Caza Mayor
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Los 1.000 y un días que le quedan a Sánchez en Moncloa
Sánchez aguantará porque es capaz de llegar donde jamás antes nadie se había atrevido a llegar —véase el deterioro imparable de las instituciones, con acento especial en la Abogacía del Estado y el fiscal general— para continuar en el poder
La lista de críticos con el Ejecutivo aumenta hasta casi salirse del papel. Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que lo peor que puede hacerse en España es tocarle las narices a la Guardia Civil y al Tribunal Supremo. Si a esto le sumamos la ofensiva gubernamental contra los medios de comunicación y contra una parte de los propios barones socialistas, víctimas todos ellos de las ínfulas e incontinencia verbal de Sánchez y su guardia de corps, uno podría colegir que queda menos del canto de un duro para que concluya esta legislatura. No se puede ir contra todos a todas horas y en todos los lugares.
Los ataques a Justicia, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y prensa independiente no son la causa, sino la consecuencia de un Ejecutivo maniatado por sus socios, cercado por las corruptelas, que exuda cierto hedor a descomposición y cuya acción de Gobierno ni es acción ni mucho menos de Gobierno. De ahí las lógicas preguntas que escuchamos machaconamente en tertulias y sobremesas varias: ¿Se puede gobernar un país de esta forma? ¿Cuánto le queda a Sánchez?
La respuesta la dio el propio presidente en la última sesión de control al Gobierno: "Señoría [a Feijóo], quedan mil días de legislatura y usted y su equipo más inmediato lo que hacen es actuar como si quedaran diez días de legislatura". A algunos, incluso, mil días nos parecen pocos. Ya lleva seis años y no nos hemos dado ni cuenta. Por lo vitriólico de sus intervenciones contra la corrupción del PP, parece que fue ayer la moción de censura.
Sánchez aguantará. Lo hará porque es capaz de llegar donde jamás antes nadie se había atrevido a llegar —véase el deterioro imparable de las instituciones, con acento especial en la Abogacía del Estado y el fiscal general— para continuar en el poder. Habrá mucho destrozo hasta el final del mandato. Tendrá un coste irreparable para su entorno, el PSOE y España.
Continuará en el Ejecutivo para defenderse más eficazmente de los frentes judiciales, con una portavocía que ya no es del Gobierno, sino del propio Pedro Sánchez y, por ende, de su mujer Begoña Gómez. También monitorizará y limpiará de elementos extraños el congreso del PSOE de noviembre para así amarrar la jefatura orgánica otros cuatro años más y sucederse a sí mismo o designar al que más le convenga.
Pero si Sánchez va a aguantar no es solo por su estrategia de tierra quemada, sino también por la torpeza del resto de formaciones. Si bien es verdad que el Ejecutivo está haciendo ímprobos esfuerzos para perder las próximas elecciones y apearse del poder, igual de cierto es que la oposición está poniendo todo de su parte para que no sea así.
El PP arranca la derrota de las fauces de la victoria una y otra vez. Cuanto más acorralado está el Gobierno, más fácil se lo pone para escabullirse con otros asuntos de fácil consumo para el electorado socialista. Hemos pasado de asegurar que el Gobierno nos la había colado con la rebaja de penas a etarras, a decir que en verdad nos habíamos leído el texto pero sin calibrar las consecuencias. Hemos pasado de demonizar la amnistía a hacer guiños cómplices a PNV y Junts; de defender la semana laboral de cuatro días, a ponerla en hibernación. Demasiados vaivenes.
Pero no es el PP, sino Vox el mayor aliado de Sánchez, el que le hace el caldo gordo con su discurso hiperbólico. Da igual los casos de corrupción o la vulneración del Estado de derecho, el PSOE siempre podrá poner como excusa la posible llegada de la extrema derecha al Gobierno. Su electorado votará con la nariz tapada. No será la primera vez. Tienen pinzas de sobra. Afortunadamente para el PP, las guerras intestinas de los de Bambú los penalizan demoscópicamente. Afortunadamente para el PSOE, Vox siempre estará ahí. Sobre todo, mientras la inmigración cope la agenda europea.
Yolanda Díaz —o la insoportable levedad del comunismo pijiprogre— también ha contribuido a alimentar a la bestia. Después de cortejarla en singular rito de apareamiento, Sánchez ha aprovechado la ocasión para despedazar a Sumar. La coalición del PSOE con las formaciones comunistas situó a los socialistas más a la izquierda de lo que lo habían estado nunca, y ahora, llegado el momento de depositar el voto en la urna, los electores prefieren al killer Sánchez antes que la fashion victim Díaz.
Lo de ERC es para darlos de comer aparte. Gabriel Rufián, en su papel de El Lute, camina o revienta, va precisamente a eso: a reventar. Igual que Junqueras. Los socialistas han propinado a los republicanos una patada en el trasero, sacándolos de la Generalitat y mandándolos a la marginalidad. La crisis es abismal. Por la izquierda se lo ha comido el PSOE; en el frente independentista, Junts. Ahora es el socialista Illa el que manda, mientras el expresident Pere Aragonès pasa los lunes al sol.
A la hora de especular sobre la caída de Sánchez, todas las miradas se dirigen hacia Junts. Y aunque Puigdemont quiere mandarle un recadito ("hacerle mear sangre") por no haberle aplicado la amnistía y haber okupado la Generalitat, se impone el pragmatismo y la posibilidad de seguir ordeñando las ubres del Estado español, que ya habrá otro momento, dicen en Junts, de pasarle la factura al presidente.
Uno de los pocos que sí ha sabido jugarle la partida a Sánchez, hay que reconocerlo, es Bildu, en detrimento del PNV (a Ortuzar se le está quedando cara de rey pasmado de tanto bailarle el agua al Gobierno socialcomunista). Los de Otegi lo tienen claro: lánzame pan y llámame perro. Si para sacar a los etarras de la cárcel hay que aprobar los Presupuestos, pues se aprueban. En eso llevaba razón Bendodo. Tragaderas las justas.
Así que, a la pregunta "¿cuánto le queda a Sánchez?", respuesta rotunda: "Todo lo que él quiera". El resistente está camino de ser el renacido.
La lista de críticos con el Ejecutivo aumenta hasta casi salirse del papel. Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que lo peor que puede hacerse en España es tocarle las narices a la Guardia Civil y al Tribunal Supremo. Si a esto le sumamos la ofensiva gubernamental contra los medios de comunicación y contra una parte de los propios barones socialistas, víctimas todos ellos de las ínfulas e incontinencia verbal de Sánchez y su guardia de corps, uno podría colegir que queda menos del canto de un duro para que concluya esta legislatura. No se puede ir contra todos a todas horas y en todos los lugares.