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El 'procés' de la Tercera Cataluña. (Notas para españoles)
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Juan-José López Burniol

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El 'procés' de la Tercera Cataluña. (Notas para españoles)

La situación de España es hoy tan crítica, que no se puede abdicar de su defensa, por lo que quienes tienen su destino en sus manos –el presidente del Gobierno y el líder de la oposición- deberían obrar en consecuencia

Foto: El rey Felipe VI recibe en audiencia al presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/Javier Lizón)
El rey Felipe VI recibe en audiencia al presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/Javier Lizón)

1. La nación española se encuentra actualmente ante un riesgo existencial grave e inminente, que puede acarrear su ocaso y la destrucción de su Estado. Llevaba razón el historiador José Varela Ortega, cuando decía, allá por el año 2000, en su prólogo a un libro de Vicente Cacho Viu ( Los intelectuales y la política) que “es harto improbable que España deje de ser un país democrático, pero no es imposible que deje de ser un país”.

2. Este riesgo se ha manifestado en los sucesivos intentos de negar la nación española y desestabilizar su Estado, como paso previo para lograr la independencia o un estatus especial para el País Vasco o Cataluña. Estos intentos han sido: 1. La subversión terrorista de ETA. 2. El plan Ibarretxe. 3. El golpe de Estado -sí, golpe de Estado- que ha supuesto el procés catalán. Los tres intentos han fracasado. Con ETA acabaron los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y los jueces; el plan Ibarretxe lo paró el Congreso; y el procés fue neutralizado por la aplicación del artículo 155 de la Constitución y por la judicatura, que defendió al Estado como poder subsidiario y reactivo que es. De estos tres fracasos los nacionalistas han deducido con acierto una conclusión clara: ni Cataluña ni el País Vasco tienen fuerza para alcanzar la independencia unilateralmente, pero a Cataluña le sobra dimensión para desestabilizar a toda España.

3. Esta conciencia clara de poder desestabilizar a España y a su Estado, es la que subyace debajo del nuevo procés recién iniciado, que ha calado con especial fuerza en Cataluña, lo que es lógico dado que es la única comunidad con auténtica capacidad desestabilizadora del Estado. Y ha calado también con fuerza en el Partido Socialista por la vía del Partido Socialista de Cataluña, lo que solo se explica por: a) su difusa malquerencia (pese a notorias y abundantes excepciones) al Estado español y a sus símbolos, por considerarlos unos instrumentos al servicio de una oligarquía que lleva siglos usándolos para perpetuar su dominio sobre su patria como si fuese su finca; b) el cálculo electoral que le permite decir “somos más”. Por esta razón puede hablarse de un nuevo Pacto de San Sebastián entre nacionalistas y separatistas.

4. Este nuevo procés, de alcance no estrictamente catalán, sino de ámbito general español, se divide en tres etapas y tiene -a mi juicio- un epílogo. La primera etapa es la exaltación de la plurinacionalidad: Cataluña, el País Vasco, Navarra y Galicia son unas “naciones históricas”, mientras que España no es una nación ni una nación de naciones; es solo un Estado, es decir, una estructura jurídica que permite controlar y expoliar, desde el centro -Madrid-, a las “naciones históricas”. La segunda etapa es el establecimiento de relaciones bilaterales, es decir, con carácter singular, entre cada una de las “naciones históricas” y el Estado. La tercera etapa es la “mutación constitucional” hacia un Estado confederal, que resultará inevitable por la existencia de una pluralidad de relaciones bilaterales o singulares entre el Estado y varias comunidades autónomas; una deriva que solo será posible -y puede muy bien serlo- gracias a un Tribunal Constitucional ad hoc. Y el epílogo será el inevitable final de la Monarquía, que podrá llegar por la vía de una consulta popular o por la renuncia del Rey, que no esté dispuesto, por la dignidad que sin duda tiene, a asistir impávido a la destrucción de la patria común de los españoles, cuya continuidad íntegra encarna y representa de forma ejemplar.

Foto: Los 16 'consellers' del nuevo Govern prometen su cargo en un acto encabezado por el presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/Andreu Dalmau) Opinión
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5. Cuanto antecede no es una entelequia. En Cataluña, por ejemplo, es perceptible la progresiva aceptación de este segundo procés por lo que podría llamarse la “Tercera Cataluña”(nada que ver con la siempre sobredimensionada “burguesía catalana”, hoy extinta), es decir, una buena parte de población catalana que no es separatista ni unionista, pero que acepta de buen grado la idea de la plurinacionalidad y una relación bilateral o singular con el Estado, como paso previo para la asunción plena de las competencias esenciales de un Estado (“una miqueta d’independència”: orden público y finanzas, primero, y Justicia, más tarde), por lo que el Estado resultante después de este expolio quedaría reducido a una inocua República Confederal en el seno de la Unión Europea. Por esta “Tercera Cataluña” están apostando hoy -a mi juicio- diversas instituciones y asociaciones de naturaleza económica, una parte del empresariado catalán y la práctica totalidad de los medios de comunicación catalanes. Es una opción democrática que debe ser respetada y, también, ponderada. Y pienso que esta ponderación puede que sea positiva (habrá que verlo) para Cataluña, pero seguro que es negativa para España, entendida esta como un espacio de solidaridad primaria e inmediata en el que todos los españoles son iguales. En suma, estamos ante un segundo procés, cuyo objetivo no es la independencia formal y plena de Cataluña, sino expulsar a España de Cataluña. El definitivo "finis Hispaniae".

6. Es un riesgo real por la existencia de unas fuerzas políticas -los partidos nacionalistas sin excepción- que están dispuestos a utilizar esta vía para alcanzar su objetivo último de autogobierno pleno, que excluye no solo al Estado unitario y centralista, sino también al Estado federal simétrico por lo que hace al tipo de relación entre las comunidades y el Estado, y asimétrico, por lo que hace a la extensión de sus respectivas competencias. Lo que sí aceptarían, quizá, es un Estado federal asimétrico, con relación bilateral o singular de algunas comunidades, que no es tal Estado federal, sino una fórmula criptoconfederal, lo que implicaría la destrucción de España tal y como ha sido históricamente conformada. De modo que, quienes tal pretenden aspiran a la sustitución íntegra y solapada (eludiendo el cauce constitucional) del Estado Autonómico por otro de nueva planta y estructura confederal. Lo que exigiría, que el Partido Socialista y el Partido Popular, afrontasen de consuno esta situación crítica, para enfrentarse con éxito a estos adversarios que tienen ante sí, haciéndolo sin una mala palabra, sin un mal gesto y sin una mala actitud, con la ley como marco, la política como tarea y el diálogo como propuesta. ¿Para qué?

Foto: La ANC se manifestó contra Illa y Aragonés en Barcelona. (EFE/Quique García)

7. Puestos a soñar, para cerrar un pacto que: 1. Permitiese al actual gobierno presentar los presupuestos. 2. Fijase la política inmigratoria. 3. Facilitase la elección del presidente y los vocales del Consejo General del Poder Judicial. 4. Sentase las bases de una reforma constitucional que: a) incluya la reforma del Senado como cámara territorial; b) atribuya al Senado la competencia de aprobar o rechazar los acuerdos del Gobierno central con los de Euskadi y Navarra en el marco del concierto y del convenio, para introducir así un rasgo federal en unas relaciones que son confederales; c) regulase el derecho de autodeterminación, para facilitar la secesión de aquella comunidad que no acepte su pertenencia a un Estado federal simétrico, ya que “no se debe hacer camino con alguien que no quiera ir a tu lado”. 5. Acordase la convocatoria de elecciones en un determinado plazo. 6. Y acordase también, por una sola vez, que formará gobierno el partido más votado, con el apoyo del otro.

8. Llegados a este punto, más de un lector -quizá muchos- pensarán que estoy loco o soy un imbécil por hacerle perder el tiempo con esta ensoñación. Solo puedo defenderme reconociendo que algo semejante es imposible, pero que la situación de España es hoy tan crítica, que no se puede abdicar de su defensa, por lo que quienes tienen su destino en sus manos –el presidente del Gobierno y el líder de la oposición- deberían obrar en consecuencia. Y ¿cuál habría de ser el impulso que iluminase la inteligencia y moviese la voluntad de Pedro Sánchez y de Alberto Núñez Feijóo en este sentido? No puede ser otro, aunque suene a trasnochado, que el amor a su patria, hoy en grave trance. No digo más. Cierro con una cita –lo hago de memoria- de Manuel Azaña: “Cuando se está al frente de un gran pueblo (…) el ánimo más frívolo se cubre de gravedad al pensar en la trascendencia histórica de los aciertos y los errores”. Que ambos sean conscientes de la enorme trascendencia de sus actos y de su inmensa responsabilidad.

9. Quedarían incompletas estas notas si no se dijese que el alto riesgo apuntado de desmembración de España (solo negado por quienes no quieren verlo y por quienes lo provocan para aprovechar de él) queda agravado por una crisis democrática coetánea, provocada por una soterrada dictadura de la mayoría, cuyos últimos episodios son sus reiterados roces con el poder judicial y con los medios de comunicación privados.

10. Pero lo que para mí es más desalentador de la actual situación política española es la atonía (o la aceptación) social imperante. Así las cosas, nada ni nadie podrá atajar este procés.

1. La nación española se encuentra actualmente ante un riesgo existencial grave e inminente, que puede acarrear su ocaso y la destrucción de su Estado. Llevaba razón el historiador José Varela Ortega, cuando decía, allá por el año 2000, en su prólogo a un libro de Vicente Cacho Viu ( Los intelectuales y la política) que “es harto improbable que España deje de ser un país democrático, pero no es imposible que deje de ser un país”.

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