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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Por qué ganará Sánchez el Premio Nobel de Literatura

Estamos, a fin de cuentas, ante una obra iconoclasta y definitiva que te deja con un pie a cada lado de una tercera frontera porque diluye los límites entre lo trágico y lo cómico

Foto: Pedro Sánchez (2i) durante la presentación de 'Tierra firme' junto al presentador Jorge Javier Vázquez (i) y a la periodista Ángeles Caballero y José Creuheras, presidente del Grupo Planeta y Atresmedia. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Pedro Sánchez (2i) durante la presentación de 'Tierra firme' junto al presentador Jorge Javier Vázquez (i) y a la periodista Ángeles Caballero y José Creuheras, presidente del Grupo Planeta y Atresmedia. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Sánchez ganará el premio Nobel de Literatura porque el de la paz se lo llevará Óscar Puente. Y la ceremonia de la presentación, con 14 ministros y Jorge Javier, no es más que el ensayo de la ceremonia que veremos en Estocolmo.

Sánchez ganará el premio Nobel de Literatura a pesar de que en España queden malos españoles sin terminar de ver que los autores firmen obras que no han escrito.

Esa es la prueba viva de que aquí hace falta un buen muro, de que lo necesitamos pero ya. Los antipatriotas que se atrevan a considerar que esto es un engaño al público, que atribuirse el mérito de un trabajo hecho por otro supone una violación ética, que de esta manera refleja su propia falta de habilidad y de integridad, y que la impostura no debe ser nunca un negocio, son ciegos fascistas incapaces de apreciar no ya la belleza, sino la enorme aportación que cada una de estas páginas trae a la historia de la escritura.

Tierra firme es una obra que parte la literatura en dos porque supera tres fronteras: abre el género de la distopía mágica, convierte la picaresca en épica y sentimentaliza la falta de emociones. Es, desde ya, no lo duden, un libro canónico.

Foto: Pedro Sánchez, en el Círculo de Bellas Artes antes de la presentación de su libro. (EFE / Juan Carlos Hidalgo)

Y muy español, por cierto, por si quedaba alguna duda. Cualquier lector sabrá apreciar el guiño cervantino. Del mismo modo en que don Miguel tomó y llevó las novelas de caballería a otro territorio sobre el que plantear algunas de las preguntas más hondas que acechan al alma humana, logra la autora de este volumen transportar el género distópico hasta un espacio nunca antes explorado.

Y ese es un logro tremendamente original. Las viejas novelas de Orwell, de Huxley o de Bradbury acaban de quedar rebasadas. Ellos nos contaban las vidas de personas rasas condicionadas por el peso de un poder deshumanizador. Aquí el cambio de ángulo resulta pionero porque la narración se lleva a cabo desde el otro lado, desde la óptica del poderoso.

Foto: Pedro Sánchez, en el acto del PSOE este domingo en Ifema. (Europa Press / Jesús Hellín)

Ese cambio de foco, inédito e insólito, multiplica el interés del lector que se ve ante el poderoso emitiendo una construcción de la realidad paralela a la verdadera.

Una simulación de la arcadia azucarada en la que nadie puede ser mejor que él mismo y ninguno peor que todos los demás. Un relato fantástico para reivindicar el realismo mágico.

Ese juego que oculta espejos y exhibe espejismos, combinado con lo anterior, funda para el porvenir de la literatura el nuevo género de la “distopía mágica”.

Foto: Pedro Sánchez y Begoña Gómez. (Álex Cámara/Europa Press)

Cervantes nos subió a los libros de caballerías para mostrarnos la fragilidad de la razón. Sánchez nos aúpa a su obra magna para que contemplemos la fragilidad de la racionalidad y, como consecuencia, de la democracia. Seguro que hasta en Estocolmo sabrán verlo y reconocerlo.

Hay también una raíz muy ibérica en la vindicación de la novela picaresca que atraviesa este libro. También ahí se quiebra otra frontera, se nos lleva más lejos de lo que estaba previamente escrito.

Ese género, tan nuestro, resulta divertido y hasta tierno porque el pillo siempre actúa movido por el principio de necesidad. Sin embargo, aquí el eje de la pobreza se sustituye por la autorreferencialidad extremada.

Foto: Jorge Javier Vázquez, en 'Informativos Telecinco'. (Mediaset)

La endogamia se extrema hasta el punto en que el contexto deja de importar. Las mentiras y los fraudes se nos cuentan desgajando al lector de lo que ha visto en la página anterior. Y así se genera tensión y sumisión: las palabras dejan de tener valor en cuanto son dichas, todo engaño contiene más engaños, y cada opinión desafía la memoria del público.

Aquí el código moral que en el fondo tiene cualquier tunante queda borrado y suplantado por el relativismo moral absoluto. Es un hallazgo creativo. Tierra firme es una novela picaresca 2.0 con un pícaro que no vive al margen de la ley con la intención de sobrevivir, se burla de ella sin más propósito que el de perpetuarse en el poder.

A su vez, la autorreferencialidad se eleva hasta el punto de convertirse en parodia superando los disfraces del cine español de truhanes.

Es una novela con un pícaro que no vive al margen de la ley para sobrevivir, se burla de ella sin más propósito que perpetuarse en el poder

Antes, los golferas que tenían extracción humilde se vestían de señoritos para ejecutar sus pequeños delitos. En este libro, el protagonista va mucho más lejos extrayéndose de la humanidad entera y disfrazándose de héroe mesiánico. Por ese segundo motivo creo que el Nobel está a la vuelta de la esquina: si lo ganó Churchill, es obvio que Sánchez no puede ser menos.

Pero, ojo, que también hay drama. Lo hay por debajo de la capa cursi con corazoncito. Incluso algo más. Hay un punto trágico, en verdad cercano al esperpento, en ese afán imposible de vender el lado humano de quien tiene menos empatía que una sartén antiadherente.

No habrá quien pueda permanecer intacto a la tristeza de ese esfuerzo. El poder que goza el protagonista conlleva la maldición de que el país entero intuya que su universo emocional cabe dentro de un pistacho. Probablemente, sería mejor aceptar esa percepción social tal y como es. Sin embargo, no puede hacerlo.

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y líder socialista. (Reuters/Liesa Johannssen) Opinión

Los pálidos sentimientos artificiales versados a lo largo de esta obra generan al lector la misma incomodidad que produciría ver a Hannibal Lecter imitando a Chiquito de la Calzada.

La colisión desata un cortocircuito demasiado grande sobre el que bien merece la pena reflexionar. Estamos, a fin de cuentas, ante una obra iconoclasta y definitiva que te deja con un pie a cada lado de una tercera frontera porque diluye los límites entre lo trágico y lo cómico.

El protagonista de Tierra firme solo sabe ser temido, pero sigue deseando ser querido y nunca lo consigue. Quien cierre el libro y se quede mirando al techo, sobrecogido, desbordado por las lágrimas, no sabrá si está llorando de pena o de risa.

Quien cierre el libro y se quede mirando al techo, sobrecogido, desbordado por las lágrimas, no sabrá si está llorando de pena o de risa

Por eso es justo y necesario el Nobel de 2024. En verdad lo es porque estamos ante un cómico culebrón de un solo personaje. Y ahí está latiendo el tercer motivo de la distinción.

Él no va a dejar de burlarse de todos nosotros, por eso todo el libro está escrito para que nos riamos de él. Es un gran regalo. Y sería insuperable si dentro viniese con una foto suya a tamaño natural, desplegable. Un póster más grande que los de Súper Pop.

Sánchez ganará el premio Nobel de Literatura porque el de la paz se lo llevará Óscar Puente. Y la ceremonia de la presentación, con 14 ministros y Jorge Javier, no es más que el ensayo de la ceremonia que veremos en Estocolmo.

Pedro Sánchez
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