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Prueba de agudeza visual: distinga un partido populista de uno sistémico
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Juan Soto Ivars

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Prueba de agudeza visual: distinga un partido populista de uno sistémico

¿Qué distingue hoy a un partido populista de uno sistémico, más allá de la retórica? Ejemplos de trapacerías y movimientos antisistema hay de sobra en los tradicionales

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Iván Tomé)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Iván Tomé)
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Tiene que ser maravilloso estar en el pellejo de Santiago Abascal y enfrentar unas elecciones autonómicas como quien se va de cañas. En Castilla y León, Vox podía haber colocado una vaca de candidato (de hecho, no hay evidencias de que haya ocurrido otra cosa) y obtener un resultado magnífico. Un resultado magnífico significa, para estos partidos, asentarse como fuerza minoritaria y clave para que gobierne otro. Mandar sin mandar del todo.

En esas elecciones castellanoleonesas no ha pasado nada ajeno a la nueva rutina de la democracia española, que es la erosión de las instituciones bajo el viento populista, con la connivencia de los partidos 'del régimen'. La suma final puede inclinarse a la izquierda o la derecha según el territorio y las opciones, pero lo de Ayuso, salir tan fuerte de unas elecciones como para marcar las reglas desde un partido del sistema, es una quimera.

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el candidato de esta formación a la Presidencia de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo. (EFE/Pablo Requejo)

La mera idea de 'partidos del sistema' empieza a ser también, cada vez más, quimérica. El secreto de Ayuso fue mostrarse como la antisistema del PP. Lo que a Cayetana le salió mal en Cataluña, que es una plaza imposible para el PP, le salió bien a Ayuso en Madrid. Desde coordenadas conservadoras, se la podía votar con asco por la izquierda o desprecio por Casado y el 'buromundo' de Génova. Se la podía votar como se vota a Vox.

En este sentido hay una rima entre Ayuso y Sánchez que quizá no se ha subrayado suficiente. A Sánchez también se le votó cuando parecía ser la opción anti-PSOE del PSOE. Sus viajes en coche, su enfrentamiento con Díaz y la siniestra gestora, los ataques que le dedicaron 'El País' y Felipe González y su vaporoso discurso de 'hizquierda berdadera', que recordaba a las camisetas del Che Guevara de oferta en Primark, supusieron la diferencia.

Foto: Pedro Sánchez, en un acto de campaña en Soria. (EFE/Wifredo García) Opinión

Sánchez y Ayuso, ambos tildados de idiotas y mediocres antes de sus ascensos meteóricos, tuvieron la astucia de entender que España recela de los partidos del sistema y que los candidatos con más opciones frente a los populistas han de parecer populistas. Sin embargo, deben ser leídos también como el síntoma de la 'populización' de los partidos sistémicos. Al final, es la inercia de las instituciones y el manejo de la realidad lo que los templa. Pasa con Sánchez en Moncloa y con Ayuso en la CAM.

Sin embargo, parecer populista entraña sus peligros. Es el único 'cambio de ciclo' que me interesa, más allá de que en el futuro gobierne un Casado sometido a Vox o, de nuevo, un Sánchez sometido a los independentistas. Aquella serie de 'Years and Years' lo explicó muy bien: en este ciclo que domina la política de países con un sistema electoral parecido al nuestro, los partidos radicales y minoritarios compran barato un poder inmenso porque atesoran las llaves de la gobernabilidad.

Foto: Santiago Abascal en el cierre de campaña. (Europa Press/Ivan Tome) Opinión
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No pasa en Francia porque hay primera y segunda vuelta. La victoria de Macron en 2017 fue un todos contra Le Pen. Se llevó el 66,10% de los votos frente al 38,6% de la extremista. Si aquel país funcionara como España, con una sola ronda, el Frente Nacional ya habría cortado el bacalao. Aunque los regímenes con 'duelo a dos' pueden terminar como Estados Unidos. No se sabe qué es peor.

Para un Estado como España, la única opción antipopulista es la de Alemania: pactos entre socialdemócratas, verdirrojos, liberales y conservadores para esquinar a los partidos que amenazan las estructuras de la democracia. Esto requiere una confianza en el sistema tan grande por parte de los partidos sistémicos como para dar su apoyo al adversario, partiendo de la base de que tu adversario juega con las mismas reglas que tú, y esto lo distingue de tus auténticos enemigos.

En España, de seguirse esa máxima, hubiera gobernado el PSOE con Ciudadanos gracias a un apoyo muy negociado por parte del PP y quizás algún nacionalismo. Fue en aquel momento de ruptura cuando saltó todo por los aires. Los partidos del sistema prefirieron a los populistas de su espectro ideológico. Incapaces de abandonar el enfrentamiento de bloques, regalaron a los extremos las llaves de cualquier gobernabilidad. También se acentuó el proceso de desprestigio interno de estos partidos. Casado es una caricatura mal dibujada, pero se reconoce perfectamente de quién.

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado. (Getty Images/Sean Gallup) Opinión
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¿Qué distingue hoy a un partido populista de uno sistémico, más allá de la retórica? Ejemplos de trapacerías y movimientos antisistema hay de sobra en los partidos tradicionales. El estúpido anticipo electoral de Mañueco en Castilla y León, el boicot al Consejo General del Poder Judicial, los indultos de Cataluña y Juana Rivas o meter el chantaje de la aprobación de las mascarillas en exteriores en un decreto para subir las pensiones son algunos ejemplos. PP y PSOE, mirando por su propio beneficio, ponen el sistema mirando a Cuenca (o a Castilla y León) cuando les conviene.

Sin que esto los haga iguales a los netamente populistas, los acerca en el sentido de la corrosión de las instituciones.

Tiene que ser maravilloso estar en el pellejo de Santiago Abascal y enfrentar unas elecciones autonómicas como quien se va de cañas. En Castilla y León, Vox podía haber colocado una vaca de candidato (de hecho, no hay evidencias de que haya ocurrido otra cosa) y obtener un resultado magnífico. Un resultado magnífico significa, para estos partidos, asentarse como fuerza minoritaria y clave para que gobierne otro. Mandar sin mandar del todo.

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