No es no
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¿Y si hubiera un 'efecto Gabilondo'?
El pulso vehemente entre Ayuso e Iglesias, muy favorable a la presidenta, predispone el interés de las opciones moderadas y sosegadas
Comunismo o libertad. No pasarán. La resistencia de Madrid. El bien contra el mal (y viceversa). La lucha contra el fascismo...
Los eslóganes guerracivilistas y la evocación enfermiza de la riña a garrotazos de Goya estimula una polarización que excita el narcisismo de Díaz Ayuso y predispone la megalomanía de Pablo Iglesias. Se diría que no hay sitio para otras opciones en el derbi ideológico, que los comicios no dirimen a quién se vota, sino contra quién se vota, pero semejante vehemencia puede terminar beneficiando las posibilidades de Ángel Gabilondo.
Es verdad que el candidato socialista aspiraba a jubilarse como Defensor del Pueblo. Y es cierto que la idoneidad en el cargo había obtenido el consenso de un acuerdo entre el PSOE y el PP, pero el terremoto extemporáneo de Murcia lo han convertido en bombero y en paracaidista.
Ha sido llamado a filas el profesor. Y puede que no fuera el candidato que prefería Sánchez. Parecen haber declinado el ofrecimiento algunos ministros del gabinete, pero Gabilondo representa una alternativa desapasionada, interesante. Y no solo por la inercia del PSOE, la raigambre del partido y el viento favorable de la Moncloa, sino porque el pulso visceral y radical entre Ayuso e Iglesias —¿libertad o comunismo?— suscita el interés de otras posibilidades moderadas, por mucho que parezcan emparedadas o en estado de apnea.
Gabilondo ni siquiera es un sanchista en sentido estricto. Ni representa la idiosincrasia oportunista y cínica de la doctrina monclovense. No forma parte ni de los políticos activistas ni de los camaleónicos, de tal manera que su reputación escolástica y sus posiciones sosegadas representan una variante balsámica a la tensión y sobreactuación de la campaña que se avecina.
Nótese la contradicción: ganó las elecciones hace dos años y no pudo gobernar. Y puede perderlas el 4 de mayo, pero podría suceder que termine gobernando. Sería el escarmiento que amenaza la temeridad política de Ayuso, el plebisicito personal que ha organizado ella misma. Y el error de cálculo de Iglesias en su agonía: perder a la vez contra el PP y el PSOE.
Se trataría de reproducir en Madrid el modelo electoral de Salvador Illa. Insistir, redundar en un candidato que recela del circo político y de las posturas maximalistas. Ángel Gabilondo era ya Illa antes de que Illa formara parte de la actualidad y del conocimiento ciudadano.
Hablemos, pues, del 'efecto Gabilondo'. Y de la capacidad amortiguadora que caracteriza un político en las antípodas del populismo de Ayuso y de Iglesias en su perfecto antagonismo. Misma generación. Misma edad. Mismo día de nacimiento, incluso. Nadie mejor para combatirlos que un perfil exactamente contrario. Por la flema y hasta por la edad. Gabilondo parece un antídoto a la efebocracia y a la batalla adolescente, hormonal, que se avecina.
Puede reprochársele cierta indolencia. Y recriminársele escasa cualificación para resistir a los vaivenes de una trifulca que se resuelve en las redes sociales y en el hooliganismo. Pablo Iglesias va a quitarle votantes al Partido Socialista. No hasta el extremo de aspirar al sorpaso, pero sí lo suficiente para debilitar o menoscabar la candidatura del profesor. Otra cuestión es que Ángel Gabilondo aglutine las simpatías del socialismo moderado, al prófugo de Ciudadanos y al votante de izquierda que detesta por igual las marcas de Pablo Iglesias y Díaz Ayuso.
No está claro que la presidenta de la Comunidad madrileña sea Trump. Ni parece probable que Iglesias pretenda convertirse en Sanders. Me parece unas comparaciones arbitrarias, oportunistas y ventajistas. Pero igual ocurre que Gabilondo sí es Biden.
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