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Instrucciones para maltratar a un hombre
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Alberto Olmos

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Instrucciones para maltratar a un hombre

No es la fuerza física, sino el carácter, lo que determina las relaciones destructivas en el ámbito del hogar

Foto: Ilustración: CSA-Printstock.
Ilustración: CSA-Printstock.

Un gesto y una mirada, repetidos con años y océanos de por medio, me vienen a la mente a veces cuando pienso en la realidad del mundo. En Japón, hacia 2005, estaba de visita en casa de unos amigos nipones con mi novia nativa. Íbamos a cenar juntos. Mientras la anfitriona trasteaba en la cocina, su marido ordenaba el salón o preparaba la mesa. En un momento dado, utilizó un pañuelito de papel. Luego lo arrebujó y lo lanzó hacia una papelera, a dos metros de distancia. Falló. Enseguida su mirada se volvió hacia el lugar donde estaba su mujer. En los ojos del marido percibí pavor. Pero su mujer no lo había visto.

Muchos años después, en un autobús que llevaba invitados a una boda en el sur de España, un hombre ya jubilado se bebía una botellita de agua. Su esposa durante décadas iba en el asiento de al lado. Al terminársela (por lo que sea, yo asistía a este espectáculo menor), decidió que la papelera del autobús le quedaba un poco lejos como para levantarse y acercarse hasta ella, con el bamboleo del vehículo y todo. Pero no tan lejos que no pudiera encestarla desde su posición. Probó suerte, y erró el tiro. Mecánicamente, miró a su derecha, a su mujer, con auténtico terror. Pero ella atendía por la ventana algún paisaje andaluz.

Estos dos gestos simétricos no sólo nos hablan de maridos con aptitudes muy dudosas para el baloncesto, sino de jerarquías domésticas totalitarias. Ambos esposos habían labrado con los años un miedo patológico hacia sus cónyuges, como niños pequeños a los que la sucesión de broncas y regañinas ha traumado hasta tal punto que necesitan actuar a escondidas. Dense cuenta de lo que revela un hombre de más de setenta años cuando tiene miedo de que su mujer descubra que ha arrojado al suelo una pequeña botella de plástico.

El maltrato en el hogar empieza con la consideración de la vida doméstica como un juego de suma cero. Sólo uno puede detentar el poder, tomar todas las decisiones, ejercer de dictador. Esta visión primitiva de la familia señalaba al varón como “cabeza de familia”, con la religión y la sociedad validando dicho liderazgo. Sin embargo, los hogares son impermeables, y nadie sabe a ciencia cierta qué pasa con el poder entre las cuatro paredes de una casa. A veces manda ella, y a veces ese mandar ella también es maltrato.

Ambos esposos habían labrado con los años un miedo patológico hacia sus cónyuges

Que las parejas discutan debe considerarse sin duda un avance social. Una familia donde los padres no discuten es una familia donde alguien no permite la discusión. Si algo señala la buena salud de las parejas contemporáneas, es que discutan, así como el anquilosamiento definitivo de una pregunta que antes se hacía mucho extramuros: ¿quién lleva los pantalones en tu casa?

Los “pantalones” los llevaba quien traía el dinero, y por eso la práctica del maltrato no es exactamente más común entre los hombres por ser hombres, sino porque eran los que trabajaban. Había una asociación automática entre mandar en casa y proveer de liquidez un hogar. Hoy un hombre inactivo (puede estar en paro, o puede incluso que haya dejado el trabajo para quedarse en casa cuidando de los niños) tiene muchas más papeletas para sufrir maltrato que aquel que recibe un salario. No trabajar victimiza, como victimiza ganar poco dinero.

Un hombre inactivo tiene más papeletas para sufrir maltrato que aquel que recibe un salario. No trabajar victimiza, como victimiza ganar poco

La mujer maltratadora que yo he conocido (bastante bien, debo decir) guarda ciertas similitudes con el marido maltratador (que, debo decir, conozco a su vez perfectamente). Ambos viven realidades detestables, inferiores, inapropiadas. Se casaron con quien no debían, con quien no querían o con quien, al cabo, no era como pensaban. Es la frustración, sumado a un carácter volcánico, lo que provoca gran parte de los maltratos en el hogar.

Así, un perfil habitual de esposa tiránica es la que tiene un marido que gana menos que otros maridos, subsidiario en su fábrica u oficina, poco ambicioso y al que los ascensos nunca tocan. La mujer empieza animando, hostigando, agitando la competitividad de su esposo, pero no hay nada que hacer. Es un mierda.

Así se lo dirá cada día durante quizá cuarenta años: “Eres un mierda”.

La mujer empieza animando, hostigando, agitando la competitividad de su esposo, pero no hay nada que hacer. Es un mierda

Cuando a uno (una) el otro con el que vive y forma pareja le dice: “Eres un mierda”, hay que acabar la relación. Instantáneamente.

Cuando esta ruptura no se produce, llega el maltrato, cada vez más cómodo para el maltratador, cada vez más natural para el maltratado. Eres un mierda, no vales nada, no sirves para nada, tú cállate. No faltan los arañazos, los objetos arrojados, incluso la destrucción de propiedades muy queridas por el marido inútil, que gana poco, que no gana nada, que no es nadie.

Como ven, en nada afecta si el marido es grande y la mujer pequeña: es todo verbal, este sometimiento, se trata de una sucesión de imposiciones, que animan la imposición siguiente, el vejamen y el exceso mecanizados. Maltratar es no conocer un límite.

“Ahora que está muerto, mi padre es un santo. Cuando estaba vivo, no era nada. Mi padre era duro, tenía su propia banda. Y a un tipo como ese mi madre lo redujo al tamaño de una hormiga. Cuando murió, era una piltrafa”. Son las palabras que Tony Soprano dice a su psicóloga en el capítulo 1 de la serie. “Mi madre convirtió a un hombretón como mi padre en una piltrafa”.

Curiosamente, la mujer maltratadora guarda las formas fuera de casa, porque para ella misma resulta humillante que se sepa que tiene al marido humillado. Aquí los hombres se controlan menos, porque puede disfrazarse fácilmente, en un liderazgo tradicionalote, el más infame de los maltratos.

Además, los hombres maltratadores odian a los niños que les atan a la mujer que no quieren. Son los hijos (la crianza vista como prisión) los que propician en primer lugar su afición al suplicio del otro.

A nada que uno tenga amigos, amigas, hermanos, primos, y hable o simplemente escuche, la figura de la mujer cruel no puede serle desconocida

A nada que uno tenga amigos, amigas, hermanos, primos, y hable e indague, o simplemente escuche, la figura de la mujer cruel no puede serle completamente desconocida. Sin embargo, actualmente se propone que el maltrato al varón en el ámbito doméstico prácticamente no existe, y hasta la ministra de Igualdad ha considerado “inconstitucional” que se cree una Asociación de Hombres Maltratados. Puedes crear una Asociación de Gilipollas, de Insomnes, de Cuidadores de Geranios y de Aficionados a la Crema de Orujo. Pero no puedes (dicen) crear una Asociación de Hombres Maltratados.

Cuando teníamos sentido común, todos entendíamos que perseguir una lacra sólo en su manifestación mayoritaria, dejando en la impunidad sus porcentajes menores, era demencial. Aquí se da a entender que lo importante es la mujer maltratada porque hay muchas más, lo que viene a negar la existencia de hombres maltratados o, lo que es peor, a darlos por bien maltratados. Es como si el gobierno se tomara por fin en serio el suicidio y decidiera combatirlo únicamente en la población masculina, simplemente porque los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres. La piedad y la justicia se ejercen uno a uno sobre todos los ciudadanos, no al peso y con redondeos ideológicos y, al cabo, electoralistas.

Está bien que se cree una Asociación de Hombres Maltratados. Luego, si los hombres hablaran y denunciaran todos, ibais a flipar.

Un gesto y una mirada, repetidos con años y océanos de por medio, me vienen a la mente a veces cuando pienso en la realidad del mundo. En Japón, hacia 2005, estaba de visita en casa de unos amigos nipones con mi novia nativa. Íbamos a cenar juntos. Mientras la anfitriona trasteaba en la cocina, su marido ordenaba el salón o preparaba la mesa. En un momento dado, utilizó un pañuelito de papel. Luego lo arrebujó y lo lanzó hacia una papelera, a dos metros de distancia. Falló. Enseguida su mirada se volvió hacia el lugar donde estaba su mujer. En los ojos del marido percibí pavor. Pero su mujer no lo había visto.

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