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Las siete posibles sorpresas de las elecciones catalanas
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Ignacio Varela

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Las siete posibles sorpresas de las elecciones catalanas

Aquí se muestran escenarios que 'a priori' parecen poco probables, pero no imposibles; o si lo prefieren, suficientemente verosímiles para tenerlos en cuenta

Foto: El candidato de ERC, Pere Aragonès, durante su asistencia al acto central de campaña de la formación. (EFE/Toni Albir)
El candidato de ERC, Pere Aragonès, durante su asistencia al acto central de campaña de la formación. (EFE/Toni Albir)
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Por muy ajustadas que estén las encuestas, en las elecciones casi siempre aparece una sorpresa, algo que la demoscopia no detectó -o quizá sí, pero lo minusvaloró-. Los analistas electorales tienden a enamorarse de sus propios datos y de las inercias históricas, y se resisten a reconocer los fenómenos no esperados, aunque los síntomas estén ahí para quien quiera verlos-.

No olvidemos, además, una tendencia constatada y creciente: uno de cada tres de los electores que participen en esta votación decidirá el sentido de su voto durante la última semana. Quizá muchos lo estén decidiendo en este momento (por no contar los que, a estas alturas, ni siquiera se han planteado si votarán o no). Algunos lo harán en la misma jornada electoral. Ese voto rezagado no se gesta en el espacio mediático, sino en los entornos sociales inmediatos del elector. Con frecuencia intensifican corrientes de última hora que las encuestas convencionales midieron de forma insuficiente o, simplemente, pasaron por debajo del radar.

En. esta ocasión hay que añadir una nueva incógnita. La elección anterior, realizada aún en plena pandemia, registró la participación más baja de la historia (51,7%). Si se restablece la media histórica de participación en elecciones autonómicas, esa cifra podría crecer hasta 15 puntos, lo que significaría la presencia en las urnas de un millón de personas más que en 2021. Lo que obliga a preguntarse, además de las consabidas transferencias de votos entre partidos, qué diablos harán quienes hace cuatro años se ausentaron de la votación y esta vez sí comparecerán. Para ellos será la primera elección autonómica de la era 'posprocés'.

Al revés de lo que sucedió en el País Vasco, a 48 horas de la votación hay certezas generalizadas sobre los resultados numéricos -quién ganará o perderá, quién avanzará o retrocederá- y reina la incertidumbre respecto a la gestión política del resultado: quién gobernará en Cataluña y con qué alianzas, o si será posible formar gobierno o habrá que repetir las elecciones.

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Contemplemos, pues, las posibles sorpresas que podría depararnos el escrutinio. Anticipo que no se trata de pronósticos: como es costumbre en el gremio, prefiero aproximarme al llamado “consenso demoscópico” y acertar o equivocarnos juntos que hacerlo en solitario. Aquí se muestran escenarios que 'a priori' parecen poco probables, pero no imposibles; o si lo prefieren, suficientemente verosímiles para tenerlos en cuenta.

1. Que se deshaga el empate entre el bloque independentista y el no independentista. Un empate crónico que se reproduce, punto arriba o abajo, al menos desde 2015. En la estimación de IMOP-Insights para El Confidencial y en el promedio de encuestas publicadas hasta el pasado lunes, 47,4% para los no independentistas y 47,2% para los secesionistas. La ruptura de ese equilibrio hacia uno u otro lado alteraría un elemento estructural del mapa electoral de Cataluña, sostenido durante una década.

2. Que Junts iguale o supere en escaños al PSC. Es posible, aunque no sencillo, que, aun siendo el PSC el partido más votado, la candidatura de Puigdemont lo iguale en escaños, incluso que lo supere. No sería la primera vez: en 2003 el PSC tuvo 7.000 votos más que CiU, pero los nacionalistas lograron 46 escaños y los socialistas 42. En 2021, una ventaja de 84.000 votos para el PSC solo le sirvió para obtener un escaño más que Junts. Si los de Puigdemont hubieran retenido los 77.000 votos del PdeCAT (que resultaron inútiles), la presidenta de la Generalitat habría sido Laura Borrás.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a Carles Puigdemont en Bruselas. (EFE/Olivier Hoslet)
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El motivo es la sobrerrepresentación en el Parlament de las provincias de Girona y Lleida, feudos nacionalistas, y la consiguiente infrarrepresentación de Barcelona, donde los socialistas son más fuertes. Para asegurarse la victoria en escaños, el PSC necesitará al menos tres puntos de ventaja sobre Junts. Las encuestas previas les conceden esa ventaja con cierta holgura, pero tendrán que asegurarse de que la diferencia no se estreche en el tramo final.

3. Que ERC resucite. Las primeras encuestas realizadas tras la convocatoria de las elecciones mostraban un empate entre las dos principales fuerzas nacionalistas. Desde entonces, ERC ha experimentado un descenso sostenido, y al cierre del período legal de publicación de sondeos había unanimidad en adjudicarle la tercera posición, lejos de Junts. Además de la penalización por una gestión de gobierno desastrosa y al hecho de que Aragonès no vende una escoba como líder electoral, es el riesgo que corren quienes precipitan una convocatoria electoral que el personal no comprende ni desea.

La resurrección de ERC hasta restablecer el equilibrio en el campo nacionalista pasaría por una movilización extraordinaria de sus antiguos votantes actualmente descontentos y, sobre todo, por frenar la cuantiosa transferencia de votos hacia el PSC y -en menor medida- hacia Junts. No se adivina el revulsivo que pudiera invertir su curva declinante, pero tampoco puede descartarse por completo.

Foto: Aragonès, Junqueras y Rufián, de campaña en Santa Coloma, el martes. (EFE/Quique García)

4. Que Aliança Catalana consiga escaños para formar grupo parlamentario propio. A mi entender, esta es la menos improbable de las sorpresas posibles. En realidad, solo depende de que la lista de AC supere el umbral del 3% en la provincia de Barcelona (2,9% en la encuesta de El Confidencial). Repartiéndose 85 escaños en esa circunscripción, el mero hecho de entrar al reparto garantiza al menos dos escaños, con opción al tercero. Con una estimación superior al 6% en Girona, es impepinable que Orriols consiga en su provincia uno o dos escaños. Y quedaría la incógnita de Lleida y (más lejana) de Tarragona. Con 5 diputados, AC dispondría de un grupo parlamentario propio y sus votos serían decisivos para la investidura de cualquier candidato nacionalista. Esa crecida del nuevo partido ultra perjudicaría principalmente a Junts.

5. Que el PP no consiga sobrepasar claramente a Vox. Una vez más, el PP de Feijóo padece las serias deficiencias estratégicas y operativas de su dispositivo electoral. El suyo es un caso de sistemático lucro cesante autoinducido durante la campaña. Desde las generales del 23, su resultado mejora el de la elección anterior, pero queda claramente por debajo de las expectativas iniciales.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto al candidato del partido en Cataluña durante un mitin en Cornellá. (PP)

Le costará poco al PP de Cataluña mejorar su misérrimo resultado de 2021 (3,8% y 3 diputados), pero la certeza de un sorpaso muy claro sobre Vox ha dado paso, en los últimos días a una fundada incertidumbre. Los de Abascal parecen resistir mejor de lo esperado y la meteórica escalada que se anunciaba para el PP se prevé ahora notablemente más modesta. Además de errores clamorosos de campaña, no parece una gran idea, con las elecciones ya convocadas, abrir en canal una disputa sobre el candidato para terminar comiéndose al que Feijóo no quería.

6. Que el PSC reviente las urnas. Por reventar las urnas entiendo obtener un resultado similar al de las generalesde 2023 (34,5% con 20 puntos de ventaja sobre el segundo y 19 diputados en el Congreso sin los que Pedro Sánchez no sería presidente). Ello no daría a los socialistas la mayoría absoluta, pero su victoria sería tan contundente que, en la práctica, dejaría a Salvador Illa como único candidato viable, sin otra alternativa que la repetición de las elecciones.

Por desgracia para los socialistas catalanes, la historia electoral conspira en su contra. Desde el principio de la democracia, su resultado en las elecciones generales ha sido siempre notablemente mejor que en las autonómicas. Aun descontando su primer puesto, ninguna encuesta conocida les aproxima al resultado de las generales. Puesto que su crecimiento se alimenta principalmente de los votantes que arrebata a ERC y a los comunes, ello nos conduce a la séptima y última sorpresa posible:

7. Que los Comunes-Sumar caigan a plomo. La caída parece segura, como se ha producido sistemáticamente en todas las elecciones celebradas bajo el liderazgo eximio de Yolanda Díaz, que no ha sido siquiera capaz de igualar en alguna ocasión los resultados anteriores del Podemos de Iglesias. La diferencia entre un descenso contenido como el que muestran las encuestas (poco más del 5% y 5-6 escaños) y una caída a plomo estaría en que, de las ocho fuerzas con posibilidades de entrar en el Parlament, los Comunes-Sumar sea la única que termine recalando en el grupo mixto.

No parece precisamente estimulante que, tras provocar la convocatoria de las elecciones, la lideresa del partido, Ada Colau, se haya ido de vacaciones durante toda la campaña, dejando a sus candidatos abandonados a su suerte. ¿Imaginan que Sánchez o Feijóo decidieran pasar íntegramente en alguna playa la campaña de las elecciones europeas?

Foto: Yolanda Díaz, junto a Jessica Albiach, en un mitin de Sumar en Barcelona. (EFE/Andreu Dalmau)

Por lo demás, faltan cinco minutos para que la cohorte de partidos de sus pueblos (regionalistas, nacionalistas, localistas, isleños) que se cobijaron bajo el paraguas de Yolanda Díaz se planteen seriamente si esa fue una decisión acertada. El 12 de mayo catalán podría ser el disparo de salida de la diáspora.

Por supuesto, no estoy tan loco para augurar que todo esto sucederá. Hablo de sorpresas, no de profecías. Pero alguna de ellas sí se hará realidad, aunque en esta ocasión omitiré cualquier mención a mi sombrero.

Por muy ajustadas que estén las encuestas, en las elecciones casi siempre aparece una sorpresa, algo que la demoscopia no detectó -o quizá sí, pero lo minusvaloró-. Los analistas electorales tienden a enamorarse de sus propios datos y de las inercias históricas, y se resisten a reconocer los fenómenos no esperados, aunque los síntomas estén ahí para quien quiera verlos-.

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