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Cuando la Gran Vía se llamaba José Antonio
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Rubén Amón

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Cuando la Gran Vía se llamaba José Antonio

El callejero es un recurso urbano de memoria, propaganda, control y política, tal como nos recuerda un interesante ensayo de Deirdre Mask que enfatiza el predominio de las calles… sin nombre

Foto:  Vista de la Gran Vía. (EFE/Fernando Alvarado)
Vista de la Gran Vía. (EFE/Fernando Alvarado)
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Ahora que se han exhumado los restos de José Antonio Primo de Rivera, tiene sentido recordar las cuatro décadas en que el fundador de la Falange fue el protagonista y el predicado de la Gran Vía de Madrid.

Franco otorgaba dignidad al martirio del fundador de la Falange, aunque la calle más relevante de la ciudad había sido expuesta a toda clase de adscripciones. Llegó a denominarse Avenida de la Unión Soviética, igual que se llamó Avenida de la CNT, Avenida de los obuses y hasta Avenida del Quince y medio, en alusión al calibre de los proyectiles que el ejército franquista disparaba desde los pisos superiores del edificio de Telefónica.

El callejero es un instrumento de memoria, de control y de propaganda. Así lo describe Deirdre Mask en un ensayo de la editorial Capitán Swing que indaga en la fisonomía y flexibilidad de nuestras redes urbanas.

Foto: Rocío Monasterio y Ortega Smith en un mitin de Vox en una imagen de archivo. (Europa Press/Jesús Hellín) Opinión

Partiendo de una sorpresa: la gran parte de los municipios del planeta -un 70%- carece de callejero o de un sistema de nomenclatura organizado, casi siempre por el subdesarrollo que connota los lugares sin nombre.

Se explica así mejor que la falta de una dirección concreta propague las epidemias y las catástrofes. Mask pone el ejemplo de Haití. Y de los problemas que revisten las ciudades sin calles definidas: la ambulancia no puede llegar allí donde no hay un nombre o un número identificativos.

Nos cuenta Deirdre Mask en su tratado (El callejero) que la primera iniciativa de los libertadores de Berlín consistió en cambiar el nombre de las calles que definían la capital del Reich hitleriano. No había edificios en pie, ni eran reconocibles las avenidas ni los callejones, pero urgía reorganizar y reconstruir la memoria para abjurar cuanto antes del régimen nazi.

Foto: El cuadro 'Los comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo' de 1860 en el Museo del Prado. (Eduardo Parra/Europa Press) Opinión
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El peso de la coyuntura es tan evidente que Madrid dedicó una calle al terrorista que intentó asesinar a Alfonso XIII. Y no cualquier calle, sino la Mayor, o sea, la travesía que Mateo Morral -así se llamaba- había elegido para intentar el magnicidio el día de la boda del monarca (1906).

Entendieron las autoridades municipales de la República que el criminal anarquista merecía un homenaje. Y que la mera intentona del asesinato de un rey justificaba el balance de 25 muertos y un centenar de heridos.

El episodio no figura en el ensayo de Mask, como tampoco se mencionan con detalle las peculiaridades del callejero español. Prevalece una visión anglosajona que alude al laberinto de Londres -calles, callejuelas, pasadizos con el mismo nombre- y que enfatiza las innovaciones urbanísticas de Estados Unidos. Incluidos los cuáqueros de Filadelfia, a quienes podemos atribuir la idea de parcelar la ciudad como una cuadrícula numérica.

El callejero es una forma de hacer memoria y de hacer política

Es el modelo que se adoptó en Nueva York. Y que explica la resonancia simbólica de la Quinta Avenida o de la calle 42, aunque la novedad más inquietante de la urbe estadounidense consiste en que puede comprarse el nombre de las calles. Dedicárselas a uno mismo, si es necesario.

Es el lado oscuro del capitalismo, aunque El callejero de Mask también nos recuerda que transcurrieron ocho años desde la muerte de Martin Luther King hasta que en EEUU se dedicó una calle con su nombre.

Han proliferado después… Y lo han hecho casi siempre en los barrios segregados o marginales, de tal manera que el callejero americano contemporáneo consolida la jerarquía de la discriminación.

El callejero es una forma de hacer memoria y de hacer política. Lo hemos experimentado en las ciudades españolas -Madrid en cabeza- a propósito de las revisiones históricas. Y de la merecida degradación de las personalidades franquistas que se habían instalado en nuestras plazas, calles y avenidas.

Foto: 'Aquiles en Esciros' en el Teatro Real. (EFE/Teatro Real/Javier del Real) Opinión

La purga no siempre ha sido honesta. Y se han producido discriminaciones injustas, normalmente por establecer una analogía inextricable entre las personalidades que prosperaron en el franquismo y su supuesta adhesión al régimen. Que se lo digan a Calvo Sotelo o a Ramiro de Maeztu.

El justicierismo cohabita con la falta de perspectiva histórica en las nuevas asignaciones. No sé si ha pasado suficiente tiempo para dedicar a Suárez el aeropuerto de Barajas, pero es una desproporción atribuirle a Almudena Grandes la titularidad de Atocha. La coyuntura se impone a la cordura. Porque entonces Javier María se merecería la dedicatoria de la M30.

Y eso que casi nunca sabemos quién era el personaje de la calle en que vivimos. Ni nos lo preguntamos tampoco… a no ser que las resonancias históricas sean evidentes. Les sucede a los protagonistas de “Abejas grises” (Andrei Kurkov), la historia de dos vecinos enemistados que habitan en un pueblo perdido de Ucrania y que viven su beligerancia en la calle equivocada. El filo-ruso reside en la calle Shevchenko, el gran poeta ucraniano. Y el anti-ruso lo hace en la calle Lenin..

Ahora que se han exhumado los restos de José Antonio Primo de Rivera, tiene sentido recordar las cuatro décadas en que el fundador de la Falange fue el protagonista y el predicado de la Gran Vía de Madrid.

Madrid José Antonio Primo de Rivera
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