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El 'Phono Sapiens' y el fin de la lógica

La digitalización y las redes sociales están privando al ser humano de su condición de ser 'analógico'

Foto: Foto: Reuters/Luisa González.
Foto: Reuters/Luisa González.

Una de las sensaciones más generalizadas de la vuelta de este verano es que, a pesar de toda la matraca que nos han dado con noticias apocalípticas, día a día y semana a semana, de repente las cosas no están tan mal. Incluso en algo tan sensible como las carteras de inversión, la sorpresa en septiembre es que las caídas son mucho más moderadas de lo que el relato que se ha impuesto de una manera generalizada pudiera pronosticar.

Para profundizar en el análisis de esta inconsistencia, conviene aplicar la vieja fórmula del 'cui prodest' para determinar qué intereses pueden estar detrás de esta forma de afrontar la realidad. Siempre ha habido más o menos problemas, pero no era habitual que todos apuntaran inexorablemente al fin de la humanidad, o del mundo tal como lo conocemos.

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Mis primeros sospechosos son los políticos, sobre todo los que están gobernando en cada uno de sus países. La razón es que la pandemia les permitió descubrir las ventajas del 'Estado de excepción' como forma de ejercer su autoridad sin dar explicaciones y sin tener que asumir las responsabilidades que normalmente se suponen en una democracia. Incluso, como ya anticipó Carl Schmitt, si la amenaza es suficientemente grande, se podría llegar a aspirar a la perpetuación en el cargo en beneficio de una ciudadanía infantil e indefensa que necesita imperiosamente la aparición de un mesías o de un benefactor.

Los medios de comunicación y las corrientes de opinión pública (lo que pasa en las redes sociales) son cómplices o, al menos, colaboradores necesarios. Aquí, probablemente, nos falte el móvil o la causa por la que tanto los razonamientos como el lenguaje tienen que llevarnos siempre al límite del abismo. No creo que pueda ser económica o relacionada con el propio interés, como en el caso de los anteriores, sino que nos encontramos con otros objetivos más relacionados con las identidades, la inclusión o la exclusión de los grupos o de forma más simple la mera afirmación de identidades.

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El riesgo al que nos enfrentamos es que esa película que estamos viendo todos los días sin la mínima oposición crítica no es inocua y si se instala de forma definitiva, sus efectos pueden ser mucho peores que esas amenazas con las que no dejan de intimidarnos. De hecho, tan solo estas breves líneas podrían ser consideradas 'negacionistas' y, por tanto, quedar excluidas en muchos foros donde sería interesante que, al menos, se incorporara el ejercicio de la duda.

La semana pasada, con el gran nivel que siempre acostumbra, Manuel Arias Maldonado contestaba a la ocurrencia del “fin de la abundancia” lanzada por el presidente francés, Emmanuel Macron, y nos advertía del riesgo que tiene para toda la humanidad “renunciar al ideal emancipatorio que nos propuso la modernidad ilustrada”.

Y, aunque esto es solo un ejemplo más, nos enfrenta con la verdadera pregunta que nos debemos hacer: ¿estamos perdiendo la razón o simplemente la estamos cambiando?

Foto: Ernst Cassirer, Martin Heidegger, Walter Benjamin y Ludwig Wittgenstein

Para Wittgenstein, no era posible hablar de una actuación que fuera ilógica para el que actuaba y, en el otro lado, Mises consideraba peyorativamente como 'polilogistas' a sus críticos cuando aludían a la existencia de distintos principios lógicos en función del país, de las culturas o de las experiencias históricas.

Ya Rousseau, cuando trató de explicar el origen de la desigualdad, en su segundo discurso se refería como una de las causas a la actitud del indígena caribeño, para quien era perfectamente racional vender su cama de algodón cada mañana, aunque luego tuviera que mendigar para conseguir otra cada noche.

En teoría, la civilización, la ciencia y el establecimiento de fines tan prosaicos como el progreso nos llevaron a incorporar otro tipo racional que ha redundado en el mayor nivel de bienestar (global) de toda la historia, pero lo que estamos viendo es que esto no se va a seguir produciendo por sí mismo.

Foto: Una rueda de prensa por videoconferencia de la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (Cs) Opinión
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Los nuevos dogmas, como el cambio climático, las identidades o la inmoralidad del capitalismo, sobre los que, a modo de nuevas e intolerantes religiones, no se puede ni discutir sin asumir el riesgo de ser excluido o digitalmente crucificado, nos abocan claramente a una nueva racionalidad. Incluso como el filósofo coreano Byung-Chul Han nos alerta en su último libro, la tercera naturaleza que nos han incorporado la digitalización y las redes sociales está privando al ser humano de su condición de ser 'analógico', y esto nos estaría convirtiendo en esa nueva especie, el 'Phono Sapiens', que podría ser capaz de renunciar al futuro.

Afortunadamente, llevadas al límite del suicidio, algunas sociedades, como ha demostrado recientemente la sociedad chilena, son capaces de reaccionar y oponerse a aquello que ha perdido la dirección del progreso y del bienestar general, pero es muy triste y decepcionante tener que aceptar todo el deterioro previo a esa situación límite.

Foto: La secretaria general del PP, Cuca Gamarra, y el presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Mariscal)

Por terminar y para convertir este breve comentario en un indigno planteamiento subversivo, quiero introducir para la reflexión y a modo de ejemplo una cuestión de gran actualidad, pero al mismo tiempo tan tabú, que no ha sido digna todavía del más mínimo debate. Tiene que ver con el gas y con las restricciones a las que parece que nos vamos a ver abocados. Aceptamos chantajes y las consecuencias de una posible crisis de suministro, mientras que en nuestro subsuelo parece que por la vía del 'fracking', que es la forma de extracción de una buena parte del gas que consumimos, tenemos reservas para ser autosuficientes un buen número de años.

Siendo la lógica que en el pasado nuestros políticos han aplicado a este tema muy parecida a la que el indígena caribeño que criticaba Rousseau aplicaba a su cama por las mañanas, la cuestión que propongo debatir no es si debemos o no debemos utilizar nuestras propias reservas de gas, sino cuál es la razón por la cual sobre esto no puede haber en España un debate serio con un nivel de información y de participación adecuado de unos ciudadanos que presumimos adultos.

Una de las sensaciones más generalizadas de la vuelta de este verano es que, a pesar de toda la matraca que nos han dado con noticias apocalípticas, día a día y semana a semana, de repente las cosas no están tan mal. Incluso en algo tan sensible como las carteras de inversión, la sorpresa en septiembre es que las caídas son mucho más moderadas de lo que el relato que se ha impuesto de una manera generalizada pudiera pronosticar.

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