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Pablo Pombo

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Cataluña: la lectura grande

La configuración sociológica del escrutinio permite reconducir, a medio plazo, "la cuestión catalana" hacia el terreno de la racionalidad política. Por fin. Para mí, esa es la lectura grande

Foto: El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa (c), a su llegada a una reunión de la ejecutiva del PSC. (Europa Press/David Zorrakino)
El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa (c), a su llegada a una reunión de la ejecutiva del PSC. (Europa Press/David Zorrakino)
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Bien. El escrutinio catalán terminó siendo el mejor de cuantos eran posibles, y hace bastante probable al menos malo de los gobiernos viables. Pero, sobre todo, ofrece una poderosa esperanza que no debería desatenderse.

Es el mejor resultado posible para Cataluña y para el conjunto de los españoles, porque nadie anticipó que terminaríamos viendo un Parlament con menos nacionalistas de los que se han visto desde 1980.

Y el tripartito, seguramente con ERC fuera de la Generalitat, puede ser el menos malo de los gobiernos viables porque —es grave esta paradoja— se considera que la solución del Ayuntamiento de Barcelona es inviable para la Generalitat aunque sea deseable.

Ahora bien, hay algo que de verdad reúne un potencial ante el que merece la pena detenerse: la configuración sociológica del escrutinio permite reconducir, a medio plazo, “la cuestión catalana” hacia el terreno de la racionalidad política. Por fin. Para mí, esa es la lectura grande.

Foto: Carles Puigdemont comparece tras las elecciones catalanas. (Reuters/Bruno Casas) Opinión

Hace casi una década, veíamos a jóvenes prendiendo fuego a los contenedores. Pero hace unos días llegó a las urnas la generación más contraria de todas a la independencia. En ese contraste está la dimensión del cambio social operado en Cataluña por debajo de la ruidosa toxicidad.

Hay más. Durante años, solo se retransmitieron imágenes como las de la Diada sin contar que los manifestantes eran traídos en autobús desde los pueblos. Y solo se emitió la voz que solo agrada a una única mayoría —la de las rentas más altas—. Y todo aquello funcionó.

Foto: Manifestación independentista en una imagen de archivo. (Reuters/Albert Gea) Opinión

El 'procés' hipermovilizó al nacionalismo e impuso una campana de silencio sobre el constitucionalismo que sirvió para intimidar y desmovilizar a quienes no quieren que vivamos separados.

Sin embargo, las ciudades existen, las clases medias y bajas existen, y existen también muchos, muchísimos catalanes que no nacieron en Cataluña o cuyos padres vinieron desde fuera. Y, además de existir, resulta que votan. El constitucionalismo ya no se abstiene más que el nacionalismo, al contrario. Por eso los separatistas han perdido escaños en las cuatro provincias.

La transformación política que ha cristalizado en las urnas ofrece más caras. Mucho se ha hablado de la subida de Junts. No es para tanto, un punto y medio porcentual. Aquí los que han crecido en serio son los socialistas —cinco— y los populares —siete puntos—. Los de Feijóo han dejado de ser un actor irrelevante en Cataluña.

Foto: Aragonès, cabizbajo a comparecer tras las elecciones. (Europa Press/David Zorrakino) Opinión
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Curiosamente, se está hablando poco del incremento del conjunto de la derecha que obtiene 11 puestos en el Parlament que pierde la izquierda. La suma de PP y Vox supera en 165.000 votos a ERC y se queda a 75.000 de Junts. Se miren por donde se miren los números, se ve que todo ha cambiado.

El ciclo del 'procés' ha terminado derrotado en las urnas después de haber provocado un cambio social que hace imposible la unilateralidad. Con este Parlament no puede aprobarse una convocatoria de referéndum, ni una DUI, y tampoco cualquier otra iniciativa abiertamente anticonstitucional.

Pero si es posible comenzar a reparar todo lo roto operando desde el principio de realidad. La expresión de las urnas catalanas nos llama a todos a asumir que el nacionalismo no desaparecerá, y a asumir también que los constitucionalistas tienen derecho a no sentirse extranjeros en su tierra, siendo como son además la mayoría.

Foto: Entrevista a Michael Ignatieff. (Alejandro Martínez Vélez)

Lo racional, después de tanto sufrimiento, ante una sociedad tan quebrada, es aceptar con mutua madurez democrática que la resolución completa de la “cuestión catalana” no existe —como tampoco existe en Escocia, ni en Quebec—.

Hemos desandado mucho camino durante demasiado tiempo. Pero hay motivos para tener una esperanza bien fundada. El voto de Cataluña nos abre la oportunidad de avanzar. Probablemente, no hacia la “convivencia” idílica que apuntaba Azaña, sino hacia la “conllevancia” que señalaba Ortega y Gasset.

Mirando hacia el independentismo, es comprensible que todos sintamos la tentación de lo especulativo, que hagamos dibujos con la eventual próxima jugada de Junts, que nos atraigan las luchas intestinas y el miedo de ERC a una posible repetición electoral.

Foto: El candidato de Junts a la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez)

Sin embargo, los hechos son los que son. La generación de líderes del 'procés', beneficiada por la amnistía del Gobierno, ha terminado condenada en las urnas por el pueblo catalán. Y esa sentencia es irreversible tanto para Junqueras como para Puigdemont. El relevo generacional es inaplazable, y desde ahí pueden renovarse las bases del nacionalismo catalán.

Mirando hacia el constitucionalismo, hay otra empresa que tampoco debería esperar mucho más. Puede entenderse que la polarización nos provoque para que discutamos si lo ocurrido se explica por el éxito estratégico de Sánchez o por el fracaso político del nacionalismo. No parece insensato plantearse que pueda haber un poco de cada parte.

Más allá de ese debate de tinte bizantino, creo pertinente preguntar a quienes se consideran sanchistas por el paso siguiente de su líder, por si tiene o no tiene sentido hacer al Partido Popular copartícipe de la “pacificación”, dicho de otro modo, por si creen o no creen que el interés del Estado se dirime situando a los grandes empeños por encima del interés partidario.

Foto: Salvador Illa tras conocer los resultados. (Europa Press/Lorena Sopêna) Opinión
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Seguro que todos los constitucionalistas coincidimos al sostener que la responsabilidad histórica de un presidente consiste, precisamente, en hacerse cargo de lo que vendrá después. Los demócratas también nos distinguimos por creer en la alternancia del poder, y no parece del todo improbable que el PP gobierne España en el futuro.

La cuestión, por lo tanto, consiste en si comienzan a generarse las condiciones necesarias para que un cambio de color en el Gobierno español no genere un automático, doloroso, e innecesario recrudecimiento del “conflicto catalán”.

De otro modo, el mejor de los resultados posibles en este presente traumatizado, solo podrá terminar siendo una ocasión perdida en el futuro.

Hacer una lectura grande del dictado de las urnas implica pensar más allá de lo probable y reflexionar sobre lo deseable. Y luego actuar. La razón de la democracia consiste precisamente en eso, conlleva un proceso de escritura grande, de política grande.

Bien. El escrutinio catalán terminó siendo el mejor de cuantos eran posibles, y hace bastante probable al menos malo de los gobiernos viables. Pero, sobre todo, ofrece una poderosa esperanza que no debería desatenderse.

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