacen políticas que parecen destinadas a ella? ¿Por qué ya es sobre todo el partido de los licenciados universitarios?
Pero la economía es solo una parte. Hoy, muchos en el partido demócrata, que nunca ha sido una formación woke pero que se ha cuidado de no contradecir con demasiado énfasis los postulados de esta nueva izquierda, piensan que han sido cobardes al no mostrar su disconformidad. Lo woke era un movimiento que podía tener cierto sentido en los estudios sociales universitarios, en el activismo comunitario o en la prensa intelectual, piensan. Pero permitir que llegara a ocupar el centro del debate político fue un suicidio que mostró a los progresistas como unos radicales. Aunque se haya exagerado su importancia, quizá la decisión de Ocasio-Cortez de difuminar su apoyo a la causa vaya en esa dirección.
Además, toda la estrategia política del partido demócrata estaba construida alrededor de la relación entre la población blanca y las minorías. Dado que la población perteneciente a las minorías era cada vez más numerosa y, supuestamente, tiende a votar a los demócratas, estos solo tenían que consolidar una coalición de minorías para vencer. Pero no ha sido así: las minorías no son monolíticamente demócratas; algunas, son cada vez más conservadoras y se alinean con posiciones religiosas, antiabortistas y de rechazo a la inmigración. Y es probable que quienes se presentaban como los líderes de esas comunidades tuvieran posiciones mucho más radicales que la mayoría de sus miembros.
En los ámbitos empresariales y de las grandes instituciones que en estos últimos años han orbitado alrededor de la nueva izquierda también se están produciendo cambios de rumbo. Ante el retorno de Trump a la Casa Blanca, muchas grandes empresas, e incluso algunas universidades de élite, como el MIT o Harvard, están dando marcha atrás con sus políticas de compromiso con el pluralismo de género y etnia y sus criterios de inversión ESG. Algunas de ellas asumen que contenían grandes errores porque exigían a sus profesionales credenciales ideológicas que estaban fuera de lugar, daban a sus estudiantes el derecho de veto o simplemente no eran rentables.
¿Y Europa?
En Europa, hoy la izquierda también está en declive. Gobierna en España y Alemania, pero en esta última dejará de hacerlo muy pronto. Y manda también en Dinamarca, por ejemplo, pero se trata de una izquierda con ideas económicas, migratorias y morales que un sureño apenas identificaría como socialdemócratas. Solo es cuestión de tiempo que el cambio de rumbo llegue también a España. Se trata solo de otra anécdota, pero la decisión del PSOE de eliminar de su comunicación sobre las políticas de género la Q y el signo +, que identifican a los géneros no binarios, y sus intentos de poner más énfasis en las políticas económicas que en las identitarias van en esa dirección. No será un cambio que aquí se afronte con la franqueza con la que se está haciendo en Estados Unidos. Y en ningún caso será un cambio radical, sino gradual. Hace un par de semanas escribí que el mundo está girando a la derecha. Quiera o no, la izquierda también tendrá que hacerlo.
A mediados del mes pasado, se produjo un pequeño revuelo entre los medios conservadores de Estados Unidos. Alexandria Ocasio-Cortez, la joven congresista que encarna el progresismo millennial y ha defendido algunas de sus posturas más osadas, había modificado su perfil de X. Hasta entonces, aparecía en él su preferencia porque se refirieran a ella con los pronombres “she” y “her”, lo cual era una muestra de su apoyo a la autodeterminación de género. Pero eso había desaparecido. Se trataba de un hecho poco relevante, pero ¿era una señal de que, tras la victoria de Trump, la izquierda estaba revisando las posiciones que más rechazo provocaban entre los electores?
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