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La travesía de la Princesa

La travesía en el Elcano es una preparación para recorrer con pericia inteligente el resto de la vida, para un marino o para un monarca

Foto: La princesa Leonor, el buque escuela Juan Sebastián Elcano. (EFE/Ángel Medina G.)
La princesa Leonor, el buque escuela Juan Sebastián Elcano. (EFE/Ángel Medina G.)

La travesía de Leonor en el Juan Sebastián Elcano da pie a fabular una alegoría sobre el viaje que la Princesa está llamada a recorrer hasta ser Reina. Navegación que no es insólita en los herederos al trono de España. Sin ir más lejos, su padre hizo una expedición semejante hace casi cuarenta años, aunque ahora no todo sea lo mismo que otrora.

En esta ocasión, la monarquía no aparece como encarnación de una sola persona que “chupe” por completo el balón, como hacía Juan Carlos I. La función regia es para Felipe VI tarea de cuatro personas (también hay una hija menor que es heredera de la heredera al trono) que back to back -espalda contra espalda- debieran repartirse los cometidos que corresponden a la Corona.

Quiere esto decir, primero, que la familia real es un equipo corto en efectivos, como diría un gestor en recursos humanos, o cuyos efectivos son costosos de reponer, porque requieren el largo plazo, gran inversión y que están compelidos a asumir en conjunto muchas de las funciones que la Constitución impone al Rey (art. 56.1 CE).

Tareas que requieren disponer de una peculiar hechura, porque el Rey constitucional es un extraño híbrido, mitad institución, mitad persona, que concita los afectos y desafectos de un ser de carne y hueso. Aquí no cabe representación. El Rey, o los miembros de la familia que encarnan la Corona, intervienen personalmente y no actúan teatralmente.

Foto: El rey Felipe VI, en su primera visita a Paiporta tras la DANA. (Europa Press/Carlos Luján)

Se trata del Rey en vivo, con sus fortalezas y debilidades, en sus grandezas y limitaciones. El ser humano al que todos quieren tocar y ver. El Rey o la Reina, que también desfallecen, lesionan o enferman como unos humanos más. Que lo son.

Segundo, acontecimientos como los incidentes de Paiporta, o hechos como que el Rey sea la única autoridad del Estado que no resulte abucheado en público, están provocando un incremento en las labores cotidianas de unas personas reales que ven desbordarse su demanda - un poco “A ti que no te gritan ¡vuelve otra vez!” - aunque humanamente nuestros reyes no den más de sí por mucho que constitucionalmente se encuentren obligados a darlo. Porque, hoy por hoy, sólo ellos mantienen la credibilidad del Estado y por eso son reclamados por la genuinidad que generan con sus apariciones, aunque esto sea muy diferente a la confianza política. Una procede de la sociedad. Otra la presta el Parlamento.

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Tercero, para esa tarea de autenticidad se requiere ser ducho y no sólo bien educado porque, más allá del saber teórico, es imprescindible poseer el adiestramiento apropiado para fungir con desenvoltura un quehacer que se explica alegóricamente desde la imagen de la travesía. Gobernar es navegar, sin que el Rey constitucional gobierne ni habitualmente navegue, como sucede con la princesa Leonor.

Más allá de que los griegos acostumbraran a establecer un parangón entre navegación y vida -que especialmente en política muchas veces se vestía con ropajes de metáfora- y que en esta ocasión nos permite fabular una alegoría sobre el papel que el Rey desempeña en el gobierno constitucional.

A la figura de la metáfora, que a diferencia de la alegoría sólo reemplaza un término por otro, pertenece la palabra “gobierno” que en griego se dice “timón”, el instrumento básico en la navegación de un buque que en latín se llama gubernaculum.

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Un manejo del timón predicable de la monarquía, porque el monarca constitucional también gobierna, aunque lo haga democráticamente y asumiendo entre sus tasadas intervenciones constitucionales la función de mejorar el rendimiento de las demás instituciones (la Arbeitsfähigkeit de Kaltefleiter), sin invadir competencias de otros órganos, sino procurando que unos respeten a otros.

En el Estado Constitucional -un Estado de poderes inordenados– el Rey no es sólo poder neutral. Además, y por no estar neutralizado, debe obrar. Y para proceder precisa de enormes dosis de forberance, que es una suerte de autocontención astuta que exige gran disciplina y dominio interno para autorretenerse, para no intervenir y para no hacer, salvo en el momento constitucional exacto.

El Rey constitucional practica un arte de gobernar que exige una curiosa mezcla de sagesse y experiencia, que se asemeja mucho al saber empuñar el timón sin que la tripulación se amotine ni los pasajeros empavorezcan. Con una firmeza vestida -a veces disfrazada- de impasividad y desde una serenidad que acredite imperturbable calma cuando arrecian los traicioneros williwaw y surgen las tormentas destructoras.

Foto: La Princesa Leonor y el Rey Felipe VI. (Europa Press/A. Pérez Meca)

Y aquí viene la alegoría, la figura literaria que, a suerte de metáforas encadenadas, perfilan la imagen ensoñada de algo tan abstracto y desangelado como el gobernar. Gobernar se asimila a navegar y no sólo porque la vida a menudo es una travesía de tormentas que funden el alma de atardeceres maravillosos en los que el sol se pone ante nuestros ojos. También esconde un difícil aprendizaje que combina el saber libresco –mucha matemática y geometría se estudia en la Escuela Naval de Marín- con el navegar cotidiano, sin marearse o mareándose un poco, para afrontar vacunado la realidad de la política sin destartalarse.

Visitando países que se muestran ante los ojos como una suerte de Erasmus que alerta del mundo y da la experiencia comparada. Conociendo dificultades que hacen callo en la piel fina. Surcando mares en compañía de semejantes. Aprendiendo a cuadrarse en el entorno y a entender el lugar que a uno corresponde en un medioambiente que es de todos y a oler como los elementos cambian en el tiempo, la travesía en el Elcano es una preparación para recorrer con pericia inteligente el resto de la vida, para un marino o para un monarca.

En suma, navegar es adquirir esa situational awareness que tiene un Felipe VI que sabe manejarse entre el lodo y las tormentas, venteando el temporal para que el agua no quebrante su gallardía y una pellada de barro no le salpique la cara.

*Eloy García, catedrático de Derecho Constitucional.

La travesía de Leonor en el Juan Sebastián Elcano da pie a fabular una alegoría sobre el viaje que la Princesa está llamada a recorrer hasta ser Reina. Navegación que no es insólita en los herederos al trono de España. Sin ir más lejos, su padre hizo una expedición semejante hace casi cuarenta años, aunque ahora no todo sea lo mismo que otrora.

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