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Qué tendría que hacer Vox para convertirse en el partido líder y por qué no va a ocurrir
La formación de Abascal vive momentos de efervescencia. Es la tercera fuerza nacional y se le augura un buen futuro. Pero algo tendría que cambiar dentro para que tuviera recorrido
Un gobierno de Sánchez e Iglesias no le viene bien a Vox, ya que sitúa al PP como líder de la oposición, ayuda a que Ciudadanos busque un nuevo espacio y genera una lucha cerrada entre las derechas, algo que ya percibimos durante la campaña electoral. Los de Abascal, en ese segmento, son el partido secundario que debe competir con una formación, la popular, con más músculo territorial, tradición, relaciones y poder, y además carece de un discurso que no pueda ser replicado, ya que su animadversión hacia los progres, los independentistas, los menas y el comunismo es fácilmente utilizable por las otras fuerzas de su espacio, y más aún cuando están en la oposición, ese momento en que la dureza no es un problema.
Este escenario sitúa a Vox la derecha de la derecha, lo cual es un sinónimo de mengua futura. Para contar con una opción real de desarrollo, el partido de Abascal tendría que salir del marco que se ha impuesto, el de la derecha religiosa heredera del franquismo en lo cultural y neoliberal en lo económico, y acercarse a las fórmulas de otros partidos occidentales de su estrato ideológico. Si Vox continúa anclado en el eje izquierda/derecha, como parece muy probable, lo tendrá muy difícil, porque debería robar muchísimos votos a los populares para tener éxito, y no parece nada fácil. Si, por el contrario, optan por el eje sistema/antisistema y buscan a las diferentes capas perdedoras de la globalización, podrían tener un recorrido mayor. Sin embargo, las diferencias entre los de Abascal y las nuevas derechas occidentales son muchas:
Los enemigos
Los populismos de derecha exitosos se han construido desde la identificación de un enemigo, que opera como causa última de las disfunciones y desde el que se explica el deterioro de un territorio y de sus nacionales. No se trata únicamente de identificar a quiénes combatir, sino que estos han de ser el núcleo desde el que todo encuentra sentido.
Los populismos de derecha exitosos se han construido desde la identificación de un enemigo, que opera como causa última de las disfunciones
La derecha radical estadounidense ha apuntado a los burócratas de Washington y la europea a Bruselas, esas ciudades que simbolizan el orden impuesto por liberales globalistas, cuyas políticas satisfacen a los progresistas culturales, a los millonarios sin patria, que carecen de valores y raíces y que impulsan la llegada de inmigrantes que se quedan con los trabajos y los recursos del país. Sin ese centro, la apuesta es mucho más débil, porque es el eje que permite construir un "nosotros" y un "ellos". En España no hay nada de eso, y Vox se ha articulado desde el combate contra los progres, los separatismos y las autonomías, pero es un marco con menos fuerza y que otras formaciones pueden recoger fácilmente, lo que les cierra la puerta de la exclusividad.
Las medidas correctoras
Las extremas derechas son muy liberales en lo económico, pero lo compensan con medidas correctoras. No modifican en absoluto el sistema capitalista en el interior de su territorio y apuestan decididamente por un liberalismo más atrevido, pero lo complementan con la variable nacional, la protección a los suyos. Estas medidas pueden incluir el combate laboral contra los inmigrantes, las luchas contra las deslocalizaciones, el proteccionismo o, como ocurre en los casos más exitosos, como el polaco, la concesión de beneficios y subsidios económicos significativos a partes desfavorecidas de la población. Vox solo tiene la primera parte, sin mecanismo de corrección de las desigualdades alguno, y eso limita notablemente su alcance.
La ruptura regional y estatal
Uno de los elementos políticos más importantes de los últimos tiempos son las diferencias territoriales. Las grandes urbes siguen creciendo, en población y en empleo, mientras que grandes zonas interiores se encuentran en declive. Del mismo modo, en el proceso de globalización, y en Europa con el orden impuesto por el euro, hay países que han salido ganando y otros que han perdido. Esa doble ruptura territorial, regional y estatal, tiene efectos evidentes en la política. Las derechas exitosas han resuelto este problema apelando a la nación, al orgullo de un país, y oponiéndolo tanto al globalismo como a otras naciones.
Las grandes urbes siguen creciendo, en población y en empleo, mientras que las grandes zonas interiores se encuentran en declive
La soberanía nacional encuentra sus enemigos en China o la UE. En España el elemento territorial es diferente, porque llama a la unidad nacional, no frente a Estados rivales, sino contra otras partes del mismo territorio, como Cataluña o País Vasco, lo cual reduce el espacio de crecimiento. Es más lucha entre hermanos que la unión de la familia, lo que debilita mucho la promesa de un futuro mejor en un mundo global.
Atacan a las derechas
Las derechas existentes, las liberales, no son un posible aliado de las extremas derechas exitosas, sino un enemigo. Siguen siendo parte de esa élite globalista que no está a la altura de los tiempos, que perjudica a su país y que se niega a realizar los cambios necesarios para que a su territorio le vaya bien. De lo que se trata no es de llegar a acuerdos con ella, sino de expulsarla. La llegada de Trump supuso la creación de otro tipo de partido republicano, Le Pen rechazó a los conservadores franceses, el Brexit supuso la sustitución de un partido de derechas por otro muy diferente, con Johnson al frente, Salvini es la nueva derecha en Italia, sin rastro de la democracia cristiana, y los polacos y los húngaros muestran de un modo evidente la amplitud de los cambios políticos en ese espacio ideológico. Para estas nuevas formaciones, los liberales de derecha deben adoptar las nuevas ideas o desaparecer. Parte de lo que llaman cordón sanitario es en muchas ocasiones provocado por las extremas derechas: no quieren formar parte de lo existente, sino cambiarlo del todo. De momento, poco de esto se ha visto en Vox y en su relación continua con el PP y Cs, con los que han pactado en varias ocasiones.
Las raíces y la estabilidad
El populismo de derechas supone también la defensa de determinados valores, a menudo ligados a lo religioso, pero que no se agota en ellos. Las raíces, los lazos humanos sólidos, la estabilidad, la continuidad, y el rechazo de los saltos bruscos ejercen de contrapeso a un mundo demasiado rápido, inestable, frágil y egoísta. La familia y las comunidades son defendidas por estos partidos, así como los elementos nacionales, pero los rodean de este tipo de valores, que pueden encajar bien en poblaciones demasiado acostumbradas a la inestabilidad. Esto tampoco está presente en Vox: hay una defensa de las tradiciones culturales, de la religión y de la bandera, pero poco más, lo cual les sitúa en un rincón ideológico concreto.
La geopolítica
Las extremas derechas poseen un carácter marcadamente geopolítico. Al retomar la soberanía como asunto central, también aparecen otras formas de relación con antiguos socios. Trump quiere reescribir las reglas de la asociación con Europa, Reino Unido quiere sustituir a la UE por EEUU como socio comercial y político principal, las derechas del este son antirrusas y las del sur de Europa pretenden que la UE se rompa. Todas ellas son pro-Trump, y favorables a EEUU, pero de modos diferentes.
Hay una idea en la extrema derecha, todavía incipiente pero cada vez más pujante, que aboga por una suerte de renacimiento europeo
Hay una idea en la extrema derecha, todavía incipiente pero cada vez más pujante, que aboga por una suerte de renacimiento europeo, por una nueva unión de naciones, en esta ocasión soberanas y liberadas de Bruselas, que rearticule un nuevo espacio identitario, seguro y grande. Es la idea de una Europa que tenga poder e influencia en el mundo, que opere unida y que dibuje nuevas relaciones con Rusia para resistir a EEUU y China. Vox apenas se ha pronunciado a este respecto. Ha habido algún guiño anti-UE, muy leve, se lleva bien con la derecha polaca, se hace fotos con Salvini y demás. Salvo eso, nada en sus proclamas y en su programa ha tomado la geopolítica en serio.
Sin recorrido
Estas diferencias de Vox con otras extremas derechas no son menores, porque nos señalan a un partido que carece de ideología propia y que lo único que hace es acelerar e intensificar las tendencias dominantes en otros partidos de su estrato. Ellos son lo mismo (religiosos, españoles, antiseparatistas, etc.) pero más. Las extremas derechas occidentales son más ideológicas, cuentan con un programa más amplio y responden de una manera más concreta a estos tiempos. Sin elementos de esta clase, Vox parece condenado a ir perdiendo fuerza, porque nada hace pensar que pueda dar giros a corto plazo hacia otro lugar político, y tampoco hay muchas señales que hagan pensar que cambiarán su estrategia o su orientación a medio plazo. El partido de Abascal podría verse favorecido por momentos puntuales, como un rebrote en Cataluña o una crisis económica, pero carecería de la posición que le permitiría recoger frutos de esa situación para convertirse en un partido con opciones de liderar España. Aún más, podría ver cómo otros partidos se aprovecharían del impulso que ha brindado Vox a la derecha para quedarse con los beneficios, como ocurrió en Gran Bretaña con el partido conservador y el Ukip.
Un gobierno de Sánchez e Iglesias no le viene bien a Vox, ya que sitúa al PP como líder de la oposición, ayuda a que Ciudadanos busque un nuevo espacio y genera una lucha cerrada entre las derechas, algo que ya percibimos durante la campaña electoral. Los de Abascal, en ese segmento, son el partido secundario que debe competir con una formación, la popular, con más músculo territorial, tradición, relaciones y poder, y además carece de un discurso que no pueda ser replicado, ya que su animadversión hacia los progres, los independentistas, los menas y el comunismo es fácilmente utilizable por las otras fuerzas de su espacio, y más aún cuando están en la oposición, ese momento en que la dureza no es un problema.