Mira que me suena todo esto. Lo que he visto desde que empezaron a investigar a Begoña; lo que he visto durante los últimos dos años de manipulación desaforada y llamamientos a las masas “por la democracia”; lo que he visto en el juicio al fiscal general y oído tras su condena; lo que queda por ver: mira que lo habré visto veces. Tantas veces lo he visto que puedo contar lo que pasará.
Pasé en Cataluña los años mágicos: de 2010 a 2024. Vi cómo empezaba a despertarse la causa contra los Pujol y el 3%; cómo la Convergència del heredero Mas se hacía indepe a continuación a toda prisa; cómo unas élites que necesitaban carretera para correr ante el embate de la Justicia hicieron que las masas los siguieran en su alocada carrera hacia ninguna parte.
Vi entonces por primera vez a políticos de la élite parasitaria lanzar sobre la población atolondrada su mordisco final. Si hasta entonces se habían contentado con robar y perpetuarse en el poder enfrentando a la gente en torno a nociones simbólicas, ahora iban a utilizarlos como ariete contra un enemigo feroz. Se envolvieron de gente normal como el militante de Hamás de mujeres y niños.
No fue difícil que la élite catalana se amurallara entre contribuyentes embebidos de pasión, porque en Cataluña habían alimentado el fogón nacionalista durante toda la transición a base de pequeñas mentiras y medias verdades. Esa energía latente, ese calor de multitud, se convirtió en fuego furibundo cuando la élite lo consideró necesario y empezó aquella ensoñación que llamamos 'procés'.
Desde una televisión pública catalana absolutamente arrodillada a las consignas, las imágenes aéreas de las cámaras instaladas en helicópteros exhibían el músculo social de un diminuto núcleo de vampiros manipuladores: la clase política nacionalista. Ese músculo enviaba un mensaje tan contundente y poderoso como las imágenes distorsionadas de Tv3: somos el pueblo, somos unánimes, somos más.
Recordar en aquellos días la evidencia de que este ejercicio de hipnosis colectiva tenía a una élite en el centro, es decir, que la gente se manifestaba donde y como le decían, despertaba risas iracundas en muchos apasionados. Estaban tan convencidos de que todo era auténtico y genuino y esa pasión colectiva salía de cada uno de ellos, que uno se preguntaba si no sería verdad. Nunca lo fue. Eran monigotes.
A medida que avanzaba el tiempo, uno discutía con amigos y los perdía. Lo que habían sido motivos para la discusión deportiva se habían convertido en detonadores de acritud. Atacar la falacia o señalar la manipulación se sentía como atacar al amigo y señalar su gordura. Nadie sabía separar la política de la vida, las opiniones de los valores, el voto de la familia. La élite política pudrió la vida social de la gente normal que les votaba. Ofrecían muchos motivos para sentirse especial y herido.
No hace falta contar que el experimento colectivo salió mal. Pero hay que recordar que salió mal porque había un Estado central con estructuras democráticas y judiciales capaces de hacer de farallón frente al oleaje de la pulsión populista. El 155 y la acción de los tribunales desbarataron lo que hubiera podido destrozar el país o terminar en un baño de sangre. El llamado “choque de trenes” terminó cuando uno de los vehículos demostró no tener las ruedas afianzadas en los raíles.
Bien: veo al PSOE de Sánchez con los mismos ojos que veía a la Convergència de Artur Mas. Un partido que se había impuesto unos determinados límites se comportaba de repente como si esos límites nunca hubieran existido. Veo que, como ocurrió con los votantes convergentes, se produce una transformación en los votantes socialistas. Veo el mismo asco por la verdad y la congruencia, por la lógica. Veo la misma hambre: la misma creencia de que el Estado de derecho no debiera ser impedimento para devorar por completo la sociedad.
No existe hoy ninguna diferencia entre la televisión pública española y aquella TV3 del 'procés', ni entre el desprecio por la verdad de aquellos líderes y los de este Gobierno, ni entre la debilidad de aquellos Gobiernos inestables y la debilidad de este, ni entre aquellas manifestaciones inenarrables de “tietas” enrabietadas y la del otro día frente al Tribunal Supremo, gritando en ambos casos “democracia” como si los jueces estuvieran en su contra.
No existe ninguna diferencia entre la necesidad de aquella élite corrupta y esta de emprender una carrera lejos del tribunal. En fin. Hablo de las cosas que recuerdo, pero dejo para el final una nueva. En esta ocasión no habrá 155 que baje el suflé. La Transición ha muerto. Donde nos lleven, allí estaremos.
Mira que me suena todo esto. Lo que he visto desde que empezaron a investigar a Begoña; lo que he visto durante los últimos dos años de manipulación desaforada y llamamientos a las masas “por la democracia”; lo que he visto en el juicio al fiscal general y oído tras su condena; lo que queda por ver: mira que lo habré visto veces. Tantas veces lo he visto que puedo contar lo que pasará.