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Feijóo, el adulto en la habitación
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Feijóo, el adulto en la habitación

Mientras contemplaba el debate en Atresmedia, pensé varias veces que lo que allí ocurría era una conversación imposible entre un político adulto en plena madurez y un pandillero ahíto de poder y afectado de hidrocefalia del ego

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, antes del cara a cara con Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, antes del cara a cara con Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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Cuando los dirigentes del PP llamaron a Alberto Núñez Feijóo para que sacara a su partido del despeñadero al que ellos mismos lo habían abocado con sus gamberras querellas de impúberes, Cayetana Álvarez de Toledo resumió la situación afirmando que había que entregarle el timón simplemente porque, en esas circunstancias, él era “el adulto en la habitación”.

Lo peor de la frase es que, en aquel contexto, se entendía a la perfección. Al escucharla, me vino a la cabeza la imagen de un salón lleno de adolescentes en plena edad del pavo destrozando el mobiliario y un cartel en la puerta que dijera: "Se busca persona adulta para dirigir partido político".

En aquel momento, el PP se descalabraba en las encuestas, a punto de ser sobrepasado por un Vox que ya picaba por encima del 20%, para solaz de Sánchez y sus aliados. En realidad, Vox siempre ha sido un partido parasitario del PP: de ahí salieron casi todos sus dirigentes y dos tercios de sus votantes. Y todas sus crecidas electorales han coincidido con los momentos en que en la jefatura de la casa madre de la derecha española alguien extravió el norte.

Foto: Alberto Núñez Feijóo, en el debate electoral de Atresmedia. (Reuters/Juan Medina)

Volvió a mi mente la frase de Cayetana mientras contemplaba el debate en Atresmedia entre Feijóo y Sánchez. Pensé varias veces que lo que allí ocurría era una conversación imposible (a ratos imposible de seguir, lo lamento por quienes tuvieran la desgracia de escucharla por la radio) entre un político adulto en plena madurez y un pandillero ahíto de poder y afectado de hidrocefalia del ego, enrabietado desde el primer minuto al comprobar que la faena no sería tan sencilla como le habían contado y que la víctima propiciatoria que alguien le prometió —o él mismo imaginó— tenía uñas, dientes y puños, y sabía repartir hostias como panes, si me excusan la expresión, sin descomponer la figura.

Este debate no pasará a la historia por ningún momento estelar: no hubo en él frases o gestos memorables ni errores estrepitosos de los que se recuerdan durante décadas. Tampoco por su paupérrimo contenido político. Salvo que se perdiera algo novedoso en el estrépito de las interrupciones, ninguno de los candidatos dijo cosa alguna que no hubiera repetido antes decenas de veces. Ciertamente, el desempeño de Feijóo en el debate-combate fue mucho más pulcro y profesional que el de su descontrolado oponente, que batió el récord mundial de puñetazos al aire y provocaciones chulescas a la par que autolesivas.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Jesús Monroy)

Pero la victoria del gallego se fraguó en el vestuario y en la pizarra. Sencillamente, su planteamiento estratégico resultó ser más acertado y más adecuado a lo que pedía la situación. Sánchez acudió a un debate imaginario y comenzó a patinar en cuanto dio los primeros pasos sobre la pista. Feijóo se ajustó a la realidad, examinó las condiciones del terreno, estudió fríamente al adversario, evaluó con precisión las fortalezas y debilidades de ambos y diseñó la mejor táctica para la ocasión: no la más deslumbrante, pero sí la más eficaz, una que habría firmado Mourinho. Transcurridos los primeros 15 minutos, ya había veredicto.

Feijóo solo disponía de una carga de profundidad política: una solución, aunque fuera transitoria, para restaurar la gobernación de España en el espacio de la centralidad constitucional, cuya quiebra viene torturando a esta sociedad desde 2015. Sabía que su rival no estaría en condiciones siquiera de escucharla, de ahí los intentos espasmódicos de Sánchez por impedirle que la formulara. Pero finalmente lo hizo y lo repitió varias veces, para descubrir que lo único que se les había ocurrido a Sánchez y su legión de asesores para contrarrestar el torpedo era mencionar una y otra vez a un tal Vara, a quien desconocen siete de cada 10 españoles. No será porque no estuvieran advertidos: Feijóo lleva meses mostrando esa carta.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, antes del debate. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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Hizo bien algunas otras cosas el equipo de Feijóo. Por ejemplo, restringir drásticamente el juego de los debates a un único cara a cara, sin posibilidad de revancha. También la disposición escénica: ambos candidatos sentados y a una distancia sideral de dos metros y medio para evitar las aproximaciones corporalmente invasivas de Sánchez sobre sus interlocutores (“Señor Sánchez, no estamos en El hormiguero). Y, por supuesto, un excelente manejo de las expectativas previas, que me hizo evocar al Leo McGarry de El Ala Oeste de la Casa Blanca, prototipo de político adulto donde los haya (temporada 7, episodio 10, no se lo pierdan, especialmente ahora).

En contra de lo que se hizo creer y él mismo creyó, Pedro Sánchez nunca ha sido un buen debatidor. De hecho, lleva cinco campañas de elecciones generales y no se recuerda que haya ganado un debate: ni a dos, ni a tres, ni a cuatro, ni a cinco. Una cosa es subirse a la tribuna del Congreso o del Senado con tiempo ilimitado para explayarse y trayendo escritos de casa el discurso, la réplica y la dúplica, y otra un intercambio en el que priman la intuición, la agilidad mental y la capacidad de repentizar sin disparatar. Quienes lo conocen saben que, con toda su apostura exterior, en cuanto se separa un segundo del guion es lento como un cachalote, tiene la cintura de una aceituna y carece por completo de sentido del humor. En la prensa oficialista, ya hay quienes acusan a los moderadores de no haber acudido a socorrerlo de sus propios excesos.

Foto: Los candidatos a la presidencia del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez (primer plano) y el popular Alberto Núñez Feijóo (detrás). (EFE/Juanjo Martín)

Con todo, la auténtica clave de la victoria de Feijóo radicó en percibir que todo era tan sencillo —y a la vez tan difícil— como hacer emerger al Sánchez verdadero y que el gran simulador se mostrara tal cual es: poseído de sí mismo, colérico, intolerante ante las contrariedades, tan campanudo en la expresión como hueco en la sustancia. Alguien capaz de acudir a una entrevista de televisión acompañado por 90 policías y ocho coches de asesores y cuerpo de casa. Probablemente, la gira mediática del presidente, aparentemente exitosa, ofreció a su rival la pista del resorte que había que activar para desnudarlo emocionalmente delante de todo el país. Bastaba con enseñar los dientes, mantener la calma, acompañar cada golpe político con un uppercut al ego hipertrofiado y esperar que perdiera el control de sí mismo, lo que sucedió muy temprano y se hizo escandalosamente visible en la diferencia del lenguaje corporal de uno y otro candidato. A Feijóo solo le faltó rematar así la faena: “Se pregunta usted qué es el sanchismo, y usted mismo nos ha dado la respuesta. El sanchismo es lo que hemos visto esta noche”.

Es increíble que fuera Sánchez, y no su adversario, quien sacara a colación, uno por uno, todos los estereotipos sobre los que se ha ido macerando la animadversión social al personaje. Se ve que decidió practicar un anti-Lakoff y ensayar la refutación práctica del famoso manual No pienses en un elefante, que, en su traducción celtíbera, se formularía como “nunca infraestimes a un gallego con conchas”.

En 2015, emergió en España una generación de líderes adolescentes (no por edad, sino por concepción de la política), unos más arteros que otros, que se han ido progresivamente por el sumidero: Rivera, Casado, Iglesias, Montero (Irene)… Solo uno queda en pie, dispuesto a morir matando. Tendría su gracia que, finalmente, lo de Cayetana adquiriera carácter profético y los españoles lleven a Feijóo a la Moncloa no por sus ideas, ni por su programa, ni por su capacidad política o atractivo personal: únicamente por ser… el adulto en la habitación.

Cuando los dirigentes del PP llamaron a Alberto Núñez Feijóo para que sacara a su partido del despeñadero al que ellos mismos lo habían abocado con sus gamberras querellas de impúberes, Cayetana Álvarez de Toledo resumió la situación afirmando que había que entregarle el timón simplemente porque, en esas circunstancias, él era “el adulto en la habitación”.

Alberto Núñez Feijóo
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