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La paradoja Sánchez: todo por la plurinacionalidad, pero al servicio del poder central
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Ramón González Férriz

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La paradoja Sánchez: todo por la plurinacionalidad, pero al servicio del poder central

El líder socialista ha establecido que el único proyecto político que importa en España es el del poder central: el de la presidencia del Gobierno. Lo ha sacrificado todo a ella

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Igor Kupljenik)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Igor Kupljenik)
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Seis años después de que Pedro Sánchez llegara al poder con el apoyo de una heterogénea coalición, está claro cuál es su proyecto político. Consta de dos patas. Por un lado, aumentar la igualdad económica de los españoles mediante un incremento de los ingresos fiscales y una mayor redistribución de las rentas. Por el otro, acrecentar su desigualdad política beneficiando a determinadas élites regionales y dándoles una mayor capacidad para distanciarse de la ortodoxia constitucional.

La segunda pata de este proyecto habría sido más sincera si no hubiera estado sometida a las necesidades parlamentarias del Gobierno. Y más legítima si no hubiera requerido cambiar el Código Penal y conceder una amnistía para contentar a los socios. Pero muchos españoles parecen sentirse cómodos con ella. Hay argumentos para defenderla. Sin embargo, seis años después, también está claro que encierra una paradoja.

Y es que, bajo el aparente propósito de dar a España un verdadero carácter plurinacional y conceder más autonomía a las regiones, y singularmente a Cataluña, Sánchez ha establecido que el único proyecto político que importa en España es el del poder central: el de la presidencia del Gobierno. Lo ha sacrificado todo a ella.

Pérdida de poder local

Sánchez permitió que el PSdeG tuviera el peor resultado electoral de su historia en las autonómicas gallegas. Aunque en los últimos días el PSE y el PSOE han denunciado que Bildu se niegue a condenar el terrorismo, durante seis años han celebrado reiteradamente que participe en la gobernanza de España. Y si el próximo domingo tiene un buen resultado en el País Vasco, se deberá en parte a esa tarea de legitimación. Pero, en última instancia, su éxito no importa: lo relevante es que Bildu ha permanecido en la coalición que sustenta a Sánchez. Y que siga haciéndolo.

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El caso catalán es incluso más llamativo. Sánchez no solo marginó al PSC en las negociaciones de investidura con Junts, sino que le obligó a asumir una amnistía que, al menos inicialmente, no querían sus votantes ni muchos de sus líderes. Por si eso fuera poco, Puigdemont ha dejado claro que, en caso de que Salvador Illa pudiera convertirse en el próximo presidente de la Generalitat de Catalunya con unos apoyos que al líder independentista no le gustaran, haría caer el Gobierno de Sánchez. Antes de que se dieran esas circunstancias, sin duda, Sánchez exigiría a Illa que renunciara.

Pero esta estrategia de someter la política autonómica a la nacional va más allá de esas tres comunidades. En parte, por la política de alianzas de Sánchez, la izquierda ha perdido la mayor parte de su poder autonómico y local: solo en el último ciclo electoral, ha abandonado los gobiernos de la Comunidad Valenciana, Aragón, Extremadura y Baleares, y ayuntamientos como el de Sevilla o Valladolid. No le ha importado reducir las expectativas de Emiliano García-Page en Castilla La Mancha. Ni arrasar al PSOE de Andalucía después de décadas de hegemonía. Para Sánchez, todo lo que apuntale su permanencia en el centro del poder nacional es asumible.

También Sumar

La paradoja es aplicable incluso a Sumar. Este nació con la voluntad explícita de aunar los intereses de las izquierdas más o menos nacionalistas de las regiones de España. Su composición no podía ser más plurinacional; de hecho, Plurinacional es el nombre de su grupo parlamentario. Pero la alianza ha empezado a deshilacharse porque, a pesar de sus integrantes y su retórica, ha estado completamente sometida a los intereses de la coalición nacional. Madrid fue la circunscripción por la que obtuvo más escaños; su portavoz parlamentario es hoy Íñigo Errejón, un político ya estrictamente circunscrito a la política madrileña; y cuatro de sus cinco ministros en el Gobierno han hecho la mayor parte de su carrera política, también, en Madrid. Ahora, grupos como los comunes catalanes o Compromís se preguntan en qué les beneficia vincularse a un grupo nacional, lo que no solo significa perder autonomía política, sino que además no se traduce en un aumento de la cuota de poder local o de los votos.

Al servicio del centro

El proyecto autonómico está tan consolidado que hoy las propuestas de desmontarlo de Vox resultan teatrales e inverosímiles. Incluso el PP, pese a años de una relativa resistencia, se ha entregado por completo a la lógica del poder de las autonomías. El viejo regeneracionismo centralista ha desaparecido del panorama electoral y parece hoy un tanto excéntrico. Pero el PSOE de Sánchez, con el apoyo de Sumar, ha querido ir más allá, hasta la plurinacionalidad. No es algo ajeno al ideario de ambos partidos. Pero ha sido fruto, sobre todo, de sus necesidades. Eso le ha restado credibilidad al proyecto. Y hoy, y es probable que aún más mañana, si el PSE tiene un resultado mediocre el domingo y el PSC no alcanza el poder en Cataluña porque los cálculos de Sánchez con la amnistía fueron erróneos, o porque Illa debe renunciar al poder para no destruir el de Sánchez, será cada vez más evidente la paradoja que ha ocultado ese proceso de empoderamiento de los poderes regionales y de su capacidad de intervención en la política nacional.

Ha sido una manera nueva y peligrosa no solo de establecer la preeminencia de la presidencia nacional frente a todos los demás poderes distribuidos geográficamente. Sino de decretar la absoluta sumisión de todos ellos a la estrategia del presidente. Podemos llamarlo la paradoja Sánchez: todo es por la plurinacionalidad, pero con la política de las supuestas naciones completamente sometida a los intereses políticos del centro del sistema: el presidente.

Seis años después de que Pedro Sánchez llegara al poder con el apoyo de una heterogénea coalición, está claro cuál es su proyecto político. Consta de dos patas. Por un lado, aumentar la igualdad económica de los españoles mediante un incremento de los ingresos fiscales y una mayor redistribución de las rentas. Por el otro, acrecentar su desigualdad política beneficiando a determinadas élites regionales y dándoles una mayor capacidad para distanciarse de la ortodoxia constitucional.

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