Pesca de arrastre
Por
Feijóo presidente y Sánchez opositor malhumorado: el marco de campaña del PP
Llega el momento de confrontar a Sánchez en positivo, mientras el todavía presidente anda por las esquinas desgañitándose a todas horas para dar el aviso de que en España se avecina una dictadura reaccionaria
Dormir el partido y que corra el reloj. Esa parece ser la consigna del PP para garantizarse el triunfo en las elecciones generales, al menos de momento. Si conforme pasan los días y vayamos acercándonos a las fechas de los comicios las encuestas indican la necesidad contraria, tiempo habrá para rectificar y subir el nivel de confrontación. Pero de momento un poquito de azúcar y en la despensa los ingredientes más amargos. Reservas por si acaso. Por ahora, el PP dice estar decidido, según su secretaria general, Cuca Gamarra, en convertirse en un frontón contra “la sobredosis de confrontación, agresividad e insulto” y apostar por una campaña “tranquila, serena y moderada, como es la sociedad española”. Esto se asemeja bastante a pretender trasladar la imagen de un Feijóo ya presidente que, desde la atalaya de un poder dado por hecho a la espera de que el reloj certifique la hora del relevo, se muestra indiferente a los ataques de un Pedro Sánchez convertido, mediante esta narrativa, en un aspirante malhumorado resistiéndose a hacer las maletas. También, dicho sea de paso, es una manera de reconocer que el ayusismo sirve para quedarse con todas las fichas del casino madrileño, pero no para garantizarse la victoria en unas elecciones generales cuando quien acude a las urnas es todo el país. La propuesta socialista de hasta seis debates —uno por semana— entre Sánchez y Feijóo supone la aceptación por parte de Pedro Sánchez del marco propuesto por la derecha. Es el aspirante el que normalmente suspira por un cara a cara.
La sociedad española es muchas cosas. También las que dice la portavoz popular. Pero ese apelar ahora a la España tranquila, serena y moderada es más la expresión de un deseo de campaña que una descripción del país entero en el que tenemos puestos los pies. España es de muchas maneras. Pasa que el PP, de cara al 23-J y como el resto de las formaciones políticas, quiere escribir y mandar junto a su carta a los reyes magos también la de sus contrincantes. Y esta reza así: para Vox, los muy, muy encabronados, para el PSOE, amén del irreductible izquierdismo clásico, los indignados y los unicornistas que ha de repartirse con Sumar, y para el PP, descontados los siempre leales que son muchos, los tranquilos, serenos, moderados y convivenciales que hacen la diferencia. Y que la inercia de las municipales y autonómicas recién celebradas haga el resto.
No dar miedo. Evitarle a la izquierda la excusa de un despertar excesivo. Que la prometida derogación del sanchismo no se confunda con un estado de excepción. Que Vox sea percibido como ese compañero molesto que no alcanza la categoría de amigo, aunque se siente con nosotros a la mesa de todos los bares que frecuentamos. Y sobre todo señalar a Pedro Sánchez como exponente de un socialismo ya tan radicalizado en su estrategia por sobrevivir que alcanza la categoría de caricatura. Convertirle en una broma de mal gusto que toca a su fin. Desprovisto ya de cualquier seriedad, llega el momento de confrontar a Sánchez en positivo, mientras el todavía presidente anda por las esquinas desgañitándose a todas horas para dar el aviso de que en España se avecina una dictadura reaccionaria, sin que la mayoría del país lo tome en serio. A grandes rasgos, estas son las cartas que viene enseñando el PP sobre su enfoque de campaña para el 23-J. El trabajo de deslegitimación del Gobierno de Sánchez, que ha durado toda la legislatura, estaría ya hecho. No es necesario que todos los martillos sigan aporreando ese clavo. Eso pueden hacerlo los personajes secundarios. A Feijóo lo que le toca es pasearse como el nuevo presidente de España, que solo está pendiente de formalizar un trámite administrativo: unas elecciones teóricamente ya ganadas.
Esta narración de parte cuenta con aliados involuntarios. Para calentar de verdad una campaña, que es la contraprogramación que la izquierda considera que le conviene, se necesita un país que mayoritariamente esté pendiente de las pantallas, de los informativos y de las alertas lanzadas por los medios de comunicación. Y el verano no es precisamente la época del año con mayor consumo informativo. Todo adquiere menor relevancia con el buen tiempo. Lo más tarde que hemos votado a Cortes los españoles es en junio (1977 y 2016), así que lo del 23-J se adivina todavía como una incógnita. Pero los discursos paternalistas y bienintencionados sobre la responsabilidad ciudadana y la obligación de tutelar y defender la democracia todos los meses del año corren el riesgo de estamparse contra la realidad de un país que a partir de San Juan vive ya de otro modo. La política, qué duda cabe, es uno de los entretenimientos favoritos de nuestro tiempo. Pero eso no quiere decir que pueda competir y compatibilizarse con el modo semivacacional del mes de julio. El segundo aliado es el empeño autodestructivo a la izquierda del PSOE. Toda la energía gastada en armar el proyecto unitario de Sumar es combustible dilapidado que ya no podrá usarse en levantar la moral de las barricadas del No Pasarán, tan necesarias para una campaña de movilización extrema que no deje en casa o en la playa ni a un solo votante de izquierdas.
Dormir el partido y triangular. Eso incluye también flotar y dejar en el limbo la concreción sobre la España futura que debemos imaginarnos con Feijóo al mando. El objetivo es que cuaje la idea de que echar a Sánchez es algo tan natural como el cúmplase de una profecía nada arriesgada. Algo así como que a la mañana sigue la tarde, a esta la noche y vuelta empezar. La campaña que anticipa el PP es una llamada al orden natural de las cosas. Un orden que, eso sí, ahora incluye también a Vox, aunque no resulte conveniente mentarlo y se insista sobre la voluntad de gobernar en solitario. El trabajo de la izquierda, particularmente el del PSOE, será añadir algún argumento más que el manido que viene el lobo, si desea mantener el partido abierto. Básicamente, porque a estas alturas ya debiera saber, las municipales y autonómicas están ahí para extraer lecciones, que en el vaporoso centro político no da más miedo Vox que algunas de las compañías con las que viaja Sánchez.
Dormir el partido y que corra el reloj. Esa parece ser la consigna del PP para garantizarse el triunfo en las elecciones generales, al menos de momento. Si conforme pasan los días y vayamos acercándonos a las fechas de los comicios las encuestas indican la necesidad contraria, tiempo habrá para rectificar y subir el nivel de confrontación. Pero de momento un poquito de azúcar y en la despensa los ingredientes más amargos. Reservas por si acaso. Por ahora, el PP dice estar decidido, según su secretaria general, Cuca Gamarra, en convertirse en un frontón contra “la sobredosis de confrontación, agresividad e insulto” y apostar por una campaña “tranquila, serena y moderada, como es la sociedad española”. Esto se asemeja bastante a pretender trasladar la imagen de un Feijóo ya presidente que, desde la atalaya de un poder dado por hecho a la espera de que el reloj certifique la hora del relevo, se muestra indiferente a los ataques de un Pedro Sánchez convertido, mediante esta narrativa, en un aspirante malhumorado resistiéndose a hacer las maletas. También, dicho sea de paso, es una manera de reconocer que el ayusismo sirve para quedarse con todas las fichas del casino madrileño, pero no para garantizarse la victoria en unas elecciones generales cuando quien acude a las urnas es todo el país. La propuesta socialista de hasta seis debates —uno por semana— entre Sánchez y Feijóo supone la aceptación por parte de Pedro Sánchez del marco propuesto por la derecha. Es el aspirante el que normalmente suspira por un cara a cara.
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