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Cuatro atributos demostrativos de talento humano

Aludimos al talento con admiración, quizá porque representa la sublimación de lo humano. Tener talento​, sea en el campo que sea, se asocia a exclusividad, a privilegio

Foto: Foto: Pixabay/Gerd Altmann.
Foto: Pixabay/Gerd Altmann.

Pocos intangibles son tan complejos de valorar como el talento humano, en sus múltiples manifestaciones. Si la inteligencia es la capacidad para comprender, aprender y procesar la información o los conocimientos, el talento representa su puesta en escena. Es la “inteligencia de uso”, como dice el profesor Marina, el buen uso que le damos, lo que hacemos realmente con ella. Significa aprovechar nuestras capacidades, explotarlas de la mejor manera posible, para ponerlas en acción.

Aludimos al talento con admiración, quizás porque representa la sublimación de lo humano. Tener talento, sea en el campo que sea, se asocia a exclusividad, a privilegio. Quienes demuestran talento en el uso de su inteligencia son realmente los “elegidos para la gloria”, como en aquella película de Philip Kaufman.

Como todo lo que constituye objeto del deseo, la necesidad de identificar, reconocer y valorar el talento en los seres humanos se convierte en una prioridad de primer orden. Hay campos en los que esto resulta más fácil porque hay métricas tangibles o comúnmente aceptadas: las marcas en el deporte, la crítica especializada, los logros científicos o técnicos o el masivo reconocimiento popular otorgado de forma incuestionable a artistas, escritores o músicos.

En el mundo de las organizaciones, sean o no empresariales, a veces el talento intenta medirse con una vara fiable asociada a los resultados, condición necesaria pero no suficiente. Algunas incluyen en la ecuación la forma en que aquellos se consiguen, porque no siempre todo vale. En otros casos el talento, simplemente, más que explicitarse, se intuye. Se mezcla con afinidades personales, filias y fobias, o se enturbia con el efecto halo, en el que habilidades o logros notables camuflan carencias sobresalientes. Raramente hay un diagnóstico común y compartido de lo que el talento significa, más allá de un conjunto de subjetividades en su valoración.

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Algunos autores han asimilado el talento con el potencial, que es algo así como las capacidades implícitas, pero aún no afloradas lo que, por cierto, dificulta todavía más su medición. Existen metodologías y herramientas que sirven como apoyo para ello, aunque nunca sustituyen al buen criterio humano experimentado.

Tras más de 30 años lidiando —en el noble sentido de la palabra— con los asuntos del comportamiento humano en la organización, he ido creándome algunos criterios de medida más o menos sencillos de valorar. Hoy comparto estos cuatro atributos que —entre otros— adornan el talento y lo cualifican como especialmente valioso: adaptable, curioso, generoso y humilde.

Foto: Sam Altman, fundador de OpenAI. (Reuters/Amir Cohen)

Talento adaptable. Saber adaptarse satisfactoriamente a las diferentes situaciones y entornos es todo un arte. Hay personas capaces de subir y bajar con acierto, o sea, son tan hábiles cuando tienen que reportar o relacionarse con los de más arriba, como cuando tienen que involucrar o movilizar a los de más abajo. Tan eficaces cuando han de volar a diez mil pies de altura definiendo la estrategia, como cuando han de bajar de golpe a la tierra para remangarse y arreglar una de esas pequeñas miserias cotidianas.

Tienen talento adaptable quienes, habiendo cambiado sustancialmente de entorno de trabajo —cambio de organización, de función, de rol, de cultura, de geografía, etc.—, siempre han sido capaces de contribuir exitosamente. Demostrar talento en un mismo entorno durante muchos años, en circunstancias parecidas donde abundan los lugares comunes, tiene mucho menos mérito que hacerlo en mundos bien distintos, que ponen a prueba un set de recursos y capacidades muy variadas.

Talento curioso. La curiosidad es uno de los rasgos de personalidad más identificativos del potencial de liderazgo, y más predictivo del crecimiento y desarrollo profesional —y también personal, claro—. Como hemos comentado en apuntes anteriores, la curiosidad nos abre al mundo, nos lleva a interesarnos por lo desconocido, a buscar respuestas y a hacernos preguntas. Justo lo contrario a quienes muestran desdén hacia lo que ignoran, que es la peor de las ignorancias. La curiosidad acelera el aprendizaje de quien la posee, que necesita experimentar, investigar para conocer más.

Foto: Foto: iStock. Opinión
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Talento generoso. La grandeza de las personas se observa, en buena medida, en su generosidad, de la cual son enemigas la envidia —tristeza que provoca el bien ajeno— y la tacañería, que nos hacen empequeñecer. El talento de verdad es generoso, no tiene miedo de compartir conocimientos o experiencias. Disfruta enseñando y comprobando cómo otros aprenden. “Crecer haciendo crecer”, como dice Xavier Marcet, y experimentar esa gratificante sensación de ver progresar a quienes hemos dado una parte de lo que sabemos.

Talento humilde. Y, por último, no podía faltar la humildad. El talento verdadero es muy consciente de que siempre le queda tanto por aprender y por mejorar. Humildad y talento van de la mano. Su ausencia frena el aprendizaje de los arrogantes, que se creen superiores. La sabiduría mezclada con la altivez pierde toda su gracia. Lo menos atractivo del mundo es un jefe arrogante, por mucho que sepa. En cambio, quienes muestran humildad estando arriba son como un imán para quienes le rodean. Dominar el ego, tan abundante en las organizaciones, es una excelsa manifestación de talento.

Pocos intangibles son tan complejos de valorar como el talento humano, en sus múltiples manifestaciones. Si la inteligencia es la capacidad para comprender, aprender y procesar la información o los conocimientos, el talento representa su puesta en escena. Es la “inteligencia de uso”, como dice el profesor Marina, el buen uso que le damos, lo que hacemos realmente con ella. Significa aprovechar nuestras capacidades, explotarlas de la mejor manera posible, para ponerlas en acción.

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