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Vivir frente a la Catedral de Málaga es lo más parecido, añadiéndole un poco de imaginación, a vivir frente a cualquiera de las grandes basílicas romanas

Foto: El trono de la Virgen de la Trinidad en su recorrido por la plaza del Obispo en una imagen de archivo. (EFE/Jorge Zapata)
El trono de la Virgen de la Trinidad en su recorrido por la plaza del Obispo en una imagen de archivo. (EFE/Jorge Zapata)
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Vivir frente a la Catedral de Málaga es lo más parecido, añadiéndole un poco de imaginación, a vivir frente a cualquiera de las grandes basílicas romanas. Cuando Chueca Goitia la calificó como "la más italiana de las catedrales españolas" no se equivocaba en absoluto. Los órdenes perfectos que muestra su fachada de mármoles barrocos y capiteles corintios van cambiando conforme avanza el día y la luz deslumbrante de Málaga va pasando del tono plateado de la mañana al dorado intenso de los atardeceres, sobre todo en días de viento norte como hoy, Para el que no pueda habitar allí, sentarse en alguna de las terrazas de la plaza del Obispo y tomar una copa de vino dorado moscatel frío, entre la Catedral y el Palacio Episcopal barroco de fachadas color albero y pináculos en la balaustrada superior , que hoy ocupa la Fundación Unicaja, es sencillamente una experiencia vital intensa difícilmente olvidable. E intensamente romana en sus colores y el bullicio de un mundo intensamente vivo y por tanto malagueño también.

El tedioso transcurrir de los días políticos españoles entre visitas a China y pactos para gobernar con grupos cuyo único ideal es la destrucción del sistema, la incorrecta corrección del lenguaje y toda la serie de disparates que llenan a diario de pesadumbre nuestras vidas, alargando las horas hasta hacer desaparecer la alegría de vivir, me llevan hoy a intentar trasladarme en el tiempo y en el espacio a otras épocas y otros lugares.

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Hace unos años una exposición de la obra de Pedro de Mena, patrocinada por la Fundación Unicaja, trajo a Málaga, desde el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, una de las piezas más importantes de la imaginería española: la Magdalena Penitente. A cambio, Málaga envió a la capital castellana la estatua funeraria yacente del Sepulcro de Don Luis de Torres, una de las joyas desconocidas -hay varias- de la Catedral, esa obra inconclusa, símbolo perfecto de una ciudad que no termina de definirse. Y por tanto, de acabarse. Ni siquiera sabe si es un caos italiano, o un bullicio andaluz.

En el año 2017, se llevó a cabo la limpieza y embellecimiento del monumento funerario de D. Luis de Torres, obra de Guglielmo della Porta, a base de productos naturales y cera virgen, fabricada artesanalmente. Parece ser que no nos equivocamos al seleccionar esta pieza para su adecentamiento, puesto que es la misma que el Museo vallisoletano escogió para el intercambio temporal. Precisamente la misma que nosotros.

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¿Pero quién era D. Luis de Torres? Pertenecía a una acaudalada familia de judíos conversos, que provenían de Córdoba con origen portugués, dedicados ya en el siglo XVI al comercio de vino y pasas. La familia llegó a tener tal fortuna y poder que, como era costumbre entonces, tuvo su propia capilla en la Catedral, la misma que ocupa ahora esta sepultura y la de su sobrino, de igual nombre, obispo de Monreale en Sicilia, que tiene una bellísima catedral de estilo normando y algunos de los mosaicos bizantinos más hermosos que recuerdo.

D. Luis llegó a Roma y entró bajo la protección del cardenal Riario, patriarca de Alejandría y obispo de Málaga. Quien lo nombró familiar propio y lo designó heredero universal. A partir de ahí, la vida de D. Luis, introducido en la corte vaticana, se desenvuelve en el mundo de los altos designios papales con solo veinticinco años.

Luis de Torres llega a jugar un papel fundamental en la vida de Roma, cuando es designado Secretario de Su Santidad

Por aquel tiempo los papas se sucedían en función de sus apellidos, de las nobles familias italianas, Orsinis, Medicis y Farnesios con la inclusión española de los Borgia. No conviene olvidar que estamos en pleno Renacimiento, con Paulo III, Alejandro Farnesio en la vida civil, como pontífice, en plena Reforma versus Contrarreforma y coincidente con la celebración del Concilio de Trento, el Cisma de Enrique VIII, el luteranismo y la fundación de la Compañía de Jesús. La política, el arte y la religión están plenamente imbuidos del mundo romano. Nada se hace en Europa que no lleve el sello italiano. Desde El cortesano de Baltasar de Castiglione, a El príncipe de Maquiavelo, pasando por Miguel Ángel, Rafael, Leonardo, Tiziano, Bernini. Italia, que no existe como sujeto político, lo impregna todo. Y lo hace de tal forma, que ya nada volverá a ser igual, porque la belleza, incluyendo la del crimen -Thomas de Quincey y Del asesinato como una de las bellas artes tardaría trescientos años en aparecer -llega a la culminación de la Historia de la Humanidad. El hombre se convierte en el centro de la Creación. Y en dueño de su propio destino. Pero también en el centro de todas las artes y las ciencias, el mundo se abre y el conocimiento se esparce con la imprenta, que había hecho accesible el saber a la gente común, el descubrimiento de tierras desconocidas y la convicción de que la Tierra es redonda. Posiblemente, a partir de entonces, todo sea decadencia.

Luis de Torres llega a jugar un papel fundamental en la vida de Roma, cuando es designado Secretario de Su Santidad, quien también lo nombra arzobispo de Salerno en la costiera Amalfitana, cerca de los templos dóricos de Paestum y con muy buenas rentas por los viñedos que entonces la rodeaban. Al poco tiempo es designado cardenal y construye su residencia romana, que encarga a Pirro Ligorio, el palacio Torres Massimo Lancellotti en el lado sur de Piazza Navona. Digo esto porque sigue allí en pie, esbelto, elegante y renacentista. Desde allí dirigió gran parte de la gobernanza de la Iglesia: organizó el Concilio de Trento, intervino en la disputa del Papa con Enrique VIII, fue favorecedor de la causa española en el Vaticano, influyó en la prohibición de esclavizar a los indios y llegó a ser amigo personal de Iñigo de Loyola, a quien convenció para que los jesuitas crearan un colegio en Málaga, en la calle Compañía, por lo que, quienes tuvimos la suerte de estudiar en el San Estanislao de Kostka, lo debemos entre otros a D. Luis de Torres. Su vida estuvo tan unida a la de Paulo III como su muerte: Guglielmo della Porta hizo, junto con Miguel Ángel, la sepultura papal. Y la del cardenal Torres.

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La sepultura de la que estamos tratando es una bellísima muestra alla maniera italiana de monumento funerario. El religioso aparece yacente con una cierta displicencia ante la muerte, sereno, incluso un poco escéptico, aunque aparentemente dormido, con la pierna derecha flexionada y la izquierda descansando en un riquísimo cojín. Una mano descansa elegantemente sobre su regazo, mientras la otra, apoyada en un almohadón, le sostiene la cabeza dulcemente. El bronce de la estatua contrasta con el brillo del jaspe y los mármoles de colores de la peana. Siempre me ha recordado esta sepultura, otra también de una singular elegancia: la del Doncel de Sigüenza, D. Martin Vázquez de Arce, muerto en combate en la campaña de Granada y regresado a su ciudad para descansar eternamente. Es una figura juvenil, con armadura, de estilo gótico tardío, que por la reposada postura displicente y serena anuncia ya el Renacimiento. Recuerdo que en la televisión de otra época, había en el único canal en blanco y negro un programa, que se llamaba Tengo un libro en las manos, y que presentaba un señor de hablar pausado y sabio, D. Luis de Sosa. Yo era un niño, pero pasaba los días, esperando que llegara aquel programa en el que solo se hablaba de libros; un pasaje de los cuales se escenificaba. Si quieren comparamos con la actualidad. No todo era censura, ni mordaza en aquel tiempo. Ni mucho menos. Recuerdo un programa de crítica teatral, que dirigía Alfredo Marqueríe, que ya lo quisiéramos ahora. Yo al menos.

Volvamos a Roma y al Renacimiento, a la modernidad, a la utilidad de lo inútil. Nicholas Negroponte, fundador del Media Lab del MIT y arúspice desde 1995 de la aparición de ordenadores de bolsillo, pantallas táctiles, televisión a la carta y hogares conectados, afirma: “Estudiar Humanidades es lo más importante que podemos hacer ahora, en este momento de la Historia”

Vivir frente a la Catedral de Málaga es lo más parecido, añadiéndole un poco de imaginación, a vivir frente a cualquiera de las grandes basílicas romanas. Cuando Chueca Goitia la calificó como "la más italiana de las catedrales españolas" no se equivocaba en absoluto. Los órdenes perfectos que muestra su fachada de mármoles barrocos y capiteles corintios van cambiando conforme avanza el día y la luz deslumbrante de Málaga va pasando del tono plateado de la mañana al dorado intenso de los atardeceres, sobre todo en días de viento norte como hoy, Para el que no pueda habitar allí, sentarse en alguna de las terrazas de la plaza del Obispo y tomar una copa de vino dorado moscatel frío, entre la Catedral y el Palacio Episcopal barroco de fachadas color albero y pináculos en la balaustrada superior , que hoy ocupa la Fundación Unicaja, es sencillamente una experiencia vital intensa difícilmente olvidable. E intensamente romana en sus colores y el bullicio de un mundo intensamente vivo y por tanto malagueño también.

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