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"Biden tiene toda la intención de cumplir sus promesas: estamos ante un gran cambio"
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Esteban Hernández

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"Biden tiene toda la intención de cumplir sus promesas: estamos ante un gran cambio"

Zach Carter es el autor de uno de los mejores libros de la última temporada y uno de los intelectuales que están conformando una nueva oleada de pensamiento en EEUU

Foto: Zachary D. Carter. (Lorin Klaris)
Zachary D. Carter. (Lorin Klaris)

‘El precio de la paz. Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes’ (Ed. Paidós) es un gran libro. Lo firma el periodista Zachary D. Carter, fue una de las obras sobre economía que más repercusión tuvieron en EEUU el pasado año y uno de los ensayos más vendidos, y acumula méritos para ello. No es una biografía al uso, sino que realiza un recorrido por los dilemas intelectuales y morales que afrontó Keynes en su trabajo y en su vida, explica con un estilo ágil el contexto histórico en el que se desenvolvieron y señala de un modo pertinente cuáles de ellos tienen correspondencia con nuestro presente. Carter ofrece una versión del keynesianismo tremendamente interesante, y sabe cómo plantear al lector las preguntas que necesitan ser respondidas hoy.

Carter forma parte de un apreciable grupo de nuevos ensayistas estadounidenses que están formulando visiones económicas poco ortodoxas, pero muy oportunas en estos tiempos de cambio. Conforman una suerte de ‘new dealers’ antes del New Deal, como lo fue el propio Keynes, y ahora tienen una oportunidad clara, con la Administración Biden, no de que sus tesis sean escuchadas, sino de que sean llevadas a la práctica.

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PREGUNTA. Uno de los aspectos más interesantes del libro es que recuerda de un modo muy vivo que la economía no trata acerca de preceptos técnicos que operan en un mundo aparte, sino señala que su esencia es cómo organizar la sociedad, cómo solventar sus problemas y cómo construir una vida más justa y más estable. Ese regreso a otra esencia económica, que era la de Keynes, parece decisivo en nuestra época.

RESPUESTA. Yo creo que, en los últimos 30 o 40 años, la profesión económica ha sido una especie de anomalía dentro de la Historia de la Economía. Este campo se ha autodefinido como una actividad muy delimitada, técnica y neutral en cuanto a valores, y ha tratado de imitar las formas de la Física matematizándolo todo. Ha protagonizado un intento (que bajo mi punto de vista no es que haya sido tremendamente creíble) de persuadir a la gente de que se ha divorciado del proyecto social en el que participan los economistas que ejercen su profesión sobre el terreno. Creo que Keynes se consideraba ante todo un filósofo, y no creo que pensase que tenía nada de lo que avergonzarse, para él era algo perfectamente razonable. Si nos fijamos en los grandes economistas de la Historia (Adam Smith, John Stuart Mill...), para estas personas, el trabajo que desarrollan como economistas está íntimamente relacionado con el que desarrollan como filósofos de la moral o teóricos sociales. Y creo que es importante para el campo de la economía, por su propio bien, no perder de vista estos valores sociales y quedarse solo en parámetros y ecuaciones. Pero me parece que, en cierto modo, eso es lo que hemos hecho, y los senderos por los que se nos ha guiado a consecuencia de ese proyecto han sido muy dañinos para muchas sociedades.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)

P. Defines a Keynes como el último filósofo ilustrado. Esto le deja algo fuera de lugar en nuestra época, ya que la esfera intelectual está dominada por la clase de economistas a los que combatía Keynes. Hoy los expertos que son tenidos en cuenta son los 'spin doctors' a la hora de ganar elecciones y los tecnócratas vinculados al 'statu quo' a la hora de gobernar. No parece haber mucho espacio para un filósofo ilustrado.

R. Sí, por supuesto, tienes razón. Sobre todo en EEUU, parece que cualquier idea social viene determinada por quién puede proporcionar los mejores datos para ayudar a ganar las próximas elecciones y el manejo de esos datos tampoco parece que se les dé especialmente bien. Recurrir a las matemáticas y la estadística para solucionar todos nuestros problemas es un error. Claro que las matemáticas y la estadística juegan su papel, pero es importante recordar para qué se están empleando. Hay algo un tanto descorazonador en todo esto. Se percibe en el trabajo de Thomas Piketty, el economista francés, que creo que es el que más se acerca a lo que los coetáneos de Keynes podrían haber aspirado a hacer en este campo. ‘El Capital en el siglo XXI’ y ‘Capital e ideología’ tratan de aunar las grandes teorías sociales y las ideas en torno al cambio político y social. Pero ‘El capital en el siglo XXI’, un libro muy estadístico, fue mucho más influyente que el que para mí es un libro mejor, ‘Capital e ideología’, que trata de cómo cambian las sociedades y de qué significan esos datos. Y no estoy tan seguro de que nuestra clase política actual esté preparada para un pensador como este, aunque la sociedad sí lo esté. La gente no se deja engañar por esos economistas que afirman que se guían estrictamente por los datos, todo el mundo sabe quiénes son los economistas conservadores y los progresistas. Seguimos jugando a un juego extraño en el que fingimos que estas personas no tienen ninguna creencia fuera del universo de las matemáticas, lo cual sencillamente no es cierto.

Foto: El presidente estadounidense, Joe Biden. (EFE)

P. Afirmabas que no solo vivimos en un capitalismo injusto, también en uno que no funciona. Cuando hablas del New Deal, señalas que no salvó al capitalismo, sino que creó una forma de gobierno completamente inédita. ¿En qué consistió? ¿Es reproducible hoy?

R. La palabra capitalismo ha sido muy flexible a lo largo de este último siglo. Hay quienes defienden que Franklin D. Roosevelt salvó el capitalismo, pero también hubo gente que en aquel momento afirmaba que lo que Roosevelt estaba haciendo era destruir el capitalismo: el proyecto de obras públicas, los programas de subsidios por desempleo... aquello era el fin del capitalismo, punto. A día de hoy cuesta tomarse en serio algunas de aquellas protestas, principalmente de la derecha estadounidense y la élite empresarial en la década de los treinta, que se prolongaron hasta los setenta. Creo que lo que Roosevelt hizo fue reorientar la función del Gobierno de EEUU. Antes de que Roosevelt resultara electo, el Gobierno federal de EEUU gastaba entre el 1 y 3 % anual de su PIB, mientras que los presupuestos de Roosevelt en el periodo de entreguerras llegaron hasta el 10 % del PIB, triplicando el máximo alcanzado previamente. Después, durante la Segunda Guerra Mundial, llegó al 40 %. Desde entonces se ha mantenido en torno al 20 %. Es un cambio tremendo en el volumen de actividad económica desarrollada por el Gobierno federal y, en una economía tan grande como la de EEUU, es un cambio que la mayoría —y me atrevería a decir que incluido el propio Roosevelt al comienzo de su mandato— no habría podido imaginarse.

El New Deal no fue tomado en serio entre las élites intelectuales estadounidenses de la época porque no creían que no fuese viable. Y lo fue

Una de las cosas extraordinarias de alguien como John Maynard Keynes es su capacidad para soñar cosas como esa y tomárselas en serio cuando otros expertos se reían de ellas. Uno de los motivos por los que el New Deal no fue tomado en serio entre las élites intelectuales estadounidenses de la época es que sencillamente creían que no fuese viable. La noción de que el Gobierno pudiera reorientarse hacia el papel de garante, no solo de unas condiciones de vida mínimas, sino de los cimientos de una buena vida y de una existencia intelectualmente satisfactoria y estéticamente atractiva, era fácil de rebatir en los años veinte y treinta con solo decir ‘Es imposible, así que ¿por qué hablar de ello?’. Y alguien como Keynes fue capaz de decir que no era imposible en absoluto. Y no lo era. Una de las mayores desgracias de cómo ha evolucionado la profesión económica desde los años setenta, desde que a Keynes se le defenestrara de las instituciones de poder estadounidenses y europeas, es que los economistas empezaron a desempeñar cada vez más el papel de decir a la gente que ya era imposible conseguir nada mejor. Creo que eso no era cierto en aquel entonces y, desde luego, si observas lo ocurrido estos últimos años, desde la crisis económica, esas ideas no son en absoluto creíbles.

P. ‘Las consecuencias económicas de la paz ‘describe una situación que tiene algunas semejanzas con la vivida en Europa tras la crisis de 2008, y probablemente con la actual. Cuando hay países muy endeudados, y lo estamos viendo en Europa, y deben hacer grandes sacrificios para devolverla, carecen de capacidad para producir y para generar crecimiento, con lo que se cae en una espiral de depresión, inestabilidad, desigualdad y tensiones sociales. Keynes se dio perfecta cuenta de esa dinámica negativa y Roosevelt también; Europa no parece muy consciente de ello.

R. Me cuesta hablar en nombre de toda Europa, porque es muy diversa y, políticamente, cada Estado europeo está sometido a una serie de presiones y cuestiones culturales que no siempre conozco, pero sí está claro que cada vez hay una mayor consciencia entre las instituciones conservadoras y tecnócratas de la economía internacional de que el camino que escogió Europa tras la crisis de 2008 fue un error. Que la austeridad, la exigencia de que los países gravemente endeudados solucionaran sus problemas de déficit presupuestario antes de abordar las consecuencias, muy reales, del sufrimiento social por la recesión… Esas decisiones exacerbaron la recesión y llevaron a Europa a una recuperación más bien mediocre en comparación con países que gastaron más y se no se preocuparon tanto por la deuda.

Parecía que el Gobierno estaba trabajando por el bien de la banca y no de la ciudadanía. Y lo parecía porque era cierto

Pero hay algo importante en ‘Las consecuencias económicas de la paz’, y que lo hace hoy muy pertinente, como es el hecho de que no se trata solo de deuda y déficit, sino del auge del autoritarismo. Mires donde mires, desde la crisis ha habido una aceptación y un entusiasmo muy notables en todo el mundo de diferentes formas de gobierno autoritarias. Y a mí se me hace difícil creer que no guarda relación alguna con la gestión económica tras la crisis. La mayoría de países enviaron una señal muy rotunda, e incluyo en esta mayoría, hasta cierto punto a EEUU, que hizo un mejor trabajo que la Europa de Angela Merkel. Se envió una señal muy clara a la población de que el Gobierno no se estaba encargando de ellos. Parte de lo que hizo que el New Deal fuera tan revolucionario y aterrador para miembros del establishment y la clase política de la época es que decía que el Gobierno estadounidense no estaba para defender los intereses de las élites, sino para defender a la gente de a pie en todo momento, que tu seguridad económica es algo que el Gobierno federal ya a apoyar; que es imposible que te proteja de todos los males que se crucen en tu camino, pero que al menos lo va a intentar. Y no parecía que fuera ese el caso tras el desplome de 2008. El Gobierno parecía estar trabajando por el bien de la banca, y no de la ciudadanía. Y el motivo por el que lo parecía es porque era cierto.

O. También existe una advertencia de Keynes al respecto, cuando afirmaba que “bueno, la deflación llevó a Hitler al poder”. Y es una lección que quizás debamos aprender, porque este sí es un momento complicado, ¿no? Si las sociedades siguen rompiéndose, si la desigualdad aumenta, la consecuencia más probable es el declive de la democracia liberal y, con él, el auge de los movimientos autoritarios.

R. Y vemos cómo se han expandido desde la última crisis. En EEUU debatimos sobre si el giro autoritario en el partido conservador es el resultado de problemas persistentes sobre temas raciales, desigualdad de renta o este tipo de aspectos, pero a mí me resulta difícil pasar por alto que este fenómeno se da en todos los países, y no solo en EEUU. Cualquier país que haya atravesado dificultades tras la crisis económica ha experimentado este giro autoritario en algún punto de su política, y su forma de expresión depende de la historia y la cultura de ese país. Para mí, esa medida es mucho más significativa que cualquier estadística sobre el crecimiento o la productividad que podamos citar. Cuando la política se vuelve tan fea, tan peligrosa y violenta como lo ha hecho en tantos Estados diferentes, es que se está cociendo algo muy peligroso. Tú hablas de la capacidad del ser humano de caer en las mismas estupideces. Eso también se podía aplicar en 1932. No era ningún secreto que la depresión económica estaba desembocando en gobiernos autoritarios. Mussolini llegó al poder en los años veinte, mucho antes que Hitler. No era ningún secreto y, sin embargo, los líderes mundiales no fueron capaces de dar con la manera de cambiar su concepción de la gobernanza económica. Yo creo que ahora tenemos una gran ventaja, y es que ya hemos transitado por esa experiencia, sabemos lo que pasó y tenemos el registro keynesiano como una especie de modelo. Cada época es diferente, las prescripciones políticas no serán las mismas que hace un siglo, pero sí que tenemos cierta idea de lo que funciona, no vamos a ciegas.

Foto: Biden como vicepresidente de EEUU en una visita a Bruselas en 2015 (Reuters) Opinión
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P. Sí, porque si uno observa la salida de la Primera Guerra Mundial, se encuentra con este tipo de problemas. Casi todo Occidente fue sometido a tensiones similares, y varios de ellos acabaron gobernados por fascistas. Salvo un país, EEUU, que dio un giro sustancial en su Gobierno y en su manera de enfocar la economía, que lideró Roosevelt, que contribuyó a estabilizar una democracia que se extraviaba. Estamos ante un momento similar.

R. A menudo se olvida que en EEUU, donde Roosevelt lo hizo tan bien a la hora de hacer retroceder a aquella marea autoritaria que se nos ha borrado de la memoria, que estuvimos cerca de caer en ella. Hay un libro reciente de un historiador, Eric Rauchway, de la Universidad de California, en el que se detalla una marcha en Washington de un grupo de veteranos de la Primera Guerra Mundial descontentos, que estaban liderados por un admirador de Benito Mussolini, y que fueron expulsados de la ciudad por el General Douglas MacArthur, que actuó haciendo caso omiso de las órdenes presidenciales de no desplegar los tanques contra aquellas personas. Así que he aquí una confrontación entre dos autoritarios que desafiaron por completo al presidente. Esto fue en 1932, un año antes de que Roosevelt ganara las elecciones. Es difícil pasar por alto esta cepa de fascismo, creo que lo podemos llamar así, en EEUU. No estaba solo en Washington, estaba por todas partes, existía la creencia de que la democracia no era capaz de hacer frente a los desafíos que afrontaba.

Es importante pensar en Keynes más como un teórico de las crisis sociales que como un técnico del déficit y de la deuda pública

Y hay bastante de todo eso en las teorías de la conspiración que se escuchan en torno a Donald Trump y sus seguidores aquí en EEUU: existe todo un movimiento de personas interesadas en ese mundo online extraño llamado QAnon, y no es tanto una teoría de la conspiración como una suerte de fantasía fascista: un grupo de personas unidas por la creencia de que habrá una arremetida autoritaria y violenta contra el Partido Demócrata. Es un tema peligroso, y solucionarlo no es sencillo. No creo que John Maynard Keynes dijera hoy ‘si gastas suficiente dinero todo estará bien y tus problemas se solucionarán’, pero creo que sí diría que las políticas económicas tienen un papel muy claro a la hora de apagar este incendio. Y creo que es importante pensar en Keynes más como un teórico de las crisis sociales que como un técnico del déficit y de la deuda pública. Es una persona que, ante los grandes problemas de su tiempo, dice ‘podemos usar la política económica para ayudar a resolverlos’.

P. El plan de Biden es importante en muchos sentidos, también en este de coser una sociedad rota por vínculos identitarios e ideológicos. En lo económico, ¿cómo de profundo va a ser? ¿Adivinas en él un propósito keynesiano real, el de generación de empleo y actividad? ¿En qué cambiará la sociedad estadounidense? ¿Es el inicio de una transformación sustancial?

R. Predecir el futuro siempre es un asunto muy peligroso, y sabemos que los políticos son especialmente volubles. Pero bueno, obviando estas advertencias, yo soy bastante optimista en cuanto al giro de Biden. En su campaña de las primarias se presentaba como el candidato más cauto y menos ambicioso. Mostró ese perfil muy abiertamente, quería que el mundo lo viese como alguien que no iba a cambiar muchas cosas: iba a deshacer algunos de los excesos más flagrantes de la Administración Trump y el mundo iba a volver a cierta noción de normalidad, yo diría casi fantástica, que existía antes de Trump. No iba a hacer nada grande ni ambicioso. Y sin embargo, si nos fijamos en la forma que ha tenido de gobernar desde que asumió el cargo, ha dejado muy claro que quiere ser un presidente del cambio: habla abiertamente de cambiar el paradigma intelectual de cómo se entiende la función del Gobierno estadounidense (empleó explícitamente la palabra ‘paradigma’), y pronunció un gran discurso en el Congreso en el que dijo algo así como “El Gobierno que os representa en Washington no es una fuerza de ocupación venida de una capital extranjera, es una expresión de voluntad democrática. Forma parte de lo que implica vivir en una sociedad democrática y del ejercicio de autogobernarse”. Así que el pueblo estadounidense no tiene por qué ver al Gobierno con un halo de hostilidad, como creo que ha sido la ideología predominante entre los líderes de ambos partidos durante, al menos, los últimos 25 años.

Las herramientas que Keynes había creado para la gestión macroeconómica podían utilizarse tanto en pro de políticas conservadoras como liberales

Los Demócratas siempre han tenido una mayor predisposición a emplear el Estado para ayudar a los miembros más desfavorecidos de la sociedad, pero, por lo menos durante el último cuarto de siglo, lo han hecho como si fuera una vergonzosa necesidad, algo así como “ojalá no tuviéramos que recurrir a esto, sabemos que el mercado es la mejor forma de hacer las cosas, pero con esto, por desgracia, no nos queda otra que apretarnos los machos y actuar”. Biden está hablando desde otro lugar: habla del propósito del Gobierno democrático. Y yo creo que, pase lo que pase con sus políticas económicas e independientemente de cómo se perfilen los detalles técnicos, ese cambio de perspectiva, ese valor del Gobierno como una expresión de voluntad democrática y no como una vergonzosa necesidad, es ya un gran cambio, y no creo que sea algo de lo que un presidente se pueda retractar con facilidad. Así que, a mi modo de ver, sí estamos ante una gran transformación, pero creo que todavía está por ver hasta qué punto el Partido Demócrata, especialmente en el Senado, dejará que Biden persiga ese cambio. Su mayoría en el Senado es muy ajustada, así que es muy difícil hacer nada, y el sistema legislativo estadounidense no ha sido muy funcional durante la última década. Así que todavía es un interrogante si Biden podrá cumplir todas sus promesas, pero sí que creo que tiene toda la intención y que se trata de un cambio de rumbo muy significativo en términos intelectuales.

P. Uno de los méritos del libro es precisamente subrayar ese carácter del Gobierno. Otro es contarnos cómo los conceptos tienen distintos significados dependiendo de las épocas en las que son aplicados. Por ejemplo: keynesianismo significaba algo muy distinto en 1930 y en 1980, ¿no? Has hablado del keynesianismo reaccionario. ¿En qué consiste y en qué medida ha marcado nuestras últimas décadas?

R. Keynesianismo reaccionario es un término que acuñó John Kenneth Galbraith, probablemente el más exitoso de los admiradores y seguidores de Keynes tras su muerte, para describir las políticas de la Administración Kennedy, de la que formaba parte. Él defendía que las herramientas que Keynes había creado o legitimado para la gestión macroeconómica (recortes fiscales, gasto público, obras públicas...) podían utilizarse tanto en pro de políticas conservadoras como liberales. Y cuando la Administración Kennedy empezó a rebajar impuestos en nombre del crecimiento económico, tuvieron éxito y generaron crecimiento económico. Pero también empezaron a alimentar un incremento de la desigualdad que persiste hasta el día de hoy, porque, si observas la estructura de aquellos recortes fiscales que puso en marcha Kennedy y, más tarde, la Administración Johnson, redundaron en beneficio de los ricos más que del resto. La idea era que si la gente tenía más dinero para gastar, saldría a gastárselo y la economía crecería. Y eso es lo que pasó, pero también se expandieron las desigualdades. Creo que Galbraith era un economista muy transparente en lo que a sus principios políticos y morales respecta, y se tomó en serio las responsabilidades filosóficas del economista. No creo que fuera tan buen filósofo como Keynes, pero sí un comunicador muy eficaz, y no perdió su reputación al revelar sus creencias políticas.

Galbraith comprendió que Keynes había desarrollado sus teorías para poner fin al uso de la guerra como generador de empleo

Una de las tragedias de esta historia keynesiana es que, si bien las herramientas políticas keynesianas se vuelven algo común en las administraciones liberales de los años sesenta, con Kennedy y Johnson, muchos de los objetivos para los cuales se despliegan resultan muy conservadores, muy reaccionarios. La agenda de política interior de Johnson es bastante liberal en el sentido de que destina un gran gasto al bienestar social, se toma muy en serio los problemas raciales del país... pero en política exterior se gasta una cantidad enorme de dinero en Defensa y mueren millones de personas por algo que en aquel momento estaba razonablemente claro que no había motivos reales. A Galbraith le resultaba desolador. Él comprendía que Keynes había desarrollado aquellas herramientas para poner fin al uso de la guerra como generador de empleo y, aun así, allí estaba EEUU, incurriendo en un déficit enorme para financiar la guerra de Vietnam. Eso le desolaba.

P. Hablas de Galbraith, que es uno de los personajes reivindicados en el libro, pero también de Joan Robinson, otro personaje potente al que no se ha prestado demasiada atención. No solamente se trata de Keynes, también de aquellos que ayudaron a que estas ideas se desarrollasen.

R. Robinson es peliaguda. A la profesión económica no le gustaba su posición política en los años sesenta y setenta. Y hay aspectos de su pensamiento político que creo que no se sostienen muy bien: su entusiasmo por el régimen de Mao en China es...no hay mucho bueno que decir de ese giro que dio. Y era una pensadora muy radical, pero creo que es importante entender que Keynes se rodeaba de radicales en los años treinta, cuando estaba desarrollando sus ideas. La Joan Robinson de 1930, que no es la misma que la Joan Robinson de 1968, formaba parte de ese grupo que pensaba en las posibilidades políticas para el mundo de una forma muy expansiva. Creo que Robinson cayó en desgracia probablemente porque era mujer, y la profesión económica siempre ha sido muy hostil con las mujeres. Lo sigue siendo a día de hoy, pero especialmente en los años sesenta y setenta no había cabida en aquellos espacios para una mujer que además tenía ideas políticas radicales, por muy significativas que pudieran ser sus contribuciones teóricas. Hay que entender que muchas de las innovaciones que desarrolló Keyens en la ‘Teoría General’ las desarrolló en otro sitio y en otro momento. Él defiende el gasto deficitario y las obras públicas ya en 1929. La ‘Teoría General’ no se publica hasta 1936. Lo que ocurre durante esos años intermedios es que habla con gente como Joan Robinson y trata de dar con la forma de emplear el lenguaje de la profesión económica para explicar por qué esas ideas, que considera que ya son necesarias, pueden tener sentido teórico para la profesión. Y para hacer eso tienes que hablar con gente que esté dispuesta a romper con la corriente predominante de la profesión; así es como surge siempre el cambio. Y desde luego Robinson fue una de esas figuras.

Foto: (Reuters) Opinión
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P. Hay una pregunta inevitable sobre China, porque su irrupción como potencia no solo nos ha devuelto al mundo desnudo de la geopolítica, sino que ha tenido consecuencias económicas importantes. ¿El combate entre EEUU y China por la hegemonía va a transformar radicalmente nuestras economías?

R. Esa es una pregunta muy amplia, engloba un gran espectro de temas e ideas. Yo creo que los líderes políticos estadounidenses, desde luego en la Administración Biden, son muy conscientes de la idea de declive hegemónico de EEUU. En 1989, los líderes estadounidenses estaban convencidos de que habían abierto las puertas a como mínimo un siglo de liderazgo (por usar un término generoso) indiscutido de EEUU en todo el mundo. Esa ya no es una creencia generalmente aceptada, es difícil tomársela en serio a día de hoy. Y EEUU ha perdido mucha credibilidad moral por muchos de sus actos. Creo que la invasión de Irak es probablemente lo que más daño le ha hecho. Pero, para mí, la elección de Donald Trump socavó enormemente la capacidad de EEUU de reclamar una especie de idealismo democrático que era inherente al país en sí. Eso es muy importante para los líderes estadounidenses. No sé si para el resto del mundo también, pero los líderes estadounidenses sí que se toman muy en serio esa visión moral. Creo que parte del deterioro de las relaciones con China en los últimos 10 años no es más que una gran rivalidad, y otra parte ha sido una serie de malas decisiones políticas del Gobierno estadounidense. Y creo que los líderes políticos quieren encontrar la manera de, por un lado, restaurar un sentido de legitimidad moral en el liderazgo de EEUU en el mundo y, por otro, detener ese declive político que se ha venido produciendo en el país. Crisis económicas y desplomes aparte, resulta bastante claro, si echamos una mirada política a los datos electorales, que el auge de Donald Trump está relacionado con la desaparición de muchos puestos de trabajo en fábricas estadounidenses. Existe una clara conexión en ese sentido. Así que los líderes estadounidenses van a tratar de dar con una forma de generar cierto sentido de estabilidad para diferentes comunidades del país que yo fueron desplazadas en los años noventa y dos mil debido a la deslocalización de gran parte del poder productivo del país.

Los intelectuales tienen un papel muy importante a la hora de establecer las categorías de pensamiento mediante las que la gente interpreta el mundo

¿Cómo gestionarlo diplomáticamente? Creo que es una pregunta muy difícil. En un mundo ideal habría una gran colaboración y coordinación. Cada vez resulta más evidente que las visiones sociales y políticas en Pekín y en Washington son distintas, y probablemente no van a poder armonizarse de la manera en que los líderes estadounidenses pensaban que se podría hacer en 1989. Así que habrá que ver qué están dispuestos a aceptar los líderes estadounidenses en lo que se refiere a las políticas dentro de China, qué están dispuestos a aceptar en el frente doméstico, y cómo encajan estas consideraciones políticas y morales con el mayor problema al que se enfrenta el mundo, que es el cambio climático. EEUU no puede atajar el cambio climático sin una coordinación con China. Si bien EEUU ha reducido sus emisiones de carbono en los últimos 25 años, lo ha conseguido desplazando esas emisiones hacia China y hacia países en vías de desarrollo. Si esa va a ser la relación, debe haber alguna forma de que EEUU y China trabajen juntos, y de asegurarse, dentro de esa relación económica, de que sus comunidades están económicamente protegidas para que no se dé un giro autoritario en EEUU. Es un problema muy complejo, pero sí la Administración Biden por lo menos quiere crear una solución diplomática para estas cuestiones. No tengo claro que la Administración Trump quisiera soluciones diplomáticas. Realmente sigo sin tener claro qué estaba haciendo la Administración Trump, si te soy sincero.

Foto: Joe Biden, presidente americano, habla ante el Congreso. (Reuters)

P. La última pregunta no es sobre Keynes, es sobre Zach Carter y sobre el sentido de tu trabajo. Las ideas que reflejas en el libro han estado presentes durante tiempo, pero nunca como una opción que fuera tenida en cuenta. Keynes perdió mucho tiempo antes de que sus ideas fueran acogidas, las tuyas también. ¿Qué papel puede jugar el intelectual hoy? ¿El mismo que Keynes en su momento? ¿Cuál es tu tarea como intelectual?

R. Es una pregunta muy difícil, porque no podemos decir que la Historia la determinen los intelectuales. Las ideas importan, pero la gente y los movimientos también. Y para que las ideas tengan trascendencia en la esfera política, tiene que haber gente que sea receptiva. Si a la gente no se le ha ocurrido ya esa misma idea, tienen que poder escucharla y decir ‘eso tiene mucho sentido para mí’. En ese proceso, especialmente con las ideas nuevas, no siempre resulta obvio quién guía a quién. Galbraith, por ejemplo, creía profundamente que las circunstancias dictaban el curso de la Historia, que los intelectuales podían seguir los cambios que se producían en la sociedad, pero que no podían crearlos. En mi opinión, eso era quizá un poco fatalista por parte de Galbraith. Creo que los intelectuales tienen un papel muy importante a la hora de establecer las categorías de pensamiento mediante las cuales la gente interpreta el mundo. No creo, por ejemplo, que un intelectual relativamente liberal como soy yo (liberal en el sentido estadounidense) vaya a ejercer mucha influencia entre la extrema derecha. Simplemente no me van a escuchar. Pero un intelectual liberal sí puede ayudar a gente de buena voluntad dentro de un determinado espectro de afiliación política a pensar en el mundo que les rodea de otra forma, a interpretar los datos que nos llegan cada día con un nuevo sentido y una nueva percepción. En particular, si empiezas a pensar en la economía como un campo que no se dedica solamente a abstracciones estadísticas, sino que debería ocuparse del tipo de sociedad en la que vivimos, entonces la brecha que separa a los economistas de los ciudadanos parece mucho menos abrumadora. Y el conocimiento experto que aportan los economistas desde sus capacidades técnicas puede respetarse sin caer en una veneración extrema, como si fuera algo que escapase del entendimiento de los simples mortales. Los economistas también son intelectuales, pero para que jueguen un papel valioso para la sociedad, sus ideas deben ser accesibles, y la gente debe creer que lo que hacen está conectado de alguna forma con su vida, que no existe solo en un mundo aparte de seres superiores. Y eso es lo que generalmente sucede en la vida intelectual: la gente respeta a los intelectuales que escriben buenas columnas, ensayos, libros, etc., pero esos intelectuales deben tener un pie puesto en la tierra, en el mundo en el que vive la gente o, de lo contrario, nadie los va a escuchar. Por tanto, sí que creo que los intelectuales pueden ayudar a guiarnos hacia un mundo mejor, pero a fin de cuentas solo podemos llevar a la gente a lugares a los que quiera ir. La gente solo se va a dejar guiar hacia los lugares a los que quiere llegar.

‘El precio de la paz. Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes’ (Ed. Paidós) es un gran libro. Lo firma el periodista Zachary D. Carter, fue una de las obras sobre economía que más repercusión tuvieron en EEUU el pasado año y uno de los ensayos más vendidos, y acumula méritos para ello. No es una biografía al uso, sino que realiza un recorrido por los dilemas intelectuales y morales que afrontó Keynes en su trabajo y en su vida, explica con un estilo ágil el contexto histórico en el que se desenvolvieron y señala de un modo pertinente cuáles de ellos tienen correspondencia con nuestro presente. Carter ofrece una versión del keynesianismo tremendamente interesante, y sabe cómo plantear al lector las preguntas que necesitan ser respondidas hoy.

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