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España is not Spain
Por
Cómo conocí a Cristina Fallarás
Fallarás es fuerte porque maneja el material perverso que tantas injusticias provocó hasta que el Estado de derecho vino a arreglarlo: el cotilleo, la intimidad expuesta y deformada por la malicia, la delación anónima
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No sé cuánta pasta se ha levantado Cristina Fallarás con su versión sensacionalista e inquisitorial del feminismo, ni me importa. No sé cuánto beneficio ha extraído de su cercanía pelota a figuras como Irene Montero o Pablo Iglesias, de sus intervenciones -a veces caricaturescas- en actos de campaña. Tampoco sé si el libro cuya publicación anuncia justo cuando un anónimo de su Instagram revienta a Errejón forma parte del cálculo.
Los libros tampoco venden mucho, en cualquier caso. Y no creo que Fallarás lo haga todo por la pasta. Quizás por intento de permanecer en un lugar de influencia. Quizás por traumas personales suyos. Quizás por ego. Lo que me sorprendería es que haga las cosas por las mujeres, por los demás, pero nadie sabe. Vete a saber.
Pero me interesa, de Fallarás, cómo en los últimos tiempos usa el amedrentamiento, la hipérbole y el sentimentalismo para llenar ese espacio, entre la política y el salseo, desde el que se cimienta una versión falsa de las relaciones entre hombres y mujeres. Un choque en la dialéctica del bien y del mal, de efectos devastadores para unos y otras.
Me interesa también su relación con medios de comunicación sensacionalistas. Y sobre todo, esa elevación del cotilleo anónimo a un espacio de credibilidad dogmática y acrítica. Cristina Fallarás, en su versión actual, cristaliza todo lo que el lema “yo sí te creo” tiene de peligroso. Porque una cosa es apoyar a las víctimas y otra montar un circo, y hacer de maestra de ceremonias, bajo la premisa de que las mujeres no tienen la facultad de mentir, ni acceso posible a la maldad, axioma que las convierte al mismo tiempo en ángeles e infrahumanas.
La Fallarás que veo en la tele y leo en Público desde hace unos años no se parece a la que frecuenté. La conocí cuando yo era un bisoño sin un duro y ella había salido del medio digital que montó Arcadi Espada. Entonces creó una web, “Sigueleyendo”, que era un cruce entre librería de segunda mano, revista literaria y minieditorial de ebooks. Ella me invitó a participar y yo estuve algunos meses trabajando gratis. Fallarás me decía, y no le faltaba razón, que uno tiene que hacerse un nombre y luego, cuando empieza a generar dinero, esforzarse por permanecer.
Para mí, Cristina Fallarás, en su versión actual, cristaliza todo lo que el lema "yo sí te creo" tiene de equivocado y aterrador
Me dio entonces muy buenos consejos. En Sigueleyendo publicaron, además de mis articulitos de principiante, el ebook de mi novela Siberia. La editorial que la sacó en papel cerró al poco tiempo pero
Cuento lo del libro porque el tema de aquella novela era la violación. Se supone que Cristina Fallarás la leyó y le gustó, si la puso en su catálogo. No debió hacerle mucha marca, sin embargo, porque la escribí en 2008 y esto prueba que los hombres normales nunca hemos necesitado sermones que nos expliquen el consentimiento, y mucho menos cursillos, como la directiva de Sumar.
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En aquella época viví junto a Fallarás escenas sórdidas y memorables, divertidas. La clase de escenas que a uno le vuelven transigente con los defectos ajenos porque todos hacemos el idiota con varias copas de más y alguna otra sustancia. Fallarás se tomaba un par de vinos y era muy divertido oírla despotricar de todo el mundo, que es lo que hace la gente de la cultura cuando se junta. Luego le perdí el contacto y me reí menos cuando empecé a tener éxito y me dijeron que ella me tildaba de fascista y que tuvo su influencia en que no me invitaran a ciertos saraos.
Que Fallarás me boicoteó es algo que me ha llegado por testimonios. Testimonios son lo que vende Fallarás ahora. Los de su influencia contra mí, podrían ser ciertos o falsos. La verdad es que todo eso me lo contaron mujeres. ¿Seguimos manteniendo que las mujeres no inventan, Cristina?
El otro día, gracias a este ambiente enfermizo de paranoia sexual brotado de su Instagram, una chica en Twitter intentó destruir a Antonio Maestre aireando unas conversaciones privadas en las que el periodista ligaba inocentemente con ella. Maestre ha hecho muy bien denunciando esta infamia, y a los que se hicieron eco para dañarlo. Bien, Cristina: ya sería casualidad que esa mujer sea la única con intenciones deshonestas a la hora de contar sus experiencias.
¿Habéis oído hablar a Elisa Mouliaá, la que denunció a Errejón en la policía cuando vio el ruido en las redes? El País ha tenido que sacar un artículo con expertas diciendo de nuevo que no hay una víctima promedio. De verdad: ¿la habéis oído? ¿La habéis oído decir "es verdad que paró, paró", "osea, es que he sido un ensayo"? ¿Queremos que este sea el estándar? ¿Ahí está la línea? ¿Con este pedazo de chismorreo nos basta para hundir a alguien?
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Pese a la realidad, Fallarás ha tomado una decisión disparatada. Dice que el cotilleo es la verdad, y que la intimidad no existe porque es un terreno político, y que las historias de hombres y mujeres no tienen dos versiones, sino una sola, y que ahí no puede haber falsedad ni adorno o distorsión por la memoria falible o el resentimiento. Con esto ha convertido el chisme en un arma, y la empuña con fiereza.
Se dice estos días que su labor en Instagram es positiva. Es mentira. En el mejor de los casos, su perfil de Instagram sirve como desahogo a mujeres que han sufrido violencia sexual. No es poca cosa, pero cuando Fallarás anima a las mujeres a denunciar por ahí, en ese “espacio seguro”, y afirma que en comisaría y el juzgado no creen a las víctimas, está haciendo a las víctimas más daño que beneficio. Es absolutamente falso que su Instagram sea el sitio adecuado.
José María Olmo le preguntó en Telecinco: si cualquiera puede abrir un perfil falso y mandar testimonios inventados, ¿cómo sabemos que su Instagram no está lleno de fraudes? Ella respondió que nadie se abriría un perfil falso para contar que su jefe o su padre la violó. Esto es absurdo: por esa regla de tres, en internet no habría mentiras, menos todavía difundidas por anónimos, y tampoco sabríamos quiénes son María Sevilla o Juana Rivas.
Pero es que además, de una forma retorcida, también le estaba diciendo a Olmo algo que atenta contra el periodismo más elemental. Le estaba diciendo que ella no tiene por qué verificar nada, que la verdad fluye, pero no lo hace la mentira. “Yo sí las creo”, remató.
En esos miles de textos, seguro que hay testimonios veraces, pero también los habrá distorsionados y falsos
Bien. Es cosa suya creer lo que dice cualquier caja de texto enviada por una persona anónima. Es perfectamente libre de hacer un libro con eso. Y está bien que la gente tenga un cauce para desahogarse. Pero nadie puede exigir al resto que de ahí se haga un diagnóstico sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres, ni que todo sea creíble. En esos miles de textos, seguro que hay testimonios veraces, pero también los hay distorsionados y falsos.
Fallarás no ha querido hacer ningún trabajo de verificación y eso le resta el valor a los testimonios ciertos, puesto que nadie puede saber cuáles son. Es culpa de Fallarás y su barra libre que la mierda se mezcle con las lágrimas. Y el hecho de no dar los nombres de los malvados y sus víctimas tampoco me parece que sea filantrópico. Se cubre las espaldas si no da nombres.
Además, el anonimato induce al terror. Fallarás ahora galopa por los medios llena de suficiencia y desliza una amenaza. Sabe que muchos hombres se sienten aterrorizados por pequeños malentendidos sexuales del pasado. No me refiero a violadores impunes, sino a tipos que han visto cómo a Errejón, Carlos Vermut o Rubiales se les trataba como basura y se les condenaba socialmente por hechos que tal vez los retraten como malos amantes, pesados, gilipollas u hombres insensibles, pero difícilmente serán considerados delictivos.
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Puede que Fallarás crea estar en el lado bueno de la historia, pero donde está es en el lado de los fuertes. Los fuertes son los que pueden hacer daño sin que se lo devuelvan. Y Fallarás es fuerte porque maneja el material perverso que tantas injusticias provocó hasta que el Estado de derecho vino a arreglarlo: el cotilleo, la intimidad expuesta y deformada por la malicia, la delación anónima.
Su actitud en la tele, amenazando veladamente y asegurando que van a rodar cabezas, recuerda al matonismo de Alvise Pérez. De modo que Fallarás, vaya paradoja, se está comportando con la excusa feminista como el peor machirulo que habita en sus pesadillas.
No sé cuánta pasta se ha levantado Cristina Fallarás con su versión sensacionalista e inquisitorial del feminismo, ni me importa. No sé cuánto beneficio ha extraído de su cercanía pelota a figuras como Irene Montero o Pablo Iglesias, de sus intervenciones -a veces caricaturescas- en actos de campaña. Tampoco sé si el libro cuya publicación anuncia justo cuando un anónimo de su Instagram revienta a Errejón forma parte del cálculo.