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La lección de humildad de Leticia Sabater a Sánchez y Feijóo
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Carlos Prieto

La caída de Saigón

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La lección de humildad de Leticia Sabater a Sánchez y Feijóo

¿Estamos viviendo los últimos días del sanchismo? ¿O no? Desbarros, volantazos y psicodramas de la campaña. Crónicas costumbristas (y absurdas) desde el frente electoral

Foto: Leticia Sabater, icono pop. (Telecinco)
Leticia Sabater, icono pop. (Telecinco)

No es fácil explicar el impacto que La máquina de la verdad tuvo sobre el telespectador noventero. El contexto lo es todo. España acababa de pasar de la euforia del 92 a la caída del felipismo, de la juerga a la desconfianza, el escándalo mediático y la paranoia. El programa de Julián Lago puso el dedo en la llaga al someter al detector de mentiras a personajes de alto voltaje. La retroalimentación social era tan perfecta que Mario Conde acabó alquilando el detector de mentiras al programa para fiscalizar a su entorno íntimo en Banesto.

Las verdaderas estrellas del programa eran el profesor Edward Gelb, extrabajador (decían) del FBI, y su polígrafo, al que rodeaba un aura de gran solemnidad (con las teles privadas recién aterrizadas, el espectador noventero era más inocente que el de ahora).

Foto: Yolanda Díaz, en un mitin de Sumar en Madrid. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión

La máquina de la verdad fue un bombazo, el polígrafo se puso de moda... y empezó su rápida banalización televisiva.

En 2002, Leticia Sabater presentó el talk show Mentiras peligrosas (Canal 7), en el que parejas o amigos tarifaban sobre malentendidos costumbristas (unos cuernos, una deuda) y les sometían al detector de mentiras. La innovación de Sabater es que su polígrafo era un aparato sospechosamente parecido a un secador de pelo. El programa, que atribuía al detector una "eficacia del 80%", lo justificaba así: “El Truth Metter Vap es un invento del equipo científico de la Universidad de Browntong que se basa en un mecanismo que recoge los vapores que desprende el cerebro ante las reacciones de la persona”.

En efecto, la Universidad de Browntong era en realidad la Universidad de la Vida y el Invent; el polígrafo, un secador de pelo de una peluquería de barrio, y los participantes, figurantes salidos de un after. Dentro de la historia de la televisión trash en España, Mentiras peligrosas ocupa un lugar de privilegio. Más allá del culto.

En defensa de Leticia Sabater, hay que decir que, dos años antes de Mentiras peligrosas, Ben Stiller y Robert De Niro ya habían explotado la potencialidad del polígrafo como objeto satírico en el hit Los padres de ella (Meet the Parents).

Todo esto viene a cuento de que la mentira (y la detección de mentiras) se ha convertido en el asunto central de la campaña electoral, que empezó con el PP acusando a Sánchez de mentiroso compulsivo, pero una vez puesto el foco ahí, se le vino en contra: el PSOE no paró hasta que el debate sobre trolas salpicó a Feijóo, que puso de su parte al tergiversar sobre las pensiones y topar con la periodista Silvia Intxaurrondo (TVE).

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Pepe Zamora)

La campaña se ha convertido en un pimpampum entre el PP y el PSOE por ver quién miente más, que no es el escenario más edificante, al llevar implícito que los dos lo hacen con gran desparpajo, pero es lo que hay.

Es una lástima que el líder del PP no quiera hacer otro cara a cara: mataría por ver una Máquina de la verdad, con Sánchez y Feijóo dentro de unos secadores de pelo y con Leticia Sabater y Manuel Campo Vidal de maestros de ceremonias. Suena cínico, pero también tiene sentido: dado que la gresca electoral va a acabar banalizando el debate sobre la verdad y la mentira, al menos hagámoslo a lo grande.

"Si una mentira ha sido creída tan solo durante una hora, ya ha cumplido su función"

Para acabar, un concurso. Libérese de sus prejuicios políticos por un momento e intente deducir si el siguiente texto se refiere a Pedro Sánchez o a Alberto Núñez Feijóo:

Nunca hasta ahora se ha planteado si algunas de sus propuestas eran verdaderas o falsas… Algunos pensarán que tales logros, conseguidos gracias a las mentiras, no pueden ser de mucho provecho al autor de los mismos ni a su partido, después de haberse practicado estas con frecuencia y ser público y notorio; pero se equivocan por completo. Pocas mentiras delatan la huella de su inventor y el más prostituido de los enemigos de la verdad puede propagar mil falsedades sin que se sepa que es su autor. Además, igual que el más pésimo de los escritores tiene sus lectores, el mayor mentiroso tiene sus crédulos, y suele darse el caso de que si una mentira ha sido creída tan solo durante una hora, ya ha cumplido su función, y no habrá más necesidad de utilizarla. La falsedad vuela mientras que la verdad cojea tras ella, de manera que cuando los hombres llegan a desengañarse ya es demasiado tarde, la broma acabó y el cuento ha tenido su efecto. Como un médico que ha descubierto un medicamento infalible después de que el paciente ya haya muerto”.

Foto: Jacinta y Tamara, en 'El Hormiguero'. (Atresmedia) Opinión

¿Feijóo? ¿Sánchez? Lo escribió Jonathan Swift hace 300 años. Piensen en ello.

Resumiendo: cuando vean ustedes a su candidato favorito citando un informe de la Universidad de Browntong sobre lo bien que lo hacen los suyos, pónganse en guardia. Para más consejos electorales, pueden preguntar por mí (doctor Rufus Mindunder) en la Facultad de Desbarres de la Universidad de Browntong. 24/7. De nada.

No es fácil explicar el impacto que La máquina de la verdad tuvo sobre el telespectador noventero. El contexto lo es todo. España acababa de pasar de la euforia del 92 a la caída del felipismo, de la juerga a la desconfianza, el escándalo mediático y la paranoia. El programa de Julián Lago puso el dedo en la llaga al someter al detector de mentiras a personajes de alto voltaje. La retroalimentación social era tan perfecta que Mario Conde acabó alquilando el detector de mentiras al programa para fiscalizar a su entorno íntimo en Banesto.

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