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La España de Juan Roig: una partida política de ajedrez
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Esteban Hernández

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La España de Juan Roig: una partida política de ajedrez

La propuesta del empresario valenciano podría suponer cambios en la política nacional, además de encontrar socios entre unas élites que se equivocaron de camino

Foto: Juan Roig, entre Felipe González y Ximo Puig, el pasado año. (Kai Försteling/EFE)
Juan Roig, entre Felipe González y Ximo Puig, el pasado año. (Kai Försteling/EFE)

Uno de los males españoles, que explica en buena medida nuestro declive, ha sido la incapacidad de sus élites para trabajar juntas, una tendencia que se ha agudizado durante la pandemia. Conviene advertir que la utilización del término 'élites' no se ciñe a su expresión política. Somos conscientes de la división, cada vez más acentuada, entre unas y otras opciones ideológicas y de sus dificultades para lograr puntos de encuentro, lo que suele subrayarse con mucha frecuencia. Pero se hace mucho menos énfasis en las élites económicas, que tienen una importancia crucial en este momento de la Historia, y que han vivido una extraña transformación funcional.

Una de los aspectos menos tenidos en cuenta de la globalización es la forma en que ha quebrado los lazos preexistentes. Los Estados han visto cómo parte de su poder se les escapaba de las manos, por las dinámicas internacionales o por la pertenencia a la UE, lo que ha supuesto la externalización de una serie importante de decisiones relativas a nuestra vida. Esa pérdida también ha conducido al debilitamiento de los vínculos nacionales. En el viejo Estado, precisamente por constituir un territorio bien delimitado y con una dirección política propia, el norte de Italia se veía obligado a convivir con el sur, Cataluña con Extremadura, País Vasco con Andalucía o la Isla de Francia con Occitania, y en términos que compatibilizasen las necesidades de unos y otros. Al perder soberanía, se fragilizan también esos lazos obligados, de modo que cada región comienza a pensar en nuevas alianzas fuera de su Estado, mucho más que en los vínculos con los cercanos. Un terreno en el que este hecho se ha manifestado de manera clara ha sido el comercial, con regiones que buscaban conectar con mercados extranjeros mucho más que con el nacional, pero ha ocurrido en muchos otros sentidos.

España es un país en el que esta tendencia ha sido particularmente evidente, ya que las élites territoriales han creído de firme en las opciones del mundo global y se han centrado en situarse en el nuevo escenario, olvidándose de colaborar con quienes tenían cerca.

Cataluña, cuyas élites habían replicado la estructura de poder madrileña, comenzó a perder peso en la anterior crisis: así creció la tentación secesionista

El caso de las élites catalanas está en la historia española de los últimos años. Nuestro país ha tenido dos ciudades globales, Madrid y Barcelona, que compitieron entre sí por ganar pujanza global. A partir de 2007, Cataluña comienza a perder peso y sus élites, que habían optado por replicar casi de manera exacta la estructura de poder madrileña, fueron conscientes de que iban perdiendo la partida. En ese instante, trataron de acelerar sus conexiones exteriores, comenzó a ganar peso la tentación secesionista y años después se abrazaron de una manera fantasiosa a ella.

Madrid, en las últimas décadas, ha mirado hacia el exterior permanentemente, y la misma España vaciada es consecuencia de estas dinámicas globales animadas en España por su capital. Su modelo rentista, ligado a empresas oligopólicas, al ladrillo y al Ibex, es un problema cuyas deficiencias comenzaron a manifestarse con la crisis de 2008, y permanece sin resolver desde entonces. He analizado en diferentes ocasiones el papel de las tendencias globales, cómo han afectado a Madrid y Barcelona, y las relaciones entre ambas, por lo que no me extenderé más acerca de este asunto.

Estos tres tipos de élites han corrido mucho, pero siempre para alejarse de sus vecinos

El tercer grupo de poder territorial en España, las élites vascas, también emprendió su particular huida. A finales del siglo pasado, exhibieron cierta inteligencia a la hora de reconstruir el País Vasco tras la oleada de desindustrialización de los ochenta, pero han trabajado siempre en términos propios. Han sacado partido de sus fortalezas, también de las que les permitían presionar al Estado para obtener más recursos, pero siempre con la vista puesta en sí mismas, en un aislamiento temporalmente provechoso.

El resultado final es que ninguno de estos tres grupos ha expresado un proyecto común. Han corrido mucho, pero siempre para alejarse de sus vecinos. Han pretendido proyectarse en el exterior y conseguir réditos de las oportunidades que existían fuera, sin ser conscientes de que la mejor opción pasaba por la colaboración entre todos ellos. Sus fantasiosos sueños de grandeza explican también la debilidad de España.

1. El desprecio a España

Estas élites tienen en común mucho más de lo que las separa, y en general para mal. Uno de los aspectos más significativos es su alejamiento de España (y no solo de la misma idea de España), producto de una mirada desalentadora sobre nuestro país.

Las élites vascas exhiben una mirada de superioridad: cuando se miran al espejo, se ven libres de las grandes patologías ibéricas

Quienes han expresado esta percepción de manera más desinhibida han sido las élites catalanas. La idea encontró un altavoz evidente en los partidos secesionistas, en especial los derivados del pujolismo, pero ERC también ha entrado gustosamente a ese trapo. En síntesis, desde su perspectiva, España es irreformable, está corroída por los vicios del pasado, ha quedado atrasada y la única manera de prosperar es fuera de ella. Esa es la mirada todavía dominante, aun cuando la realidad haya venido a corregir sustancialmente las intenciones secesionistas.

Las élites vascas poseen una mirada de superioridad semejante, en la medida en que, cuando se miran al espejo, se ven libres de las grandes patologías ibéricas, pero tratan de ser más pragmáticas y razonables, con sus objetivos siempre en mente. Hasta ahora, esa posición les ha funcionado, ya que tienen uno de los mejores niveles de vida del Estado, pero es más que probable que, en los próximos años, que traerán cambios, su suerte se invierta si no operan con nuevos aliados.

Por más que se afirmen como nacionalistas, las élites madrileñas tienen una concepción muy negativa de nuestro país

Las élites madrileñas, por su parte, como máximas representantes de las nacionales, también tienen una consideración extraña de su país. Es entre ellas donde ha penetrado con mayor fuerza la absoluta inadecuación de España a los tiempos. Sus contundentes recriminaciones a los políticos parten de este hecho, pero el terreno más habitual de sus críticas es el económico. Por más que alaben la idea de España, y el nacionalismo haya resurgido con fuerza, su concepción de nuestro país es la de un Estado ineficiente, lleno de tics del pasado, con tendencia a la corrupción y al despilfarro, y con una resistencia grande a la adaptación. Y buena parte de la población incurre en esos mismos vicios.

Por eso insisten tanto en la necesidad de reformas, y apelan a Bruselas para que aparezca como fuego purificador, o quizás en forma de cien mil hijos de San Luis contemporáneos que nos arranquen disciplinadamente nuestros males. En buena medida, esta perspectiva no es más que otra clase de provincianismo: repiten lo que el norte de Europa dice sobre nosotros, lo interiorizan, se aplican lo bueno y proyectan lo malo: ellos son ahorradores, innovadores, eficientes y proactivos, y si al resto de España le va mal es por la falta de voluntad, de carácter y de adaptación de sus ciudadanos.

Quieren someter a dieta el cuerpo social con el objetivo de que sea más fibroso; pero tener más fuerza no sirve si no hay dónde emplearla

La cuestión es que, más allá de sus críticas, ninguna de estas élites complementa su consideración negativa de España con un plan para solucionar los problemas generales. Y cuando esbozan alguna receta, es deudora de las malas ideas del pasado. Lo que tienen en mente es reformar y estilizar; someter a dieta y ejercicio el cuerpo social para que gane fuerza. Sin embargo, se olvidan del para qué. Utilizando su perspectiva, tendríamos más capacidad adaptativa, pero sin nada en lo que emplearla. Lo que hace falta no es un régimen de adelgazamiento económico, sino construir nuevas opciones para nuestro país. Se centran en eliminar los pecados españoles, salvo el peor de ellos, el de no ser capaces de poner en marcha estructuras que generen trabajo, prosperidad y futuro. Es momento de generar empleos, de reconstruir, de desarrollar las opciones existentes y de inventar algunas nuevas, no de entrenar en el gimnasio para después pasar los lunes al sol.

2. Una abdicación egoísta

Esa huida hacia el exterior se manifiesta en diferentes planos. En lo comercial, tratan de conectar sus empresas con el circuito global, de tener recorrido internacional, de aprovechar las posibilidades de un mundo conectado. Se proyectan hacia fuera, con la esperanza de abrirse paso y jugar un papel entre las élites globales. Esa salida al exterior se aprecia también en las opciones puramente personales, desde la educación de sus hijos, que estudian en prestigiosas universidades y centros de posgrado foráneos, hasta la asunción de los gustos y costumbres de las clases favorecidas internacionales. Y desde luego, en sus inversiones personales, que se suelen colocar en el circuito financiero global.

Esta perspectiva, sin embargo, es mucho más débil de lo que parece, incluso de lo que les parece a ellos mismos. En lo cultural, no dejan de ser élites menores frente a quienes tienen mucho más poder y recursos, por lo que no pueden jugar más que un papel secundario. En lo económico, es muy evidente, y basta con echar una mirada a la estructura de propiedad de las empresas del Ibex para constatar cómo la cantidad de poder que tienen es cada vez menor: sus dirigentes están muy expuestos a los vaivenes de los mercados, a los deseos de los accionistas globales y a la consideración que se tenga de España en la inversión internacional. Tienen muy poco que ver con las élites de las grandes empresas españolas del pasado, cuya fortaleza estaba anclada en el territorio, que tenían conexiones con un poder político con mayor capacidad de decisión y cuya posición de poder en sus propias empresas era mucho más sólida. Tampoco insistiré en este punto, que ya he señalado en otras ocasiones.

Las élites nacionales ya no juegan “el papel tradicional de gestores de la economía de un país”

Además, han abdicado del papel que tenían como impulsores de la vida económica de un país. Era típico de las élites nacionales, en las épocas anteriores a la globalización, un interés lógico en el desarrollo nacional. Sus empresas necesitaban infraestructuras, transportes y cierta estabilidad social, además de un nivel de vida suficiente de los ciudadanos para que a sus empresas les fuera bien. Ahora se han desvinculado de sus territorios porque creen que no los necesitan. Lo describe Pepe Mujica, el expresidente de Uruguay, de una manera precisa (y plenamente trasladable a España y a Europa): las élites nacionales ya no juegan "el papel tradicional de gestores de la cabeza de la economía de un país", sino que "su actitud es la de pasarse aceleradamente al rentismo, a las inversiones inmobiliarias, a la especulación con bonos, a la colocación de acciones".

Nuestras élites han caído en lo que podríamos denominar la trampa alemana: tienen dinero, pero no lo invierten bien. Del mismo modo que las élites germanas optaron por el circuito global y pusieron su capital en las 'subprime' estadounidenses y en el ladrillo español en lugar de colocarlo en la capacidad productiva y en el desarrollo de su país y de Europa (y luego culparon a otros de sus malas decisiones), las élites nacionales no han sabido emplear bien su dinero. Fruto de esa tendencia, España muestra una querencia preocupante por el rentismo y una ausencia notable en lo productivo, lo tecnológico y lo digital. Podían haber impulsado la creación de otras estructuras, que les habrían resultado mucho más provechosas, pero no lo hicieron. Y así estamos ahora.

3. La España de Juan Roig

Durante la anterior crisis, Juan Roig reunió a su equipo para trasladarle una idea clara acerca de cuáles eran los riesgos del momento. Afirmó algo parecido a lo siguiente: a nuestra empresa le va bien, pero vivimos en un ático; si el edificio comienza a sufrir problemas y se deteriora, nosotros caeremos con él, por lo que debemos poner de nuestra parte para cerrar las grietas. Esta visión puede desarrollarse después de formas correctas (de manera que se apuntale la construcción) o equivocadas (cargando el coste de los arreglos sobre una parte ya dañada de los propietarios), pero se mueve en la dirección adecuada. El problema de las élites españolas era que tenían otra perspectiva: creían que, como iban a cambiarse de edificio, no debían preocuparse por las reparaciones.

En la presente crisis, la idea de Roig ha sido la misma: su empresa importó material sanitario cuando apenas había, en la primera ola de la pandemia, y ha destinado parte de los dividendos a actividades que impulsaran la Comunidad Valenciana.

Roig piensa en términos nacionales, no solo regionales, y trata de impulsar el corredor mediterráneo como eje de una España diferente

Es cierto que Roig es un empresario atípico, ya que tiene las manos mucho más libres que los directivos de las empresas del Ibex. La estructura de propiedad de su compañía le permite contar con todo el poder, con lo que la presión de los accionistas es mínima o inexistente. Su firma, además, está anclada en el territorio, por lo que esa huida al exterior tan típica es difícilmente realizable, y depende de la venta de bienes, lo que requiere de infraestructuras adecuadas y de una población con dinero suficiente para gastar. No se trata, pues, de la validez del modelo Mercadona, de si su compañía hace bien o mal las cosas, sino de constatar que la perspectiva de Roig, su capacidad de acción y sus intereses son muy distintos de los de la gran mayoría de las élites nacionales.

Entre otras cosas, porque entiende la necesidad de contextos robustos. Roig piensa en términos nacionales, no solo regionales. Es uno de los principales impulsores del corredor mediterráneo como eje y arranque de una España diferente. Con esa iniciativa, no se trata solo de establecer vínculos entre Valencia y Cataluña, abiertos a Baleares y Aragón, sino de conectar Algeciras con Girona y desde ahí proyectarse a Europa. Pero la idea va más allá, porque trata de dar cuerpo a otro diseño de nuestro país, de conseguir la coexistencia da la España radial con la circular, también mediante la puesta en marcha de otras iniciativas, como el corredor cantábrico.

Ximo Puig propuso la creación de una comunidad de intereses, a la que nombró con una expresión llamativa, la "Commonwealth mediterránea"

En el pasado mes de diciembre, Ximo Puig visitó el Circle de Economía catalán con una propuesta, la creación de una mancomunidad de intereses entre la Comunidad Valenciana y Cataluña, a la que nombró con una expresión llamativa, la "Commonwealth mediterránea". Puig y Roig coinciden en este objetivo, y se han entendido bien en muchos asuntos, más allá de las divergencias políticas que puedan mantener. La propuesta que lanzó Puig en Barcelona, y con éxito entre el empresariado, según Enric Juliana, fue dejar de lado las reivindicaciones territoriales y conformar una comunidad de intereses que les permitiera multiplicar la actividad económica de la zona. Era una idea doblemente útil, ya que permitía centrarse en el futuro económico y ofrecía un camino de salida del 'procés' para las élites catalanas. Y es una visión que podría verse favorecida por un peso fuerte de Illa en la política barcelonesa.

En un sentido, la propuesta de Puig (y de Roig y de los empresarios valencianos) viene bien, más allá del pragmatismo político, ya que subraya la necesidad de cambiar el rumbo económico de España. Que la Comunidad Valenciana, el estereotipo del ladrillo y el pelotazo, se dirija hacia un papel mayor en el terreno de la logística y la tecnología tiene mucho de simbólico. Es necesaria una transformación que no pase por destruir lo existente, sino por potenciar lo que hay, incluido el turismo, y por abrir nuevas áreas de actividad; hace falta salir de la economía extractivista y resituarse en la productiva. Este tipo de construcción periférica permitiría a sus territorios encontrar nuevas oportunidades, así como crear redes que activaran diferentes regiones y el conjunto de España. Y, además, podría impulsar los tres ejes principales en estos momentos, el logístico, el tecnológico y el energético.

4. La partida de ajedrez

En el sentido político, también podría implicar un viraje profundo, porque facilitaría, más que nuevas alianzas, un cambio de eje. La experiencia de Ximo Puig en la Comunidad Valenciana y esa idea circular de España podrían ser el punto de partida del afianzamiento del PSOE, ya que podría ganar peso en Cataluña y entenderse con el empresariado cansado del 'procés', y relanzaría a los socialistas andaluces con la propuesta del corredor mediterráneo, a lo que sumaría su presencia actual en Valencia.

Por así decir, el PSOE seguiría el camino opuesto a Unidas Podemos. Iglesias, con su insistencia en asuntos identitarios, favorece el voto de los partidos de las izquierdas independentistas en el Congreso (Bildu, ERC, BNG), pero lleva su formación a perder cada vez más apoyo en esos territorios; afianza el Gobierno y se desangra electoralmente al mismo tiempo. El PSOE, mediante la propuesta expresada por Puig, la de conexión de intereses, estaría en disposición de ganar votos en Cataluña, Andalucía y Valencia, y desde ahí, de entenderse con las élites económicas de toda la periferia española (empezando por la vasca), lo que le permitiría pactar en Madrid con partidos de diferente orientación ideológica, al relegar lo identitario y colaborar desde los intereses. Y desde una perspectiva, no lo olvidemos, que entronca con los planes europeos para la recuperación y que apuesta por una reconversión de España.

Estamos en la época del coronavirus, y los problemas que España tiene que afrontar son muy importantes, empezando por el fundamental, el sanitario. La UE vivirá tiempos de cambio, aunque no sabemos todavía en qué dirección y qué consecuencias tendrán para España. La recuperación económica va a ser muy incierta y complicada, y todo apunta a que tendrá lugar en términos muy desiguales. Todos estos factores hacen difícil anticipar el futuro con precisión, siquiera mínima, pero la partida de ajedrez política ya se está jugando. Y, desde luego, la económica, entre las élites españolas y sus diferentes visiones de nuestro país, y no solo para ver quiénes se llevan los fondos de recuperación. Lo que está por concretarse es cómo terminarán afectándonos tales pugnas, y hasta qué punto los caminos de salida irán en beneficio del común de los españoles o si, como de costumbre, marcharán en la dirección de ponernos las cosas todavía más difíciles.

Uno de los males españoles, que explica en buena medida nuestro declive, ha sido la incapacidad de sus élites para trabajar juntas, una tendencia que se ha agudizado durante la pandemia. Conviene advertir que la utilización del término 'élites' no se ciñe a su expresión política. Somos conscientes de la división, cada vez más acentuada, entre unas y otras opciones ideológicas y de sus dificultades para lograr puntos de encuentro, lo que suele subrayarse con mucha frecuencia. Pero se hace mucho menos énfasis en las élites económicas, que tienen una importancia crucial en este momento de la Historia, y que han vivido una extraña transformación funcional.

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