No es no
Por
El Gran Houdini exhibe las gafas de mentir
Condescendiente, irónico e impostado, el presidente del Gobierno hace valer su instinto escapista en una comisión con muchas preguntas, pocas respuestas, irritante fervor de sus aliados y un delirante planteamiento defensivo: la culpa es del PP
No es que Pedro Sánchez sorprendiera a los senadores —y a los españoles— con unas gafas retro de Dior —300 eurazos—, sino que las convirtió en instrumento mágico para conducirnos al túnel de la realidad alternativa, de tal manera que el acusado se convirtió en inquisidor con la entrañable complicidad de sus socios parlamentarios.
Enternecía el almíbar del senador de Bildu en cada una de sus preguntas y abrumaba el candor del camarada de ERC, pero más llamaba la atención el trato preferencial hacia parlamentario de Junts. O sea, que el gran proceso del PP contra el ciudadano Sánchez, revestido de tanta expectación y fines justicieros, se convirtieron en un impulso inesperado a la legislatura.
Fue Sánchez quien degradó a la categoría de circo la iniciativa parlamentaria. Quien maltrató la institución que lo convocaba. Quien definió a Feijóo como "el amigo del narco". Y quien subestimó la complicidad delictiva que trasladaron tantas preguntas sin respuestas. Ni siquiera cuando las señorías trataron de dirimir las razones por las que Sánchez depuró a Ábalos en 2021 y decidió rehabilitarlo como diputado dos años más tarde.
No parecía incómodo el presidente del Gobierno en su impostura victimista ni tuvo problemas en denunciar la parcialidad del árbitro de la comisión —senador del PP en el contexto de la mayoría absoluta—, pero nos sorprendió con unas gafas de lectura fashion que redundaban en el planteamiento teatral del psicodrama y que distorsionaban, dioptría a dioptría, la excentricidad de la estrategia: el acusado acusaba, el reo denunciaba a los senadores hostiles.
Era ponerse las gafas y afloraban las medias mentiras, los bulos, los hechos alternativos. Pretendía otorgar al gesto un aire académico, científico —las lentes de la verdad—, aunque la principal eficacia del teatrillo consistió en revertir la comisión a una fórmula política, como si fuera un debate rutinario y no un interrogatorio. Solo faltaba el homenaje que le tributó el servilísimo senador socialista: "No estamos en una comisión, estamos en una crucifixión".
Correspondió al senador popular Alejo Miranda —poco conocido en los medios y en el radar del PSOE— la misión de zaherirlo. Y pretendió desquiciarlo a cuenta de las conexiones con Ábalos, Koldo, Cerdán, Aldama, Delcy, Begoña... pero no hasta el extremo de emular la pericia de Tom Cruise en la escena crucial de "Algunos hombres buenos". ¿Ordenó usted el código rojo?
La eficacia del teatrillo consistió en revertir la comisión a una fórmula política, como si fuera un debate rutinario y no un interrogatorio
Agua. Sánchez es imbatible en la charca y en el barro. Y el senador Miranda parecía uno de esos futbolistas con hambre de balón que tienen delante de sí la oportunidad de su vida... y que la desaprovechan, naturalmente porque el presidente del Gobierno es el puto amo y reaccionó al asedio con paternalismo y pereza
Los mejores recursos del gran Sánchez fueron acaso la ironía, el ventilador y la maestría con que dosificó los comodines. El tahúr de la Moncloa los utilizó para denunciar la corrupción... del PP, los sobresueldos... de Feijóo, la arbitrariedad de... la Justicia, el nepotismo... de Ayuso. Lo que no esperaba acaso es que le preguntaran y le repreguntaran hasta desquiciarlo, acostumbrado como está a eludir cualquier espacio de escrutinio sin control.
Por eso resultó tan elocuente el careo inaugural con la senadora de UPN, María Caballero. Hizo todas las preguntas que había que hacer y de todos los asuntos pertinentes. No iba a admitir Sánchez conocimiento ni responsabilidad en las tramas que involucran a la cuadrilla del Peugeot —Ábalos, Koldo, Cerdán— ni noticia alguna del dinero líquido que engrasa la contaduría de Ferraz.
El mérito de Sánchez consiste en convertir la sospecha en relato. Donde los demás se disculpan, él declama. Donde otros titubean, él ensaya el gesto grave de la responsabilidad herida. Va al Senado como Houdini al tanque de agua: sabiendo que el público aguarda el milagro. Y el milagro llega gracias a la sumisión de los senadores afines.
Sánchez sale del encierro seco, inmaculado, con la elegancia del reo que firma autógrafos al salir de prisión. El truco es viejo, pero eficaz: desplazar el foco. Si le preguntan por Koldo, responde Bárcena. Si se le habla de financiación irregular, replica con la corrupción popular. Y se le mencionan a la familia —la "famiglia"—, prorrumpe en un ejercicio de dignidad herida, llevando al extremo la teoría de la conspiración judicial.
Nada ha preocupado más a Sánchez que la incolumidad de Begoña y de su hermano, ni se concibe mejor argumento instigador que el nepotismo, pero el presidente del Gobierno se había preparado el dossier para hacer apología del victimismo.
Es la alquimia del relato: transformar el plomo de la sospecha en oro discursivo. Y mientras el PP se consume en su propia escenografía, Sánchez refuerza el personaje del superviviente.
Conviene reconocerle el talento. Lo suyo no es la improvisación, sino el método. Ha convertido la oratoria en ingeniería de evasión. Cada frase es una palanca; cada pausa, un disimulo. Habla mucho sin decir nada, pero lo hace con una convicción que persuade. Es su gran superpoder: decir lo mismo de siempre como si fuera la primera vez.
El PP quería exhibir un preso y acaba promocionando un protagonista. Porque la política no condena, canoniza. Y Sánchez, con su mezcla de narcisismo y cálculo, ha aprendido a convertir cada linchamiento en una oportunidad. Lo han enterrado muchas veces y siempre regresa. Sale del agua con las esposas en la mano y el esmoquin seco.
Sánchez, con su mezcla de narcisismo y cálculo, ha aprendido a convertir cada linchamiento en una oportunidad
Así lo percibieron y aplaudiendo sus compadres y comadres de legislatura. Lejos de intrigarles las razones de un secretario de organización del PSOE en la cárcel, antepusieron la dependencia clientelar y el miedo al recambio en la Moncloa. Y cerca estuvieron de sacarlo a hombros, aunque hubiera sido más entrañable verlos ponerse todos con las gafas de Dior.
No es que Pedro Sánchez sorprendiera a los senadores —y a los españoles— con unas gafas retro de Dior —300 eurazos—, sino que las convirtió en instrumento mágico para conducirnos al túnel de la realidad alternativa, de tal manera que el acusado se convirtió en inquisidor con la entrañable complicidad de sus socios parlamentarios.