Crónicas desde el frente viral
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Elecciones gallegas: los 'pellets', el pronóstico y lo posterior
No parece descabellado plantear que el Gobierno nacional está abordando la situación con más afán electoral de confrontación que voluntad de coordinación y resolución
Negar la crisis medioambiental es un disparate. Y elevarla a desastre tamaño Prestige, otro. Por otro lado, no parece descabellado plantear que el Gobierno nacional está abordando la situación con más afán electoral de confrontación que voluntad de coordinación y resolución.
Es más, se puede demostrar. Pueden apreciarse todos los elementos de una campaña de comunicación diseñada para activar una movilización del voto progresista que de otro modo no podría encenderse. ¿Cómo lo están haciendo?
1-. Los datos se están presentando sesgadamente para distorsionar la percepción de la opinión pública asociando los pellets con el chapapote.
2-. La información se está amplificando desde los medios afines para generar una narrativa negativa, que fija la culpa en la Xunta y borra cualquier responsabilidad del Gobierno. El empleo de las redes sociales está siendo intensivo.
3-. Dentro de esa narrativa, se cuestiona la integridad de la Xunta con el objetivo de promover la desconfianza pública y de agitar el descontento social.
4-. Y se trata de difundir imágenes y relatos que buscan una respuesta emocional que pueda estimular a los votantes progresistas.
5-. Para que el relato pueda desarrollarse, ya se han establecido alianzas con actores y movimientos sociales. Lo próximo serán las movilizaciones en las calles: la emisión de una oposición popular a la Xunta que los partidos, por sí mismos, no serían capaces de poner en marcha.
Ese es el esqueleto de una campaña para manipular una crisis ambiental en periodo electoral. Cabe cuestionarse si es éticamente cuestionable, incluso si es perjudicial para afrontar la situación, para el clima social y para la higiene institucional. Pero la pregunta inmediata es si funcionará o no si no lo hará.
Probablemente, lo hará durante la campaña. Permitirá a los partidos progresistas tener lo que no han trabajado en Galicia durante los últimos años, algo que contar. Un resorte al que apelar ante la carencia de proyectos políticos alternativos capaces de seducir a la mayoría.
Otra cuestión es si la campaña terminará teniendo efecto sobre el resultado final. Quizá convenga recordar el precedente anterior: antes de las elecciones de mayo, saltó desde la Moncloa la crisis de Doñana, querían conservar la provincia de Huelva. No lo consiguieron, se fue para el PP. Y no está de más tener en cuenta que Galicia tiene un ecosistema informativo muy singular. Es otro mundo.
La izquierda lo tiene difícil en esas urnas inminentes. Si hoy tuviese que hacer un pronóstico, daría siete opciones sobre 10 a la mayoría absoluta del PP, dos a la presidencia de la Xunta para el BNG y una para que gobiernen los socialistas.
Es previsible que los populares caigan respecto al recuento anterior. Pero es que tienen que caer mucho para perder ese territorio. Alcanzaron 42 escaños y la mayoría está en 38. Tendrían que empeñarse muy a fondo para llegar hasta ese descalabro.
El PP carece de competidores en su zona: Ciudadanos no compite y Vox sigue sin comparecer. En 2020, esos dos partidos juntos no llegaron a sumar el 3% de los votos. En 2024, lo más probable es que los azules se lleven el 98% de los sufragios que van desde el centroderecha hasta la extrema derecha. Una concentración de voto sin igual en cualquier otra región española.
A su vez, la izquierda ha optado por suicidarse llevando a cabo la mayor fragmentación de su historia. En los colegios electorales habrá seis papeletas progresistas (BNG, PSOE, Sumar, Podemos, Beiras y Patxi Vázquez). Y, salvo enorme sorpresa, solo dos terminarán obteniendo representación tras el recuento.
Supongamos, nada más que por hacernos una idea, que esos cuatro que no entrarán en el Parlamento llegan a alcanzar juntos entre un 4 y un 5% de los sufragios. Ese es el volumen de las papeletas de izquierdas que terminarán depositadas en la papelera.
Centrémonos ahora en esas dos formaciones de izquierdas que, en principio, terminarían consiguiendo representación. Y tratemos de anticipar cuál de las dos tiene más opciones de hacerse con la segunda posición (socialistas o nacionalistas).
Esa es la competición más abierta y, por lo tanto, la más interesante. Hace cuatro años, el BNG superó al PSdeG en cuatro puntos y medio. Entonces fue una distancia contundente y en 2024 no será precisamente fácil de revertir.
Ana Pontón, la candidata del BNG, es la única que repite en todo el arco político desde entonces. Su liderazgo está consolidado. Las encuestas dan muy buenos niveles de conocimiento y de valoración. Compite bien, especialmente en los debates. Tiene pocos puntos débiles. Cuesta pensar que su candidatura pueda perder mucho respaldo. Obtuvo el 23,8%. Y no parece muy plausible que baje del 22%.
Los socialistas, por su parte, se presentan con un candidato nuevo y con peores datos, vienen de unos años de fuertes tensiones internas en el territorio y sufren tanto el peso del desencanto y el desánimo provocado por la amnistía como el problema en la marca y el líder nacional. Es probable que mejoren algo, porque el batacazo fue histórico. Cayeron hasta el 19,4%. No parece muy viable que logren superar el listón del 22%.
De manera que, si este pronóstico termina cumpliéndose, puede anticiparse que el PP se verá reforzado (antes de unas europeas en las que seguramente ganará y antes de unas vascas e incluso unas catalanas en las que lo normal es que crezca), que los socialistas saldrán debilitados (cosechando otro mal resultado regional tras la debacle de mayo y con malas perspectivas de cara al Parlamento Europeo) y que el nacionalismo seguirá consolidando su fuerza electoral y cultural entre las izquierdas españolas.
Si el pronóstico no cristaliza y el PP pierde la mayoría absoluta, Feijóo tendrá serias dificultades para seguir al frente de su partido. Y quedará por ver a los socialistas negociando con Ana Pontón la cesión de un puñado de consejerías para poder estar en el Gobierno como subalternos. Lógicamente, en el poco probable escenario de que los socialistas terminasen al frente de la Xunta, el reseteo a escala de país sería completo.
Eso vendrá después, cuando la bolita deje de girar. En este momento, la distribución de opciones da siete al PP, dos al BNG y una al PSOE. No va más. Hagan juego.
Negar la crisis medioambiental es un disparate. Y elevarla a desastre tamaño Prestige, otro. Por otro lado, no parece descabellado plantear que el Gobierno nacional está abordando la situación con más afán electoral de confrontación que voluntad de coordinación y resolución.
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