Es noticia
Los 'tontos útiles' de Putin en Europa
  1. Mundo
  2. Tribuna Internacional
Ramón González Férriz

Tribuna Internacional

Por

Los 'tontos útiles' de Putin en Europa

Muchos dicen admirarle por la fortaleza de sus valores, su nacionalismo o su oposición a la debilidad occidental. Pero no se le puede defender en nombre de la democracia

Foto: Vladímir Putin, en un reciente homenaje al soldado desconocido. (EFE/Nikolsky)
Vladímir Putin, en un reciente homenaje al soldado desconocido. (EFE/Nikolsky)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

En partes minoritarias, pero significativas de la izquierda y la derecha españolas, hay admiradores de Vladímir Putin. Es un líder viril en tiempos de masculinidad líquida, piensan. Es un defensor de valores fuertes y cristianos en un momento en que los principios de la civilización occidental se disuelven. Protege los valores mayoritarios cuando en los países occidentales de Europa y en Estados Unidos hay una verdadera obsesión por enaltecer a las minorías. Puede que no sea impecablemente democrático, piensan otros, pero al menos cree en algo y su odio a las democracias liberales pone de manifiesto nuestras carencias.

Todo eso suena muy bien. Lamentablemente, es solo nostalgia por las viejas dictaduras.

La sensación de que el pluralismo, el hedonismo y el laicismo llevan a la decadencia es más vieja que la propia democracia. Algunos historiadores de la Antigua Roma ya creyeron ver la caída del imperio como una consecuencia del debilitamiento de sus convicciones. En el siglo XIX, en Europa se exaltó al militar de inquebrantables principios patrióticos frente al burgués que parecía no conocer más patria que su actividad privada.

Foto: Vladimir Putin en una comparecencia reciente. (Reuters/Metzel) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Por esto cree Putin que tiene derecho a invadir Ucrania
Ramón González Férriz

Pero fue a lo largo de buena parte del siglo XX cuando muchos europeos interpretaron los malestares de las sociedades incipientemente democráticas como una consecuencia del liberalismo: el parlamentarismo impedía la toma de decisiones drásticas; las elecciones abiertas y periódicas dificultaban la creación de liderazgos duraderos y los proyectos a largo plazo; a la gente, más que darle libertad, había que infundirle los valores necesarios para que defendiera con patriotismo y ardor los proyectos que se le adjudicaran. La única salvación posible era un hombre fuerte que pusiera fin a tanto egoísmo y valores blandos.

Un hombre fuerte para el siglo XXI

En pleno siglo XXI, Putin es la respuesta a estas inquietudes, que muchos parecen anhelar para su propio país. Entre las democracias plenas, tal vez sea Francia, donde el voto a la derecha de la derecha supera el 30%, la más receptiva al autoritarismo de inspiración rusa. El candidato Eric Zemmour ya ha afirmado que, si llega a la presidencia, su país abandonará la alianza con Estados Unidos y buscará una con la Rusia de Putin. En Italia, Matteo Salvini ha exaltado reiteradamente la figura de Putin y sus políticas. En Estados Unidos, una parte de la derecha mediática cercana a Trump quiere empujar al Partido Republicano al entendimiento con Putin, ignorando sus violaciones del orden legal internacional. La tentación en España es menor, pero existe.

En buena medida, esta tentación se basa en la idea de que las élites son corruptas y el pueblo es sano, y que el hombre fuerte forma parte del segundo, es su representante e intérprete. Por supuesto, esto siempre es mentira. Los hombres fuertes y quienes los rodean en la política, y sobre todo en los negocios, son una élite en sí mismos. Putin entiende los grandes negocios en su país de una manera que permite a los oligarcas ser inmensamente ricos y, en no pocas ocasiones, corruptos, lo cual no es un problema siempre que renuncien a tener opiniones políticas públicas y se sometan a las decisiones del Estado. Quizás eso sea una forma alternativa de élite económica, pero sin duda sigue siendo una élite.

Los admiradores de Putin, y de los hombres fuertes como él, pueden llegar a reconocer ese hecho. Pero su principal recurso argumental ni siquiera es ideológico: es la equivalencia moral. De acuerdo, dicen, Putin no es ejemplar, pero ¿lo es la democracia occidental? ¿Acaso la élite económica capitalista no está sometida a los designios del Estado o, peor aún, el Estado a ella? ¿No son Estados Unidos y Europa —esta, una simple colonia estadounidense, como suele llamarla Juan Manuel de Prada cuando escribe sobre el belicismo ruso— unos provocadores que miran solo por sus intereses pero no entienden los de los demás? Una parte de la izquierda española, como Pablo Iglesias o el eurodiputado Ernest Urtasun, se quedó perpleja tras descubrir el absoluto anticomunismo de Putin, que a su modo de ver reducía el papel histórico que le atribuían: oponerse legítimamente a la OTAN.

Este argumento es particularmente revelador entre quienes critican, muchas veces desde la moral cristiana, el relativismo de Occidente. Aunque según ellos hay que pensar en la política en valores absolutos, Putin debe ser juzgado en términos relativos respecto a Occidente.

Corrupción e ineficacia

Por último, están quienes ni siquiera atienden a estos argumentos y consideran que, morales o no, los hombres fuertes, las jerarquías rígidas y las limitaciones serias de las libertades individuales permiten la existencia de regímenes más eficientes. En especial cuando un país es difícil de gobernar —debido a su diversidad cultural o étnica, su historia o cualquier otra excusa—, es necesario contar con un sistema político algo menos representativo pero verdaderamente eficaz. Y Putin sería el mejor ejemplo: la unanimidad política le ha permitido devolver a su país la condición de potencia global que perdió hace 30 años.

Foto: La fragata Blas de Lezo zarpa de Ferrol hacia el mar Negro. (EFE/Delgado) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Putin ha sacado a la OTAN de la 'muerte cerebral'
Ramón González Férriz

Sin embargo, estos regímenes siempre son, a medio plazo, particularmente ineficaces. Se corrompen. Confunden la fortaleza del Estado con el bienestar de la sociedad y sus líderes envejecen y desvarían, porque pierden la costumbre de que alguien les contradiga y desafíe. Eso pudo verse en el lastimoso espectáculo televisado del pasado lunes, en el que Putin fingía recabar la opinión de sus máximos colaboradores y les humillaba en público —el jefe de su servicio de Inteligencia en el exterior acabó balbuceando y temblando ante las cámaras—. Muchos pensamos que el belicismo ruso sigue siendo en parte racional, pero en el discurso de Putin en que reconoció la independencia de las dos supuestas repúblicas del Donbás se advirtieron rasgos propios de un viejo dictador guiado por obsesiones personales y reproches imaginarios.

La admiración por Putin, incluso la envidia por su poder absoluto, es común en Occidente e incipiente en España. La nostalgia del mundo iliberal es una constante en las democracias liberales. Pero si es cierto que estamos entrando en una nueva guerra fría, en la que una fuerza exterior autoritaria pretenderá desestabilizar sistemáticamente las democracias occidentales y afirmar su superioridad política sobre los regímenes pluralistas, debemos tener claro el papel que desempeñan sus defensores. Lenin tenía un nombre poco amable para ellos: tontos útiles. Que admiren si quieren a Putin y anhelen un hombre fuerte para nosotros, pero que no lo hagan en nombre del liberalismo ni de la democracia.

En partes minoritarias, pero significativas de la izquierda y la derecha españolas, hay admiradores de Vladímir Putin. Es un líder viril en tiempos de masculinidad líquida, piensan. Es un defensor de valores fuertes y cristianos en un momento en que los principios de la civilización occidental se disuelven. Protege los valores mayoritarios cuando en los países occidentales de Europa y en Estados Unidos hay una verdadera obsesión por enaltecer a las minorías. Puede que no sea impecablemente democrático, piensan otros, pero al menos cree en algo y su odio a las democracias liberales pone de manifiesto nuestras carencias.

Vladimir Putin Liberalismo OTAN
El redactor recomienda