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Unas elecciones re-constituyentes
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Jordi Sevilla

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Unas elecciones re-constituyentes

Las elecciones del 23-J deben ser una magnífica ocasión para unirnos, actualizar nuestro pacto constitucional, reafirmándonos como la nueva España de siglo XXI

Foto: Pedro Sánchez (PSOE) y Alberto Núñez Feijóo (PP), en una reunión que mantuvieron en Moncloa. (EFE/Sergio Pérez)
Pedro Sánchez (PSOE) y Alberto Núñez Feijóo (PP), en una reunión que mantuvieron en Moncloa. (EFE/Sergio Pérez)

Es ya urgente que revisitemos el gran pacto nacional que suscribimos los españoles mediante la Constitución de 1978. Podemos seguir aplazándolo con todo tipo de excusas más o menos sensatas, pero hasta que no lo hagamos, no superaremos la crisis de convivencia en que estamos desde hace, al menos, una década, y las brechas y las heridas que nos dividen y enfrentan se irán agrandando. Como por ejemplo: la democracia. Tras décadas de lucha y sacrificios, ha acabado con una de sus mayores amenazas, el terrorismo, y no lo hemos celebrado juntos, como exigía la ocasión. Es más, hemos empezado a echarnos los muertos del pasado a la cara, en medio del regocijo de los derrotados a los que, algunos, quieren presentar ahora como presuntos ganadores.

La transición fue posible, tras la muerte de Franco en la cama, gracias a cuatro acuerdos en torno a los que coincidimos una gran mayoría de ciudadanos: seguir unidos, pero reconocer autonomía política a las "nacionalidades y regiones" que forman España; no volver a ningún pasado (la derecha no quería volver al franquismo, la izquierda no quería volver a la república y nadie quería volver a la guerra civil); formar parte de Europa con lo que ello significaba, democracia liberal pluripartidista y economía social de mercado y entre una derecha no borbónica y una izquierda no monárquica, aceptar al Rey nombrado por Franco, pero refundar una monarquía constitucional con un monarca que reina, pero no gobierna.

Los cuatro pactos se han puesto gravemente en cuestión en los últimos tiempos. Y no solo por los millones de españoles que, por edad, no pudieron votar la Constitución y ven aquello como algo muy lejano y ajeno. Veamos el estado de la cuestión de aquellos acuerdos constitucionales. Respecto al primero, más de seis millones de españoles votaron en las últimas elecciones generales a partidos que cuestionan el sistema autonómico: un 60% de los cuales dicen preferir suprimir las autonomías y regresar a un Estado centralizado, y el otro 40% dice que no quiere seguir en España y prefiere una independencia de sus actuales "nacionalidades".

"Hoy el franquismo, la república y la guerra vuelven a enfrentarnos, incluyendo a los jóvenes, como no lo habían hecho a lo largo de décadas"

La manera en que hemos gestionado una necesaria revisión de la "memoria histórica" (tres décadas después del fin del franquismo), ya que no podíamos seguir viviendo en la amnesia, ha reabierto las heridas en lugar de utilizarlo para cerrarlas de manera definitiva. Todos deberíamos haber aceptado que aquellos que siguen teniendo a familiares enterrados en cunetas, los trasladaran, con dignidad, a cementerios, y que Franco no podía seguir representando al conjunto de los españoles en un lugar preferente, así como que los símbolos públicos no podían seguir recordándonos, solo, a los ganadores de una guerra incivil de hace setenta años. Pero no ha sido así y hoy el franquismo, la república y la guerra vuelven a enfrentarnos, incluyendo a las jóvenes generaciones, como no lo habían hecho a lo largo de décadas de democracia.

Europa ha dejado de ser el espejo en el que queríamos mirarnos. La Unión Europea, tras el desplome de la URSS y la revolución neoliberal de los ochenta, ya no es la Europa democrática y con capitalismo social a la que nos apuntamos. El estado del bienestar se puso en cuestión tras el impulso ideológico de Thatcher y Reagan (el estado es el problema, la sociedad no existe y los impuestos a la renta y la riqueza son desincentivos al trabajo, al esfuerzo y a la propiedad) y está en pleno proceso de deterioro animado por la deslocalización productiva, favorecida por una globalización del capital, sin reglas. Por otro lado, el auge de los populismos, sobre todo de extrema derecha, hasta llegar a los gobiernos de varios países de la UE, recupera un nacionalismo imposible en un mundo global cuyo centro se ha trasladado a Asia y un discurso político xenófobo, fuertemente atraído por autocracias como la de Putin (con quien han mantenido buenas relaciones) y muy alejado, por tanto, de los principios de las antiguas democracias liberales europeas.

"En España, el relato populista ha impregnado, en parte, a los dos partidos principales del consenso constitucional"

En España, este relato populista ha impregnado, en parte, a los dos partidos principales del consenso constitucional, lo que está poniendo en riesgo el funcionamiento mismo de la democracia: adversarios convertidos en enemigos, deslegitimación de la diferencia, deterioro de las reglas de funcionamiento, implícitas y explícitas, polarización máxima, imposibilidad de cualquier tipo de acuerdo transversal.

Como resultado, se está produciendo un peligroso culto a lo propio y excluyente, con un deterioro, no menos peligroso, de aquellas cosas que nos unen como ciudadanos. Se cultiva la diferencia y el enfrentamiento mientras se desprecian los pactos para trabajar sobre lo común. Así, las denominaciones izquierda y derecha se convierten, cada vez más, en cascarones identitarios, cuya definición se hace, sobre todo, por oposición mutua, según se esté en el Gobierno o en la oposición, en un mundo disruptivo cuyos nuevos desafíos van más allá de las divisiones que definieron izquierdas y derechas en el siglo XX.

Por último, el pacto sobre la monarquía constitucional quedó muy resquebrajado, sobre todo entre los jóvenes, por culpa del comportamiento inaceptable y continuado de aquel a quien otorgamos la confianza como jefe del Estado no electo. Aunque el actual monarca esté empeñado en una meritoria labor marcando las diferencias con su padre, el capítulo constitucional sobre la Corona, sus funciones y sus controles, debe ser, también, revisitado para que su carácter de ejemplaridad no dependa, solo, de la calidad moral de quien herede el cargo en cada momento.

"Abrir la caja de Pandora de la Constitución asusta a muchos que, en el fondo, temen descubrir las pocas cosas que nos unen"

Reformar la Constitución no es, hoy, una cuestión de trámite para cosas menores (aunque importantes) o de simple actualización como la del Título VIII o el senado. Abrir esta caja de Pandora asusta a muchos que, en el fondo, temen descubrir las pocas cosas que nos unen hoy a los españoles, tras décadas de zapa sobre los consensos (pactos de Estado) y una política construida sobre lo que nos separa. Llevamos demasiado tiempo peleándonos por "lo tuyo y lo mío", abandonando fortalecer "lo de todos".

Pero es una tarea imprescindible si queremos desatascar las reformas necesarias que España necesita y que llevan años bloqueadas por la polarización y la falta de acuerdo sobre lo que nos une como españoles, y sobre el papel de los partidos e incluso de los gobiernos. Instituciones.

Los partidos hace mucho que han dejado de ser instrumento fundamental para la participación política, como dice la actual Constitución y, en lugar de ayudar a configurar la voluntad popular, se han centrado en ganar espacio en el mercado de la atención de los votantes mediante estrategias mediáticas de polarización que buscan fidelizar el voto. Además, se han dedicado a ocupar instituciones democráticas supuestamente independientes, deteriorar la democracia con bochornosos episodios de corrupción y a gestionar los gobiernos a los que acceden mediante los votos, con un sentido más de partido que de Estado.

"Los partidos hace mucho que han dejado de ser el instrumento fundamental para la participación política"

Han dejado, en suma, de cumplir con las reglas del juego democrático y ello explica el auge del populismo, tras el fracaso estrepitoso de aquellos intentos, supuestamente renovadores, surgidos tras la crisis de 2010. El problema no ha sido, ni es, el bipartidismo, sino la partitocracia: anteponer los intereses de partido, siempre, por delante del interés general. Se dice que el actual clima de confrontación permanente impide reabrir el consenso constitucional para actualizarlo cuarenta años más tarde. Discrepo. En primer lugar, porque estoy convencido de que, parte de lo que nos pasa es, precisamente, porque el marco constitucional se nos ha quedado pequeño y, en muchas cosas, obsoleto. Pero, en segundo lugar, porque el clima político y ciudadano no era menos tenso y distante en 1977, cuando se puso en marcha la ponencia constitucional. Lo viví desde la militancia democrática y lo recuerdo.

Solo había una diferencia fundamental: entonces, los partidos parlamentarios decidieron que, para evitar la fractura social y un nuevo fracaso de la democracia en España, no tenían otra alternativa que llegar a acuerdos. Es decir, actuaron con responsabilidad y con voluntad de superar las diferencias, aparcándolas, buscando puntos de acuerdo. Basta leer las actas de la Comisión para darse cuenta de cuántas cosas los separaban y cómo el consenso no fue un prerrequisito necesario, sino un resultado, una decisión política consciente, buscado con ahínco y flexibilidad.

"Es más urgente que nunca que busquemos fortalecernos como país, mediante lo que nos une, respetando la diversidad"

El mundo de hoy es mucho más complejo y los avances tecnológicos, el cambio climático y una desigualdad creciente, deben hacernos cambiar las prioridades colectivas. Nuestras vidas están más determinadas que nunca por grandes tecnológicas privadas y por decisiones que se adoptan a nivel internacional por organismos, multinacionales y países que escapan a nuestro control democrático como españoles. Pero, precisamente por ello, es más urgente que nunca que busquemos fortalecernos como país, mediante lo que nos une, respetando esa diversidad que nos identifica y que es consustancial a la democracia como la mejor fórmula de convivencia inventada por la humanidad.

Las elecciones del 23-J deben de ser una magnífica ocasión para unirnos, actualizar nuestro pacto constitucional, reafirmándonos como la nueva España de siglo XXI. Visto lo visto, es la mejor opción posible: que sean unas elecciones re-constituyentes.

Es ya urgente que revisitemos el gran pacto nacional que suscribimos los españoles mediante la Constitución de 1978. Podemos seguir aplazándolo con todo tipo de excusas más o menos sensatas, pero hasta que no lo hagamos, no superaremos la crisis de convivencia en que estamos desde hace, al menos, una década, y las brechas y las heridas que nos dividen y enfrentan se irán agrandando. Como por ejemplo: la democracia. Tras décadas de lucha y sacrificios, ha acabado con una de sus mayores amenazas, el terrorismo, y no lo hemos celebrado juntos, como exigía la ocasión. Es más, hemos empezado a echarnos los muertos del pasado a la cara, en medio del regocijo de los derrotados a los que, algunos, quieren presentar ahora como presuntos ganadores.

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