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Víspera electoral: Puigdemont acaricia su sueño
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Víspera electoral: Puigdemont acaricia su sueño

El bandolero está a un día de lograr una venganza sabrosa porque, sin tener apenas munición, mantiene atemorizado a casi todos tanto en el Parlament como en el Parlamento

Foto: Puigdemont durante el final de la campaña del 12-M. (EFE/David Borrat)
Puigdemont durante el final de la campaña del 12-M. (EFE/David Borrat)
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Han pasado nueve años desde que comenzó el procés y Puigdemont tiene serias opciones de terminar siendo President. La sola posibilidad de que ese escenario resulte plausible en la jornada de reflexión tendría que hacernos pensar a todos y a fondo. Es evidente que muchas cosas se han hecho mal cuando el ciclo puede terminar como empezó.

Acabar prácticamente igual, pero con una situación todavía más endemoniada. Más endiablada, porque la delirante toxicidad inoculada en Cataluña se ha contagiado al resto del país, y, sobre todo, por un hecho tan grave como insólito: las urnas de mañana elegirán un Gobierno autonómico y decidirán, además, la suerte del Gobierno de España.

Por eso hay incertidumbre, porque si la situación se hubiese normalizado, si la lesión estuviese desinflamada, todos estaríamos dando por seguro que la cita de mañana sería poco más que el trámite necesario hacia un nuevo tripartido del PSC, ERC, y los Comunes. Sin embargo, nadie lo ve así.

Es difícil explicar que el tipo que prometió la independencia y se rajó a la hora de la verdad, que se fugó en el maletero de un coche traicionando a todo el mundo, sea hoy un delincuente en condiciones de doblegar a todo el mundo. Más aún cuando hace menos de un año parecía desahuciado. En realidad, solo Sánchez podría explicarlo.

Muchas cosas tienen que haberse hecho mal, cuando son las cuartas elecciones catalanas en nueve años, y Puigdemont acaricia su sueño

Y no es fácil comprender, después de todo lo ocurrido, después de haberle quebrado el encanto a Cataluña, después de haberle arrancado el brío a su economía, después de haberle envenenado la convivencia hasta a las familias, que ese mismo delincuente esté a pocas fechas de presumir de certificado de penales limpio y de impunidad abrillantada. En realidad, ni siquiera el Partido Socialista puede entender la razón de esta vergüenza que mancha su historia y abre un peligro para nuestra democracia.

Muchas cosas tienen que haberse hecho mal, cuando estamos en la víspera de las cuartas elecciones catalanas en nueve años, y Puigdemont acaricia su sueño como quien acaricia un gato, o un jaque mate en todos los tableros. Sonríe. Percibe que el fanatismo está muy cerca de entregarle un triunfo electoral, político, y estratégico, antes insospechado.

Un triunfo electoral porque el forajido no ha asumido un solo riesgo desde que se convocaron las elecciones. Y, sin embargo, ya ha logrado vencer en la carrera hacia las urnas.

Foto: Baño de masas de Carles Puigdemont en Argelès-sur-Mer. (EFE/David Borrat)

Esto no ha sido un plebiscito sobre Sánchez, ni sobre Illa, tampoco entre la izquierda y la derecha, ni siquiera sobre nacionalismo o no nacionalismo. La campaña ha terminado girando sobre él. De manera que puede decirse, sea cual sea el resultado, que su estrategia electoral ha funcionado. Ha superado las expectativas que concitaba hace apenas 53 días.

Puigdemont ha logrado que esta Cataluña, cansada y harta de sí misma, haya preferido dejarse arrastrar por la emocionalidad y el mesianismo, creyendo como cree que su situación es hoy peor que hace tres años, y lamentando como lamenta el peor funcionamiento de los servicios públicos.

Puigdemont acaricia un triunfo político en términos de poder y también dentro de la contienda por la hegemonía nacionalista. El bandolero está a un día de lograr una venganza sabrosa porque, sin tener apenas munición, mantiene atemorizado a casi todos tanto en el Parlament como en el Parlamento.

La gestión de los republicanos será castigada en las urnas. Luego el partido triturará a una hornada de dirigentes de hojalata

Algunos dirán que por un capricho del destino y otros que por los complejos de la izquierda que vive feliz bailando al sol del supremacismo, algunos que por la necedad de la burguesía catalana y el resto por la palmaria crisis de nuestras élites. Vale, están esos y hay más motivos. Pero, además, está el miedo.

Un miedo que puede cristalizar en pánico, casi general, ante el abismo de una posible repetición de elecciones en otoño. Desde luego, nadie teme más una segunda vuelta que los de ERC. Ya se han resignado a firmar un fracaso severo, pero no estarán dispuestos a encarar una posterior amenaza existencial.

Todo parece indicar que la gestión de los republicanos al frente de la Generalitat será castigada en las urnas. Y que luego el partido triturará, sin demasiada piedad, a una hornada de dirigentes de hojalata.

El segundo ciclo del 'procés' pondrá mucho más ahínco en lo económico. El independentismo sí sabe aprender sus errores

Aragonès, el todavía President, que parece necesitar pensar antes de parpadear, tendrá que vivir el resto de sus días sabiendo que suya es la máxima responsabilidad de haber dilapidado una oportunidad histórica con una negligencia muy difícil de empatar.

El dictado de las urnas disipará las dudas, pero en la víspera da la impresión de que Puigdemont está paladeando un triunfo de envergadura estratégica. Si se hace con la Generalitat, seguramente, no encontrará resistencias a la consulta.

Probablemente, no tardará en poner patas arriba el principio de igualdad que nos ampara a todos los españoles por la vía de los presupuestos y de la financiación.

Posiblemente, el segundo ciclo del procés pondrá mucho más ahínco en lo económico. El independentismo, a diferencia del constitucionalismo, sí sabe aprender sus errores. Y antes de que llegue todo eso, teniendo a Moncloa en sus manos, se encontrará con un Estado que ha podido debilitar a través de la Ley de Amnistía.

Foto: El expresidente de la Generalitat y cabeza de lista de JxCAT, Carles Puigdemont. (EFE/David Borrat) Opinión

En este momento, el poder ejecutivo está anémico, en el legislativo hay un choque entre Congreso y Senado, en el judicial enfrentamiento del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo, y también entre jueces y fiscales. El conflicto institucional múltiple generado por la Ley de Amnistía facilita la estrategia de Puigdemont.

A partir de mañana, el próximo ciclo separatista puede empezar a activarse como si el primero no hubiese ocurrido nunca, pero con el Estado más romo y desgastado.

Amanece en la víspera de las elecciones catalanas. Y Puigdemont no sabe si está despierto o si está dormido, siente que está acariciando un sueño y nota que Cataluña no ha despertado. La pesadilla juguetea con devolvernos al punto de partida. Ojalá no ocurra.

Han pasado nueve años desde que comenzó el procés y Puigdemont tiene serias opciones de terminar siendo President. La sola posibilidad de que ese escenario resulte plausible en la jornada de reflexión tendría que hacernos pensar a todos y a fondo. Es evidente que muchas cosas se han hecho mal cuando el ciclo puede terminar como empezó.

Carles Puigdemont
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