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La España vacía solo es la España ignorada

Lo del país vaciado es un consuelo político para no reconocer que ahí viven personas que no reclaman caridad sino justicia social

Foto: Imagen de ddzphoto en Pixabay.
Imagen de ddzphoto en Pixabay.

Desde tiempos de Juncker, por Bruselas circula una consigna política que dice: Europa es excedentaria en producción de alimentos y deficitaria en tecnología, entonces ¿por qué seguimos subvencionando la producción de alimentos y no la de tecnología? Y concluye afirmando que la política agrícola debería devolverse a los Estados miembros y el presupuesto comunitario gastarse en el reto tecnológico. Grandes contribuyentes, como Francia o Alemania, impulsan este reenfoque de la política agraria común, convencidos de que sus agricultores recibirían más ayudas si su aportación no tuviera que repartirse con el campo español o polaco, por ejemplo.

El fondo de recuperación poscovid resulta en algún sentido coherente con este cambio político, pues incentiva la transformación ecológica y digital a costa de reducir considerablemente, amén de otros programas, las subvenciones agrícolas y ganaderas.

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Lo que a los mandarines de Bruselas se les escapa es que no se trata de escoger entre producir mantequilla o cañones, lechugas u ordenadores, sino de algo más delicado y políticamente de mayores consecuencias, como es fijar la población en el territorio, garantizarnos la autosuficiencia y la calidad alimentaria, conservar el estilo europeo de vida y asegurarnos de que la inevitable revolución económica que se está produciendo no deja tras de sí una legión innumerable de perdedores.

Seguramente producimos alimentos de sobra y nos falta tecnología, de acuerdo, pero los productores de alimentos constituyen la población que estará de sobra en la economía digitalizada, ¿no es esa razón suficiente para no dejarlos atrás? O, dicho de otro modo, si ya hemos perdido casi todas las carreras de la economía digital, la de inteligencia artificial sin ir más lejos, si somos una colonia digital disputada por EEUU y China, ¿no sería inteligente no perder al menos nuestro liderazgo en la producción de alimentos seguros y de calidad?

La subida del precio de la energía que vendrá como consecuencia de la lucha contra el cambio climático, en un continente que no tiene gas y que ha decidido cerrar las nucleares, todavía castigará más a quienes viven lejos de los grandes centros urbanos y se benefician mal de la competencia entre distribuidores, de la versatilidad de los motores más modernos, pero más caros, y de cualquier servicio público.

Foto: Imagen de Steve Buissinne en Pixabay. Opinión
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Durante mucho tiempo, hemos supuesto que la revolución digital dejaría atrás segmentos sociales divisibles horizontalmente, como bloques generacionales o capas sociales con menos oportunidades; lo que no se esperaba es que cayera un corte vertical de la población como el que se está produciendo entre el campo y las megalópolis. Y, lo que es peor, que los políticos, cegados por el brillo y la locuacidad del discurso tecnológico, fueran los primeros en impulsar con sus decisiones presupuestarias la caída de esa guillotina territorial. Los próximos chalecos amarillos vendrán a lomos de tractores cuando la pobreza energética se ensañe en especial con las zonas rurales, y entonces no habrá remedio.

Se produce la paradoja de que la despoblación del medio rural en realidad soluciona un problema político mayor que el que crea. Si el campo se despuebla, la complicación de mantener la población en el campo se resuelve sola: no quedando habitantes, se acaba la exigencia de atención política. En la sociedad digital, no tener que llevar los servicios públicos, la cobertura wifi o 5G, las infraestructuras y la democracia hasta el último rincón del territorio es una ventaja competitiva. Para los políticos, es mejor un campo vacío que un campo lleno. Ciertamente, en el universo digitalizado nada hay más analógico que la población rural. No digo la agricultura, las tareas agrícolas pueden ejecutarlas robots, digo la población rural, con su abominable y cara manía de vivir de forma presencial, y que se diluyera hasta hacerse invisible facilitaría mucho eso que ahora se conoce como 'la gobernanza'.

Foto: Proyecto Éxodo
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La despoblación trabaja a favor de la llamada sociedad digital y de las políticas que pretenden impulsarla. Ignorarlo, creer que existe interés público en que la población siga dispersa y a la suya, es no conocer las fuerzas que impulsan las políticas de moda.

En toda Europa se están creando partidos agrarios, en España también, ahí está Teruel Existe y sus posibles extensiones provinciales. Aunque aún no los veamos, y de ellos vendrán los próximos cabreados. Mientras la población enfadada nos siga provocando con la bandera con el aguilucho, con la defensa anacrónica de los toros y la caza o con comentarios machistas, será fácil tacharla de facha y dejar que Vox catalice el malestar, pero ¿qué haremos cuando los dejados atrás no entren en la ciudad pidiendo expulsar a los inmigrantes o cantado lo del "Nadie en el Tercio sabía…", sino simplemente exhibiendo su recibo de la luz, su boca sin dentista, sus hijos sin escuela, su desigualdad, su desnudez política? ¿Cómo detendremos a los miserables que decidieron vivir separados de las capitales?

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La España vacía no existe. Con más o menos ciudadanos, toda España está habitada. Lo del país vaciado es un consuelo político para no reconocer que ahí viven personas que no reclaman caridad sino justicia social. Según Eurostat, España es el tercer país más urbano de Europa, con un 48,5% de ciudadanos viviendo en ciudades, pero eso deja casi al 50% restante en poblaciones intermedias o en el medio rural. Si con casi el 50% de la población en el campo este se encuentra despoblado, igual lo estarán las ciudades, ¿no? En España, en comparación con Europa, hay poca gente en todas partes, también en las capitales, con lo que dejemos lo de la España vacía y hablemos más propiamente de la España ignorada.

Y en este contexto, la presidenta del Ejecutivo europeo acudió el pasado miércoles a Estrasburgo para pronunciar su discurso anual sobre el estado de la Unión y dedicó cero segundos, cero palabras, a lo largo de cuatro horas de debate, a la agricultura y a la población rural.

placeholder La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)

La presidenta dedicó su intervención a resaltar el trabajo realizado por la Unión Europea durante los últimos 12 meses y los retos que tenemos por delante en los próximos años. Pocas cosas se quedaron en el tintero. Habló sobre la transición energética y la revolución digital, pasando por el refuerzo de las competencias en materia de salud o la necesidad de dotar a la Unión de músculo militar propio. Pero de agricultura, nada.

No puede achacarse a un simple despiste. Un discurso de tanta envergadura pasa por muchas manos antes de llegar a la mesa de la presidenta, incluyendo, por supuesto, los despachos de todos los comisarios, entre ellos, suponemos, el responsable de Agricultura, el polaco Janusz Wojciechowski. Por lo tanto, estamos ante una decisión premeditada que nos adelanta una realidad no por inevitable menos dolorosa: el mundo rural desaparece de la agenda pública europea, en favor del mundo digital.

Von der Leyen lo dejó meridianamente claro en su discurso: es en el sector digital donde va a poner la Comisión toda la potencia de fuego inversora durante los próximos años. De hecho, más del 20% del presupuesto del Next Generation EU se destinará a gasto digital. En contraste, el marco financiero plurianual para el periodo 2021-2027 prevé un recorte del 10% de los fondos agrícolas. Y les auguro que esa será la tónica a partir de ahora.

Foto: Foto: Netco. Opinión

No podemos permitirnos el lujo de perder nuestra autosuficiencia alimentaria, más aún cuando, sin ánimo de ser pesimista, el mundo camina a paso de vértigo hacia la escasez de recursos, tanto energéticos como alimentarios.

¿Qué pasaría si mañana toda la producción agrícola y ganadera —las legumbres, los vegetales, la carne de ternera— estuviese, por así decirlo, externalizada, y se produjese una disrupción en el transporte internacional como la que ha ocasionado por ejemplo la pandemia? ¿A qué precio pagaríamos una barra de pan, un litro de leche o un filete si las importaciones de cereal, leche o vacuno fuesen necesarias para asegurar el abastecimiento por insuficiente producción europea?

Está muy bien tener un iPhone en el bolsillo. Pero no hay que descuidar la cesta de la compra.

Foto: Vista de Cubo de Hogueras (Soria), uno de los pueblos sorianos de la España vacía. (EFE)

Hay una parte del mundo que se siente cada vez más olvidada y marginada por parte de quienes toman las decisiones. Hombres y mujeres que han quedado atrapados entre dos mundos, el analógico y el digital, incompatibles e irreconciliables. Familias enteras que ven no solo cómo se les cierran las puertas de la formación y del mercado laboral, sino que además sus salarios se vuelven insostenibles para mantener los costes básicos de la vida, como pagar el alquiler, los estudios de los hijos o la factura del agua y de la luz.

Empieza a existir una preocupación lógica y legítima sobre quién terminará pagando los costes de la transición ecológica. Y la sospecha recae nuevamente en los de siempre, los más pobres y vulnerables. Los desfavorecidos de la sociedad. Esto es sencillamente inaceptable. Para ser efectiva, esta transición verde y digital, además de económicamente eficiente, debe ser socialmente justa.

Desde tiempos de Juncker, por Bruselas circula una consigna política que dice: Europa es excedentaria en producción de alimentos y deficitaria en tecnología, entonces ¿por qué seguimos subvencionando la producción de alimentos y no la de tecnología? Y concluye afirmando que la política agrícola debería devolverse a los Estados miembros y el presupuesto comunitario gastarse en el reto tecnológico. Grandes contribuyentes, como Francia o Alemania, impulsan este reenfoque de la política agraria común, convencidos de que sus agricultores recibirían más ayudas si su aportación no tuviera que repartirse con el campo español o polaco, por ejemplo.

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