Manual de autodefensa ante la propia corrupción

En realidad, no hay diferencia. Da igual que este Gobierno esté o no esté de vacaciones. No puede hacer política, no puede legislar. Hace ruido, sí. Pero es para ocultar lo que no se puede negar: solo vive para sí mismo, vive sin más propósito que sobrevivir.

Y para eso hacen dos cosas: hacer todo lo que sea necesario para amarrar los votos de los indepes y hacer lo imposible para neutralizar a los jueces. La cosa no va de navegar, sino de evitar que el barco se hunda. Ese es el programa del curso que está por empezar y de lo que reste de legislatura.

Lo primero es perfectamente previsible, todas las exigencias de los antisistema son tramitadas siempre con el mismo patrón: se dice que no, que nunca, que jamás y luego se publica el dictado del acuerdo, después viene la confusión, más tarde todas las trampas necesarias para perpetrar el atropello y, finalmente, el mensaje de que la cuestión ya está amortizada por la sociedad.

La mayoría de progreso solo respira para aplicar los dogmas reaccionarios del separatismo. No busca el acuerdo con la oposición. Y sí ejecuta, uno tras otro, todos los hitos de la agenda nacionalista que es supremacista por su propia naturaleza.

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Empezaron por reclamar impunidad con leyes hechas a medida de sus delitos –indultos, reforma de la malversación y la sedición, ley de amnistía-, y ya van por la voladura del principio de igualdad entre españoles y la construcción de instituciones estatales propias –agencia tributaria-. Esos cimientos harán viable la futura desconexión tras un referéndum que, igual que el “concierto” que no es “concierto”, no será llamada referéndum y sí lo será.

Nunca ha sido más necesario que ahora emprender y mantener el combate ideológico frente a quienes se disfrazan de izquierdistas siendo nacionalistas. Tiene bemoles que esto suceda cuando el nacionalismo catalán está más debilitado que nunca.

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El segundo y último punto en el programa del Gobierno lo conforma la manera en que está encarando su propia corrupción. Habrá quien dirá que ya hemos pasado por esto antes, que estos episodios desembocan en el ocaso de cada Ejecutivo.

Bueno, no es del todo así, no ha ocurrido en todos los casos y, desde luego, nunca hemos visto un comportamiento como el que estamos viendo ahora. Lo que está ocurriendo aquí ni tiene antecedentes en nuestra historia, ni tiene comparación posible con nada de lo que pase o haya pasado en nuestro entorno.

En ninguna nación desarrollada y en ningún otro momento de nuestra historia hemos visto tantos asuntos turbios en el entorno inmediato de un presidente del Gobierno: su esposa, su hermano y su número dos.

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Ningún otro líder democrático ha tratado de intimidar a la prensa diseñando una ley de censura y haciendo un uso evidentemente interesado de los recursos públicos.

Ningún dirigente europeo se ha ausentado cinco días de su puesto de trabajo, buscando una aclamación popular que nunca se produjo, antes de enfrentar a la sociedad para ocultar desmanes, y después de haber dicho que habría colaboración con la justicia y públicas explicaciones que nunca se dieron.

Jamás habíamos visto tampoco a un presidente del Gobierno poniendo la integridad del poder judicial en su punto de mira con campañas de desprestigio y maniobras para reventar la separación de poderes. No hay otro gobierno en el hemisferio norte que haga menos política y que esté más absorbido por su estrategia de defensa jurídica y, al mismo tiempo, de ofensa a la Justicia.

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Todavía no sé si siento más pena o más repulsión ética viendo el proceder de personas tan cercanas al presidente del Gobierno de mi país. Intento no pensar que ese tipo de comportamientos requieren unas ciertas condiciones ambientales, un cierto aire de impunidad en el aire. Pero es muy difícil abstraerse de lo sustancial: Pedro Sánchez no se considera nacido para tener límites y ese es el origen de todos los males.

La cuestión democrática no es si el fin justifica o no justifica los medios, es que en democracia hacen falta principios. Y, desde luego, no parece tenerlos quien obstaculiza la labor de la Justicia, quien da la orden de poner el foco en la labor del juez para distraer los hechos y quien activa cortinas de humo para que la opinión pública establezca equivalencias entre situaciones que no son equiparables.

No estamos asistiendo a la defensa agresiva de un Gobierno desesperado, estamos siendo testigos de un ataque a la raíz misma de la democracia que tiene como objetivo último situar al poder político fuera del rango de acción de la Justicia.

Pedro Sánchez no se considera nacido para tener límites y ese es el origen de todos los males

Lo grave no es la grosería, por muy detestable que sea. No hace falta ser demasiado observador para llegar a la conclusión de que Óscar Puente, ingeniero del verbo, no fue nombrado para ser ministro de Fomento sino para mantener en funcionamiento esa cascada de vómito que también mancha a las siglas del PSOE.

Lo grave es que a este Gobierno no le basta con un Conde-Pumpido, que le hacen falta Replicantes, Minions y más Minions, primero en el CGPJ, luego en el Supremo y en las plazas vacantes de los principales tribunales.

Lo tremendo es la batalla de fondo, la operación que parece estar ya en marcha para infectar los juzgados de jueces sanchistas, es esta intención de crear una estructura judicial uniformada que genere al Ejecutivo un blindaje no precisamente democrático hasta las elecciones generales y, por supuesto, también durante el después.

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El manual de autodefensa del Gobierno ante su propia corrupción es una versión perversa del poema de Benedetti Táctica y estrategia. La táctica consiste en defenderse atacándolo todo, la estrategia en atacar a jueces y periodistas para que el día de mañana los impunes lo sean tanto que ni siquiera necesiten defenderse.

En realidad, sí hay diferencia. Da igual que este Gobierno esté o no esté de vacaciones. La responsabilidad cívica no debería estarlo. Mientras podamos, contaremos lo que pensamos. Mientras los jueces estén fuera de la interferencia del poder político, habrá esperanza. La habrá porque nadie será distinto bajo la ley que mantiene viva a nuestra democracia.