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¿Tiene la mentira coste electoral?
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¿Tiene la mentira coste electoral?

Lo nuevo es el señalamiento mediático de Feijóo como un buen competidor de Sánchez en el arte de mentir

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Matthys)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Matthys)
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Turno para los mensajeros. La pregunta de Carlos Alsina a Pedro Sánchez, “¿por qué miente usted tanto, presidente?”, ha tenido los inesperados efectos de una bomba de racimo. Con especial protagonismo del estamento mediático que, al fin y al cabo, es la mejor caja de resonancia del debate político.

Los mensajeros han convertido el tramo final de la campaña en un concurso de deméritos entre el titular Sánchez y el aspirante Núñez Feijóo sobre quién miente más y mejor. Con resultado canjeable en las urnas del domingo.

Foto: Alberto Núñez Feijóo, candidato del PP. (EFE/Andreu Dalmau) Opinión
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Me temo de entrada que, si a aquel no le vale la eximente del “cambio de posición”, tampoco a este le valdrá la “inexactitud” de los datos manejados. Al fin y al cabo, los dos burladeros forman parte de los procesos de deformación de la verdad. Ahí encaja tanto la “alerta antifascista” de la izquierda como el “que te vote Txapote” de la derecha.

También encajan las encuestas, creadoras de artificiales estados de opinión. Veamos las que están circulando en vísperas de la jornada electoral. Son tan distintas, tan escandalosamente dispares, y tan escandalosamente coincidentes con quienes las encargan, que uno de los dos escenarios disponibles en el terreno demoscópico nos está mintiendo conscientemente.

Los procesos deformadores de la realidad son inherentes al discurso político, que cursa como un oficio de impostores

Esos procesos deformadores de la realidad son, a mi juicio, inherentes al discurso político, que debería ser una noble tarea de servicio a los demás, pero cursa de hecho como un oficio de impostores. No profesionalizados, en modo Albert Boadella (la impostura es un mérito retribuido en el caso de los actores), sino con la torpeza propia de los aficionados.

En verdad que en esta singular carrera de sacos el presidente del Gobierno le lleva mucha ventaja al líder del PP, aunque eso ya vendría descontado en los sondeos. Lo nuevo es el señalamiento mediático de Feijóo (de Carlos Alsina a Silvia Intxaurrondo y tiro porque me toca) como un buen competidor de Sánchez en el arte de mentir, en contra de su inicial estribillo antisanchista: “En la política, se está para que la verdad venza a la mentira”.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Pepe Zamora)

Mientras me acaricia la música de violines que reclama esa frase del líder del PP, sostengo que la mentira no tiene coste electoral porque se ha normalizado en el devenir de la política española. Hay que analizarla como ingrediente aislado en el análisis del discurso público. Y si pudiéramos hacerlo, descubriríamos que su impacto en las urnas sería neutro sobre la respectiva facturación electoral de las distintas candidaturas. Porque las mentiras del bloque de las derechas compensan las del bloque de las izquierdas, lo mismo que los aciertos y errores respectivos.

Las mentiras tienen un coste electoral neutro, pues las del bloque de las derechas compensan las del bloque de las izquierdas

Ergo, coste electoral cero tras una campaña envilecida por la banalización de la mentira, el insulto y los climas artificiales de opinión. Y porque, como dice Muñoz Molina en un comentadísimo artículo (“La era de la vileza”), precisamente la banalización bloquea la conciencia crítica frente a la insidia y el habitual intercambio de venenosas pedradas en la lucha por el poder. Lástima que el firmante de este excelente artículo solo detecte las que van en una dirección.

Todas las precauciones son pocas para evitar que en el teclado del opinador se cuele la idea fuertemente contaminante de la España de buenos en estado de alerta permanente frente a la España de malos.

Turno para los mensajeros. La pregunta de Carlos Alsina a Pedro Sánchez, “¿por qué miente usted tanto, presidente?”, ha tenido los inesperados efectos de una bomba de racimo. Con especial protagonismo del estamento mediático que, al fin y al cabo, es la mejor caja de resonancia del debate político.

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