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Sánchez, un autócrata de libro y sus sinceras mentiras
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José Antonio Zarzalejos

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Sánchez, un autócrata de libro y sus sinceras mentiras

Hasta aquí ha llegado Sánchez: más ridículo, más débil y vulnerable que hace cinco días y, por eso, más peligroso

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Pool/Borja Puig de la Bellacasa)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Pool/Borja Puig de la Bellacasa)
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Escribió Pedro Laín Entralgo en su ensayo titulado Esperanza en tiempo de crisis (Galaxia Gutenberg. 1993) que cuando estas estallan se produce “desorientación y confusión en la mayor parte de los hombres cultos, que en algunos pueden hacerse angustia, exasperación, desesperación o simple amargura”. Y ayer cientos de miles de ciudadanos experimentaron esos sentimientos y, además, se consideraron engañados y utilizados por Pedro Sánchez. Y eso era, claramente, lo que pretendía el presidente del Gobierno con su obscena estratagema: quebrar en unos casos y dominar en otros el ánimo de sus adversarios, advertir de su prepotencia a los suyos para que lo sigan siendo en estado de esclavitud intelectual y amenazar de forma inequívoca a los jueces y a los medios de comunicación críticos con la anomalía democrática que él representa.

Las emociones y las mentiras

Toda la farsa que ha montado durante estos últimos cinco días encaja a la perfección en la reflexión del eximio Stefan Zweig según la cual “uno de los rasgos más singulares de las personalidades histéricas o con tintes histéricos es su capacidad para mentir asombrosamente bien, pero no solo a los demás, sino también a sí mismas. Lo que quieren que sea verdad se convierte para ellos en verdad, y, por lo tanto, mienten de la manera más peligrosa: con absoluta sinceridad”. ( La verdad nunca es vana. Recopilación de aforismo del autor recogidos por Juan Parra. Editorial Alfabeto. 2024)

El primer rasgo del autócrata es la alteración del ánimo colectivo en los términos que explicaba Laín Entralgo y el segundo es el logro de ese objetivo mediante la mentira como reflexiona Zweig. Todo autócrata es un manipulador emocional mediante la falsedad. Por eso hay dos imperativos en este momento: venirse arriba en términos democráticos frente a la tentación de la resignación desesperanzada y desvelar el engaño amparado en una dialéctica increíblemente victimista.

La polarización como modelo de negocio

Ante la adulación norcoreana al líder -que es síntoma también de las autocracias formalmente democráticas- es exigible, por una parte, serenidad y, por otra, lucidez. Sin aquella y sin esta no se lograría entender cabalmente lo que está ocurriendo en España desde que el pasado 23 de julio Sánchez se abrazase a los independentistas y a la extrema izquierda para continuar en el poder desdiciéndose de sus compromisos electorales. Porque él no cambia de opinión, él miente. Lo ha hecho de una manera obvia e incontestable en un episodio en el que ha instrumentalizado a su partido de manera especialmente patética, secundado por centenares de ‘abajofirmantes’ que se tienen en muy poca estima. Les falta, es de temer, una lectura imprescindible: Frente al poder de Martin Baron (La Esfera de los Libros. 2024) exdirector de The Washington Post durante la presidencia de Donald Trump.

Su “carta a la ciudadanía” era falsa de toda falsedad como lo acredita su discurso de ayer. Era el epílogo de un capítulo de impotencia para empezar otro de arbitrariedad. Una nueva etapa que conlleva la “limpieza” (sic) de cualquier control y contrapeso. Y en la que se consumará la estrategia de poder más perniciosa de este siglo: la polarización como modelo de negocio del político profesional y ambicioso.

El nuevo papel de Begoña Gómez

Se cambiarán, por eso, mayorías cualificadas para elegir a los vocales del Consejo General del Poder Judicial y dominarlo y se reinstalarán, como en el franquismo, los jurados de ética profesional para escrutar a los medios disidentes y ahogarles reputacional y financieramente. Y se irá a un modelo fáctico confederal que trate de perpetuar en el poder al socialista. Para que nada falte, Sánchez, tanto en la carta como en la intervención de ayer, se refirió de manera reiterada a su mujer, Begoña Gómez, adquiriendo así un patrón más de las autocracias en las que las cónyuges y familiares (como la mujer de Daniel Ortega en Nicaragua, Melania, la de Trump en Estados Unidos o la hermana de Milei en Argentina) desempeñan un rol cuasi institucional de carácter emotivo.

Foto: Begoña Gómez, durante un acto en el Ateneo de Madrid. (EP/Alejandro Martínez)

La teatralización de la fase resolutiva de su reflexión ha sido especialmente grave. No solo ha exasperado con el silencio a lo que queda del PSOE, sino que, en un alarde de impertinencia, ha utilizado al Rey. Vayámoslo diciendo claro: no se desplazó a la Zarzuela para darle cuenta de su “carta a la ciudadanía” pero sí para introducir una dosis adicional de ansiedad para componer un final pretendidamente sorpresivo. Despacha con Felipe VI para nada, porque si nada cambiaba, ¿a qué llegarse a la Zarzuela, lugar que tan poco frecuenta y, para rematar, corregir a la Secretaría de Estado de Comunicación y rectificar el horario anunciado de su comparecencia? Efectismo que banaliza a la institución (y a la que implica en su celada y que se deja implicar) y que alberga un propósito excesivamente traslúcido. La Corona va en el lote.

Sánchez, causa y síntoma

Algunos apuntes inesquivables. Los autócratas, de Trump a Orban, pasando por López Obrador y similares, han establecido un paradigma de normalidad ante sus arbitrariedades, de tal manera que de ellos se espera lo que ofrecen y decaen las auténticas expectativas democráticas. Los autócratas se garantizan como primer objetivo la quiebra del Poder Judicial e, inmediatamente, la de los medios de comunicación amparados hasta ahora en las libertades-madre de cualquier democracia que son las de expresión y prensa. Y por fin, los autócratas como Sánchez son causa, pero también síntoma de una sociedad que, repleta de problemas, se entrega acríticamente a estos ‘hombres de acción’, a estos ‘cirujanos de hierro’ que son los que, finalmente, marcan el ocaso de las democracias liberales y el inicio y desarrollo de las iliberales en las que ya viven países de antiguo linaje democrático.

Es el signo de los tiempos. Y España no se abstrae de esa sugestión autoritaria. Así hemos llegado a Sánchez, más ridículo que hace cinco días, también más débil y vulnerable, y, por eso, más peligroso. Estamos en un chicken game. Y el que se aflige se afloja. Por aquí, ni aflicción ni flojera.

Escribió Pedro Laín Entralgo en su ensayo titulado Esperanza en tiempo de crisis (Galaxia Gutenberg. 1993) que cuando estas estallan se produce “desorientación y confusión en la mayor parte de los hombres cultos, que en algunos pueden hacerse angustia, exasperación, desesperación o simple amargura”. Y ayer cientos de miles de ciudadanos experimentaron esos sentimientos y, además, se consideraron engañados y utilizados por Pedro Sánchez. Y eso era, claramente, lo que pretendía el presidente del Gobierno con su obscena estratagema: quebrar en unos casos y dominar en otros el ánimo de sus adversarios, advertir de su prepotencia a los suyos para que lo sigan siendo en estado de esclavitud intelectual y amenazar de forma inequívoca a los jueces y a los medios de comunicación críticos con la anomalía democrática que él representa.

Pedro Sánchez
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