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El año que Sánchez vivió peligrosamente
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Javier Caraballo

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El año que Sánchez vivió peligrosamente

El problema no es que en España haya un gobierno progresista, sino el coste futuro de los compromisos que está adquiriendo Pedro Sánchez para poder seguir gobernando

Foto: Arranca el pleno de investidura de Sánchez en el Congreso.
Arranca el pleno de investidura de Sánchez en el Congreso.
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El presidente estaba a escasos tres metros, con ese porte atlético que lo caracteriza, ese andar resuelto y la sonrisa que se le ha quedado después de verse, de nuevo, con una legislatura en sus manos. Sin dejar de mirarlo, el amigo que estaba a mi lado me preguntó: "¿tú cómo ves a Pedro Sánchez?".

Respondí al instante: "está exultante, convencido de que es intocable, invencible. Y razones tiene para ello. Lo malo es que veo que va sin frenos y, como es normal, puede que se pegue un batacazo. En ese caso, el problema no es cómo acabe Pedro Sánchez; el problema es que la bicicleta en la que va montado no es suya…" En ese momento, levantó la cabeza, miró al camarero del bar, y le pidió dos cervezas más.

Pedro Sánchez seguía en la televisión del bar, en lo alto de una estantería, en un extremo de la barra, anunciando no sé qué, algunos miraban sin escuchar y otros le daban la espalda. "La bicicleta”, repitió él, "eso es lo jodido, que la bicicleta es de todos".

La mayor desolación que produce el momento político que estamos viviendo es la convicción de muchos socialistas, todos los que apoyan a Pedro Sánchez, de que quienes se oponen a sus alianzas con los independentistas vascos y catalanes lo hacen porque no quieren que haya un gobierno progresista. Es desolador porque ese convencimiento es el que prueba su inconsciencia, o la ceguera de todos ellos.

Foto: El diputado de EH Bildu, Joseba Asiron (c) celebra en el balcón del ayuntamiento convertirse en el nuevo alcalde de Pamplona. (EFE/Jesús Diges)

El problema mayor, para mucha gente, entre la que me encuentro, no es que en España haya un gobierno progresista, sino el coste futuro de los compromisos que está adquiriendo Pedro Sánchez para poder seguir gobernando. No se trata de que el PSOE pueda seguir gobernando cuatro años más, la cuestión es cómo se podrá enmendar la deriva democrática que ha impulsado el líder socialista con leyes como la de la amnistía, cuyos efectos se proyectan hacia el futuro de forma inquietante.

O la vitalidad que han recobrado las raleas de violentos abertzales vascos, esos que gritaban el otro día en Pamplona "jo ta ke", dales duro, pégales fuerte, como hacían muchos etarras cuando se sentaban en el banquillo, acusados de decenas de asesinatos, y, con risas, se burlaban de jueces y fiscales, y los intentaban amedrentar.

Foto: Manifestación convocada por la sociedad civil contra la amnistía el pasado domingo en Madrid (Diego Radamés / Europa Press)

Hay que estar muy ciegos, de poder y de bandería, de trinchera, para no reparar en que el problema no es Pedro Sánchez, ni el PSOE, que como otros tantos pasarán, sino la gestión futura de los inmensos problemas que se están incubando ahora. La bicicleta, la bicicleta, que no es suya…

Existe, además, un preocupante espejismo en la vida política diaria, propiciado por el presidente socialista desde que se dio cuenta, tras las últimas elecciones, de que para una gran parte del electorado de izquierda es más creíble su palabra que los propios hechos. Todo comenzó cuando le replicó a Carlos Alsina, en la entrevista de Onda Cero, que lo suyo no son mentiras, sino cambios de opinión.

Lo insólito de esa osadía es que, para cientos de miles de votantes de izquierda, incluso para muchos que no habían votado en las anteriores elecciones municipales y autonómicas, aquella fue una explicación suficiente para justificarlo todo. Lo sucedido tras las elecciones es una prolongación de esa misma táctica, y eso incluye, obviamente, la afirmación de que la ley de amnistía es plenamente constitucional, aunque durante décadas el PSOE haya mantenido lo contrario.

El problema no es Pedro Sánchez, ni el PSOE, sino la gestión futura de los inmensos problemas que se están incubando ahora

Hace unos días, cuando la Fundación del Español Urgente eligió el término "polarización" como palabra del año, el presidente Sánchez tuvo una reacción clamorosa: "en España —dijo— lo que existe es una polarización asimétrica. Aquí hay gente que insulta y gente que somos insultados, partidos políticos que son asediados y fuerzas o líderes políticos que instan al asedio. No vamos a entrar en ninguna de estas descalificaciones".

El mismo Pedro Sánchez, que, semanas antes, se comprometió en su investidura como presidente a levantar un muro para frenar a las derechas ("frenarlos en seco erigiendo un muro", fue su frase literal) culpa luego a los que están de haberse radicalizado y, además, niega haber dicho lo que está grabado.

Es también el mismo líder socialista que, hasta en el día de la Lotería de Navidad, un mes después de su investidura, se seguía riendo de Núñez Feijóo, como el lelo que ha ganado unas elecciones y no ha conseguido gobernar. "Está claro que a Feijóo no le ha tocado la Lotería de Navidad porque no quiere", como decía el anuncio del PSOE.

Foto: Protesta en Madrid. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

En fin… La polarización es un mal social, una deriva creciente en muchos países del mundo, y que en España comenzó con la irrupción de fuerzas políticas de extrema derecha y de extrema izquierda. Cuando una sociedad se divide de esa forma, como dos fuerzas opuestas que cada vez se alejan más, el deber de todo demócrata razonable es evitarla, y combatirla.

Es lo que habría que haber esperado del comportamiento de un líder hasta que el presidente socialista hizo el cálculo de que también esa era la fórmula que le permitiría mantenerse en el poder.

Cuando una sociedad se divide de esa forma, con dos fuerzas opuestas, el deber de todo demócrata razonable es evitarla, y combatirla

En alguna ocasión, Pedro Sánchez le ha trasladado a alguno de sus interlocutores su preocupación por cómo le tratará la historia. Si es eso lo que le inquieta, lo único que se le puede garantizar ahora es que la historia se acordará de él, pero no sabemos cómo.

Este año que ya se despide, el 2023, es posible que se pueda contemplar en el futuro como un punto de inflexión en la democracia española, en un sentido o en el otro. Bien con el reforzamiento de la democracia española a partir de los excesos que estamos viviendo o, por el contrario, con la explosión desbocada de algunos de los grandes problemas que existen.

Mantengamos la confianza en la probada resistencia de España a lo largo de toda su historia para repeler sus intentos reiterados por destruirse. ¡Feliz Año 2024!

El presidente estaba a escasos tres metros, con ese porte atlético que lo caracteriza, ese andar resuelto y la sonrisa que se le ha quedado después de verse, de nuevo, con una legislatura en sus manos. Sin dejar de mirarlo, el amigo que estaba a mi lado me preguntó: "¿tú cómo ves a Pedro Sánchez?".

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