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Reparto de fuerzas en el bloque sanchista
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Pablo Pombo

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Reparto de fuerzas en el bloque sanchista

Ha cambiado la distribución de fuerzas y hasta la propia naturaleza de los integrantes de ese bloque. Por eso puede tener sentido que compartamos un análisis sobre la situación, porque la dinámica será inevitablemente distinta

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Julio Muñoz)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Julio Muñoz)
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Ya hemos pasado pantalla, se está abriendo otro escenario. La opción de repetición de elecciones es claramente menor que la renovación del mandato de Sánchez. Sin embargo, ha cambiado la distribución de fuerzas y hasta la propia naturaleza de los integrantes de ese bloque. Por eso puede tener sentido que compartamos un análisis sobre la situación, porque la dinámica será inevitablemente distinta.

Comenzaremos por lo cuantitativo, ya que el resultado de las elecciones del 23-J ha cambiado los pesos de las partes. Solo el PSOE y Bildu mejoraron levemente sus resultados respecto a 2019. El resto ha salido debilitado, aunque de manera diferente.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (Reuters/Susana Vera) Opinión
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Los escaños del nacionalismo y de Sumar tienen funciones principales diferentes. Los que presuntamente lidera Yolanda sirven para pactar su presencia en el Gobierno (son menos y valen menos). Y los diputados nacionalistas servirán para negociar el día a día parlamentario y la propia supervivencia del Gobierno (son menos pero valen más).

El tímido aumento de la representación socialista en el Congreso no compensa la grave pérdida de poder. En mayo volaron muchos gobiernos autonómicos y capitales (también la Federación de Municipios). Y en julio el PP terminó de llevarse la mayoría absoluta del Senado. Por lo tanto, la situación del PSOE es, en estos momentos, de mucha mayor debilidad institucional.

Foto: Juanma Moreno y Díaz Ayuso a su llegada al Congreso. (EFE/Fernando Alvarado)

A continuación, nos centraremos en lo cualitativo. Las próximas elecciones autonómicas en el País Vasco y en Cataluña condicionan el desempeño de sus cuatro fuerzas nacionalistas, tanto en la próxima investidura como durante el resto del curso político. Esas dos citas condicionarán y explicarán los movimientos de los cuatro actores que, paradójicamente, mantienen relaciones de competición y dependencia entre sí.

A corto plazo, en clave táctica, la proximidad de las urnas mantendrá tanto a ERC y Junts como a PNV y Bildu atados entre sí. Ninguno está interesado en desmarcarse de su contraparte regional. Y todos tienen incentivos para subirle la apuesta a Sánchez. Nadie puede permitirse el lujo de aparecer ante sus votantes como el rival más débil frente al marco constitucional que compartimos los españoles.

Foto: Ortuzar y Puigdemont se reúnen en Waterloo. (EFE)

A medio plazo, en la vertiente estratégica, viene configurándose una alternativa a la alianza del nacionalismo de tinte progresista que mantienen ERC y Bildu. Las relaciones entre PNV y Junts están estrechándose a ojos vista. Así que veremos qué consecuencias tiene esa distinción que viene lavándose entre los separatistas “de derechas” y los “de izquierdas”, en una situación económica que no parece apuntar a ser demasiado halagüeña.

Menos compleja parece la situación de Sumar, cuya líder se ha empeñado en dar la razón a quien traicionó. Pablo Iglesias advirtió del serio riesgo de sucursalidad en el que podría quedar toda la izquierda del Partido Socialista tras las elecciones generales. Hoy la relación de dependencia respecto a Sánchez es máxima. Pero además hay más.

Yolanda Díaz no tiene autonomía política para chistar a Sánchez, pero tampoco autoridad orgánica para marcar el rumbo de su formación. Controla una decena de diputados, un tercio. El resto responde a otros líderes y otras lógicas. Y, por lo tanto, a otras cuotas. Díaz no decidirá sus ministras. Lo harán Mónica García y Ada Colau, y lo previsible es que ambas se designen a sí mismas.

Foto: La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero (d), conversa con la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 en funciones, Ione Belarra. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Muy pocas dudas respecto al PSOE, adentrado ya en una fase distinta. Enteramente desprendido de su raigambre histórica. Las generaciones mayores tienen todavía dificultades para asimilarlo, mantienen resistencias emocionales y biográficas. Pero la comprensible nostalgia es poco útil frente a unos hechos que son los que son.

Los nueve años de Sánchez al frente de la secretaría general han dado lugar a un partido construido a su imagen y semejanza. Por lo tanto, adecuado a los vaivenes de un perfil psicológico que ahora teme las urnas porque es consciente del milagro de su salvación. Y también aquejado de un constante sometimiento de lo moral, del interés nacional y del interés partidario, a su necesidad de permanecer en el poder.

Se equivoca quien piense que puede haber demandas del nacionalismo inasumibles para Sánchez, también quien considere que hay en el partido o en el Gobierno algún mecanismo que permita activar el freno de emergencia.

Foto: El rey Felipe VI. (EFE/Borja Sánchez-Trillo) Opinión
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La cuestión de las lenguas ya está superada, la amnistía ya ha sido negociada, la consulta se pactará y activará en función del calendario electoral, habrá traspaso de competencias e intento de meter mano en la financiación. En todo habrá triquiñuelas legales y se jugará con el lenguaje, se nos dirá que nada es lo que parece y se tensionará a la sociedad. Ese es, a día de hoy, el escenario más probable.

Las balizas de la investidura parecen suficientemente fijadas. No se darán las condiciones parlamentarias necesarias para que pueda darse una moción de censura una vez que Sánchez sea elegido. Queda abierta, eso sí, la duración de la próxima legislatura, que estará llena de obstáculos y con fuertes factores de desgaste para el próximo Gobierno.

Foto: La diputada de Coalición Canaria, Cristina Valido, interviene durante el debate de investidura. (Europa Press/Eduardo Parra)

Por este motivo, creo que resulta aconsejable detenerse en el sentido político que contiene el súbito rescate de Óscar Puente. No da la impresión de que su primer plano en la pasada investidura de Feijóo fuese una simple acción de comunicación (una cortina de humo tras la que están tanto las dificultades políticas objetivas en plena negociación como el trauma subjetivo tras la sonora derrota en el debate electoral televisivo). El movimiento puede tener más recorrido.

Óscar Puente no destaca políticamente por nada. Es poco más que el máximo exponente de un estilo grosero y agresivo. Y no parece demasiado aventurado anticipar que ese estilo puede marcar el modelo sanchista de relación con el Parlamento.

Foto: Pedro Sánchez y Óscar Puente, hoy en el Congreso. (Sergio Pérez/EFE) Opinión

De esa manera, se incrementaría todavía más la polarización, pasando de la dinámica de bloques (y bloqueo político) a la de frentes. En el fondo, la investidura del líder del PP formuló ese dilema: un Parlamento como la transición o un Parlamento como en los años 30. Con Óscar Puente la cuestión quedaría despejada.

Adicionalmente, taponaría el mensaje de Sumar para reducir el discurso de Yolanda a la insignificancia y daría oxígeno a la retórica vóxica. En el fondo, el juego de Sánchez siempre ha ido de eso, y solo nos encontramos ante una versión más descarnada: un Gobierno de resistencia sostenido por una minoría contraria a nuestra democracia, que alienta a la extrema derecha cada vez que sea necesario. Mientras la derecha permanezca dividida como está, no habrá alternativa política. No hay mucho más.

Ya hemos pasado pantalla, se está abriendo otro escenario. La opción de repetición de elecciones es claramente menor que la renovación del mandato de Sánchez. Sin embargo, ha cambiado la distribución de fuerzas y hasta la propia naturaleza de los integrantes de ese bloque. Por eso puede tener sentido que compartamos un análisis sobre la situación, porque la dinámica será inevitablemente distinta.

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