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De las mujeres y nada más
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Jaime M. de los Santos

Íncipit

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De las mujeres y nada más

Quería que fueran ellas las que alzaran su voz. Cogí el teléfono y escribí a Aída Gómez, Cristina Lucas, Gabriela Flores, María Toledo y Carme Portaceli, cinco artistas valientes, aguerridas. Y dijeron sí

Foto: Gabriela Flores (i), Cristina Lucas (2i), Carme Portaceli (2d) y María Toledo. (Jon Imanol Reino)
Gabriela Flores (i), Cristina Lucas (2i), Carme Portaceli (2d) y María Toledo. (Jon Imanol Reino)

Soy quien soy por mi madre, por mis hermanas y mis maestras. Soy lo que soy por todas esas amigas que se volvían roca para defender mi diferencia. Estoy aquí porque mi abuela me regaló mi primera enciclopedia de arte -que sé que pago a plazos y eso me hace creer que cada mes se acordaba un poco de mí-. He vivido la mayor parte de mi tiempo rodeado de mujeres, esa “mitad del mundo” que dijo Clara Campoamor. También las leo -con fruición-, las escucho cuando cantan -me gustan más- y no dejo de sentirlas mientras, desde un escenario, bailan o vuelan con la palabra.

Pensando en este Íncipit, en la mejor manera de demostrarles mi amor que es infinito, llamé el domingo a Irene Hernández Velasco -la jefa- para proponerle que fueran ellas las que alzaran su voz, quienes dieran forma a esas verdades que sólo encuentras cuando eres mujer. Dijo que sí, entusiasta -siempre lo es-. Cogí el teléfono y escribí lo mismo a Aída Gómez, Cristina Lucas, Gabriela Flores, María Toledo y Carme Portaceli, “os necesito”; y también dijeron sí. Cinco artistas valientes, aguerridas. Cinco almas sensibles para un mundo muchas veces áspero. Cinco amigas. Las necesito siempre, no sólo en este ágora, para esta conversación -soy lo que soy gracias a ellas y su trabajo y sus palabras y sus abrazos-. Llega el martes y están todas, a primera hora, alrededor de un chéster de piel arañada; con todo el frío de Madrid en la cara.

placeholder Gabriela Flores en 'Hombre por necesidad'. 2023. Teatro del Barrio.
Gabriela Flores en 'Hombre por necesidad'. 2023. Teatro del Barrio.

Escribo sobre mujeres y pienso en mi madre, ya lo he dicho, en lo que significaba serlo hasta no hace tanto. Se lo planteo a ellas. Esquivan el pasado y hablan de maternidad. “De tanto que lo deseaba ni me dolió”, dice María Toledo, “parir”. “Nadie me explicó cuando era niña lo qué eso significaba” apunta Aída, “ni cómo podría afectar a mi carrera” -Claudia Golbin, premio Nobel de economía, asegura que la desigualdad, que esa brecha de género que atraviesa todo, con lo que está relacionada es con la maternidad-. A Gabriela Flores todavía le dicen que por qué no lo ha sido, “y créeme es patético. No me siento menos realizada. Es una opción maravillosa, sí, pero no es la mía. No lo he necesitado”. Quiero saber qué es lo que necesita, cual ha sido la fuerza tractora de su mundo. “Desarrollarme como individuo, estudiar y ser buena actriz”. Lo es. Muy buena; persona y actriz.

Ha vuelto al Teatro del Barrio, a encarnar a Ella Gerike, quien se vio obligada a pasar por hombre por necesidad. Aída vuelve a los cuidados pero mira a otro lado, a su madre. “Me he encargado de ella hasta el final. No me quería separar de su lado. Conozco a muy pocos hombres que hubieran interrumpido su carrera para encerrarse en esa enfermedad” -se refiere al alzhéimer, una dolencia que padecen casi un millón de personas en nuestro país-. “Fue mi madre quien me dio los primeros palillos cuando no tenía diez años; y me acompañaba, y me protegía. Bailar es un sacrificio enorme y para una mujer una renuncia que muy pocos hombres entienden”.

placeholder 'Habla'. Cristina Lucas. 2008. Video HD-169. 7´. Colección particular.
'Habla'. Cristina Lucas. 2008. Video HD-169. 7´. Colección particular.

Aída Gómez, que no ha dejado un día de defender lo español como algo único, “fíjate en la escuela bolera; nadie sabe nada de ella y está en la base de todo lo nuestro”, fue Salomé -sobre las tablas-; esa “hija de Lilith” que para Erika Bornay representa todo lo que a las mujeres se les imputaba: lujuria, ambición, sed de sangre. “El problema es que las tres religiones monoteístas han alimentado esa falta de estima por la mujer”, asegura Cristina Lucas cuando le pregunto por Habla, una performance que en 2008 la llevó a destruir una réplica exacta del Moisés de Miguel Ángel. “El patriarcado era lo que había que vencer y Moisés el gran patriarca”.

La interrumpo, le recuerdo que hay quien hoy se revela ante conceptos como el de patriarcado y ella dice, “yo necesitaba formarme en feminismo y empecé a leer a Celia Amorós y a Amelia Valcárcel. Creía que el cambio había sido casual, que las mujeres pasaran de estar encerradas en casa a ser simplemente libres, pero no. Eso había ocurrido por una lucha feminista perfectamente justificada y organizada frente a ese patriarcado. Con muchas señoras luchando y algunos hombres que entendían la necesidad de esa batalla. Y necesitaba contarlo”. “Carmen Alborch, poco antes de morir, reclamaba para el feminismo la declaración como Bien inmaterial de la humanidad”, nos recuerda Portaceli; que la conocía y quería y respetaba.

placeholder Carme Portaceli y Jaime de los Santos. (Jon Imanol Reino)
Carme Portaceli y Jaime de los Santos. (Jon Imanol Reino)

Eso dice la UNESCO que es el flamenco, Patrimonio inmaterial de la humanidad; “sí, pero no hay casi mujeres que toquen la guitarra y mucho menos palmeras”, sentencia María Toledo. Es cierto. Yo sólo conozco una, Antonia Jiménez -que toca profundo y pellizca el alma-. Le pregunto si sabe la causa; “solo sé que tus manos suenan igual que las mías; prueba”. Empiezan a dar palmas, las cinco. Se oye lo mismo que cuando las junto enérgico yo. “La música que canto siempre ha sido machista. Hay quien considera que el metal de la mujer no es el adecuado para palos como la Seguiriya, la Toná o el Martinete, los más profundos”; y es ahí cuando nombra a La Niña de los Peines y se le llenan los ojos de música. “Ella era libre. Y lo hacía igual o mejor que los hombres”. También es idéntico el trabajo de un director y el de una directora aunque Carme Portaceli se haya visto muchas veces “silenciada”.

“Directoras de mi edad hay muy pocas. También es cierto que éramos más pero muchas no lo pudieron aguantar”. ¿El qué? “El darse todo el tiempo contra una pared muy gruesa; la presión del no perpetuo; la falta de respeto por nuestro trabajo. Al no creer nadie en ti acabas tú también por dejar de creer”. “Cuando a mí me encargan la dirección del Ballet Nacional de España se creyeron que por ser mujer iban a poder hacer conmigo lo que quisieran. Al ver que era imposible sufrí verdaderas vejaciones. Lo peor es que no conté con el apoyo de mi jefe, que era un hombre”. Se hace el silencio con esa afirmación de Aída. Lo corta Gabriela. “Las mujeres de una edad seguimos teniendo mucho que decir, mucho. Parece que, o eres súper mediática o no hay un reconocimiento para tu trabajo”. “Y en la cultura lo que hacen falta son historias no publicaciones en redes”, concluye Portaceli.

placeholder Aída Gómez en 'Adalí'. 2014.
Aída Gómez en 'Adalí'. 2014.

Hasta no hace tanto a las mujeres no se les colgaba en los museos. El Prado no le dedicará una exposición a una artista hasta 2016 -la elegida fue Clara Peeters- y más tarde a otras dos -Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana-. “Colgábamos pero sólo como motivo, como modelos”, me corrige Aída. En la reivindicación -necesaria y urgente- de nombres como el de Artemisia Gentileschi o Luisa Roldán, de todas las silenciadas por la historiografía clásica, hay quien asegura que nos estamos saltando estándares de calidad. “¡Cómo si no hubiera Riberas malos!”, dice Cristina Lucas, “lo que pasa es que a nosotras se nos exige más”. En 2011 fotografiaba a mujeres desnudas frente a otras también desnudas pero retratadas por nombres de los que copan cualquier manual de historia del Arte. “La foto lo que capta es el instante en que nos echan. Porque le seguimos teniendo miedo a la carne”. Las hay hechas en el Louvre y el Rijksmuseum, en el de Arte Antiga de Lisboa. “Lo que pasa es que aquí se nos ha mirado con deseo y a la vez con culpa; por la educación católica que hemos recibido. Y a veces eso se convierte en un rechazo horrible que solo padecemos nosotras”.

Carme se refiere a España, dónde “todavía queda mucho por conquistar”. “Es horroroso cuando ves que sólo te miran como a un objeto. Da igual lo que seas, lo que pienses, que la mirada se fija en un lugar que no son tus ojos”. Lo dice Gabriela -que nació en Argentina “y allí ser actriz representa otra cosa”- y todas lo confirman; pero Portaceli va más allá: “por eso las mujeres con físicos muy trabajados por el deporte no les gustan a la mayoría de los hombres. Porque no cumplen con lo que se espera de ellas. Y es justo ahí donde aparecen lindezas como marimacho”.

placeholder 'Judit decapitando a Holofernes'. Artemisia Gentileschi. 1614-20. Galeria degli Uffizi.
'Judit decapitando a Holofernes'. Artemisia Gentileschi. 1614-20. Galeria degli Uffizi.

“Pero ¿por qué no se nos valora por lo de dentro?”, se pregunta María Toledo, “si a mí lo que me enamora de estas mujeres es su cabeza. Si es que están pasadas de rosca de listas”. Mira al resto. Todas ríen. “Pero es verdad que el mundo ha cambiado mucho. Hay muchísimos hombres que hoy están con nosotras, con la lucha feminista, y que el día 8 de marzo salen a la calle para defender nuestros derechos”. Esto que dice Carme me lleva a pensar en quienes confunden la batalla -que no cesa- por la igualdad con los exabruptos de quienes no entienden nada y buscan separar, excluir; aún más. Hoy el feminismo, que cómo dice Cristina Lucas “nunca deja a nadie atrás”, vuelve separado a ocupar Madrid, sobre todo tras la aprobación de la mal llamada ley trans.

“Tiene que haber una gran revolución y el rol de género, que es un constructo social, claro que tiene que evolucionar hacia un espacio más sano donde hablar con quien sea no esté marcado ni por su sexo ni por sus gustos”, sigue Cristina. “Pero si la lucha feminista es transversal”, dice Carme; “y muy bonita” cierra María. A Gabriela le preocupan las jóvenes, “lo qué sienten”. Según el último CIS la mitad de los nacidos este siglo XXI creen que el feminismo no tiene sentido; “y claro que lo tiene. El consumo de pornografía entre los más jóvenes tiene unos efectos dramáticos, sobre todo en una sexualidad que puede dejar de ser sana. Y quienes más lo pagan son ellas”. Hace una semana se estrenaba No estás sola, un documental sobre el caso terrible de la manada. El lunes la magistrada María Auxiliadora Díaz nos recordaba durante una conferencia organizada en Melilla que “manada” sigue siendo una de las entradas con más tráfico en los buscadores de pornografía. ¿Quién dice que está todo hecho?

placeholder María Toledo y Gabriela Flores. (Jon Imanol Reino).
María Toledo y Gabriela Flores. (Jon Imanol Reino).

Se ha hecho mucho. En menos de un siglo más que en todos los anteriores. Lo que parecía imposible hace nada ahora es realidad. A las mujeres se les tiene como iguales que es lo que son aunque algunos se nieguen a sentir que esto es cierto; los penúltimos estertores de todo aquello que es pretérito y que no hay que olvidar para que no se repita. A veces oigo que cuando todo esté conquistado ya no será necesario alzar la voz, ni manifestarse. No es verdad. De llegar ese día, cada minuto tendrá que emplearse en consolidar. Así de frágil es todo lo que merece la pena. Eso es la igualdad; un valor en sí mismo que además de justicia busca el derecho legítimo a disentir, a ser diferente. Un camino sin retorno, con peligros. La única forma posible de mirar al mundo y no sentir miedo. Ni vergüenza.

placeholder Gabriela Flores (i), Cristina Lucas (2i), Carme Portaceli (c), Jaime de los Santos y María Toledo (d). (Jon Imanol Reino)
Gabriela Flores (i), Cristina Lucas (2i), Carme Portaceli (c), Jaime de los Santos y María Toledo (d). (Jon Imanol Reino)

Soy quien soy por mi madre, por mis hermanas y mis maestras. Soy lo que soy por todas esas amigas que se volvían roca para defender mi diferencia. Estoy aquí porque mi abuela me regaló mi primera enciclopedia de arte -que sé que pago a plazos y eso me hace creer que cada mes se acordaba un poco de mí-. He vivido la mayor parte de mi tiempo rodeado de mujeres, esa “mitad del mundo” que dijo Clara Campoamor. También las leo -con fruición-, las escucho cuando cantan -me gustan más- y no dejo de sentirlas mientras, desde un escenario, bailan o vuelan con la palabra.

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