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Ignacio Varela

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Por qué Sánchez no puede permitirse que gobierne el PSC

La única vía más o menos segura para que Pedro Sánchez permanezca en el poder con la actual mayoría pasa porque Carles Puigdemont recupere la presidencia de la Generalitat

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el primer secretario del PSC, Salvador Illa. (Europa Press/Kike Rincón)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el primer secretario del PSC, Salvador Illa. (Europa Press/Kike Rincón)
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La convocatoria anticipada de las elecciones catalanas cayó como una bomba de racimo sobre la situación política no solo de Cataluña sino de España, poniendo patas arriba todos los planes para seguir estirando una legislatura que camina penosamente a rastras en el sentido que dibujó el camarada Lenin: tras cada paso adelante vienen dos pasos atrás. De tal forma que el propósito de exprimir el mandato hasta el último segundo (los famosos 1.200 días de los que alardeó el presidente) es hoy menos verosímil que el día de la investidura; y, probablemente, en pocos meses su esperanza de vida se habrá reducido drásticamente.

El Gobierno y su mayoría podrían sobrevivir al impacto de un doble fracaso electoral en Galicia y en las europeas del 9 de junio. En cuanto a las elecciones vascas del 21 de abril, no está previsto que alteren el 'statu quo' del reparto de poder en Euskadi ni en España. Se repetirá la coalición PNV-PSE y Bildu, que trabaja a medio plazo, no reclamará el Gobierno vasco para sí ni cuestionará su respaldo a Sánchez en Madrid aunque resulte ser el partido ganador.

Cosa muy distinta es lo que derive del 12 de mayo catalán, donde se juegan el pellejo los dos aliados más estratégicos del PSOE, ERC y Junts. De la mezcla del calendario político catalán con el parlamentario y judicial de la ley de amnistía y con el desarrollo de los casos de corrupción sale un amasijo inmanejable. De repente, todo indica que la legislatura entera se está jugando en este primer semestre de 2024.

Tomo prestado, como punto de partida, el artículo luminoso de Josep Martí Blanch titulado 'Puigdemont, presidente con los votos de Sánchez'. Él desarrolla su análisis desde el punto de vista de Puigdemont; yo lo haré desde la óptica del presidente español para converger en la misma conclusión: la única vía más o menos segura para que Pedro Sánchez permanezca en el poder con la actual mayoría pasa porque Carles Puigdemont recupere la presidencia de la Generalitat. Cualquier otro desenlace pone la legislatura española en almoneda; y de todos los posibles, el más dañino para los intereses de Sánchez sería impulsar la investidura de Salvador Illa.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (EFE/David Borrat) Opinión

Martí Blanch describe con la precisión propia de quien conoce el terreno hasta qué punto Puigdemont se hizo consciente desde la noche del 23 de julio de 2023 de que el futuro presidencial de Sánchez está en sus manos. A partir de ahí diseñó su plan. La primera pieza a cobrar fue la amnistía, pero esa fue tan solo la condición previa para permitir la investidura. Se dice que el segundo objetivo es el referéndum de autodeterminación. No coincido: habilitar ese referéndum no depende únicamente de Sánchez y, aunque lo estuviera, se necesitarían años para madurarlo. La cosa es más sencilla. Desde que se fugó escondido en un maletero y se instaló en Waterloo, Carles Puigdemont no sueña con otra cosa que su restitución como presidente legítimo de la Generalitat. Lo que, desde su punto de vista, sería a la vez un acto de justicia histórica y una gozosa victoria contra su eterno rival en el campo nacionalista, ERC como partido y Oriol Junqueras como persona.

Para que Puigdemont desaloje al intruso Aragonès y habite de nuevo el palacio presidencial de la Plaça de Sant Jaume solo es imprescindible que la candidatura que encabeza supere en votos y en escaños a ERC y que los republicanos se vean compelidos a aceptar un nuevo gobierno soberanista con ellos de acompañantes.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez) Opinión
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Lo primero está ya en todas las apuestas demoscópicas. Si hace falta asegurarlo irrumpiendo en el final de la campaña, el fugitivo lo hará sin vacilar. Quizá le bastaría, como hizo Santiago Carrillo en 1976, rodarse un video circulando dentro de un coche por el centro de Barcelona y colgarlo en la red para jolgorio de sus seguidores y escarnio del ministro del Interior. No habría mejor 'spot' de cierre de campaña. Desde luego, no será Marlaska quien lance a la Policía en su búsqueda. Y si es necesario exponerse a que un juez español lo enchirone unos días, tanto mejor: en tal caso, podría aspirar incluso a ganar las elecciones.

Reconquistado el liderazgo en el campo soberanista, llegará el momento de poner sobre la mesa la carta ganadora que Sánchez le entregó cuando se puso en sus manos. La verdadera esencia de aquel pacto fue un intercambio de poder mediante pago aplazado. Yo autorizo hoy tu investidura y mañana tú no te interpondrás en mi reposición como 'president'.

El caso es que Sánchez no tiene otro remedio que aceptar el trueque, sacrificando las aspiraciones del PSC. Aunque los socialistas catalanes sean el partido más votado el 12 de mayo, su ventaja será muy inferior a la que obtuvieron en las elecciones generales. Si pretende montar una investidura para Illa, el PSC tendrá forzosamente que apoyarse en una de las dos fuerzas nacionalistas con exclusión de la otra.

Foto: El secretario general de Junts, Jordi Turull, la periodista Marcela Topor, y el 'expresident' Carles Puigdemont, ayer en Edna. (EP/Glòria Sánchez) Opinión

La reconstrucción del tripartito con ERC y los comunes provocará la retirada fulminante del apoyo de los siete diputados de Junts en el Congreso. Sánchez quedará en permanente minoría, incapaz de ganar una votación (y quien alegue que Junts no se atreverá a derrotar el Gobierno sumando sus votos al PP y Vox, que lo ponga a prueba). El partido de Puigdemont pasará a la oposición en Madrid y en Cataluña, y no cesará un solo día de denunciar la traición del nuevo partido 'botifler' (ERC), que prefirió ser subalterno de la sucursal catalana del PSOE a formar una mayoría independentista.

Por supuesto, la elección de Junts como socio para Illa enviando a ERC a la puñetera calle resultaría una humillación indigerible para los de Junqueras, que de ninguna manera podrían seguir respaldando a Sánchez en el Congreso.

Puestas así las cosas, no es difícil colegir que la única fórmula tranquilizadora para el presidente del Gobierno es aceptar que en Cataluña sigan gobernando los nacionalistas; qué menos a cambio de la Moncloa. Quizá sería más confortable para él que la coalición nacionalista la siguiera encabezando ERC, pero eso, además de improbable, no sería aceptable para Puigdemont. Si ERC quedara por delante de Junts el 12 de mayo o la mayoría nacionalista embarrancase, apuesten todas sus fichas a una repetición de las elecciones en octubre, con Puigdemont ya plenamente instalado en Barcelona y Sánchez caminando sobre el alambre al compás de las estrategias de campaña de cada uno de sus socios.

Al PSOE jamás le ha interesado que el PSC gobierne en Cataluña. Su misión es acarrear votos para las elecciones generales

Sin embargo, con Sánchez en la Moncloa y Puigdemont en Sant Jaume todo volverá a su cauce. Los socialistas exhibirán una victoria electoral (siempre reconfortante, aunque tan inútil como la de Arrimadas en 2017) y la relación pecaminosa devendrá institucional. Se negociará en los despachos oficiales, se podrá pagar al salvadoreño, cerrar el chiringuito siniestro de Ginebra, dedicar a Cerdán a domeñar al partido y liberar a Zapatero para otras mediaciones más lucrativas. Por supuesto, se establecerá por la vía de hecho un régimen de bilateralidad estricta, de nación a nación. Solo así es concebible, por ejemplo, que pueda aprobarse un presupuesto para 2025. Y el PSC, vencedor moral, siempre puede ser compensado de alguna manera si promete portarse bien en la oposición.

En realidad, nada nuevo bajo el sol. Al PSOE jamás le ha interesado que el PSC gobierne en Cataluña. Su misión es acarrear votos para las generales, controlar los ayuntamientos, suministrar cuadros de calidad para el Gobierno central y estorbar lo menos posible. Zapatero se arrepintió a las dos semanas de consentir el primer tripartito, y el segundo se hizo desafiando expresamente su autoridad.

Por eso hoy, en las proximidades de Puigdemont, se comenta sarcásticamente que a Salvador Illa se le está poniendo cara de Reventós. Con la diferencia de que al histórico fundador del PSC lo pillaron por sorpresa y Salvador Illa, a estas alturas, está al cabo de la calle y resignado a su suerte.

La convocatoria anticipada de las elecciones catalanas cayó como una bomba de racimo sobre la situación política no solo de Cataluña sino de España, poniendo patas arriba todos los planes para seguir estirando una legislatura que camina penosamente a rastras en el sentido que dibujó el camarada Lenin: tras cada paso adelante vienen dos pasos atrás. De tal forma que el propósito de exprimir el mandato hasta el último segundo (los famosos 1.200 días de los que alardeó el presidente) es hoy menos verosímil que el día de la investidura; y, probablemente, en pocos meses su esperanza de vida se habrá reducido drásticamente.

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