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Los 100 homenajes de Sánchez a Franco
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Ignacio Varela

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Los 100 homenajes de Sánchez a Franco

¿Qué pretende celebrar este Sánchez? ¿Que los demócratas fuimos incapaces de derrotar a la dictadura durante cuatro décadas y tuvimos que esperar que la biología hiciera lo que nosotros no supimos hacer?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)
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Cuando Franco murió, Pedro Sánchez tenía tres añitos. Difícilmente podía enterarse por sí mismo de lo que sucedió en España en aquel año siniestro, que hoy pretende conmemorar con nada menos que 100 actos festivos. Como sospecho que este presidente no es muy dado a la lectura y la historia de España mayormente le resbala salvo para manipularla en su provecho, es lógico que le bailen las fechas.

Quizá por eso la ley de desmemoria democrática que hizo aprobar comete la aberración (entre otras muchas falsedades que atraviesan su texto) de extender el período de ausencia de libertades y violación de los derechos humanos hasta el 31 de diciembre de 1983, cuando el Partido Socialista llevaba ya más de un año en el poder con más de doscientos diputados en el Congreso, la Constitución cumplía cinco años en vigor y se habían celebrado tres elecciones generales plenamente libres y democráticas. Al parecer, en ese caso trataba de dar satisfacción a los albaceas testamentarios de ETA.

Extendiendo el abuso de la historia por el otro extremo, ahora ha sufrido una alucinación alternativa y quiere hacer creer que en 1975 vino la democracia a España, confundiendo el hecho biológico de la muerte del dictador en plena dictadura con el hecho político de la recuperación de las libertades. Como la ignorancia se combate leyendo o consultando a quienes leen y, además, la fecha es bastante reciente para que muchos que la vivimos -y padecimos- estemos aún en este mundo, hay que preguntarse qué oscura maniobra sectaria inspira esta adulteración grosera de la realidad histórica.

Sostiene Sánchez que a lo largo de 2025 organizará 100 actos para celebrar el cincuentenario de algo que se ha inventado, como se inventaría o haría desaparecer la fecha del descubrimiento de América si le viniera bien para algún fasto personal o si alguno de sus socios se lo exigiera. Ojalá hubiera llegado la libertad a España en 1975: nos habríamos ahorrado muchos sufrimientos.

Foto: Concentración para exigir la exhumación de Franco. (EFE/Luca Piergiovanni) Opinión
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100 actos en un año significa un acto cada tres días y medio. Los miembros de la comisión que dice querer crear para programarlos las pasarán canutas para encontrar cien fechas que no coincidan con algún suceso aciago para la libertad ocurrido durante 1975: un año que comenzó en dictadura el 1 de enero y en dictadura concluyó el 31 de diciembre. En aquella Nochevieja entre el 75 y el 76 las cárceles estaban llenas de presos políticos (de los de verdad, no como Junqueras y compañía), los exiliados seguían en el exilio (entre ellos un tal Joan Manuel Serrat), los partidos políticos y los sindicatos eran clandestinos, el Tribunal de Orden Público producía sentencias represivas como si fueran palomitas de maíz, la censura lo prohibía todo, estaban en vigor las siete Leyes Fundamentales del régimen, se aplicaba la pena de muerte, en la Puerta del Sol no estaba Ayuso sino los torturadores de la policía política, las elecciones libres estaban proscritas y el presidente del Gobierno era un tal Arias Navarro (conocido como “carnicerito de Málaga” por su actuación sanguinaria como fiscal durante la guerra civil). Un informe de la secretaría de Estado norteamericana afirmaba: “En España se dan diversos grados de torturas, tratos inhumanos o degradantes; denegación de revisión judicial de juicios injustos por tribunales militares o civiles, arresto arbitrario y exilio, restricciones de movimiento y residencia”.

Sí, el dictador había muerto en la cama de un hospital 40 días antes. Lo que recordamos de ese día y los posteriores son cientos de miles de personas desfilando ante el cadáver mientras la sociedad contenía la respiración, aterrorizada por un posible baño de sangre y los activistas del antifranquismo, aún más aterrorizados, dormían fuera de sus casas. No era buena idea caer en las manos de la brigada político-social con el fiambre de Franco recién enterrado.

Foto: El  cuerpo sin vida de Francisco Franco, en capilla ardiente el 23 de octubre de 1975. (Getty Images) Opinión
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Espero que una de esas jaranas monclovitas no se celebre, por ejemplo, el 20 de enero, cuando la Guardia Civil mató a tiros en Bilbao a un joven que repartía propaganda del PCE. O el 25 de abril, cuando se decretó el estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa. O en los más de seis meses que las principales universidades estuvieron cerradas por orden gubernativa. O cuando, cada semana, se prohibían y secuestraban todo tipo de publicaciones (hoy prohibiría La Codorniz la paleoizquierda woke). Tampoco el 1 de mayo o el 8 de diciembre (con Franco ya extinguido), cuando los entonces escasísimos miembros del PSOE intentamos en dos ocasiones concentrarnos en el Cementerio Civil de Madrid ante la tumba de Pablo Iglesias y la Policía nos recibió a palos.

Espero que a nadie se le ocurra programar un acto sanchista de conmemoración de la libertad durante el mes de septiembre, cuando el decrépito dictador, tras varios consejos de guerra sumarísimos, mandó fusilar a cinco personas al amanecer del día 27, ante el escándalo del mundo entero. O en octubre, cuando convocó a una multitud en la Plaza de Oriente para denunciar por última vez, con su voz aflautada, ya apenas audible, “una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos los envilece”. Tampoco en noviembre, con el invicto legionario ya agonizante, cuando el rey de Marruecos organizó la Marcha Verde, humilló a España y se apropió del Sáhara occidental (una entrega que el Gobierno de Sánchez rubricó medio siglo más tarde con motivos no confesados y probablemente inconfesables).

¿Qué clase de mierda pretende celebrar este Sánchez? ¿Que los demócratas fuimos incapaces de derrotar a la dictadura durante cuatro décadas y tuvimos que esperar que la biología hiciera lo que nosotros no supimos hacer? ¿Qué Franco murió en el poder y tuvo que ser el sucesor designado por él quien usara el poder absoluto del régimen totalitario para abrir las puertas de la libertad, jugándose el pellejo? Nadie estaba feliz en España el 20 de noviembre de 1975. Los franquistas, porque habían perdido a su caudillo. Los antifranquistas, porque estábamos muertos de miedo. Los demás -es decir, la mayoría- porque todo era incierto en aquel momento y sólo les preocupaba seguir viviendo en paz y que el incipiente ascensor social del desarrollismo no se detuviera. Hay que ser muy ignorante o tener mucha caradura para revestir de épica aquel año mugriento.

Foto: Un grupo de personas en noviembre de 1975 leyendo en periódicos sobre la muerte de Franco. (Keystone/Getty Images)

La democracia vino dos o tres años más tarde, cuando el rey nombrado por Franco y el antiguo secretario general del Movimiento se pusieron de acuerdo con los líderes de la izquierda política y sindical para hacer la cosa más civilizada que se ha hecho en España desde Isabel y Fernando, plasmada en la Constitución de 1978. Cuando (perdón por la autocita), los hijos de los vencedores de la guerra civil comprendieron que la convivencia valía más que su victoria y los hijos de los perdedores aceptaron que la libertad valía más que su revancha. Eso sí vale la pena no sólo celebrarlo, sino defenderlo con uñas y dientes: lo contrario de lo que está haciendo Sánchez, cuyo programa de festejos de autohomenaje con el pretexto de mantener siempre vivo a Franco es una provocación banal, un farol fulero y una maniobra de distracción que no llegará viva al 31 de enero.

No habrá 100 actos, ni la mitad, ni la mitad de la mitad de la mitad. A todo tirar, un par de chulescos garbeos antifascistas después de Reyes, rodeado de subsecretarios, y a volver a mirar a Las Salesas, que es de donde le viene el peligro de verdad.

Cuando Franco murió, Pedro Sánchez tenía tres añitos. Difícilmente podía enterarse por sí mismo de lo que sucedió en España en aquel año siniestro, que hoy pretende conmemorar con nada menos que 100 actos festivos. Como sospecho que este presidente no es muy dado a la lectura y la historia de España mayormente le resbala salvo para manipularla en su provecho, es lógico que le bailen las fechas.

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