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La presa que quiere cazar Abascal: el plan de Vox para ser el partido líder de la derecha
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Esteban Hernández

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La presa que quiere cazar Abascal: el plan de Vox para ser el partido líder de la derecha

En la pelea por convertirse en la fuerza principal de la derecha, la formación de Abascal está demostrando una renovada energía. Su objetivo está más cerca

Foto:  Foto: Irene de Pablo.
Foto: Irene de Pablo.
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Todo partido que aspire a ser mayoritario precisa de una correcta lectura del signo de los tiempos y de una estrategia para adecuarse a él. Hasta la fecha, la época parece sonreír a dos partidos en España, PSOE y Vox, y las elecciones catalanas son una señal más.

La estrategia de crecimiento que Vox ha mostrado de cara al 14-F ha aportado pocos elementos novedosos. No han subrayado la unidad de España como elemento central, algo que se daba por supuesto; y su discurso se ha centrado en ideas que ya estaban manejando, como la inmigración y la seguridad. Sin embargo, hay un par de tendencias estructurales de las que pueden sacar partido y que han asomado con mayor insistencia en las catalanas.

El deterioro de los pequeños negocios, las dificultades de los autónomos y la falta de trabajo van a generar consecuencias políticas evidentes, y quien sepa canalizar las aspiraciones de esos sectores dará un salto electoral importante. Vox tiene ahí un espacio evidente de crecimiento, en la medida en que son ámbitos que saldrán muy dañados en los que se generará malestar y resentimiento y a los que ni desde la derecha ni desde la izquierda se les está dando solución. La izquierda ha ignorado habitualmente a los pequeños empresarios y a los autónomos (quizá porque no entiende que muchos de ellos han terminado por ser trabajadores pauperizados que aportan sus propios medios de producción) y la derecha porque les promete bajadas de impuestos, algo nada probable porque tras la crisis aumentarán y porque el problema, más que esos pagos, es la falta de ingresos y de actividad.

La presión con la inmigración en barrios con pocos recursos, la defensa de pequeños negocios y la penetración en el ámbito rural es el camino de Vox

El otro gran espacio de desarrollo lo tienen en la España vacía, en esos territorios deteriorados y con escasas opciones de futuro, en los que la desesperanza y la resignación por el declive pueden transformarse en malestar político, cuando no en ira, y las manifestaciones de Jaén y Linares ofrecen una pista. Vox, como otros partidos, puede conseguir ahí un nicho de votos importante si consigue salvar un par de obstáculos obvios: en los entornos locales importan mucho más las personas que las siglas, y la implantación territorial de Vox es escasa; y, por otra parte, las redes de poder locales están ya organizadas y suelen ser difíciles de desplazar electoralmente.

En todo caso, la hoja de ruta de Abascal para continuar creciendo parece clara: presión con la inmigración en barrios con pocos recursos, oferta de seguridad para las clases medias, defensa de pequeños negocios y autónomos y penetración en el ámbito rural. Está por comprobarse que sus mensajes sean los más adecuados para esos propósitos o que, siéndolo, logren calar de una forma más profunda que los de su competencia. Sin embargo, además de todos estos elementos sectoriales, cuentan con una baza muy relevante.

1. El partido que no existe en España

Para entender el auge de Vox, hay que comprender cómo ha funcionado la derecha en los últimos años, porque los de Abascal se han movido en esa misma línea, aunque intensificándola y acelerándola. Desde la aparición de Podemos, el argumento central ha consistido en la defensa del orden establecido, amenazado por enemigos que pretendían quebrarlo. Podemos, además, aspiraba a cambios profundos e insistía en ellos con su denuncia del Régimen del 78, con lo que constituía un enemigo perfecto. Esa estrategia le hizo a Rajoy ganar las elecciones: era la normalidad contra el populismo, la democracia contra los bolivarianos. El crecimiento del independentismo y el 1-0 reprodujo ese marco de una manera más viva: no solo había que defender la unidad española, sino las mismas instituciones, que estaban cuestionadas, desde la monarquía hasta la judicatura, con el telón de la corrupción de fondo y con el añadido de que los ataques secesionistas encontraban aliados demasiado complacientes en el Congreso. Cuando llegó al poder Sánchez, el discurso no varió, simplemente encontró nuevos actores principales: la alianza del PSOE con Iglesias suponía una amenaza al orden establecido y, por lo tanto, la derecha debía jugar inequívocamente el papel de estabilizador de un sistema amenazado. Ese es el mensaje que se repite con insistencia.

A esa tesis se sumaron también partes del centroizquierda, preocupadas por la deriva que estaba imprimiendo Sánchez a España: en particular, dirigentes del viejo PSOE, antiguos cargos públicos y muchos columnistas e intelectuales. Se conformó así un frente anti-Sánchez que abarcaba desde el centroizquierda hasta la extrema derecha. Es un espacio políticamente fragmentado, que acoge a varios partidos; pero todos sus participantes coinciden en la defensa de las instituciones, del constitucionalismo, del espíritu salido de la Transición y de la democracia española tal y como se ha desarrollado desde 1978.

Hasta ahora, Vox es un partido que resulta antipático a muchos constitucionalistas, que lo ven demasiado extremo como para darle su confianza

Vox va a operar en ese estrato, añadiéndole intensidad, energía y actitud, pero conformándose como una fuerza de derechas, no antisistema. Suelen repetir que están al lado de la Constitución, del Rey, de los cuerpos de seguridad del Estado y de las fuerzas armadas, del poder judicial y de la normalidad institucional. Incluso las tentaciones antieuropeístas, que asoman de vez en cuando, los sitúan mucho más cerca de Visegrado que del Brexit. Su posición no va a ser la de los antisistema de derecha: quieren salvar el sistema, aunque sea a la fuerza, lo que les otorga elementos antiliberales pero no revolucionarios. Nada en sus programas hace pensar en ellos como en un partido fascista, del mismo modo que nada en el programa de Podemos los hace equivalentes a Chávez o a Putin. Ocupan un espacio más a la derecha que el resto, y por lo tanto se sitúan en el extremo, pero no abogan por la disolución de la democracia ni proponen un Duce ni quieren volver al franquismo: su modelo es más la actual Polonia.

Ahí reside el escollo que debe solventar Abascal, y el territorio en el que pueden cazar a la presa. Hasta ahora, Vox es un partido que resulta antipático a muchos constitucionalistas, que lo ven demasiado extremo como para darle su confianza. Prefieren una formación de derechas moderada, firme pero dialogante, comprometida con la defensa de las instituciones hasta el final pero con un tono más relajado y abierto que el de Abascal. Vox tiene demasiado ruido, demasiados gritos, demasiados guiños al pasado, demasiada inclinación religiosa. Prefieren un partido más tranquilo y sosegado. El problema es que ese partido no existe en España.

2. El eje

Vox está lejos, si nos fiamos de las encuestas, de convertirse en el partido líder de la derecha, pero no olvidemos un par de aspectos importantes. La capacidad de gestión del PP de su mal momento está siendo enormemente pobre. Las reacciones tras las elecciones catalanas lo demuestran, y marcharse de Génova 13 porque es caro y poco funcional y venderlo como solución simbólica al problema de la corrupción es un mal chiste. Además, generan la sensación de no saber bien cómo salir de esta, y han hecho el parabrisas desde que pasaron a la oposición: tan pronto decían ser un partido moderado para tapar el ascenso de Ciudadanos como se volvían más de derechas para frenar a Vox. Sin un proyecto definido, son muy reactivos y ofrecen a sus seguidores muy pocos motivos para la esperanza.

El sistema no funciona y hay que arreglarlo con cambios radicales, pero no para sustituirlo por otro, sino para que vuelva a ser lo que fue

El segundo aspecto tiene que ver con el marco discursivo en el que se desenvuelve la derecha española. Si la división no se establece entre izquierda/derecha, sino desde sistema/ antisistema, y si se atribuye al Gobierno el papel de perturbador de la normalidad y de disruptor del orden común, Vox tendrá mucho recorrido. Los perturbadores de las instituciones, los enemigos del orden constitucional y los enemigos de la patria son espacios separados hoy por una línea demasiado fina que hace posible un deslizamiento sencillo de uno a otro si el deterioro económico se hace más profundo y si la convivencia se vuelve más dura y agresiva. Cuanto más se perciba la situación como peligrosa y a quienes dirigen el país como una amenaza, y cuanto menos se crea en la eficacia de las instituciones, más crecerá Vox. Las manifestaciones y los disturbios de estos días, con Pablo Hasél como protagonista y con varias derivadas políticas, contribuyen a crear un clima de tensión y de inestabilidad que ratifica esa percepción. Es en situaciones vividas como excepcionales cuando los partidos típicamente minoritarios encuentran su oportunidad. En este marco radicó la esencia del éxito de Trump: el sistema no funciona, hay que arreglarlo; y para ello hay que promover cambios radicales, pero no para sustituirlo por otro, sino para conseguir que vuelva a ser lo que fue: ‘Make America Great Again’ o ‘Take Back Control’ sintetizan bien esta idea y definen de manera precisa cómo la derecha se desplazó varios pasos más allá.

3. Cualquiera antes que Sánchez

Vox no necesita hundir al PP, le basta con sobrepasarlo y convertirse en el partido mayoritario de la derecha. Si al mensaje que ha enviado hasta ahora, que ya está asentado, le suma simpatizantes y votos de barrios deteriorados de las periferias urbanas, de la España vacía y del mundo rural, tiene espacio para crecer. Y si a estos sectores se les suman quienes están preocupados por la amenaza del orden constitucional y por una conviviencia difícil, es fácil que muchos de ellos crean que será mejor votar por cualquiera antes que por Sánchez. Esta es la presa real que Abascal aspira a capturar: si su formación continúa creciendo, es probable que esos sectores de la derecha constitucionalista que abogan por una mayor moderación den el paso y prefieran votar a Vox antes que contemplar cómo Podemos sigue en el Gobierno.

Una pista la ofrecerá lo que ocurra con Ciudadanos y cuántos de sus cuadros y asesores darán el salto a Vox si su partido sigue cayendo

Parece una posición improbable, pero en los próximos meses podremos comprobar cómo se va desarrollando la partida. Una pista la ofrecerá lo que ocurra con Ciudadanos y sepamos cuántos de sus cuadros y asesores darán el salto a Vox si su partido sigue cayendo y cuántos buscarán sitio en el PP. Será interesante observar esos movimientos porque se trata de una formación que decía de sí misma constituir una vía sensata y nueva de defensa de las instituciones, pero ha terminado dando muchos virajes, algunos oscuros, y perdiendo mucho peso electoral. Y no hay que olvidar que el malestar con el PSOE de muchos de sus cargos y simpatizantes les puede llevar a elegir cualquier opción antes que a Sánchez. En términos electorales, y Cataluña es un ejemplo más, Cs ha perdido votantes que ha recogido Illa pero la parte del león se la ha llevado Vox.

Lo que está ocurriendo con Ciudadanos tiene una notable dimensión simbólica, en la medida en que refleja el estado de la derecha: el partido moderado está siendo barrido por el PP de Díaz Ayuso y el Vox de Abascal. La derecha moderada, constitucionalista, reformadora e institucional está desapareciendo electoralmente, al menos de momento. Quizá la foto de este momento sea también la del futuro, y sean perfiles como Díaz Ayuso y Abascal los que dominen la oferta de la derecha en las próximas generales. Si ese es el escenario, habrá ganado Vox, bien porque su opción sea la dominante en su estrato ideológico, bien porque habrá convertido al PP en una imitación de sus posiciones. La primera vía la vimos en el Reino Unido, con el UKIP transformando a un partido conservador que absorbió sus ideas; la segunda en Francia, con Le Pen encabezando la derecha por encima de los republicanos. Y lo hemos visto en Cataluña, con CiU convirtiéndose en derecha neoliberal secesionista. En todos estos casos lo que ha desaparecido es la derecha moderada, y quizá ese camino lleve también España.

4. La pregunta de fondo

Este escenario no es únicamente español, sino occidental. La política se está sustentando en un eje diferente del de izquierda/derecha, el que enfrenta a un partido sistémico con una formación desafiante: Macron contra Le Pen, Draghi contra Meloni y Salvini, Biden contra Trump, los partidos europeístas contra los de la Europa de Visegrado en el Este. Hay excepciones, como Alemania o Portugal, pero esta es la tendencia habitual. Aquí nos estamos empezando a parecer al entorno occidental, y quizá al final sea Francia el modelo que imitemos.

Hay que insistir en que la ventaja está todavía en manos del PP. Cuenta con más organización, más implantación territorial, más poder local y regional y más simpatizantes. Para que Vox crezca lo suficiente, hay una condición previa: que el PP ponga mucho de su parte. Es a partir de errores ajenos cuando Abascal podría desplegar con éxito una estrategia de crecimiento que le permitiese llegar a sectores ahora vedados, como el de quienes abogan por una defensa de las instituciones firme pero sosegada.

La derecha europea pasó de la democracia cristiana al liberalismo mercantilista, más tarde al neoliberalismo y ha acabado siendo populista

Sin embargo, y no podemos olvidarlo, este contexto deja una pregunta en el aire, la de qué está pasando con el liberalismo. Las amenazas al orden establecido vienen mucho más de partidos populistas de derechas que desde la izquierda, ya que esta cuenta con poco peso parlamentario en Occidente y con menor influencia social. El despzamiento de la derecha europea puede ser interpretada como un signo de los tiempos: de la democracia cristiana pasó al liberalismo mercantilista, más tarde al neoliberalismo y ha acabado siendo populista. La izquierda ha realizado el camino inverso, ya que pasó del comunismo y de la socialdemocracia a la tercera vía, el socialiberalismo y de ahí a Macron.

Se ha conformado así una nueva política que se parece poco a la del pasado cercano. Este nuevo eje ha producido también una suerte de vaciamiento ideológico que ha dejado con poco contenido a ese espacio político. Los representantes de las posiciones prosistema en los países europeos más importantes son Merkel, Macron y Draghi. La primera pertenece a una formación de derechas, el segundo venía del partido socialista y creó un espacio a lo Ciudadanos y el tercero es un tecnócrata. La pregunta es, por tanto, qué puede aportar la derecha moderada, en qué ideas puede apoyarse, qué posición ideológica puede aportar para volver a ser una fuerza dominante. Porque la posición central de defensa y estabilización del sistema la puede realizar cualquiera, desde un socialista hasta un tecnócrata.

Todo partido que aspire a ser mayoritario precisa de una correcta lectura del signo de los tiempos y de una estrategia para adecuarse a él. Hasta la fecha, la época parece sonreír a dos partidos en España, PSOE y Vox, y las elecciones catalanas son una señal más.

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