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Vox se ha quedado sin ideas para el ciclo electoral de 2024
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Ramón González Férriz

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Vox se ha quedado sin ideas para el ciclo electoral de 2024

Más allá de su sistemática denuncia del Gobierno y sus alianzas, el partido es incapaz de encontrar la clave ideológica que le permita parecer un partido útil para desplazar a la izquierda del poder y dar robustez al conservadurismo

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Fernando Villar)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Fernando Villar)
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En Alemania, Alternativa, el partido de la derecha radical, tiene una intención de voto del 23%, solo por detrás de los democristianos. En Francia, Le Pen está tan fuerte que Emmanuel Macron ha incorporado a su Gobierno a varios ministros conservadores para tratar de frenar su cada vez más claro liderazgo. En Italia, la derecha dura es tan popular que no hay solo una, sino dos, la de Giorgia Meloni y la de Matteo Salvini, que además comparten Gobierno.

Si a su familia política le va tan bien en el resto de Europa, ¿por qué en España Vox no levanta cabeza?

La próxima asamblea general de Vox, en la que deberá elegirse a su presidente, estaba prevista para marzo. Pero Santiago Abascal ha decidido adelantarla al 27 de enero. El argumento de Abascal es que eso contribuirá a generar "un estado de consciencia colectiva sobre el momento crítico" que pasa España y hará que el partido se una "para estar a la altura" de las necesidades del país.

En realidad, la causa es mucho más prosaica. Abascal no tiene ningún rival en el proceso de elección del presidente del partido. Pero quiere blindarse antes de que empiece un ciclo electoral en el que, probablemente, Vox obtendrá muy malos resultados. Seguramente no entrará en el Parlamento gallego en febrero. Es posible que pierda su único diputado en el Parlamento vasco en las elecciones de antes del verano. Y es probable incluso que tenga un mal resultado en las europeas, que son la clase de comicios en que partidos como Vox suelen tener buenos resultados porque concitan el voto de protesta.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal (c), junto al diputado Javier Ortega-Smith (d). (EFE/Fernando Villar)

Pero lo que le sucede a Vox es que, más allá de su sistemática denuncia del Gobierno y sus alianzas, es incapaz de encontrar la clave ideológica que le permita no ya superar al PP, sino parecer un partido útil para desplazar a la izquierda del poder y dar robustez electoral al conservadurismo.

En sus más de 10 años de existencia, Vox lo ha intentado casi todo. Ha mostrado el crucifijo y colocado las cuestiones morales en el centro de su programa, pero ante la realidad sociológica de España, ha dejado esa estrategia en segundo plano. Ha intentado imitar a Donald Trump y prometer que hará a Spain Great Again, aludiendo al pasado imperial del país, pero, ante el desinterés de los españoles por ese debate —y el raro efecto de ver a Abascal con un casco de los tercios—, lo ha dejado correr.

Todos sus cambios ideológicos son intentos de dar con la tecla que le permita subirse al auge de la derecha radical en toda Europa

En un principio, Vox contó con economistas serios que plantearon un programa de austeridad y reducción de la deuda pública, pero más tarde se ha deshecho de ellos y ha empezado a emitir mensajes económicos contradictorios: ha exigido mayores servicios sociales para los trabajadores españoles, incluidos grandes planes de vivienda pública, que se pagarían sin subir los impuestos, y Abascal se ha fotografiado con Javier Milei al mismo tiempo que sus delegaciones locales incluían en su programa un sinfín de medidas intervencionistas.

Ha querido ser un partido del establishment, formado por altos funcionarios serios y fiables, y luego ha sido ambiguo con las políticas de vacunación y aún hoy propaga con frecuencia teorías de la conspiración. Ha intentado presentarse como el partido de la recuperación de los buenos modales y el orden y, al mismo tiempo, ha organizado manifestaciones de acoso frente a las sedes del PSOE. Todo el poder del que dispone procede de los parlamentos y los gobiernos autonómicos, pero quiere hacernos creer que eliminará esas instituciones. Es el partido de antiglobalistas con mayor número de apellidos extranjeros y, probablemente, con más titulados en universidades de élite internacionales.

Muchos piensan que esta persistente confusión ideológica es una muestra de la inmadurez del partido o de la volatilidad de sus líderes. Pero no se trata solo de eso. En realidad, todos esos cambios ideológicos son intentos de dar con la tecla que permita a Vox subirse al auge que la derecha radical está experimentando en toda Europa. Pero le está costando mucho más de lo que pensaba, tras su repentino crecimiento en 2019.

Foto: El portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado. (Europa Press/Eduardo Parra)

De hecho, a medida que el PP se va quedando con su espacio, está intentando vender medidas cada vez más contradictorias y fallidas. ¿Alguien recuerda el noviembre nacional? ¿Alguien tiene en cuenta su intento de acercarse al nacionalsindicalismo, prohibiendo ERE como el de Telefónica y afirmando que los propietarios de las empresas no son los accionistas, sino los trabajadores? ¿Alguien sabe qué encaje constitucional tiene una de sus últimas propuestas, la de condenar a entre seis y 10 años de cárcel a todo aquel que negocie con procesados por delitos contra la Constitución o el orden público?

Vox se ha convertido en una especie de laboratorio de ideas. Pero no consigue que ninguna genere tracción electoral. Y ante ello, recurre a genéricas denuncias de la izquierda antipatriótica. Lo cual tampoco parece darle un resultado brillante.

El ciclo electoral de 2024

En contra de lo que suele afirmar la izquierda, la existencia de Vox no es fruto del pasado franquista español. Es más bien una muestra de que España es un país europeo normal en el que surgen preocupaciones y formaciones semejantes a las del resto del continente. Sin embargo, a diferencia del resto de Europa, donde los partidos de su familia tienen unos programas definidos y una estrategia implacable, Vox no consigue capturar el malestar contra la élite.

Eso puede ser solo una situación coyuntural. Pero el hecho es que, dentro de 10 días, Santiago Abascal volverá a ser elegido presidente de Vox y, sin embargo, aún no ha decidido cuál quiere que sea su mensaje ideológico. Durante mucho tiempo, le han bastado el nacionalismo, el maximalismo y una sucesión de pruebas y errores. Pero ni siquiera los miembros del partido tienen claro que eso les vaya a permitir superar el tremendo ciclo electoral que se avecina.

En Alemania, Alternativa, el partido de la derecha radical, tiene una intención de voto del 23%, solo por detrás de los democristianos. En Francia, Le Pen está tan fuerte que Emmanuel Macron ha incorporado a su Gobierno a varios ministros conservadores para tratar de frenar su cada vez más claro liderazgo. En Italia, la derecha dura es tan popular que no hay solo una, sino dos, la de Giorgia Meloni y la de Matteo Salvini, que además comparten Gobierno.

Vox Santiago Abascal
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