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Lo que revela la lucha entre los bancos y las grandes tecnológicas
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Esteban Hernández

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Lo que revela la lucha entre los bancos y las grandes tecnológicas

La desorientación respecto de cómo nos afectan los problemas globales es típica de las élites políticas españolas. Pero tampoco las económicas entienden qué está ocurriendo

Foto: Debate sobre el futuro de las finanzas y las 'big tech', en la sede del FMI. (EFE)
Debate sobre el futuro de las finanzas y las 'big tech', en la sede del FMI. (EFE)

Si de algo ha servido esta campaña ha sido para subrayar la escasez de ideas de nuestras élites políticas. Los debates fueron reveladores en ese sentido, ya que mostraron a candidatos centrados en lo táctico pero absolutamente planos en cuanto a recorrido de futuro, a planteamientos para abordar lo que vendrá, a soluciones a problemas significativos.

Nuestras élites no acaban de entender el momento en que se encuentra Occidente y, de hecho, tampoco el momento en que se encuentran ellas mismas. Pero no es un mal exclusivo del ámbito político, también se aprecia de una manera relevante en lo económico. Un buen ejemplo es la pugna de poder que está teniendo lugar entre las grandes empresas tecnológicas y la banca, especialmente la europea.

Contra el corto plazo

A principios de semana se celebró la 'International Banking Conference', organizada por Banco Santander e inaugurada por Ana Botín. En la disertación de apertura, Botín se sumó a la necesidad de reformular el capitalismo y de acabar con la maximización de los beneficios para el accionista como única guía. Es imprescindible mirar a medio plazo, tanto en las firmas como en la sociedad, en lugar de continuar con el recorrido tremendamente cortoplacista en el que estamos inmersos y con las graves consecuencias que genera. Además, subrayó la urgencia de pensar más allá de la mera generación de beneficios en la misma actividad de la empresa, y señaló algún ámbito de acción, como el cambio climático, sobre el que se debería poner el foco.

Las recetas que se recomendaron son conocidas porque ya fueron utilizadas con mucha frecuencia en otros sectores, y con escaso éxito

Sin embargo, detrás de estas pertinentes afirmaciones no hay mucha actividad real que las respalde, ya que la identificación de los problemas no impulsa una toma de decisiones que los frene o los neutralice. Y eso se nota incluso en lo que afecta a la banca más directamente, la pérdida de negocio a manos de las tecnológicas, que ya ha empezado y que amenaza con ser sustancial en los próximos años.

La innovación como panacea

Es significativo en este sentido que las recetas que se recomendaron en las jornadas sean conocidas, porque ya fueron utilizadas en otros ámbitos para competir en el nuevo escenario, y con escaso éxito. En particular, el cambio de mentalidad para adaptarse a la innovación, la confianza existente entre los bancos y sus clientes como pegamento de la relación, propugnar un marco regulador en el que las tecnológicas no partan con ventaja o evitar situaciones de injusticia derivadas del uso de algoritmos, suenan bien pero no son más que diferentes expresiones de la creencia en que solo hay que adaptar las realidades a los nuevos instrumentos.

La digitalización es una oportunidad para quienes tienen el poder y los instrumentos adecuados; el resto de competidores perderá

Esta visión es errónea, porque supone ignorar la reestructuración de nuestras sociedades, también en lo económico y en lo financiero, de la que estamos siendo los sujetos pasivos. La equivocación más común es poner el acento en la tecnología, creer que esto no es más que la consecuencia temporal de las transformaciones que esta causa. La digitalización no es una oportunidad, como llegó a decirse en las conferencias; o, más propiamente, lo es para quienes tienen el poder y los instrumentos adecuados, pero los demás competidores pierden.

La verdadera reconversión

El fondo del asunto es la apuesta decidida de las tecnológicas por hacerse con cada vez más partes rentables de la economía. Para ello, están reconvirtiendo sectores enteros: ocurrió con el ámbito cultural, pero también con el de los grandes almacenes, el transporte, el alojamiento, la publicidad, la distribución de información, está entrando en el ámbito jurídico y el sanitario o en la regulación del tráfico. Las grandes ciudades serán en el futuro una fuente de beneficios para las tecnológicas, como lo será el ámbito financiero.

Las tecnológicas poseen capital, influencia política, respaldo, músculo financiero, instrumentos punteros y además cuentan con los datos

Todo esto tiene que ver con un asunto obvio: las novedades son aprovechadas por quienes en mejor disposición están para ello. Las tecnológicas poseen capital, influencia política, respaldo internacional, mucho músculo financiero, instrumentos punteros y además cuentan con los datos. Frente a ellas, los bancos europeos están muy por debajo en casi todo, lo que hace previsible adivinar el resultado final. Es esta diferencia de poder la que determina los ganadores y los perdedores.

El resultado lo conocemos

Lo hemos vivido antes: la sensación de invulnerabilidad, primero, de sectores establecidos, la falta de toma de conciencia de la situación, después, y la creencia en que a pesar de todo se podría competir con cierto éxito fueron constantes que se dieron en un ámbito tras otro. El resultado lo conocemos: ganó la empresa tecnológica y el resto fue concentración, integración vertical, reducción de actividad, absoluta falta de innovación, menos beneficios, salarios más bajos, proveedores y colaboradores empobrecidos y destrucción final del ecosistema.

En el ámbito puramente bancario, las recetas van por el mismo camino: concentración, digitalización como sinónimo de abaratamiento de costes, intento de expansión en mercados exteriores, entrada en nichos minoritarios, reducción de servicios o nuevos cobros... Pero son medidas de repliegue, en tanto supone aceptar que habrá partes de su negocio que quedarán en manos de otro tipo de empresas, las tecnológicas, y que seguirán corriendo presionados por exigencias de rentabilidad poco realistas en lugar de afrontar los problemas reales. El asunto de fondo es fácil de comprender: cuando hay fuerzas que concentran el poder y los recursos, utilizan estos para seguir creciendo, lo que solo pueden hacer a costa del resto de la sociedad, grandes competidores incluidos. Por eso las recetas del antitrust estadounidense, como dividir las tecnológicas, son pertinentes, porque apuntan al núcleo: los monopolios y los oligopolios son un problema en sí mismo.

El caso español es significativo: vimos liberales del PP pasarse a Ciudadanos, como fuerza emergente y moderna, y ahora los vemos acercarse a Vox

Esto tiene traslación también a la política. Hemos visto lo que ocurrió con la socialdemocracia, que giró hacia el social liberalismo convencida de que el mercado se autorregularía, que todo iría bien y que seguirían fluyendo recursos, en forma de impuestos, que permitirían afianzar el estado de bienestar y el resultado final ha sido el de su irrelevancia. Ahora es el turno del mundo liberal. El caso español es significativo: vimos liberales del PP pasarse a Ciudadanos, como fuerza emergente y moderna, y ahora los vemos acercarse a Vox. Ese deslizamiento hacia las nuevas fuerzas, que ya ha ocurrido en Europa, es la señal clara de cómo los liberales tradicionales están debilitándose frente a las nuevas fuerzas, que el 'statu quo' está siendo desafiado de manera insistente, y que ya no se puede actuar como si esto fuera un paréntesis temporal que se solucionará en un plazo razonable.

El problema de quién tiene el poder

En esas circunstancias, incluso los diagnósticos más acertados desde el liberalismo, como el de Toni Roldán, caen en el mismo error: identifican problemas serios, son conscientes del cambio, pero ofrecen soluciones que no hacen más que evitar el asunto esencial, el del poder. Sin tomar en cuenta este elemento, sectores típicamente triunfadores en la época precedente, como los bancos en el ámbito económico y los liberales en el político, estarán condenados a seguir perdiendo relevancia. De forma paulatina, viendo cómo su espacio se reduce, cómo se concentran las fuerzas para seguir resistiendo, y cómo su margen de acción disminuye, pero continuarán deslizándose por la pendiente.

No sirve quejarse de que llega la extrema derecha o del poder de las tecnológicas, si no se ponen medidas reales y efectivas que impidan que el clima en el que han crecido continúen propagándose. Un par de recientes libros estadounidenses, como 'Don’t be evil', de Rana Foroohar y 'Goliath', de Matt Stoller, son buenos ejemplos de los peligros que se afrontan. Y sirven, además, para poner de relieve que sin un sustancial cambio estructural, las cartas seguirán marcadas.

No se trata de defender a los actuales bancos o al tecnoliberalismo reinante, sino de que ambos espacios son buenos ejemplos de cómo, incluso en las cuestiones que les afectan más directamente, las élites españolas han perdido el foco. Centradas en el corto plazo, actúan como si nada hubiera pasado, como si el escenario fuera fundamentalmente el mismo, cuando estamos en otro lugar. Y desde luego, muy preocupante.

Si de algo ha servido esta campaña ha sido para subrayar la escasez de ideas de nuestras élites políticas. Los debates fueron reveladores en ese sentido, ya que mostraron a candidatos centrados en lo táctico pero absolutamente planos en cuanto a recorrido de futuro, a planteamientos para abordar lo que vendrá, a soluciones a problemas significativos.

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