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Takoma
Por
El diagrama que te explica la derecha obrerista y la izquierda antiinmigración
Mirar la política actual como una pugna entre la izquierda y la derecha es entrar en un cine 3D sin las gafas que reparten en la entrada. Las cosas se han complicado y nos hace falta un método distinto
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Una década antes de que empezase el procés, el actual director de la televisión de Barcelona, Sergi Vicente, me dio un consejo sencillo para comprender la política catalana y tratar de predecir el comportamiento de sus protagonistas. Me sugirió un plano de coordenadas en el que la barra horizontal (X) reflejase los valores tradicionales (derecha/izquierda) y la vertical (Y) sirviese para representar la identidad nacional (españolismo/catalanismo). Sin dejar de ser una obviedad, me ayudó mucho a interpretar la situación años después. Si la prioridad de los ejes permuta, cambia la partida.
La idea no es novedosa. Hay decenas de diagramas, como el de Nolan, que plantean cosas parecidas. Ahora resultan especialmente útiles para explicar las convulsiones que están sufriendo los partidos políticos en casi todas las democracias occidentales. El eje de abscisas (derecha/izquierda) con el que nos movíamos hace años dejó de ser suficiente. Ni siquiera funciona ya estirándolo por sus extremos con adjetivos intensificadores (extrema, ultra…). Lo que necesitamos con urgencia para entender lo que está pasando es habilitar una segunda dimensión.
Hay muchas maneras de hacerlo. La más habitual es ordenar a los políticos de más a menos populistas, o de más a menos autoritarios. Otra alternativa, planteada desde el bando contrario, consiste en hacerlo en función del apego a la globalización o a consensos internacionales, como la famosa Agenda 2030. A mí me resulta más útil que el eje refleje el grado de adhesión a las reglas tradicionales de la democracia liberal. Que separe a quienes siguen defendiéndola a pesar de sus múltiples problemas y a quienes proponen una transformación radical, a menudo expresada como contrarreforma.
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Las recientes elecciones regionales celebradas en el este de Alemania sirven como ejemplo. Sus resultados consolidan una derecha sistémica (CDU, democristianos) y otra antisistema (AfD, Alternativa para Alemania). Y la división es todavía más compleja en la izquierda, donde la fragmentación deja cuatro formaciones que abarcan todo el eje vertical (de arriba a abajo: verdes, socialdemócratas, Die Linke y BSW). Algo parecido sucede en Francia, donde el partido de Macron ha pasado años enfatizando su posición en lo más alto del eje vertical, como garante del sistema y barrera de contención ante opciones cada vez más fuertes (Le Pen, Mélenchon…) que erosionan desde los flancos.
La política española, aunque suele ir con retraso, no es inmune. El eje vertical está por supuesto presente en los nuevos partidos desde su nacimiento, pero también lleva tiempo agitando a los tradicionales. Es evidente que no todos los líderes del PP se sitúan a la misma latitud y que el gobierno de Pedro Sánchez ha arrastrado al PSOE hacia el cuadrante inferior.
Por su parte, los sistemas electorales donde el multipartidismo es casi imposible están condenados a trasladar la tensión hacia el corazón de los partidos. El caso más evidente es Estados Unidos. Con Barack Obama, el Partido Demócrata aprovechó las expectativas de cambio, pero manteniéndose siempre dentro del sistema. Quiso hacer cosas nuevas, se frustró al constatar que era casi imposible, pero nunca amagó con romper las reglas. El establishment republicano, sin embargo, no fue capaz de bloquear el ascenso de Donald Trump, que empujó al partido hacia la parte baja del diagrama, convirtiéndose con el tiempo en una opción abiertamente antisistema.
En su primer mandato, Trump tenía que lidiar con cuadros republicanos que querían mantenerse dentro del sistema y las contorsiones se hacían visibles a todas horas. A veces le estallaban en la cara, como cuando el vicepresidente Mike Pence desobedeció a su presidente y aceptó la victoria de Biden. Pero, poco a poco, el magnate se ha sacudido el problema (miren lo que dice Dick Cheney de él) hasta rodearse casi exclusivamente de colaboradores para los que el eje sistémico es mucho más importante que el horizontal (derecha/izquierda). No hay mejor ejemplo que el que supone su vicepresidente, J.D. Vance, un obrerista que no habría tenido hueco en ningún gobierno republicano anterior.
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Con los demócratas ha sucedido al revés. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio Cortez han quedado relegados a un tercer plano. El último libro de Sanders (It´s OK to be angry about capitalism) deja bien claro dónde se posicionan y qué piensan del modelo. El mensaje de Kamala Harris y Tim Walz estos días, incluso sus eslóganes antitrumpistas ( a quienes denominan "gente rara”), enfatizan esa defensa del sistema. En el debate del pasado martes se vio claramente cómo la campaña pivota cada vez más en el eje vertical que en la clásica disputa entre derecha e izquierda.
Como los partidos y sus líderes se mueven en dos dimensiones, es fácil caer en la confusión. Es equivalente a entrar en un cine 3D sin las gafas que reparten en la entrada. Resulta complicado entender, por ejemplo, que dos ideologías en teoría antagónicas como la ultraizquierda francesa y la ultraderecha alemana mantengan posiciones tan parecidas en asuntos como la guerra de Ucrania. O que se junten extraños compañeros de cama: políticos y activistas de izquierdas que ingresan en partidos de derechas; y viceversa. Incluso creando coaliciones inverosímiles, como las que se plantean en Turingia y Sajonia.
Parecen pactos contra natura, pero para quienes consideran que lo prioritario es sostener o reventar el sistema, el tránsito de un extremo a otro del espectro político resulta natural. Algo parecido a lo que sucedió en Cataluña cuando el eje identitario se hizo más importante que el eje derecha/izquierda.
Una década antes de que empezase el procés, el actual director de la televisión de Barcelona, Sergi Vicente, me dio un consejo sencillo para comprender la política catalana y tratar de predecir el comportamiento de sus protagonistas. Me sugirió un plano de coordenadas en el que la barra horizontal (X) reflejase los valores tradicionales (derecha/izquierda) y la vertical (Y) sirviese para representar la identidad nacional (españolismo/catalanismo). Sin dejar de ser una obviedad, me ayudó mucho a interpretar la situación años después. Si la prioridad de los ejes permuta, cambia la partida.