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Las mejores novelas de 2019, un año gris en literatura en el que no paramos de quejarnos
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Alberto Olmos

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Las mejores novelas de 2019, un año gris en literatura en el que no paramos de quejarnos

Acaba un curso literario un tanto anodino donde destacaron sobre todo las reediciones

Foto: Dos de las novelas imprescindibles de 2019. (EC)
Dos de las novelas imprescindibles de 2019. (EC)

Este año 2019 que toca a su fin, irrepetible y único en su misma condición rutinaria, se ha caracterizado en lo que a literatura se refiere por el triunfo definitivo del trepa. Ser trepa dio sus frutos y hemos de alegrarnos. Lo bueno de que triunfen los trepas es que ya dejan de trepar, es decir, de dar el coñazo y hacer el mal. También ha sido un año donde quejarse (esto vale para todo, no solo para la literatura) ha alcanzado ya curso civil, como tener un título universitario o, en otro tiempo, ser muy trabajador. Quejarse es el nuevo estajanovismo: si te quejas mucho, la vida siempre te recompensa.

El caso es que asumo la frivolidad de apuntalar 2019 por sus libros fundamentales o más gustosos de leer o que al que esto escribe le han parecido destacables. Solo dos me han conmovido y deslumbrado (como que a lo mejor no los pierdo en las mudanzas, vamos): 'Una odisea' (Seix Barral), de Daniel Mendelsohn, y 'La herencia' (Mármara/Nórdica), de Vigdis Hjorth. Dentro de ese país en equilibrio llamado España, mis favoritos fueron 'Tierra de mujeres' (Seix Barral), de María Sánchez, y 'Referencial' (Tusquets), de Ignacio Ferrando. Luego estuvo esa extravagancia divertidísima llamada '8:38' (Candaya), escrita por Luis Rodríguez.

También dos libros particularmente impactantes nos llegaron de Latinoamérica. Uno, del mexicano Emiliano Monge, 'No contar todo' (Random House), y otro, del peruano Gustavo Faverón, 'Vivir abajo' (Candaya). Por si no me van leyendo lo parentético, Candaya, un sellito de nada, de dos personas en Barcelona, lleva algunos años acertando de lo lindo.

placeholder Elvira Navarro publica el libro de cuentos 'La isla de los conejos'. (Rubén Bastida)
Elvira Navarro publica el libro de cuentos 'La isla de los conejos'. (Rubén Bastida)

Y, en general, hubo buenos libros, libros agradables, que pueden encontrar en el histórico de esta columna, aunque de algunos no les di cuenta, como el de Ray Loriga, 'Sábado, domingo' (Alfaguara), bastante simple pero extrañamente adictivo; el de Elvira Navarro, 'La isla de los conejos' (Random House), áspero y patológico, o el igualmente patológico 'La encantadora familia Dumont' (Siruela), de Juan Aparicio Belmonte, una historia rocambolesca armada con prosa gratificante, con ese español de aguas limpias que vamos perdiendo.

Atracar Usera

Otro libro que me fascinó sin notificárselo fue 'Esa maldita pared' (Libros del K.O.), de Flako. Flako no es un rapero, es un delincuente. Robaba bancos. Entraba en ellos por el laberinto de las alcantarillas. Sobre su caso, hizo película Elías León Siminiani, 'Apuntes para una película de atracos'. El libro es mucho mejor. A Flako lo cogieron cuando atracaba un banco en Usera, que ya hay que ser gilipollas, irse a atracar bancos en Usera. Todo lo que cuenta, desde su padre enviándolo con pocos años a pillar cocaína a la metodología misma del atraco por butrón, es emocionantísimo.

En el mismo sello apareció 'El director', de David Jiménez, un libro escandaloso, es decir, que no ha tumbado los muñecos. Es curioso cómo la gente se espanta cuando alguien va y decide contar a tumba abierta lo que podemos llamar su verdad, metiendo un poco el codo; porque al final no pasa nada y es mejor para una sociedad, como para una pareja, decirse las cosas a la cara. Lo de Jiménez eran las cosas del periodismo, otro tipo de alcantarillas, en fin.

Se recopiló y recuperó y resucitó mucho y muy bien este año, desde los imprescindibles cuentos de Felisberto Hernández o Mario Levrero hasta los amorosos artículos de Milena Busquets en 'Hombres elegantes' (Anagrama) o las reseñas de Eloy Tizón en 'Herido leve' (Páginas de Espuma), o las conferencias y prólogos de Belén Gopegui en 'Rompiendo algo' (Debolsillo); desde el libro de Rafael Reig sobre Marilyn Monroe, 'Autobiografía de...' (Tusquets), a la trilogía procuradora de Janet Lewis, 'Pruebas de casos circunstanciales' (DeBolsillo). Lo mejor de este resarcimiento editorial, con todo, ha sido lo de Anna Caballé: reedición de sus fantásticos textos sobre misoginia ('Historia de la misoginia en España', Ariel) y sobre Carmen Laforet ('Una mujer en fuga', RBA) y Premio Nacional de Historia por su biografía de Concepción Arenal de finales del año pasado. Y todo ello sin quejarse. Yo a Anna Caballé no la he visto nunca quejarse, solo hacer bien su trabajo. Es verdaderamente incomprensible que le hayan dado un premio.

Foto: Concepción Arenal

En el modo/moda feminista, se ha publicado (entiendan que yo me pueda permitir estos desafueros) mucho serrín: se lo digo como lo siento. Acuérdense de que el serrín lo echaban en el suelo del bar para higienizarlo un poco, y luego quedaba peor. Pues esto igual: hacemos un pan como unas hostias publicando libros malos. Yo ya creo que esta moda es en realidad algo como lo que sucedió en los años noventa con 'los jóvenes', así en general, que se les publicaba a voleo a ver si alguno triunfaba y luego se los masacró sin la menor piedad. Realmente he leído libros horrorosos cuya única justificación para ser publicados, incluso por sellos supuestamente serios, ha sido una mezcla de sentimiento de culpa y vértigo de la oportunidad.

Pero, si nos ponemos militantes, hubo algunos que no estuvieron mal, como 'Recuerdos del futuro' (Seix Barral), de Siri Husvetd, o 'El coste de vivir' (Random House), de Deborah Levy, y uno absolutamente excepcional: 'Violación' (Reservoir Books), de Mithu Sanyal. Luego hay quien te rompe el corazón, como Elif Batuman, que había publicado hace no pocos años el simpático y cultureta 'Los poseídos' (Seix Barral) y volvió este año con una redacción escolar de 600 páginas, 'La idiota' (Random House). Tampoco me dijo nada el, por otro lado, fenomenal título de Ottesa Moshfegh 'Mi año de descanso y relajación' (Alfaguara). Sin embargo, me maravilló —dejando atrás el feminismo y quedándonos con las escritoras— Muriel Villanueva y su muy inteligente 'La gatera' (Navona); me admiró la propuesta de Claudia Piñeiro en 'Elena sabe' (Alfaguara), y me interesaron mucho los relatos de Adaui Katya, 'Aquí hay icebergs' (Randon House). Las tres son de esas autoras que me voy encontrando por las bibliotecas o que me presta alguien, por mucho que sus libros no sean del año que escoliamos.

El año que viene será el año de Galdós y de seguir quejándose. También supongo que algo de literatura nos iremos encontrando

Tarde, casi antes de ayer, me leí 'El enemigo conoce el sistema' (Debate), de Marta Peirano, un libro documentadísimo sobre el control que ejercen las empresas tecnológicas y los publicistas y los genios de la experiencia de usuario sobre nuestras vidas, mayormente porque nosotros estamos encantados de que nos controlen y nos hagan sentir importantes. (Esto último es teoría mía, no de Peirano). Un ensayo también divertido, y muy bien escrito.

Y poco más: 2020 será el año de Galdós y de seguir quejándose. También supongo que algo de literatura nos iremos encontrando, si nos ponemos a ello.

Este año 2019 que toca a su fin, irrepetible y único en su misma condición rutinaria, se ha caracterizado en lo que a literatura se refiere por el triunfo definitivo del trepa. Ser trepa dio sus frutos y hemos de alegrarnos. Lo bueno de que triunfen los trepas es que ya dejan de trepar, es decir, de dar el coñazo y hacer el mal. También ha sido un año donde quejarse (esto vale para todo, no solo para la literatura) ha alcanzado ya curso civil, como tener un título universitario o, en otro tiempo, ser muy trabajador. Quejarse es el nuevo estajanovismo: si te quejas mucho, la vida siempre te recompensa.

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