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Los lirios de Astarté
Por
Fieramente Mena
Traigo a estas líneas una de las obras cumbres del barroco español para glosar la figura de uno de los más grandes artistas que Andalucía aporta al Parnaso patrio
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Se lleva la mano al pecho con el gesto de quien abre su corazón de par en par, de quien está desvelando una verdad pura, una entrega absoluta, un amor incondicional. Los cabellos largos serpentean sobre el vestido de palma trenzada anudado con una cuerda a la cintura. Apenas se vislumbra un cuerpo menudo, delicado, casi adolescente, demasiado joven para los pecados que le cargan en el expediente. La belleza mística de su rostro, perfección en los perfiles que convergen en la barbilla, se reviste de fe y devoción dirigidas al crucifijo que sujeta con la mano izquierda.
¿Quién le negaría el perdón a esta hija del amor al arte?
La Magdalena Penitente de Pedro de Mena siempre me obliga a desviarme del camino trazado cuando se me cruza en medio de alguna consulta documental. Es imposible pasar de largo y no extasiarse ante ella.
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He traído hoy a estas líneas una de las obras cumbres del barroco español para glosar la figura de uno de los más grandes artistas que Andalucía aporta al Parnaso patrio y al calor de la exposición Fieramente humanos que se celebra en el Museo Carmen Thyssen de Málaga y que pueden disfrutar hasta el 18 de febrero del año próximo. En dicha muestra tienen la oportunidad de contemplar dos obras de Mena, un Ecce Homo y una Dolorosa que son marca de la casa. De la casa Mena.
Pedro había nacido en 1628 en Granada y lo hacía en el seno de una familia con virutas de madera en el libro de ídem. Los Roldán y los Mora, eran apellidos conocidos y tratados en la casa. Endogamia de gubias y escofinas. La Granada natal de Pedro era, junto a Sevilla, el otro gran foco que alumbraba las artes andaluzas en el Siglo de Oro. A ella llegaba en 1652 Alonso Cano, ese Buonarotti a lo granadino de extraño carácter y oscuro pasado, para tomar cargo como racionero de la Catedral granadina y con él colabora nuestro Pedro, tomando del maestro la estética idealizada, pero creando un personalísimo estilo naturalista que le acerca a lo crudo de las verdades del barquero, las del sacrificio, la penitencia y el martirio de modelos cristianos que debían servir de ejemplo y objeto de imitación a nuestras almas pecadoras.
Un estilo que evolucionará en Málaga, donde llega con veintinueve años y encuentra la oportunidad de demostrar su talento tras el encargo del Cabildo de la Catedral para terminar la sillería de coro, una obra alargada en el tiempo por distintos avatares y con la intervención de distintas manos, aunque las de Mena serían las más decisivas en el resultado final: cuarenta y dos altorrelieves en los que Pedro muestra su evolución como artista, desde la inicial influencia de Cano hasta la conformación de un lenguaje artístico propio e inconfundible.
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Un camino por el que transita el artista y que le lleva a salir de Andalucía, dejando muestras de su maestría en Toledo, con el portentoso San Francisco de Asís de la catedral primada, dudo que no respire y se vuelva a mirarme, y en Madrid, en el colegio de la Congregación de Jesús para quien realiza la inefable Magdalena Penitente y que hoy puede vivirse, porque hay obras de arte para ser vividas, en el Museo Nacional de Valladolid. No sería esta la única colaboración con los jesuitas.
En el relicario barroco sevillano de San Luis de los Franceses, la iglesia del noviciado jesuita apuntala los pilares de cualquier fe tambaleante. En el ático del pequeño retablo dedicado a San Luis Gonzaga, extraordinaria talla de Duque Cornejo, un Ecce Homo delata la presencia de Pedro de Mena en el conjunto. El mechón de pelo que serpentea, la pureza de líneas, los perfiles delicados, la sangre trazando el mapa del sacrificio, la mirada arriba, lejos de este mundo, atravesando la linterna de la imponente cúpula de Figueroa y llegando hasta el Padre. Hace pareja, como solía ser habitual en su producción tremendamente demandada, con un busto de Dolorosa que repite el mismo lenguaje estético.
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No fue atendida su solicitud para el puesto de escultor de cámara, galones tenía de sobra para ello, pero gozó de prestigio y reconocimiento en vida y eso, en el siglo XVII y en el XXI, pertrecha la autoestima y es un valor cotizado.
Murió Pedro de Mena en su ciudad de adopción, en Málaga, y por decisión propia fue sepultado en el suelo de la entrada a la iglesia del Convento del Císter, donde profesaban sus hijas Juana, Claudia y Andrea, las dos últimas, escultoras como su padre. Dispuso Pedro ser acompañado en su última morada por una pareja de Ecce Homo y Dolorosa que él mismo realizó ex profeso, pero hay voluntades que la historia se empeña en no cumplir.
Sobre dos expositores grises del Museo Carmen Thyssen, reposan los bustos de aquellos que debían velar el sueño eterno del artista fieramente humano, fieramente barroco, fieramente Mena
Se lleva la mano al pecho con el gesto de quien abre su corazón de par en par, de quien está desvelando una verdad pura, una entrega absoluta, un amor incondicional. Los cabellos largos serpentean sobre el vestido de palma trenzada anudado con una cuerda a la cintura. Apenas se vislumbra un cuerpo menudo, delicado, casi adolescente, demasiado joven para los pecados que le cargan en el expediente. La belleza mística de su rostro, perfección en los perfiles que convergen en la barbilla, se reviste de fe y devoción dirigidas al crucifijo que sujeta con la mano izquierda.