Una Cierta Mirada
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El drama de los huérfanos en el 23-J: elegir entre tres mierdas
Elijan la papeleta que elijan, estarán respaldando uno de dos bloques parlamentarios prefijados, con sus correspondientes fórmulas de gobierno igualmente cantadas de antemano
En la mayoría de las circunscripciones, los electores llegarán este domingo al colegio electoral y verán un surtido numeroso de papeletas correspondientes a otras tantas candidaturas. Se trata de un espejismo de pluralidad. En realidad, elijan la papeleta que elijan, estarán respaldando a uno de dos bloques parlamentarios prefijados, con sus correspondientes fórmulas de gobierno igualmente cantadas de antemano. Esta es una elección tajantemente binaria, como lo ha sido la política española en los últimos años. La paleta de colores es dual y no deja espacio para los matices, las soluciones híbridas o las ensoñaciones transversales. ¿A usted esto le parece una mierda? A mí también. Pero es lo que hay.
Finalmente, solo existen dos fórmulas viables para el gobierno de España. La primera consiste en que gobierne Alberto Núñéz Feijóo con el apoyo necesario de Vox. La forma en que se sustancie ese apoyo —sea un programa de legislatura que comprometa a ambas partes o un Gobierno de coalición— no dependerá exactamente de las cifras de la elección, sino del cruce de movimientos tácticos que se produzca entre ambos partidos a partir del día 24. Sospecho que optar por una o la otra fórmula dependerá más de la voluntad de Vox que de la del PP, como ha sucedido en la negociación de los gobiernos autonómicos en que el apoyo explícito de Vox resultó imprescindible para las investiduras.
El otro polo de esa dicotomía dramática es un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, en coalición con la confederación de siglas (hasta 15) aglomeradas en torno a Yolanda Díaz y acompañado obligatoriamente por el cortejo de las fuerzas nacionalistas de vocación desmembradora del Estado, previa fijación de pagos mensuales con interés variable por la hipoteca de sus votos. Un Frankenstein intensificado y más gravoso que el anterior, puesto que requerirá incorporar nuevos y más radicales componentes al consorcio y, además, no bastará con púdicas abstenciones; sea al contado o en cómodos plazos, habrá que abonar inexorablemente el precio de los síes en la investidura.
Existe una tercera salida igualmente posible y verosímil: bloquear la investidura y forzar la repetición de las elecciones por tercera vez consecutiva. Nadie admite desearlo, pero en los cuarteles generales de los partidos se especula con esa hipótesis antes aún de que votemos. De hecho, el bloqueo es muy claramente el plan B de los presuntos perdedores, instalados actualmente en la Moncloa. Varias investiduras fallidas, muchos meses con este Gobierno en funciones y conquistar una segunda oportunidad con el país vomitando, a ver si en el revuelto de bilis colectiva les suena la flauta.
Cada uno puede engañarse como desee, pero todo lo demás pertenece al mundo de la fantasía o, directamente, del engaño. Le guste o le disguste, si usted vota PP o Vox, estará apostando por lo primero. Si vota PSOE, Sumar, ERC, JxCAT, CUP, PNV, Bildu o BNG, apostará por lo segundo, aunque no lo quiera admitir. Todas ellas son papeletas sindicadas, y no es posible elegir una sin llevarse a casa el paquete completo.
En la galaxia binaria que hemos construido, no existe Feijóo sin Abascal ni existe votar Sánchez sin incluir en la papeleta a Díaz, Junqueras, Otegi y el resto del elenco secesionista. Es falso que Feijóo pueda obtener una investidura sin pagar el peaje por el voto afirmativo de la extrema derecha. Es falso que Sánchez y Yolanda Díaz puedan formar una coalición progresista sin compartir la dirección del Estado con la camada nacionalista, cuya relación con la Constitución española es, por decirlo suavemente, conflictiva. Y es de cuento de hadas esperar que, tras la derrota, Sánchez se irá mansamente a su casa, regresarán los moderados para hacerse cargo del partido y se restablecerán el consenso y el sentido común.
Pertenece al mundo de la fantasía imaginar cosas tan aparentemente sensatas como un Gobierno autónomo del PP, una mayoría socialista desprendida de amistades peligrosas o cualquier clase de concertación en el espacio de la centralidad constitucional. Si alguna vez existió esa posibilidad, la cultura política del noesnoísmo se encargó de destruirla hace siete años. La tragedia se completó cuando, en una de las desquiciadas segundas vueltas electorales, sustituimos 57 diputados de Ciudadanos por 52 de Vox y, unos meses más tarde, el dirigente político español más tóxico del siglo XXI conquistó el poder en una moción de censura y se propuso quedarse con él para la eternidad.
Así pues, estas son las tres únicas vías transitables que ofrece el 23-J. La fórmula Godzilla, la fórmula Frankenstein con la carga vírica aumentada o el tercer fracaso de la democracia en forma de bloqueo persistente. ¿A usted esto le espanta? A mí también, pero es lo que hay. Se han dedicado muchos esfuerzos durante mucho tiempo, desde ambos lados de la trinchera, a que las cosas sean así; no nos quejemos ahora de lo que hemos hecho o consentido entre todos.
Lo que me sorprende es la adhesión inquebrantable hacia una de esas fórmulas, la oficialista, por parte de políticos veteranos que en su momento habrían rechazado terminantemente asociarse a algo semejante. En una concepción laica de la política, la lealtad a la sigla no debería ser un salvoconducto universal que justifique cualquier cosa que hagan los nuestros.
Tengo la convicción de que, de resultas de esta elección que marca la extinción del régimen adanista de 2015, se producirán transformaciones trascendentales en el espacio que resulte perdedor. Si triunfa la fórmula PP-Vox, la confederación yolandista se dispersará, reaparecerá el podemismo en su versión dura, la oposición en el Parlamento y en la calle será de tierra quemada, el PSOE se radicalizará aún más y Sánchez, enquistado en el poder orgánico, se alzará como el único líder capaz de aglutinar el frente socialpopulista frente al poder de la derecha, una especie de Mélenchon o Corbyn para la segunda mitad de la década. Qué manía tenemos los españoles de importar siempre lo peor de los franceses, nunca lo bueno.
Si Feijóo y el PP malogran la ocasión de desalojar del poder a Sánchez y su circunstancia, millones de españoles no se lo perdonarán jamás. En ese supuesto, auguro al Partido Popular una corta vida: primero vendrán los ajustes de cuentas internos y tardará muy poco, cosa de uno o dos años, en irse por el mismo sumidero por el que se fueron sus colegas franceses, dejando el campo expedito para la lepenización definitiva de la derecha española. La legislatura será una perdición, con Sánchez y sus aliados galopando desbocados por la ruta destituyente y la derecha —ahora sí, extrema— sembrando el país de minas.
No se arregla en una votación lo que se destrozó en muchas. Tendrán que pasar años para que la política española vuelva a ser normal. Mientras tanto, en este trance concreto, los del partido de los huérfanos tendremos que asumir la realidad, dejar a un lado las fantasías (al menos a corto plazo) y hacer una de estas tres cosas: a) la más tentadora, que es pedir el pasaporte portugués; b) la más sencilla, que es quedarnos en casa y pasarnos el resto de la vida maldiciendo; c) la más dolorosa —pero quizá la única útil—, que es taparnos la nariz y elegir, de entre las tres mierdas que se nos ofrecen, la que cada uno considere menos peligrosa para el futuro o, al menos, ofrezca algún resquicio para empezar a salir del pantano. Lo que, admitámoslo, en ningún caso ocurrirá pronto.
En la mayoría de las circunscripciones, los electores llegarán este domingo al colegio electoral y verán un surtido numeroso de papeletas correspondientes a otras tantas candidaturas. Se trata de un espejismo de pluralidad. En realidad, elijan la papeleta que elijan, estarán respaldando a uno de dos bloques parlamentarios prefijados, con sus correspondientes fórmulas de gobierno igualmente cantadas de antemano. Esta es una elección tajantemente binaria, como lo ha sido la política española en los últimos años. La paleta de colores es dual y no deja espacio para los matices, las soluciones híbridas o las ensoñaciones transversales. ¿A usted esto le parece una mierda? A mí también. Pero es lo que hay.
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